Lima: Capital de todas las sangres

Lima, la metrópoli más grande del país,  puede adolecer de muchas deficiencias, pero sigue siendo la ciudad más importante y la mejor del Perú.

Como refiere el escritor apurimeño José María Arguedas, nacido por coincidencia un día como hoy, Lima es la Capital de todas las sangres, y el imaginario colectivo, lo ha calificado como “La horrible” apelativo popularizado por Sebastián Salazar Bondy en su libro escrito en 1964.

Pero, Lima no es solo eso, es la ciudad de las tradiciones, narradas con exquisito sabor criollo y en un impecable lenguaje por Don Ricardo Palma.

Lima, es la cuna del vals criollo, compuesto con pasión  por Felipe Pinglo, Chabuca Granda, Polo Campos y otros Grandes del criollismo y aquellos dueños de la jarana, afincados en los barrios altos, Barranco, La Victoria y el Rímac.

Es el paraíso del ceviche, del lomo saltado, los anticuchos, la causa y el ají de gallina y, al mismo tiempo, lamentablemente, es la capital del desorden, de las combis destartaladas, los atolladeros malditos, el tránsito endemoniado, la delincuencia, la corrupción, la pendejada y otros males endémicos.

Y así como tiene hermosos distritos, también adolece de focos de pobreza, descuidados, abandonados por un alcalde que solo piensa en pintar la ciudad de amarillo

Lima necesita de una autoridad dispuesta a cambiarle la cara, lacerada por los malos hábitos de algunos de sus habitantes. Necesita de un burgomaestre dispuesto a limpiar las montañas de basura que la ahogan y elimine el desorden en las calles.

Falta poner en valor el centro histórico, Barranco, Chorrillo, Miraflores, Barrios Altos y el Rímac, mejorando sus viejas edificaciones y casas que le dan ese ambiente tradicional admirado por los visitantes.

Asimismo, hay que librarla de “marcas”, taxistas asaltantes, policías corruptos y escaperos descarados.

Pero, aquí vivimos y seguiremos viviendo no sé por cuántos años más, los nacidos a orillas del Rímac, los migrantes de las tres regiones naturales del Perú y los inmigrantes de diferentes razas, culturas y religiones, provenientes de casi todos los países del mundo.

Muchos de esos migrantes están en Lima empujados por el fracaso de la Reforma Agraria ensayada por el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado y por efecto de la violencia terrorista de Sendero Luminoso.

No obstante, muchos de ellos hoy son prósperos comerciantes, con florecientes negocios en Gamarra, Lima Norte y en las galerías del Centro. Otros, son excelentes profesionales o connotados artistas.

Y como en las viñas del señor hay espacio para todos, también es cierto que una gran mayoría no termina de salir de la pobreza.

Aquellos que no tuvieron las mismas oportunidades, apoyo, ni educación, siguen sumergidos en la miseria o, lo que es peor, detrás de las rejas por haber seguido la ruta equivocada.

No obstante, para esos migrantes exitosos no todo fue fácil. Antes de llegar a esos niveles de prosperidad, tuvieron que sufrir una verdadera vía crucis, hambre, discriminación, falta de empleo y vivienda. Para sobrevivir se vieron en la necesidad de plantar sus banderas en el arenal y levantar sus chozas de esteras. Pero, ahora, las cosas son diferentes. Son propietarios de casas dignas y hasta de edificios de varios pisos, construidos con materiales nobles. Son los nuevos ricos de esta lima de los mil rostros.

La llegada de extranjeros, que se remonta todavía a la época de la conquista española, fue también muy importante para el desarrollo de nuestra capital. Claro, es verdad que algunos de los conquistadores vinieron más a destruir que a construir, a saquear la riqueza de nuestros antepasados, pero felizmente fueron pocos. Los conquistadores responsables  y capaces fundaron las principales ciudades, entre ellas Lima, Cusco, Arequipa, Trujillo, y nos enseñaron su lengua, nos trajeron tecnología, educación y cultura.

En esta fecha en lugar de renegar contra ellos, por sus errores y excesos, veamos también lo positivo de su presencia.

A propósito, los españoles no fueron los únicos que llegaron a Lima, lo hicieron también los chinos, africanos, italianos y turcos.

En la década de los cuarenta llegaron miles de europeos huyendo de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial y aterrorizados por las amenazas de Hitler, Mussolini y Franco, los tres dictadores más sanguinarios de Europa.

Muchos de estos inmigrantes llegaron a ser notables ciudadanos, empresarios de éxito y profesionales que ocuparon altos cargos en el sector público y privado.

Eso mismo sucedió con los inmigrantes japoneses, hindúes y árabes que vinieron solo para probar suerte por unos cuántos días, o quizá meses, y se quedaron para siempre, enamorados de su clima, muy diferente a los cambios bruscos que tenían en el hemisferio norte, de inviernos fríos y veranos extremadamente calurosos, y las grandes oportunidades que tuvieron para hacer negocios.

Este proceso migratorio, ha convertido a Lima en la ciudad de todas las sangres, el crisol de todas las razas, una ciudad de múltiples identidades y al mismo tiempo de grandes problemas.

Con su cielo brillante en verano y su color gris en invierno, su mar pacífico al costado y a pocos kilómetros de las montañas Lima es la casa donde vivimos y donde la mitad de sus habitantes son de aquí y la otra mitad de allá.

Sin temor a equivocarme les aseguro que Lima es la ciudad más adelantada, la más grande y la más completa de todas las ciudades del país, es decir una ciudad que tiene todas las características para ser la Capital del Perú.

Lima, es la hechura de todos nosotros y, sobre todo, de sus sucesivos alcaldes, quienes seguramente han hecho todo lo que estaba a su alcance para mejorarla, pero les faltó sentido común, decisión, criterio urbanístico y proyección de futuro para mejorarla y evitar su desorden.

Es verdad, Lima ya no es la ciudad jardín de la que tanto se enorgullecían nuestros abuelos.  Hoy, es la capital del bullicio, de las barras bravas, la huachafería, la inseguridad, el chisme y la viveza criolla, donde todas las propuestas de mejorarla han fracasado porque las cosas se quieren hacer de manera improvisada, pensando más en los votos y, lo que es peor, en las coimas.

Lima ya no es la vieja ciudad admirada, de bellos balcones, hermosos parques y jardines, donde los enamorados se apachurraban sin preocuparse que los ladrones les birlen la cartera o el celular. Ya no es la ciudad verde porque en lugar de sembrar árboles se sembró cemento. Se ha permitido levantar edificios en áreas de apenas 180 metros cuadrados que no cuentan con pozos de luz, ni zonas de parqueo. Se otorgó permisos para abrir locales comerciales a diestra y siniestra en zonas residenciales, atropellando al vecindario recortando avenidas, cerrando parques y dando licencias a diestra y siniestra para la instalación de hostales y calzonieres, en cada manzana.

Lima se ha convertido pues en una ciudad donde hay más boticas que bodegas, más mototaxis que buses y más burdeles que escuelas. Y los municipios no tienen capacidad para recoger toda la basura que se produce, ni siquiera para multar a quienes orinan en las calles.

Aquí se da más preferencia a los vehículos que a los peatones y a los que sufren de limitaciones físicas. Para los municipios ellos no existen.

El peor problema que tiene Lima es el tránsito. Aquí es donde hay más corrupción. Habría que castigar a todos los sinvergüenzas  que se enriquecen autorizando el ingreso de micros y combis incómodos y destartalados, sobre todo a los inspectores que reciben coimas para permitirles su circulación.

¡Cómo ha cambiado Lima!

En las décadas de los sesenta y setenta, cuando yo era estudiante, todo era diferente. Todavía podíamos vivir tranquilos, consumiendo pollos a la brasa en canastillas de carrizo en lugar de platos, y al final, hasta nos traían un recipiente con agua tibia y limón para lavarnos las manos. El jirón de La Unión, era para Lima lo que la Gran Vía es para Madrid, la Avenida de los Campos Elíseos es para París, la vía Veneto para Roma o la Sexta Avenida para Nueva York. Ahora es solo una calle comercial, desordenada y deshumanizada.

En los portales de las Plazas de Armas y San Martín, donde se afincaban los hippies, se paseaban hermosas muchachas luciendo peinados “bombé” hechos a fuerza de laca. Estaba de moda la minifalda y el bikini, prendas que provocaban suspiros a los limeños y cólera a la iglesia.

Claro, Lima entonces tenía un millón de habitantes y la gente ya estaba alarmada por la explosión demográfica y, hoy, que pasa los diez millones, le importa un bledo. Y lo peor es que ninguna autoridad habla de este tema. Lima se infla al mismo ritmo con que se inflan los vientres de las madres adolescentes.

Hoy, ya nada nos alarma, ni siquiera el terrible crecimiento demográfico. Hay tanta gente metida en todas partes que ya no se sabe cuántos somos ni donde estamos. Unos se pasean por el jirón de La Unión, otros están en Larcomar, Chacarilla, Jockey Plaza, Molina Plaza polvos, azules, rosados, amarillos y de todos los colores. También están en los multicines, los cineplanets y cinestars. Y claro, en el Parque de la Reserva mirando todas las fuentes, en los supermercados y en las tiendas por departamentos, en los paraderos de buses interprovinciales y en el aeropuerto, algunos para irse y nunca más volver. No falta gente en las sandwicherías, cevicherías, chifas, pollerías y casinos que se multiplican como hongos por toda la ciudad para esquilmar a ludópatas pobres, sin que nadie se apiade de ellos.

La multitud está en todas partes, en el parque de las Leyendas, en las graderías del atrio de la catedral y en la playa, en el estadio Nacional, el Monumental y el Miguel Grau, unas veces para ver el peor fútbol del mundo y otras para ver espectáculos de viejos cantantes y grupos del siglo pasado. Por eso algunos prefieren irse a libar chelas al polo en las cantinas, fondas, salsódromos, chichódromos y otros huariques que cada día se abren con la facilidad de la cueva de Sésamo, mientras que los que todavía sobreviven al smog y pasan el mayor tiempo de sus vidas viajando en los buses de la muerte, le rezan al Señor de los Milagros para no morir en un accidente o le claman a la Beatita de Humay para que no sean víctimas de una balacera en las puertas de un banco o de un local comercial.

En la década de los sesenta la cosa era diferente. Todavía se podía respirar aire puro. En las aceras nadie se abría paso a codazos, ni chocaba con cambistas, mendigos, vendedores de caramelos y ketes o cuidadores de carros. Los caballeros podían disfrutar de un cafecito cortado en la tiendecita Blanca, el Haití y en Galerías Boza sin el temor a que le birlen la billetera o le arranchen las gafas mientras leían el diario. Claro, algunos se hacían los que leían porque en realidad lo que hacían en Galerías Boza era contemplar de reojo las minifaldas de las muchachas que subían y bajaban por la primera escalera eléctrica que se había instalado en Lima.

En los cafetines de los Portales de la Plaza de Armas, se hablaba de política, del clásico U−Alianza, de la Talidomida, la llamada píldora asesina que las madres gestantes tomaban para evitar los vómitos y náuseas, sin saber que causaba malformaciones en el feto. También se hablaba del crimen cotidiano y la falta de trabajo. Lo único lamentable era que todos estos problemas, que se debían discutir en los Consejos de Ministros y en el Congreso, solo eran charlas de café, como los que Vicente Gonzáles Montolivo tenía por radio Unión.

Los que sí empezaron a sentir preocupación por estos problemas fueron los estudiantes de San Marcos, quienes tenían por costumbre reunirse en el parque Universitario, antes y después de sus clases, para discutir de política, unas veces a gritos y otras a puño pelado, mientras la población andaba más pendiente del programa “Helen Curtis pregunta por 64 mil soles” conducido por Pablo de Maladengoitia. (A propósito de este espacio que se inició en radio y luego saltó a la televisión, cabe recordar que uno los ganadores fue Tomás Unger, el entendido articulista del diario El Comercio, por sus conocimientos sobre carros).

Los diarios tampoco querían destacar los problemas nacionales para no agitar el cotarro porque sus editores eran también Ministros de Estado. Preferían mantenerlos distraídos a los limeños con lo que más les gustaba, la chismografía. Para esto crearon columnas especializadas, como la que escribía Guido Monteverde en Ultima Hora, donde les daba de palos a los protagonistas de la farándula, radio y televisión, estilo que fue copiado por Magali Medina en su columna de la revista Oiga y luego en su programa de televisión.

En su columna “Antipasto Gagá”, Guido escribía sobre la vida social de la gente, a la que llamaba de la Hi Life, la misma que tenía una lectoría increíble, sobre todo en el segmento más pituco de la capital. Para escribir esta columna contaba con una cadena de informantes infiltrados en los clubes, boites y locales donde estaba la crema y nata de Lima. Guido también Incursionó en la televisión como productor y director. Parece que era mejor aquella televisión que la de hoy, llena de sangre, o de culos siliconeados y conductores amanerados.

Pero, sin duda que el medio que más entretenía a la gente era la radio. Y ahí estaba el símbolo del limeño criollo, juerguero y cachaciento, gritando…

– ¡Faltan doscientos metros! Pamplona adelante…¡Negrito en segundo lugar!…Espíritu Valiente tercero, a solo un cuerpo de distancia…Van por la última curva, Periquito arremete por la derecha…avanza al segundo lugar, alcanza a Pamplona…¡Ultimos cincuenta metros! Periquito y Pamplona adelante…Tercero Negrito, cuarto Espíritu Valiente…Están llegando a la meta, Periquito y Pamplona en la punta…¡Llegaron!

¡Periquito primero! …Señoras y señores. ¡Periquito Campeón!

Así de emocionantes eran las transmisiones que se hacían desde el hipódromo de Monterrico donde Augusto Ferrando, con la voz que se le ahogaba, encandilaba a los oyentes de su programa radial presentado por Publicidad Ferrando. Los oyentes gozaban hasta el paroxismo y seguramente nunca olvidarán aquella narración en que Santorín ganó en el gran premio Pellegrini, de Buenos Aires…

– ¡No te pares negrito lindo…Señoras y Señores Santorín en la punta!

En el fútbol, Ferrando era capaz de llegar hasta las lágrimas, como cuando la selección de Perú empataba con la poderosa oncena argentina, jugando nada menos que en la temible Bombonera por la clasificación para el Mundial México 70. Se emocionó tanto que hasta se le salieron los gallos…

– ¡No nos ganan, por mi madrecita, no nos ganan!

En la televisión, sin duda los sábados eran de Ferrando, el animador del pueblo, el rey de la chanza y el amo del cochineo. Yo trabajaba como locutor de planta por entonces en Panamericana y puedo asegurarles que Ferrando era dueño absoluto de la sintonía, siempre haciendo de las suyas en el Estudio 5 con Tribilín, Carvajal, la gringa Inga, Violeta Ferreyros y el tecladista Otto de Rojas, que ponía la característica musical del programa y era también el encargado de acompañar a los concursantes. A propósito de Otto, en mayo del 2008, agobiado por la diabetes y una grave depresión se arrojó del piso 12 del edificio donde estaba ubicado su departamento en la sexta cuadra de la Av. Pardo de Miraflores, muriendo al instante.

Todos los coanimadores e invitados de Ferrando eran víctimas de sus bromas. Nunca les permitía extenderse en sus intervenciones, los cortaba dejándolos con la palabra en la boca, a excepción de Leonidas Carvajal, a quien sí le daba rienda suelta para que se despache a su regalado gusto con un discurso de palabras rebuscadas y siempre en rima.

–Y, como ganó periquito…yo, me quito.

– ¡Qué buena! Carvajal…Va pa’ la peña. Y, ahora, un comercial…y regreso.

En el hipódromo, presentaba a conocidos artistas como la inigualable Lucha Reyes y los humoristas Guillermo Rossini y el loco Ureta. Sabía jugar a la perfección con el oyente y a partir del 68 con el televidente. Ferrando era un animador que despertaba pasiones y odios. Su actuación siempre fue objeto de críticas. El día que el periodismo especializado lo arrinconó, porque lo acusaron de estar degradando la cultura y el lenguaje, pocos fueron sus defensores, entre ellos Jaime Bayly, el chato Barraza, Guisela Valcárcel y la compositora Chabuca Granda quien hasta le dedicó unas glosas. Y entre sus detractores más encarnizados estaban, además de un sector de la prensa de espectáculos, la doctora Martha Hildebrandt y la columnista de la revista Oiga Magaly Medina, quienes lo apabullaron al extremo de hacerlo renunciar. Lo lamentable es que, después, la televisión sufrió un retroceso mayor con la magalización de la pantalla, por obra de esta conductora.

Así era la Lima criolla de ayer. La de hoy tenemos que construirla nosotros. No le echemos la culpa de sus defectos y problemas solo a las autoridades porque nosotros somos las que las elegimos. Nosotros permitimos que haya una televisión basura y una radio que dice disparates por el rating.

El problema de Lima no es su infraestructura, su ubicación o su clima, sino su gente. Y mientras no eduquemos mejor a las nuevas generaciones y no se respeten las leyes y los reglamentos municipales, seguiremos con los mismos problemas. Lima cambiará en la medida que todos cambiemos y las autoridades elegidas cumplan con sus promesas y planes de gobierno.

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