Luego de su reciente y sorprendente elección, el Papa Francisco vuelve a América, su casa. Aquí está nuevamente el Cardenal de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglo, en su continente, su patria grande, esta vez vestido de blanco y convertido en Sumo Pontífice. Y es Brasil, sede de la 28 Jornada Mundial de Juventudes, que lo recibe con los brazos abiertos en nombre de todas las naciones de esta parte del mundo. Y en buena hora que así sea porque es la nación que alberga a 23 millones de católicos, es decir la mayor población católica del mundo.
La misión de Francisco es grande, devolverle al pueblo católico la fe que estaba perdiendo en su iglesia como consecuencia de la repudiable conducta de algunos de sus miembros, por el lavado de dinero y la corrupción existente en el banco del Vaticano, por los abusos sexuales de curas en contra de indefensos niños, por la ostentación y lujo de obispos y curas que caminan en camionetas 4×4 mientras él lo hace en unidades modestas. En Argentina lo hacía en su escarabajo VW. Su gran tarea es rescatar la credibilidad perdida y qué mejor empezar dándoles esperanza a los jóvenes de todo el mundo representados por los peregrinos de todas las razas y toda condición social que llegaron hasta el gigante del sur, ansiosos de escuchar de sus labios esa voz de aliento en medio de las penurias que la mayoría pasa por la falta de trabajo y sin oportunidades para seguir superándose. América quiere escuchar su voz firme en contra de un modelo económico mundial que hace más pobres a los pobres y más ricos a los ricos. Quiere verlo caminar por esa senda original trazada por Cristo y seguida por él y no sobre una alfambra de comodidades tal como están acostumbrados muchos de los obispos. La juventud de América quiere escucharlo pronunciándose una vez más en contra de un liberalismo salvaje que está matando el futuro de la humanidad. Estamos seguros que en esta peregrinación habrá más de una sorpresa.
No cabe duda que el pueblo empezó a quererlo a Francisco porque desde el primer día que asumió el cargo, actuó con ponderación y se propuso cambiar las cosas con pequeños detalles como despojarse del boato en su vestimenta y las formas de vida impuestas por una corte de sacerdotes que se había apoderado de la casa de San Pedro y no practicaba precisamente la humildad. El mundo lo respeta por ordenar una rápida investigación para saber qué destino se da al dinero del Estado Vaticano. Lo admira por haber roto con los curas que cometieron graves delitos y despojarlos de toda protección para que no sea solo la justicia divina sino también la terrenal la que les imponga un castigo.
No cabe duda que el Papa Francisco está dando pasos firmes. No tiene temor a formular importantes reformas en el Derecho Canónico y estoy casi seguro que pronto planteará las reformas doctrinarias que la iglesia necesita para estar a tono con nuestros tiempos. Ojala que los grupos de poder enquistados en el Vaticano no le pongan piedras en el camino y lo dejen trabajar.
Viajó de Roma a Río en un avión de Alitalia, como un pasajero más, despojándose de las comodidades y lujos innecesarios. Incluso no quiso que le prepararan una cama especial. Le bastó el asiento reclinable para descansar. Y al salir del aeropuerto brasileño, tampoco lo hizo en una limusina o el papa móvil, utilizó una camioneta simple, austera y pequeña, nada ostentosa. Y se traslada en una camioneta acindicionada, semi descubierta y sin blindaje para estar más cerca al pueblo.
Ese es el Papa que tenemos, ese es Sumo Pontífice que queremos.
Ahora sí estoy seguro que los cerca de 4 mil jóvenes peruanos que han viajado a Río para el encuentro con Francisco, tendrán una experiencia inolvidable, no tanto por la fiesta que vivirán, sino porque se encontrarán con un auténtico representante de Dios en la Tierra.