La celebración del Día de la Madre, no es de hoy, ni empezó aquel 12 de mayo de 1907 en que Anna Jarvis quiso conmemorar el fallecimiento de su madre en EEUU y organizó un Día de la Madre para hacerlo. Las primeras celebraciones en honor a nuestra progenitora se remontan todavía a la antigua Grecia, donde se le rendía honores a Rea, la madre de Zeus, Poseidón y Hades.
En Roma, la llamaron la Fiesta de Hilaria y se festejaba el 15 de marzo en el templo de Cibeles, donde durante tres días se realizaban ofrendas a la mujer convertida en madre.
Con el paso de los años, los católicos transformaron estas celebraciones para honrar a la Virgen María, la madre de Jesús. En el santoral católico, el 8 de diciembre se celebra la fiesta de la Inmaculada Concepción (La virgen madre) fecha que, en un principio, los católicos escogieron para celebrar el Día de la Madre. Luego, a mediados del siglo pasado, tuvieron que adecuarse a la fecha adoptada por muchas naciones.
En el Siglo XVII en Inglaterra se empezó a celebrar un acontecimiento parecido, relacionado con la Virgen, al que se llamó Domingo de las Madres. Los niños que concurrían a misa regresaban a sus hogares con regalos para sus madres. Y las madres que trabajaban como empleadas en las casas de la gente acaudalada, ese domingo, tenían el día libre para visitar a sus familias.
En 1870, la poetisa y activista norteamericana Julia Ward Howe escribió su famosa “Proclama del Día de la Madre”, donde hace un apasionado llamado a la paz y al desarme, y durante dos años se dedicó a organizar un congreso de madres. En 1873, mujeres de 18 ciudades estadounidenses realizaron una reunión donde se celebró el Día de la Madre.
No obstante de estas celebraciones, el hecho más importante ocurrió el 12 de mayo de 1907, también en los Estados Unidos, cuando Ana Jarvis, dos años después de la muerte de su madre, se propuso conmemorar el fallecimiento y organizó un Día dedicado a la Madre.
A partir de entonces encabezó una activa campaña que fue extendiéndose a todo el territorio norteamericano. Siete años después el presidente Woodrow Wilson declaró en el año 1914 el segundo domingo de mayo como el Día de la Madre y, como pocos lo saben, esta fecha empezó a celebrarse casi simultáneamente en Perú por influencia de un grupo de damas estadounidenses en nuestro país.
Primero fue en un núcleo muy pequeño vinculado a peruanas que retornaban de EEUU en esta fecha y damas norteamericanas residentes en Perú, celebración que luego se fue extendiendo a otros círculos.
En 1924, a solicitud del Ateneo Universitario “Ariel” y promovido por su presidente Carlos Arberto Izaguirre, abogado laboralista ancashino y congresista de la República, el Ministerio de Justicia, Instrucción, Culto y Beneficencia declara de manera oficial el segundo domingo de mayo como el Día de la Madre y se empieza celebrar en todos los planteles educativos y entidades públicas.
El asunto es que, este segundo domingo de mayo celebraremos una vez más el Día de la Madre.
Dichoso el hijo que tiene a su madre a su lado y podrá darle un beso y abrazarla. La mía ya no está, pero la recordaré como todos los días y le rendiré un homenaje en mi corazón por ser mujer que me dio la vida y porque encontré en ella siempre el calor de su regazo y las caricias de sus manos.
Pensaré en mis días de adolescente, quizás los más felices de mi vida y, seguramente para ella, los días de mayor preocupación porque tenía que mantenerse despierta esperándome hasta la hora de mi retorno de una fiesta o de una simple reunión de amigos.
La recordaré regañándome por la tarea no terminada del colegio por no bajar la llave de la terma, dormirme con la tele o el radio encendidos. La recordaré, llamándome la atención por mi ropa tirada en el piso, la cama desordenada y mis zapatos sin lustrar.
Jamás la olvidaré porque la mía, como todas las madres del mundo, siempre estuvo presente en todos los momentos de mi vida, hasta el día de su muerte. ¡Cuánta ternura anidaba su corazón, cuánta bondad irradiaban sus manos, cuánta sabiduría salían de sus labios!
Al final, todas parecen iguales, siempre dándonos el aliento que los hijos necesitamos en nuestras horas aciagas y el consejo oportuno en nuestros momentos de incertidumbre.
Dicen que madre hay una sola, sin embargo, quienes tenemos la dicha de vivir al lado de otra mujer, a la que la elegimos como esposa y compañera y la hemos convertido en madre, igualmente es merecedora de todo nuestro amor y reconocimiento.
Y al estar unidos a la mujer que amamos y la convertimos en madre de nuestros hijos, hemos ganado otra madre, la madre de la mujer que amamos y abuela de nuestros hijos. Es también a ella a quien debemos rendirle un homenaje y agradecerle por haber traído al mundo a la mujer que amamos.
¿Se han preguntado alguna vez qué sería del mundo sin la presencia de la abuela? Ellas simbolizan el amor y vez la experiencia. Son el apoyo más importante en la crianza de nuestros hijos, la consejera de la familia, la médico infalible del hogar y la mejor chef del mundo porque una abuela jamás pierde la sazón, ni la razón.
En el mundo católico, hay otra madre: María, la madre de Dios, cuyas celebraciones, coincidentemente, se realizan también en mayo. María, es la mujer que sufrió el más cruento dolor viendo morir crucificado a su único hijo, luego de haber sido torturado, vejado y humillado, porque no hay un dolor más grande para una madre que ver morir a su hijo. María, es la madre de todos los creyentes en Dios, la que vela nuestros sueños, la protectora de los pobres, la dolorosa, la inmaculada, la auxiliadora de los moribundos, la receptora de nuestras súplicas, consuelo de nuestras angustias y socorro de nuestros sufrimientos.
En esta fecha especial, al recordar a mi madre, quiero rendir homenaje a todas las madres del país y el mundo. A la madre soltera y abandonada que batalla sola por sacar adelante a sus hijos. A la madre que no tiene un trabajo estable. A la mujer de nuestros andes que sin tener un centavo en el bolsillo hace siempre el milagro de llevar un pan a la boca de los suyos. A la madre que tiene al hijo ausente, no sé si en otra ciudad, en otro país o, lo que es peor, en algún campo de batalla o bajo tierra. A la madre que cumple una condena por un delito cometido, quizá por llevarle un pan a su hijo.
Mi saludo a la madre trabajadora y a la que busca trabajo y no lo encuentra. A la madre que espera la visita del hijo en un asilo o en una casa de reposo y no llega. A la viuda que estrecha a sus hijos mirando la fotografía del marido ausente. A la madre adoptiva que abraza al hijo ajeno con la misma ternura como si fuera suyo. A la madre soltera que no espera un regalo sino un abrazo. A la madre discapacitada que sin embargo de sus limitaciones y sufrimientos sigue luchando por el bienestar de sus hijos. A la madre que prefiere que los hijos le llenen el corazón de amor y no los bolsillos de dinero. A la madre convertida en reina por un día y es abandonada por el resto del año. Mi homenaje a la mujer que se siente sola por la muerte de su único hijo.
Mi saludo a todas las madres del Perú y el Mundo.