Lima: Capital de todas las sangres

Lima es, de hecho, la capital de todas las sangres, como decía el escritor apurimeño José María Arguedas que, de estar aún con vida estaría celebrando el primer Centenario de su nacimiento. Lima es a la vez la capital de hermosas tradiciones bellamente narradas por otro brillante escritor peruano como Ricardo Palma, del vals criollo de Felipe Pinglo, Chabuca Granda y Polo Campos, del cebiche, los anticuchos, la causa y el ají de gallina. Al mismo tiempo, Lima es, lamentablemente, la ciudad del desorden, de las combis, los atolladeros en las calles, la delincuencia, la drogadicción, la corrupción y de muchos males más, algunos pasajeros y otros crónicos.

Y, lo que Lima necesita no es solo un un alcalde de buenas intenciones, sino de una autoridad que le cambie el rostro, desfigurado por acción de algunos malos habitantes y, además le haga una liposucción para quitarle los rollos de basura que almacena y le planche las arrugas de su municipio por los excesivos e injustificados gastos dejados por las sucesivas administraciones y al mismo tiempo la someta a una férrea disciplina para que le libre de «marcas”, asaltantes y violadores camuflados de taxistas.

Lima es así de horrible porque está abandonada por sus autoridades. Y, ojalá que un nuevo alcalde, que se haga cargo, no se deje dominar por los zánganos de siempre, por los oportunistas, los parásitos que viven de las arcas municipales y trabaje para hacer de esta ciudad, un lugar más ordenado y vivible. Si es así, seremos muchos los que la apoyaremos porque aquí vivimos y seguiremos viviendo no sé por cuántos años más, los nacidos en Lima, los migrantes de las tres regiones naturales del Perú y los inmigrantes de diferentes razas, culturas y religiones, provenientes de casi todos los países del mundo.

Claro, muchos de estos migrantes están aquí no porque quisieron, sino porque los desplazaron, tras el fracaso de la reforma agraria decretada por Velasco Alvarado y luego por causa de la violencia terrorista de Sendero Luminoso.Sin embargo, muchos de ellos son hoy prósperos comerciantes, con florecientes negocios en Gamarra, Lima Norte y en las galerías del Centro. Y, otros, son excelentes profesionales o connotados artistas. Pero, como en las viñas del señor, también hay de los otros, aquellos que no tuvieron las mismas oportunidades, apoyo, ni educación y siguen sumergidos en la miseria o, lo que es peor, detrás de las rejas por haber seguido la ruta equivocada.

Claro, en esta vida no todo es fácil, para nadie. Los migrantes que triunfaron, antes de llegar a esos niveles de prosperidad,tuvieron que sufrir una verdadera vía crucis, de hambre, discriminación, falta de empleo y vivienda. Para sobrevivir se vieron obligados a plantar sus banderas en el arenal y levantar sus chozas con esteras.

Ahora, la cosa es diferente, gracias a su trabajo y esfuerzo son propietarios de casas dignas y hasta de edificios de varios pisos, construidos con materiales nobles.

Igualmente, la llegada de extranjeros a Lima se remonta todavía a la época de la conquista española. Su presencia fue importante para el desarrollo de Lima. Claro que, también es cierto, muchos de los conquistadores vinieron a destruir y a aprovecharse de las riquezas de nuestro territorio pero, felizmente, no fueron todos, algunos fundaron nuestras ciudades y nos enseñaron su lengua, nos trajeron su tecnología, educación y su cultura. Es también justo reconocer estos aportes y en lugar de renegar contra ellos, por sus errores, veamos la parte positiva de su presencia.

Los españoles no fueron los únicos en venir, también llegaron chinos y africanos. Y en la década de los cuarenta llegaron muchos europeos huyendo de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial y aterrorizados por las amenazas de Hitler, Mussolini y Franco, los tres dictadores más sanguinarios de Europa. Muchos de ellos ahora son notables ciudadanos, empresarios de éxito y profesionales que ocupan altos cargos en el sector público y privado.

Eso mismo sucedió con los inmigrantes japoneses, hindúes y árabes que vinieron como quien dice solo para probar suerte, por unos cuántos días o quizá por algunos meses y se quedaron para siempre, enamorados de este envidiable clima limeño, con inviernos no muy fríos y veranos no muy candentes. Y, claro, en un territorio virgen como es el Perú, de extensos campos de cultivo con abundantes y variados productos alimenticios, hallaron el lugar ideal y las facilidades para hacer negocios.

Por eso, Lima es hoy la ciudad de todas las sangres, el crisol de todas las razas, de múltiples identidades y al mismo tiempo de grandes problemas. Con su cielo brillante en verano y gris en invierno, con su mar pacífico y sus gigantescas montañas tan cerca de nosotros y donde la mitad de sus habitantes son de aquí y la otra mitad de allá, Lima es un lugar ideal para vivir.

Sin embargo de haberla bautizada como «la horrible», para mí Lim a es la más bella y la más adelantada de las ciudades del Perú. Claro, todo depende del cristal con que se la mire y del lugar donde se viva.

Lo que no podemos negar es que, Lima es la hechura de todos nosotros y sobre todo de sus sucesivos alcaldes, quienes seguramente han hecho todo lo que estaba a su alcance para mejorarla, pero les faltó decisión, criterio urbanístico y proyección de futuro. Por eso Lima ya no es la ciudad jardín de la que disfrutaron nuestros abuelos, inclusive de los que ya pasamos la barrera de los sesenta. Se ha convertido en la ciudad del bullicio, de las barras bravas, la huachafería, la inseguridad, el chisme y la viveza criolla, donde todas las propuestas de mejorarla han fracasado porque todo se quiere hacer de manera improvisada, pensando más en cálculos electoreros y, lo que es peor, en sacarle ventajas económicas, más no en hacerla crecer de manera planificada.

Por eso, Lima ya no es es la ciudad de los bellos balcones de antaño, de los hermosos parques donde los enamorados se apachurraban sin preocuparse que los ladrones les birlen la cartera o el celular. Ya no es la ciudad de las áreas siempre verdes todo el año porque, en lugar de sembrar árboles se sembró cemento y se levantó edificios, algunos en áreas de apenas 180 metros cuadrados que no cuentan con pozos de luz ni zonas de estacionamiento. Está así porque se otorgó permisos para el funcionamiento de locales comerciales, a diestra y siniestra, en zonas residenciales. Porque se atropella al vecindario recortando avenidas, cerrando parques, otorgando licencias para la instalación de hostales en cada manzana.

Lima se ha convertido en una ciudad donde hay más boticas que bodegas, más mototaxis que buses y más burdeles que escuelas. Los municipios no tienen capacidad para recoger toda la basura que se produce, ni siquiera para multar a quienes orinan en las calles. Aquí se da más preferencia a los vehículos que a los peatones, ni qué decir de los que sufren de limitaciones físicas. Para los municipios ellos no existen.

Quizás, y de hecho lo es, el peor problema que tiene Lima es el tránsito porque es donde hay más corrupción. Habría que flagelarlos en la plaza de Armas, como escarmiento, a todos los sinverguenzas que se enriquecen autorizando el ingreso de vehículos chatarra y a los que reciben coimas para otorgar licencias de circulación a micros destartalados e incómodos.

¡Cómo ha cambiado Lima!

En la década de los sesenta todo era diferente. Todavía podíamos vivir tranquilos y con cierta holgura, consumiendo pollos a la brasa en canastillas de carrizo en lugar de platos y al final de la merienda el mozo hasta nos traía un recipiente de agua y limón para lavarnos las manos.

El jirón de La Unión era para Lima lo que la Gran Vía es para Madrid, la Avenida de los Campos Elíseos es para París, la vía Veneto para Roma o la Sexta Avenida para Nueva York.

En los portales de las Plazas de Armas y San Martín se paseaban hermosas muchachas luciendo peinados “bombé” hechos a fuerza de laca. Estaba de moda la minifalda y el bikini, prendas que provocaban suspiros a los limeños y cólera a la iglesia.

Lima tenía un millón de habitantes y la gente ya estaba alarmada por la explosión demográfica y, hoy, que se acerca a los diez millones, le importa un bledo. Y lo peor es que ninguna autoridad habla de este tema. Lima se infla al mismo ritmo con que se inflan los vientres de las madres adolescentes.

Hoy, ya nada nos alarma, ni siquiera el terrible crecimiento demográfico. Hay tanta gente metida en todas partes que ya no se sabe cuántos somos ni donde estamos. Unos se pasean por el jirón de La Unión, otros están en Larcomar, Chacarilla, Jockey Plaza, Molina Plaza polvos, azules, rosados, amarillos y de todos los colores. También están en los multicines, los cineplanets y cinestars. Y claro, en el Parque de la Reserva mirando todas las fuentes, en los supermercados y en las tiendas por departamentos, en los paraderos de buses interprovinciales y en el aeropuerto, algunos para irse y nunca más volver.

La gente pulula en las sandwicherías, cevicherías, chifas, pollerías y casinos que se multiplican como hongos por toda la ciudad para esquilmar a ludópatas pobres, sin que nadie se apiade de ellos.

La multitud está en todas partes, en el parque de las Leyendas, en las graderías del atrio de la catedral y en la playa, en el estadio Nacional, el Monumental y el Miguel Grau, unas veces para ver el peor fútbol del mundo y otras para ver espectáculos de viejos cantantes y grupos del siglo pasado. Por eso algunos prefieren irse a libar chelas al polo en las cantinas, fondas, salsódromos, chichódromos y otros huariques que cada día se abren con la facilidad de la cueva de Sésamo, mientras que los que todavía sobreviven al smog y pasan el mayor tiempo de sus vidas viajando en los buses de la muerte, le rezan al Señor de los Milagros para no morir en un accidente o le claman a la Beatita de Humay para que se termine de construir el tren eléctrico.

En la década de los sesenta la cosa era diferente. Todavía se podía respirar aire puro. En las aceras nadie se abría paso a codazos, ni chocaba con cambistas, vendedores de caramelos o cuidadores de carros. Los caballeros podían disfrutar de un cafecito cortado en la tiendecita Blanca, el Haití y en Galerías Boza sin el temor a que le birlen la billetera o le arranchen las gafas mientras leían el diario. Claro, algunos se hacían los que leían porque en realidad lo que hacían era contemplar de reojo las minifaldas de las muchachas que subían por la primera escalera eléctrica que se había instalado en Lima.

En los cafetines de los Portales de la Plaza de Armas, se hablaba de política, del clásico U−Alianza, de la Talidomida, la llamada píldora asesina que las madres gestantes tomaban para evitar los vómitos y náuseas, sin saber que causaba malformaciones en el feto. También se hablaba del crimen cotidiano y la falta de trabajo. Lo único lamentable era que todos estos problemas, que se debían discutir en los Consejos de Ministros y en el Congreso, solo eran charlas de café, como los que Vicente Gonzáles Montolivo tenía por radio Unión. Es decir, igualito que hoy.

Los que sí empezaron a sentir preocupación por estos problemas fueron los estudiantes de San Marcos, quienes tenían por costumbre reunirse en el parque Universitario, antes y después de sus clases, para discutir de política, unas veces a gritos y otras a puño pelado, mientras la población andaba más pendiente del programa “Helen Curtis pregunta por 64 mil soles” conducido por Pablo de Maladengoitia. (A propósito de este espacio que se inicio en radio y luego saltó a la televisión, cabe recordar que uno los ganadores fue Tomás Unger, el entendido articulista del diario El Comercio, por sus conocimientos sobre carros).

Los diarios tampoco querían destacar los problemas nacionales para no agitar el cotarro porque sus editores eran también Ministros de Estado. Preferían mantenerlos distraídos a los limeños con lo que más les gustaba, la chismografía. Para esto crearon columnas especializadas, como la que escribía Guido Monteverde en Ultima Hora, donde les daba de palos a los protagonistas de la farándula, radio y televisión, estilo que fue copiado por Magaly Medina en su columna de la revista Oiga y luego en su programa de televisión.

En su columna “Antipasto Gagá”, Guido escribía sobre la vida social de la gente, a la que llamaba de la Hi Life, la misma que tenía una lectoría increíble, sobre todo en el segmento más pituco de la capital. Para escribir esta columna contaba con una cadena de informantes infiltrados en los clubes, boites y locales donde estaba la crema y nata de Lima. Guido también Incursionó en la televisión como productor y director.

Pero, sin duda que el medio que más entretenía a la gente era la radio. Y ahí estaba en todo su apogeo Augusto Ferrando el símbolo del limeño criollo, juerguero y cachaciento, gritando…

– ¡Faltan doscientos metros! Pamplona adelante…¡Negrito en segundo lugar!…Espíritu Valiente tercero, a solo un cuerpo de distancia…Van por la última curva, Periquito arremete por la derecha…avanza al segundo lugar, alcanza a Pamplona…¡Ultimos cincuenta metros! Periquito y Pamplona adelante…Tercero Negrito, cuarto Espíritu Valiente…Están llegando a la meta, Periquito y Pamplona en la punta…

¡Llegaron!

¡Periquito primero! …Señoras y señores. ¡Periquito Campeón!

Así de emocionantes eran las transmisiones que hacía Augusto Ferrando desde el hipódromo de Monterrico. Con la voz que se le ahogaba, encandilaba a los oyentes de su programa radial presentado por Publicidad Ferrando. Los oyentes gozaban hasta el paroxismo y seguramente nunca olvidarán aquella narración en que Santorín ganó en el gran premio Pellegrini, de Buenos Aires…

– ¡No te pares negrito lindo…Señoras y Señores Santorín en la punta!

En el fútbol, Ferrando era capaz de llegar hasta las lágrimas, como cuando la selección de Perú empataba con la poderosa oncena argentina, jugando nada menos que en la temible Bombonera por la clasificación parta el Mundial México 70. Se emocionó tanto que hasta se le salieron los gallos…

– ¡No nos ganan, por mi madrecita, no nos ganan!

En la televisión, sin duda, los sábados eran de Ferrando, el animador del pueblo, el rey de la chanza y el amo del cochineo. Yo trabajaba por entonces en Panamericana y puedo asegurarles que Ferrando era dueño absoluto de la sintonía, siempre haciendo de las suyas en el Estudio 5 con Tribilín, Carvajal, la gringa Inga, Violeta Ferreyros y el tecladista Otto de Rojas, que ponía la característica musical del programa y era también el encargado de acompañar a los concursantes. A propósito de Otto, en mayo del 2008, agobiado por la diabetes y una grave depresión se arrojó del piso 12 del edificio donde estaba ubicado su departamento en la sexta cuadra de la Av. Pardo de Miraflores, muriendo al instante.

Todos los co-animadores e invitados de Ferrando eran víctimas de sus bromas. Nunca les permitía extenderse en sus intervenciones, los cortaba dejándolos con la palabra en la boca, a excepción de Leonidas Carvajal, a quien sí le daba rienda suelta para que se despache a su regalado gusto con un discurso de palabras rebuscadas y siempre en rima.

–Y, como ganó periquito…yo, me quito.

– ¡Qué buena! Carvajal…Va pa’ la peña. Y, ahora, un comercial…y regreso.

En el hipódromo, presentaba a conocidos artistas como la inigualable Lucha Reyes y los humoristas Guillermo Rossini y el loco Ureta. Sabía jugar a la perfección con el oyente y a partir del 68 con el televidente. Ferrando era un animador que despertaba pasiones y odios. Su actuación siempre fue objeto de críticas. El día que el periodismo especializado lo arrinconó, pocos fueron sus defensores, entre ellos Jaime Bayly, el chato Barraza, Guisela Valcárcel y la compositora Chabuca Granda quien hasta le dedicó unas glosas. Y entre sus detractores más encarnizados estaban, además de un sector de la prensa de espectáculos, la doctora Martha Hildebrandt y la columnista de la revista Oiga Magaly Medina, quienes lo apabullaron al extremo de hacerlo renunciar.

Así era la Lima criolla de ayer. La de hoy tenemos que construirla nosotros. No le echemos la culpa de sus defectos y problemas solo a las autoridades porque somos nosotros las que las elegimos.

El problema de Lima no es su infraestructura o su clima, sino su gente. Y mientras no eduquemos mejor a las nuevas generaciones y no respetemos las leyes y las ordenanzas municipales, seguiremos con los mismos problemas. Lima cambiará en la medida que todos cambiemos.

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