Apariciones

En la década de los sesenta la juventud cusqueña vivía intensamente el furor de la Nueva Ola. Los portales de la plaza de Armas se hallaban invadidos por hippies que llegaban de todas partes y en la radio no se escuchaba otra cosa que no sea rock, en todos los idiomas.El arzobispo de la ciudad, Monseñor Ricardo Durán Flores, se hallaba preocupado por la influencia de “esos melenudos”, como los llamaba, porque estaban influyendo negativamente en la juventud “divino tesoro” de su comunidad religiosa y temía un desbande moral, por eso se propuso frenarlos a como dé lugar, antes que sea tarde.–Los hippies están malogrando a nuestros chicos y chicas metiéndoles en la cabeza ideas descabelladas como la práctica del amor libre. No solo eso, les están enseñando a consumir marihuana y otras drogas alucinógenas como el LSD. ¡Dios mío no puede ser ¡esto hay que evitarlo ya! – Gritaba en sus sermones.Para colmo, había bajado el número de aspirantes al Seminario San Antonio Abad, entidad que estaba bajo la administración del Arzobispado del Cusco. Y, como si eso fuera poco, varios de sus seminaristas habían desertado por enamorados, uno de ellos hasta se había fugado con una novicia de otro convento cuando ya estaba a punto de vestir los hábitos y hacer sus votos perpetuos. Era preocupante que sus seminaristas, tentados por Satanás, sucumbían ante las miradas de las chicas que asistían los domingos a las misas de 9 en la Compañía de Jesús, donde sus pupilos que hacían de acólitos eran blanco de los flechados de Cupido y, finalmente, optaban por el camino del averno y no del cielo.Y como al purpurado le gustaba llamar a las cosas por su nombre, porque no tenía pelos en la lengua, en sus prédicas nos daba duro a los jóvenes por nuestra ausencia en las misas. El sacerdote también lanzaba duras críticas a las radios que divulgaban canciones de la Nueva Ola porque algunos cucufatos le habían dicho que esa música era, entre otras causas, la peste que enfermaba el corazón de los jóvenes. Y como él creía a ciegas a los cursillistas, un día reunió a los propietarios de las emisoras y los cuadró como a soldados rasos. Y claro, por no chocar con la iglesia, porque muchos de ellos tenían rabo de paja y más pecados que Lucifer, por sacar los pies del plato, optaron por no darle la contra al cura y le prometierinr bajar la frecuencia de la difusión de los temas de rock, antes que la máxima autoridad eclesiástica del Cusco los desenmascare en público cualquier día de esos y sus mujeres descubran que no eran los santos que ellas pensaban, incapaces de sacarles la vuelta.Monseñor Durán era un arzobispo genial, bonachón, amigable y no se amilanaba ante nada. A mí particularmente me caía simpático porque llamaba al pan, pan y al vino, vino. Sabía cómo tomar al toro por las astas. Un día, al enterarse que los pobladores de Andahuaylillas, (Nombre que le pusieron los españoles en diminutivo a este bello lugar para no confundirlo con la provincia apurimeña de Andahuaylas), acudían más donde los brujos de Huasao que a la iglesia para purificar sus almas y creían más en el lenguaje de la coca, la sal y el plomo, que en la palabra de un cura, envió a un sacerdote muy joven que recién había egresado del Seminario para que se haga cargo de aquel maravilloso templo ubicado a solo 45 kilómetros de la ciudad imperial.El inexperto curita, no sabía qué diablos hacer para captar más fieles. Lo curioso era que, los pocos que entraban al templo, lo hacían solo para rezarle a la Virgen del Rosario, pintada en un hermoso lienzo por Diego Quispe Tito porque, según decían, era la única que hacía milagros. Pero, a las misas, nones, una que otra mamacha de edad avanzada se quedaba hasta el final.Por la ausencia de feligreses, el curita ya no tenía ni ganas de subir al maravilloso púlpito tallado en madera, para dar sus sermones. Y claro, por la falta de limosnas tampoco había dinero para reparar los marcos de los cuadros bañados en pan de oro, los mismos que se descascaraban por las inclemencias del tiempo. Hasta las valiosas pinturas de Luis Riaño, del Siglo XVII, se estaban deteriorando inexorablemente por falta de presupuesto para su mantenimiento y eso que Andahuaylillas era uno de los lugares más visitados por los cusqueños, sobre todo los fines de semana. Hasta allí llegaban cientos de visitantes, atraídos por su clima, la belleza de su templo, sus hermosas callecitas, su paisaje pintado de verde y sus montañas que todavía exhibían orgullosos sus cucuruchos de hielo.En resumen, Andahuaylillas era un lugar privilegiado para quienes preferían huir del mundanal ruido de la ciudad, no solo por la belleza de su templo sino por la virginidad de su naturaleza. No es una exageración decirles que, al menos hasta la década de los sesenta, Andahuaylillas aún no había sido amenazado por el monstruo del desarrollo, ni sus campos habían sufrido la arremetida del avance de una expansión urbana desordenada, tampoco su cielo tenía olor a humo tóxico, como ya estaba ocurriendo en la ciudad del Cusco por su cercanía al aeropuerto y el aumento del tránsito automotor.Allí, sólo se escuchaba el silbido del viento y el pito del tren. Después todo era silencio. Recuerdo que los niños, al oír este característico sonido de la oruga de hierro, salían felices de sus casas gritando – el tren, el tren – mientras la mole pasaba lentamente rumbo al Cusco.En el río, era frecuente ver a las mujeres campesinas lavando ropa, cantando huaynos unas veces tristes y otras alegres, sin dejar de vigilar con el rabillo del ojo el ganado que pastaba en los matorrales. Y, de rato en rato, se levantaban y batían sus manos para saludar a los viajeros que sacaban sus cabezas por las ventanas de los vagones del chucuchucu como lo llamaban al tres los niños.Los sábados, después de los bautizos, en las puertas del templo se reunían los campesinos ataviados con sus mejores galas para beber unos tragos y tomarse fotos delante de las cruces de piedra, sin importarles que el párvulo ni cuenta se daba de lo que estaba ocurriendo porque prefería estar prendido de los pechos de su madre.En estas reuniones se bebía cañazo y chicha y, luego, acompañados de arpas y guitarras, se iban cantando a sus casas para seguir celebrando hasta el día siguiente el ingreso del bebé a la vida cristiana.Andahuaylillas, siempre fue el paraíso de las promesas de amor, el refugio de las parejas que guardaban su unión en secreto y el lugar del descanso obligado de melancólicos pensadores, rincón de poetas locos que le declamaban a las estrellas y le cantaban a las retamas. En mi época de universitario, Andahuaylillas era el pedazo de suelo, donde cohabitaban la jarana y el rezo, las vírgenes y los demonios, los curas y los brujos de Huasao Fue la posada oculta de jóvenes compositores que iban a llorar sus penas al pie de las tres cruces de piedra y algunos, de adultos, terminaban alcanzando la gloria en el campo profesional, la escritura y la música.Los habitantes tenían la costumbre de justarse para beber y cantar a la intemperie, en plena plaza y así cortar el chiflón que corría por la carretera. Aunque en verdad el frío nunca fue un problema, incluso en los meses de junio y julio, siempre que uno iba acompañado de una bella cusqueña. Pero, cuando se iba solo, el frío calaba hasta los huesos y cuarteaba los labios y las orejas.Al curita enviado por Monseñor Durán tampoco le importaba el frío, por eso programaba las misas a las cinco de la mañana, no por loco sino por dar facilidad a los trabajadores del campo. Pero ni aun así los pobladores se animaban a entrar al templo porque decían que no podían salir muy temprano porque se les aparecían “bultos”. Y como para ellos estas apariciones eran presagio de mala suerte, en lugar de entrar a misa, se iban a Huasao en busca de un brujo sanador.Una de esas madrugadas, dos hermanas que iban al templo, muy temprano, por una de las estrechas y oscuras calles, casi se quedan petrificadas por el susto al ver uno de esos bultos.–Dios mío, ojalá que no pase nada. Eso es señal de mala suerte. Mejor regresemos a la casa.– ¿Y la misa?–Tienes razón, vayamos nomás. Peor sería que la virgen nos castigue. Tú sabes, es generosa con quienes cumplen con ella pero también es muy severa con quienes faltan a sus misas.Recién comprendí por qué nunca dejaba de haber velas encendidas al pie de la imagen. Había muchas velas que hacía muy difícil encontrar un lugar para colocar las que habían traído las hermanas Vargas. Claro, para ellas, no fue ningún problema, les bastó con retirar las velas que estaban a medio consumir diciendo que ya habían estado encendidas el suficiente tiempo como para borrar los pecados más graves de sus dueños y, luego de enviarlas al tacho. de inmediato, colocaron las suyas.Al verlas, otras devotas hicieron lo mismo. Y ni bien terminaron en el cubículo, dos chiquillos que estaban a la expectativa se las llevaron para hacer sus tareas escolares en la noche.Apenas terminó la misa, que había demorado unos minutos más por el prolongado sermón del nuevo curita, las hermanas Vargas retornaron a su hogar todavía asustadas por la “aparición” que habían tenido. Su madre las esperaba muy preocupada, diciéndoles que ya estaba por salir a buscarlas.–Ay, hijas, al fin llegaron, no saben la mala noticia.– ¿Se descarriló un vagón del tren?–Peor que eso.– Entonces ¿Se robaron la vaca de la tía Lucrecia?–No hijas ¡Se murió nuestro vecino Valentín!–Mamá, ¡Tenía que haber ocurrido una desgracia así! Un bulto se nos cruzó en el camino cuando íbamos a misa.No obstante del tiempo transcurrido y las historias de apariciones, el curita seguía preocupado por la falta de feligreses en las misas. Fue cuando decidió viajar al Cusco para pedirle un consejo a Monseñor Durán.– ¿Con que… las apariciones no? Pues, vamos a darles a los pobladores de su propia medicina – Le respondió el Arzobispo del Cusco, sin darle mayores explicaciones al párroco de Andahuaylillas que quedó más confundido que un cuy en su laberinto. Lo único que Monseñor Durán le pidió fue que, cada vez que oiga hablar de alguna aparición, les recuerde a los feligreses que “la única manera de espantar esos bultos es asistiendo a misa”.–No se olvide, ¡escuchando misa! señor cura.–Así lo haré Monseñor.Una noche, los esposos Aguilar, conocidos vecinos del lugar, salieron de su casa a un compromiso familiar dejando dormidos a sus dos menores hijos. Cuando pasaban delante de las tres cruces de piedra vieron una figura humana que tenía el rostro cubierto con un velo negro, portando una espada en la mano.– Jacinta ¡Mira, un bulto!– ¡Dios santo! Ojala que no nos ocurra nada grave.A su retorno a casa, se dieron con la sorpresa que sus hijos habían desaparecido. Desesperados recorrieron las viviendas de sus vecinos y luego de una angustiosa búsqueda, los hallaron en el puesto policial donde, según la versión de los custodios del orden, unos desconocidos los habían llevado porque los niños lloraban y no había nadie quien los atienda.En otra ocasión, el dueño de una bodega que nunca daba el vuelto completo, sobre todo a los campesinos que no sabían leer ni conocían bien las monedas, vio en la torre del templo una figura grotesca cubierta con una túnica negra. Al día siguiente le informaron que uno de sus hijos que estudiaba en la universidad del Cusco había sido operado de urgencia de una apendicitis.Tantas eran las apariciones en Andahuaylillas, que hasta las radios del Cusco empezaron a interesarse en el asunto. Y como todo lo que llega a los medios de comunicación se convierte en un escándalo, estas apariciones tampoco dejaron de serlo. Fue cuando recién la población de Andahuaylilas empezó a inquietarse.Las apariciones eran la comidilla del día y el curita no se cansaba de recordarles a los feligreses que solo asistiendo a misa se librarían de estas señales de mal augurio. Fue así que el templo empezó a ser visitado por cientos de fieles, al extremo que ya no cabía ni un alfiler. Entusiasmado con este cambio, el cura se fue a visitar a Monseñor Durán para contarle la novedad.–Monseñor, parece un milagro. Los fieles no solamente entran a encenderle velas a la Virgen del Rosario sino que también se quedan a oír misa y, lo más importante, las limosnas están aumentando.–Me alegra padre, me alegra…Estoy seguro que a partir de hoy todo será diferente. Yo no sé qué habrán hecho los chicos del Seminario, pero se nota que lo hicieron bien.–Usted…–No, yo lo único que hice fue contarles lo que estaba sucediendo en Andahuaylillas y darles permiso para que vayan de incógnitos. Ahora, que se hayan disfrazado de bultos y tengan que ver algo con las apariciones, no lo sé. Lo único que sé es que ya no le faltarán fieles en sus misas. Puede irse en paz, padre, y que Dios lo bendiga.

23Janitra Prem, Juan Valer Carpio y 21 personas más4 comentarios2 veces compartidaMe gustaComentarCompartir

2 respuestas to “Apariciones”

  1. Rosa Lozano Says:

    Deberías hacer un libro con todas estas historias. Muy buenas las «apariciones»
    Saludos!
    Rosa

  2. Luis Achahuanco Segovia Says:

    Primera vez que entro a su blog y le comento que esta lectura me atrapo por que conozco Andahuaylillas y conoci a monseñor Durand… felicitaciones
    Luis Achahuanco

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