Un ardiente verano

Después del incendio de Sinamos en Cusco, radio El Sur empezó a  levantarse de sus cenizas. El siniestro había comprometido seriamente sus instalaciones, pero el personal liderado por su propietario Gilberto Muñíz Caparó no se quedó de brazos cruzados ni se amilanó ante la adversidad y, como el ave fénix, empezó a levantarse.

Nadie imaginó que los cables de audio que iban de los estudios ubicados en Mesón de la Estrella y pasaban por la casa de Henry Aragón en la calle Arequipa podían lograr el milagro.

Henry, logró conectar esos cables a un amplificador que tenía en su dormitorio y utilizando un micrófono consiguió salir al aire apenas se restableció el fluido eléctrico.

Desde aquel 6 de diciembre de 1971 en que la emisora salió al aire por primera vez, sus espacios musicales y sus boletines noticiosos redactados por Erik Escalante, tenían una gran sintonía.

Sin embargo, Gilberto consideró que faltaba ese toque de opinión que encandilaba a la gente. Y es cuando me convoca para aportar con mi granito de arena.

Al frente de la gerencia de producción y programación estaba Teo Allaín, un muchacho salido de las canteras de la universidad de Lima quien ya había logrado notables triunfos en el campo de la fotografía, siguiendo los pasos de su abuelo Martín Chambi, presentando la bella colección “Cusco de Noche”.

Teo logró estampar en la radio su sello personal, un estilo sosegado, nada estridente, con una programación musical de calidad. Para esto tuvo que convertirse en un dictador de sus propias ideas y encerrarse día y noche en la sala de grabaciones, sin importarle el reloj, ni el hambre. Entregó su talento a la radio y su corazón a Jenny Zamalloa, el amor de su vida, con quien contrajo nupcias. Cuidaba celosamente de los contenidos, buscando las voces adecuadas y los discos instrumentales más hermosos. Solo así pudo hacer una programación que realmente daba gusto oír.

Gilberto, siempre tuvo buen ojo para contratar al personal de su empresa y, además, sabía valorar el trabajo de sus colaboradores, seguramente porque él también se inició como locutor en radio América de Lima. Por eso la firma de mi contrato no lo asustó.

Gilberto, tenía una excelente voz que identificaba a la radio. No obstante Teo lo trataba con la misma exigencia que a los demás locutores, reservándose para él las promociones, los comerciales y avances, expresados con pulcritud y cadencia. Y quien le grababa era Delio Paucarmayta, su operador adjunto, un muchachito que jamás perdía el buen humor.

En radio El Sur me sentí bien, al igual que en radio La Hora, porque disfruté trabajando al lado de un excelente equipo, hasta el día en que tomé la decisión de viajar a la Lima, por el asedio de la dictadura militar.

Al llegar a Lima, en el Jorge Chávez había un aire denso con olor a harina de pescado, Recuerdo que la  primera en bajar fue Marithza, mi esposa, con nuestra hija de apenas un mes de nacida en brazos. En cambio mi primogénito, de tres años bajó la escalinata dando saltos,  lleno de felicidad.

–Bienvenidos. Me da gustos verlos- Fueron las primeras palabras de Wilbert,Pizarro, entrañable amigo que nos fue a recibir. Él ya estaba en Lima luego de pasar una temporada en Cusco donde junto con Henry Aragón hicimos excelentes programas de radio y televisión.

Aquel cinco de febrero de 1975, Lima era un caos por una huelga policial ocurrida dos días antes. Los efectivos de la 21 y 41 Comandancia, ubicada en el populoso distrito de La Victoria habían decidió no salir a prestar servicio en protesta por los malos tratos, los bajos sueldos y la demora en sus pagos.

En la madrugada del 3 de febrero, el gobierno había ordenado el ingreso de la tropa para debelar el motín. Enterados de la medida, miles de manifestantes salieron a las calles para protestar y darles su apoyo. Y como la ciudad estaba desguarnecida, los vándalos hicieron de las suyas y el cinco de febrero empezaron a saquear los establecimientos comerciales. Apedreaban locales y vehículos y destruían todo lo que hallaban a su paso. Las primeras manifestaciones de protesta, más o menos pacíficas, que se habían iniciado en horas de la mañana, al medio día se convirtieron en un vandalismo generalizado, con atracos, actos de pillaje, incendios de edificios públicos, locales comerciales y empresas periodísticas.

Las turbas incendiaron el Centro Cívico, lugar donde se iba a realizar la Segunda Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo (ONUDI). Destruyeron también las instalaciones de los diarios Correo y Ojo.

Fue el verano más ardiente que recuerde la historia.

A través de un comunicado oficial se dio cuenta de la muerte de 86 personas y cientos de heridos, así como 1012 detenidos, mientras los funcionarios del gobierno acusaban por radio a la central de Inteligencia Americana-CIA, al Partido Aprista Peruano y a la oligarquía limeña, de utilizar a la policía en la asonada.

La primera reacción que tuvo el Gobierno fue destituir al director general de la Guardia Civil para reemplazarlo por el General Gastón Zapata de la Flor, al mismo tiempo que decretaba el estado de emergencia nacional y el toque de queda entre las once de la noche y las cinco de la mañana. No era pues el mejor momento para estarb en Lima.

.A los pocos días, Wilbert nos visitó para invitarnos a la boda de un ejecutivo de Pisopak donde él laboraba. Al principio no estuve muy animado porque la recepción era en Chaclacayo y el toque de queda todavía estaba vigente. Wilbert insistió, diciéndome que allí estaría el nuevo director de radio Unión y era una buena oportunidad para que me conociera.

– ¿Y qué hacemos con el toque de queda? Le pregunté.

–No te preocupes, la fiesta será de toque a toque – (Frase que se puso de moda para indicar que la reunión sería a puerta cerrada y hasta el día siguiente).costumbre que inspiró a Rully Rendo, nuestro amigo, para ponerle ell nombre de su LP “De toque a toque”.

–Ja ja ja. Espero que no terminemos bailando en un cuartel. Le advertí.

No era broma porque asistir a una reunión en estas circunstancias resultaba siendo muy riesgosa porque las patrullas militares tenían órdenes de disparar a cualquier noctámbulo que se resistía a acatar la medida por lo que la gente tuvo que cambiar su rutina. En realidad cambió todo, hasta los horarios de las misas, ya que estas no se podían celebrar antes de las siete de la mañana, ni más allá de las siete de la noche, por disposición del gobierno. Por esa razón los invitados a las bodas se la pasaban mirando más sus relojes. Lo único bueno de esta limitación fue que agilizó las interminables sesiones fotográficas con los novios. Y, lo malo, que ya no se podía tomar el champán con tranquilidad ni ponerse al día con los últimos chismes políticos, Por el toque de queda, los salones se vaciaban más rápido que las botellas de champán. No había tiempo ni para disfrutar de la torta, por eso empezó la costumbre de repartirla en una cajita para que los invitados se la lleven a sus casas.

En la boda a la que asistí con mi amigo Wilbert, en Chaclacayo, el director de Radio Unión se veía muy solicitado. lo tenían de un lado a otro. No era para menos porque era primo del Ministro de Energía y Minas, un General de peso en el Gobierno Militar.

La verdad que Fernando Gonzáles del Campo no necesitaba de esa vinculación para hacerse notar porque gozaba de gran simpatía. Se había retirado del ejército con el grado de Capitán pero tenía muy buenas relaciones castrenses. Sus ex compañeros de promoción ya eran Generales y la mayoría ocupaba altos puestos en el Gobierno. Tampoco necesitaba de adulones para disfrutar de la vida, porque tenía una buena posición económica y el suficiente tiempo para gastar sus ahorros y su pensión. En el club de playa Waykiki, donde era socio, lo consideraban como un play boy. Sus amigos lo conocían como Pichón por su apariencia siempre joven y sus costumbres de soltero. Tampoco necesitaba trabajar. Pero, para que no se aburra sin hacer nada, su primo le había puesto en la disyuntiva de escoger entre un alto cargo en el banco de La Nación y la dirección de radio Unión. Optó por la segunda opción.

En la fiesta, mi reunión con él fue fugaz, pero suficiente como para que el novio y mi amigo Wilbert se encargaran de hacerme una presentación rimbombante, Yo me moría de vergüenza por los elogios, pensando que en lugar de favorecerme me iban a perjudicar. Sin embargo el director los escuchó con especial atención…

–Aún no tengo tarjetas, pero las oficinas de la radio no son difíciles de ubicar, están en la cuarta cuadra de la Av. Abancay, Allí te espero el lunes – Me dijo.

Le tomé la palabra y el lunes me presenté con la puntualidad de un inglés. Luego de la prueba en la máquina de escribir y en el micrófono, me aceptaron, porque tanto Enrique de la Piniela, jefe de programación y el asesor del director, Ricardo Belmont, opinaron a mi favor.

Desde aquel momento me dediqué al montaje del informativo, grabando las cuñas de la presentación que Ricardo Belmont había sugerido: El Diario del Aire”. Por eso cuando Ricardo se retiró como asesor de la radio, el nombre del noticiero también se fue con él, por lo que tuvimos que hacerle una variación y rebautizarla como “El Diario de Unión”.

Jamás olvido la primera noticia que me tocó redactar aquel 18 de febrero de 1975, día en que empecé a trabajar, fue sobre el encendido discurso que Velasco pronunció desde el Salón Dorado de palacio de Gobierno, donde acusó al APRA y a la ultra izquierda por los desórdenes del 3 de febrero,

–Detrás de ellos están, sin duda alguna, la mano de los viejos grupos, de privilegio y de poder, nacional y extranjero, que nuestra revolución arrojó del control del Perú. Y muy probablemente está también la inspiración y el dinero de un conocido organismos de espionaje internacional (en alusión a la CIA) – Dijo el mandatario.

Un mes después, el estado asumió el control directo de todos los servicios telegráficos y de télex internacional, que hasta ese momento se hallaban en poder de las empresas West Coast of American Telegraph y la All América Cables and Radio Inc (ITT), y fueron transferidas a la Empresa Nacional de Comunicaciones y a la Dirección de Correos y Telégrafos.

Y mientras más empresas se confiscaban, más subían los precios de los medicamentos, los alimentos, los servicios públicos y hasta los textos escolares. El déficit fiscal subió de 1.7% al 12.3%. Las planillas del estado se incrementaron en 83% y la inflación pasó de 6% al 74%. La escasez de llantas se convirtió en un gran negocio para los reencauchadores, entre ellos los Fujimori. Ante la falta de sencillo se daba vuelto con caramelos. No había carne de vacuno ni de pollo y los comerciantes eran acusados de especuladores y acaparadores. 45 carniceros fueron detenidos acusados por ese delito. Hasta el papel higiénico desapareció del mercado.

La industria de la construcción colapsó, el déficit habitacional se agudizó por lo que el gobierno tuvo que verse obligado a prorrogar los alquileres y prohibir los juicios de desahucio. Con estas medidas, los dueños de casas y departamentos preferían tenerlos vacíos.

Los días pasaban y una andanada de bolas invadía Lima. Se rumoreaba que el chino había sufrido un atentado en el zanjón, que lo habían abaleado desde uno de los puentes, siendo internado de emergencia en el hospital militar. Las bolas eran tan grandes que el gobierno se vio obligado a emitir un comunicado aclarando que en la madrugada del 23 de febrero de aquel ardiente verano de 1973, Velasco había sido internado en el Hospital Militar para ser sometido a una operación de urgencia por la ruptura de un aneurisma de la aorta abdominal.

A través de una filtración de las mismas fuentes castrenses se supo que los altos mandos militares habían solicitado al hospital John Hopkins de Baltimore (USA) el envío de dos médicos. Efectivamente, el primero en llegar fue el Dr. Geney Harvey quien, apenas arribó al aeropuerto, fue llevado escoltado al hospital Militar. Al día siguiente lo hizo su colega el Dr. Jean Hardy. Nadie podía creer que un gobierno que despotricaba contra los EEUU, pudo haberle solicitado su ayuda.

Fidel castro, amigo personal de Velasco, enterado de su situación crítica, de inmediato envió un avión-ambulancia con equipos de última generación y 14 profesionales entre médicos y enfermeras, presididos por el Dr. Jorge McCoook Martínez , Presidente del Instituto de Angiología de Cuba. Igualmente, el Presidente de la Argentina, Teniente Gral. Alejandro Agustín Lanusse, no dudó en enviar una delegación médica, integrada por los mejores especialistas que tenía su país.

Las horas pasaban y, como consecuencia de una complicación por la oclusión de su arteria femoral derecha, se agravó la salud del General Velasco. Para salvarle la vida los médicos recomendaron la amputación de su pierna.

Y así se hizo. No obstante que su recuperación fue rápida, las tensiones políticas se agudizaban.

Por la censura impuesta, frente a mi máquina de escribir no sabía cómo diablos redactar las noticias, tenía que aguzar el ingenio para no meter la pata pero también para no dejar de informar.

En medio de este pandemonio, el diario Ultima Hora publicó una nota, en el sentido que el chino se recuperaba paseando en un yate frente a la soleada Paracas y estaba tan bien que hasta había comido tacu tacu. Al leer la infeliz crónica, Velasco se puso como un pichín y salió a declarar a la prensa, aprovechando un consejo de Ministros que se llevó a cabo el 11 de abril en el mismo balneario.

–Hay infiltrados que aparentan ser amigos y son los más feroces enemigos – Dijo, sin ocultar su mortificación.

El jalón de orejas fue para el director de Ultima Hora Ismael Frías, quien por ser más papista que el Papa y querer pasarle la mano al chino, patinó. Su último pecado fue haber permitido que salga un artículo en el mismo diario, firmado por Abraham Lama, que tampoco fue del agrado del presidente.

–Yo no permito que nadie se mofe de mí – Gritó.

A las pocas horas, no solo hubo cambios en Ultima Hora, sino que Lama fue detenido por miembros de seguridad del Estado.

Aquellos que pensaron que el chino, por estar disminuido físicamente, iba a morigerar su política, se equivocaron. A los pocos días dispuso que entre en vigencia el nuevo reglamento para la programación radial dictada por la Dirección General de Difusión, encargando a la OCI para velar por su cumplimiento.

En virtud de este dispositivo, el 17.5 % de la programación debía incluir obligatoriamente música folclórica. 7.5% música criolla, de autores peruanos. Además, todas las radios debían transmitir una hora diaria de música clásica y debían contar con un mínimo de dos horas semanales de programas de auditorio. El 35% de los contenidos radiales tenían que ser hablados. Allí no quedó la cosa, todos los programas debían contar con libretos.

Como la mayoría de las radios no contaba con la infraestructura para cumplir con la medida, las oficinas de las secretarias y hasta los corredores de los edificios fueron acondicionados para convertirlos en auditorios. Los libretos de los programas tenían que remitirse a la OCI, para su revisión.

Radio Unión cumplía con el 35% de espacios hablados porque, además del Diario de Unión, salían al aire los microinformáticos y Pregón Deportivo.

La disposición de contar con un programa de auditorio también se cumplía a cabalidad con la presencia en el auditorio de la cantante criolla Lucha Reyes auspiciada por la Backus, embotelladora de la cerveza Cristal.

Lucila Justina Sancines Reyes, nacida el 13 de junio de 1936, la morena de oro, actuaba acompañada por un elenco dirigido por el maestro Miguelito Cañas.

Lucha, era una mujer con una personalidad fuerte y a la vez con un corazón tierno. Provenía de una familia humilde, con múltiples carencias. Su contacto con la calle y el callejón, la obligaron a manejar un lenguaje duro, de jergas y lisuras. Para ella un carajo era la interjección más suave del vasto vocabulario que usaba en sus conversaciones. Desde muy jovencita se ganaba la vida lavando ropa y trabajando de vendedora ambulante. Su carácter era comprensible porque solo así pudo hacerse respetar en una vecindad acechada por el pandillaje.

En los rincones grises de esa otra Lima que muy pocos conocen, la chiquilla Lucha, logró educar la voz más hermosa y tierna que recuerde el criollismo. Sus jaranas eran interminables, así como sus penas. Se divertía mucho y ganaba poco. A pesar de sus excelentes presentaciones en la Peña Ferrando, sus ingresos no le alcanzaban ni para el té, como decía entre apenada y resentida. No le dejaban descansar por causa de “esos malditos contratos” que firmaba por necesidad y por salir adelante a como dé lugar, sin importarle la plata, ni su salud, porque ni bien terminaba de actuar en algún cine de barrio, se iba a provincias donde se presentaba la peña, y dormía generalmente en el asiento del bus que transportaba a todo el elenco artístico.

Pocos conocían de sus sufrimientos, de su miseria y sobre todo de su quebrantada salud. Padecía de tuberculosis. Le hacían creer que si los revelaba sería el fin de su carrera artística. En esas condiciones, haber logrado un contrato con la Cristal, fue como sacarse el premio gordo de la lotería de Lima y Callao, aunque la mayor parte de sus ingresos se iban en el pago a su elenco y en el alquiler del espacio.

– ¿Y este mamoncito de donde ha salido? – Preguntó, mirándome de pies a cabeza.

–Es el nuevo jale de la radio. Está a cargo del departamento de prensa y la locución del informativo – Le respondió Enrique de la Piniela, el jefe de programación, sin dejar de mirar a Lina Agurto, la locutora de los espacios musicales, de quien estaba perdidamente enamorado. Y más atrás, parado en la puerta de la sala de grabaciones, César Zúñiga, el responsable de los estudios de grabación, escuchaba atento.

–Lucha, me alegra conocerte porque eres toda una estrella del criollismo.

–¡Uyuyuy carajo! me lo voy a creer. Yo también te escuché hijito, tienes buena voz. Ojalá me des una mano, porque ese coleguita que hace la presentación de mi programa es un huevón. Se cree la última chupada de la pepa del mango. Si dependiera de mí hace tiempo que lo mandaba a la mierda.

Y se fue cantando…Quisiera ser como la abeja…que vuele sin que nadie la detenga…

Apenas concluía el espacio de Lucha, ingresábamos a la cabina Carlos Alberto Sosa, Emerson Vela y yo, para la segunda emisión del Diario de Unión.

 En ese tiempo, por las mañanas, Juan Ramírez Lazo conducía por radio Victoria el noticiero de mayor audiencia. Prácticamente era el dueño absoluto de la sintonía. Su espacio “Nos Preocupa” tenía tanto peso político que hasta los Ministros temblaban de miedo cada vez que se emitía. Y mucho más cuando leía el editorial redactado por Manuel Avendaño, un periodista de pluma picante, con el nombre de «La Página Central».

Sin embargo, no todos los oyentes estaban de acuerdo con la línea periodística de este noticiero porque tenía un tufillo de gobiernista. Por eso gran parte de los oyentes se trasladaron a Radio Unión. Las secuencias ¿Qué Pasa?, La Nota Humana y Los rapititulares, eran las secciones que más sintonía tenían y al mismo tiempo las que mayor malestar provocaban en el gobierno.

Para redactar estas notas tenía que levantarme muy temprano, antes de las cinco de la mañana, porque el informativo empezaba a las seis y treinta. Apenas el operador lanzaba la identificación: “Unión…La Radio” grabada con mi voz, todo el país paraba las orejas porque sabía que venía el informativo más completo y de mayor credibilidad. Carlos Alberto, Emerson y yo, éramos los locutores.

Empezábamos con los rapititulares y luego leíamos las principales noticias., Otra novedad fue la utilización del teléfono para la emisión de las noticias de último minuto y la participación de una red de corresponsales distribuidos a lo largo y ancho del territorio nacional.

Fue cuando el noticiero alcanzó una sintonía envidiable. Pero el hecho de convertirnos en el medio de mayor sintonía molestaba al gobierno. Seguramente si nos hubiéramos quedado en la mediocridad nadie se hubiera fijado en nosotros. Las cosas se complicaron cuando me empezaron a entregar notas que de todas maneras se debían incluir en el informativo. No sabía quiénes las escribían, llegaban así porque sí, con la indicación verbal de que eran “órdenes de arriba” Sin duda, los tentáculos del gobierno habían llegado a la radio. De hecho, sentí que oscuros intereses estaban metiendo las narices en mis oficinas de redacción. Y cuando reclamaba nadie sabía nada.

En medio de este desmadre, César Zúñiga, el jefe del departamento de grabaciones, me pidió hacer la locución de unos avisos para un nuevo patrocinador que ingresaba al informativo.

En ese momento, ingresó a la cabina el sacerdote del templo de San Pedro que tenía un programa. Al verme pensativo me dio una palmada en el hombro y me preguntó.

– ¿Tienes algún problema hijo?

– Y quién no tiene problemas, padre.

El sacerdote, entrenado para sacar los secretos más ocultos en el confesionario, no tuvo ningún problema de jalarme la lengua. Luego de escucharme se despidió. Pero, antes de irse me regaló una estampa de la virgen de Desatanudos.

A los pocos días se presentó en mi oficina.

–Tengo el encargo de decirte que Monseñor Landázuri, desea hablar contigo. Te espera mañana a las cinco en el Arzobispado.

–Qué bien, Seguramente quiere una entrevista con motivo de la Semana Santa. No es mala la idea.

–No sé hijo. Solo quiere que vayas. No olvides, a las cinco de la tarde. Y por favor no se lo comentes a nadie.

Su recomendación me hizo pensar en mil cosas. Fue cuando recién me enteré que el arzobispado era propietario de la radio. Y que el Cardenal había llegado a un acuerdo con el gobierno para que no le confisquen la radio.

Landázuri, era un hombre muy inteligente y seguramente el más enterado del país porque tenía la más completa red de informantes, constituida por sacerdotes de todas las arquidiócesis, religiosas de todas las congregaciones, cursillistas de todas las parroquias, feligreses de todas las iglesias y padres de familia de los colegios religiosos.

Nada se le escapaba. Sabía de todo lo que ocurría en el país, especialmente del clima de descontento que se vivía por los excesos que se cometían contra los opositores del régimen, de las desapariciones de personas, los juegos turbios de funcionarios y hasta de las intrigas en los cuarteles.

El Chino Velasco le tenía mucho respeto y hasta, pienso, un poco de temor. Por eso cada vez que viajaba al Vaticano, llamado por el Papa Paulo VI, había preocupación en Palacio porque los militares sabían del grado de religiosidad del pueblo peruano. Todo se le podía quitar al pueblo, sus tierras, sus dólares, sus empresas, pero no sus convicciones religiosas.

Y como la conferencia Episcopal ya había hecho conocer su preocupación por la confiscación de la prensa, había cierto escozor en las esferas del gobierno.

El día de la cita, llegué veinte minutos antes y tuve que darme unas vueltas por los alrededores para entrar al arzobispado a la hora exacta. Un sacerdote que se hallaba en la antesala, al advertir mi presencia, me hizo pasar directamente a las oficinas del Cardenal. Al verlo, me sorprendí por su estatura. Era tal como lo describía Sofocleto: Alto, distinguido, elegante y de nariz respingada. El apodo de “Grandázuri” le caía de perilla.

Lo que no sabía era si besarle el anillo, como se estilaba, o simplemente darle la mano, hasta que me acordé que mi abuela, siempre decía que a los obispos se les besaba el anillo. Pero ya era tarde. El arzobispo no me dio tiempo para cumplir con aquella regla porque, con una palmada en mi hombro, me invitó a tomar asiento.

–Cómo estás hijo ¿Deseas servirte algo? No es necesario que uses la grabadora. Te hice llamar para hablar sobre tu trabajo.

La conversación duró más de una hora. Al final, salí realmente reconfortado, porque sentí que no estaba solo, que mi trabajo estaba yendo por el camino correcto y que debía seguir adelante

En mi pequeña oficina de prensa, ubicada a un costado del auditorio, en un ambiente no muy cómodo, sin adecuada ventilación, iluminada por un fluorescente que encendía cuando podía y donde disponía de una máquina de escribir que funcionaba como la carabina de Ambrosio, se hacía el informativo más sintonizado del país.

 Hasta esta oficina llegaban las noticias, los envíos de provincias, datos de informantes y hasta los chismes políticos, que por supuesto no se podían publicar.

Y cada día que pasaba, las noticias eran más candentes y las bolas políticas más grandes que la catedral. Las manifestaciones estaban prohibidas. Los únicos mítines que la prefectura autorizaba eran de los grupos que apoyaban a la revolución. Los periodistas de la prensa confiscada, como autómatas, se veían obligados a cubrir estas reuniones por no quedarse haciendo crucigramas en las oficinas de redacción. Algunos ya se sentían incómodos porque no podían ir contra sus principios escribiendo solo lo que le parecía al gobierno y renunciaron.

Y claro, los lectores poco a poco fueron perdiendo interés.al extremo que la gente ya no se arremolinaba delante de los quioscos como antes para leer los diarios porque las noticias eran las mismas. Y hasta las fotos y los titulares coincidían . Eso mismo ocurría con las radios intervenidas, daba la impresión que todas entraban en cadena a la hora de los informativos porque transmitían las mismas noticias, hacían los mismos comentarios y entrevistaban a los mismos invitados que recorrían por todas las estaciones con los mismos argumentos en defensa de las acciones de gobierno. Lo único que las diferenciaban eran las voces de sus locutores. Esto determinó que el informativo de radio Unión, con la relativa independencia que tenía, lograra captar el interés de los oyentes.

Entretanto, se acentuaba el desgaste del gobierno. Había malestar en la población. Los simpatizantes del gobierno que acudían a los mítines con la esperanza de oír anuncios que los entusiasmen, comenzaron a decepcionarse porque todo era un estribillo de lo mismo.

Empezaron a escasear los alimentos y campeaba la especulación. Se hacía cola para todo. El acaparamiento de los productos de primera necesidad era un dolor de cabeza para las amas de casa. Ante la escasez de gasolina el gobierno se vio en la necesidad de restringir la circulación de vehículos estableciéndose el uso de calcomanías. Se prohibió la tenencia de dólares, obligando a los jóvenes que estudiaban en el extranjero a pasar las de Caín.

Ya se veía venir una convulsión social o algo parecido.

El 1 de diciembre del 74, cuando faltaban apenas 10 minutos para las doce de la noche, el Ministro de Guerra, General de División Edgardo Mercado Jarrín, el Ministro de Pesquería, General de División Javier Tantalean Vanini y el General de Brigada Guillermo Arbulú Galliani fueron objeto de un atentado criminal cuando retornaban a sus hogares en un carro conducido por Gilberto Neumann Terán. El hecho ocurrió en plena avenida Javier Prado, a la altura del centro comercial Galax. Los disparos fueron hechos desde el interior de un auto marca Toyota, que se dio a la fuga.

Como consecuencia del atentado salieron heridos el Ministro de pesquería, por el impacto de una bala en el codo de su brazo derecho, y el general Arbulú por una esquirla en la sien izquierda.. Ambos fueron internados en el Hospital Militar.

En la madrugada del 3 de enero del 75, una bomba de fabricación casera estalló en la residencia del recién nombrado ministro de Marina, vicealmirante Guillermo Faura Gaig, destruyendo toda la fachada. También volaron en pedazos las lunas de las casas vecinas de la cuadra 15 de la avenida Pezet, en San Isidro. Sin embargo, el atentado no evitó que Faura juramentara en Palacio de Gobierno.

Haciéndose de la vista gorda, el Gobierno siguió en el camino de las confiscaciones y expropiaciones. Llegó al extremo de prohibir la difusión del rock en inglés en todas las radioemisoras del país. Se adoptó el quechua como idioma oficial. Daba risa cuando los canales de televisión saludaban en quechua a sus televidentes. En el colmo de la huachafería, América Televisión, en manos de Telecentro, la empresa estatal que tenía también bajo su control Panamericana TV, cambio su identificación para llamarse “Tawa canal”.

Cada día los ideólogos de la revolución todo lo querían regimentar, hasta el uso de la guayabera en el verano, para lo cual se sacó una norma expresa. Mientras tanto, los diarios perdían credibilidad y lo único que se podía leer era Caretas, hasta que el 13 de junio del 74 fue clausurada por órdenes del ministerio del Interior y, su director Enrique Zileri Gibson, expatriado.

Luego de una tenaz lucha, la codirectora de la publicación Doris Gibson logra que la medida quede sin efecto.

La segunda vez que Zileri fue deportado fue por haber colocado la foto del General Armando Artola Azcárate en primera plana con el titular “¡Mamita…Artola!” expresión que revelaba una vinculación familiar nada santa con un conocido burdel limeño. Cuatro miembros de la PIP se presentaron en el domicilio del periodista y lo sacaron a empellones.

En los cuarteles la procesión iba por dentro. El malestar en las fuerzas Armadas avanzaba soterradamente, pero ningún oficial se atrevía siquiera a deslizar la idea de relevar al Chino. Al contrario, a raíz de su enfermedad los medios confiscados lo habían convertido en un líder revolucionario insustituible. Los servicios de inteligencia redoblaron su vigilancia a los altos jefes militares para evitar que alguno de ellos, que ya comenzaba a fruncir el ceño, se les escape de las manos. Claro, los dictadores siempre le temieron más a las asonadas castrenses que a las revueltas callejeras.

Lo que no podían evitar los revolucionarios era la renovación de los cuadros militares por límite de edad. Aunque, la verdad es que a los asesores del chino no les faltaba ganas de mandar al tacho el reglamento. No lo hicieron porque sabían que esto podía generar un total rechazo.

En ese inevitable proceso de renovación, el general Francisco Morales Bermúdez asume el cargo de Presidente del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. En tanto, los diarios confiscados seguían ensalzando la figura de Velasco.

A través de los corresponsales que trabajaban para radio Unión, muchos de los cuales yo los seleccioné, recibieron la indicación de seguir los pasos de Morales Bermúdez porque había recibido una información en el sentido que el nuevo presidente del Comando Conjunto tenía ideas distintas a las del líder de la revolución.

En el primer semestre del 75, en la capital se vivía una gran incertidumbre política y una amenaza callejera por el descontento de las masas. Y en medio de ese borrascoso panorama, Mery, la secretaria administrativa de la radio que se caracterizaba por mantener siempre un carácter alegre, por más que sus penas le carcomían el alma, disfrutaba con las ocurrencias de Carlos Alberto Sosa en su oficina, y me llamó…

–Teléfono, es el corresponsal de Arequipa. ¿Pasa algo? Cuéntame, estoy segura que sabes algo.

–No Mery, nada.

–Dios mío, a ti no se te puede sacar nada. Ya me enteraré por otro lado.

–Aló campeón, ¿Qué pasa al pie del Misti? – Le pregunté.

–El Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas se encuentra de visita.

– ¿Hay algo especial? ¿Dio alguna declaración?

–No, no, nada. Pero…

– ¿Sabes algo?

–No, no, nada.

– ¿Que hace el General Morales allá, cuando las papas queman en Lima?

–Asistirá a la ceremonia de instalación del Comité de Desarrollo Regional de Arequipa (CORDEA) que preside el Gral. Luis La Vera Velarde

–Eso me parece muy raro. Debe haber algo más. Bueno, no olvides de enviarnos tofees de La Ibérica.

– Sería mejor que te des un salto por aquí para invitarte un chupe de camarones y un cuy chactado.

–Abusivo. Y me lo dices justo a la hora del almuerzo.

Al día siguiente, nuevamente llamó el corresponsal para dar a conocer que además del General Morales, integraban la delegación otros altos mandos militares, entre ellos el General José Villalobos Vigil, a quien lo conocí cuando se desempeñaba como Jefe de la Cuarta Región Militar, con sede en Cusco.

El General Villalobos se había convertido en brazo derecho del nuevo Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. Lo que me llamó la atención fue que la oficina Central de Informaciones en sus boletines no daba cuenta de la presencia de los otros oficiales en la gira. Tampoco se decía que iban hasta Tacna. Al parecer no se quería levantar esta noticia porque cada vez más se hablaba de un posible relevo del Chino como consecuencia de su estado de salud, por más que la televisión cautiva se esmeraba en presentarlo lleno de vitalidad, sentado en el despacho presidencial, delante del gigantesco cuadro de Túpac Amaru. Hasta que llegó la hora de la verdad. Los altos mandos castrenses reunidos en el Cuartel General de la región militar de Tacna en estricta reserva pusieron sobre el tapete el tema de la salida de Velasco. Esto corroboraba las sospechas que la gira al sur no fue solo de rutina sino con otros propósitos. Según me enteré, en la reunión hubo dudas, marchas y contramarchas y fue el general Artemio García quien cuadró a Morales instándolo a asumir su responsabilidad institucional, asegurándole que tenía el apoyo de todo su comando.

Esa noche, se discutió todos los detalles del golpe con una precisión matemática, incluso en el mensaje a Pinochet para que no piense que ese alzamiento era contra Chile. En Lima, sin sospechar nada, Velasco inauguraba la conferencia de Cancilleres de los Países no Alineados en el Centro de Convenciones del Hotel Crillón, con la asistencia de los titulares de trece países.

Al día siguiente, el 28 de agosto, Tacna celebraba el 46 Aniversario de su reincorporación al suelo patrio. En el gran desfile de la bandera, Morales Bermúdez y su estado mayor marcharon en medio de vítores y una lluvia de confetis.

Luego de esta magnífica fiesta cívica, todos los militares, reunidos en el cuartel general, se sentían reconfortados y con el civismo al tope.

La euforia llegó a su clímax después de los primeros brindis. Los aplausos y gritos se sucedían mientras los tragos iban y venían, elevando aún más el ego militar. En ese momento se anunció a los asistentes de confianza la decisión que habían tomado los altos mandos castrenses. Los vítores se prolongaron como una muestra de total adhesión.

Se había pensado en todo los detalles, menos en el medio de comunicación por dónde transmitir el manifiesto, porque todos, absolutamente todos, radio, televisión y prensa, estaban bajo el control absoluto de la oficina Central de Informaciones y de la secretaría de prensa de la Presidencia de la República y quien mandaba ahí era nada menos que el todopoderoso Augusto Zimmerman, el zar de las comunicaciones quien, con solo batir en el aire su dedo índice, podía evitar que se difunda el documento.

–No habíamos pensado en eso. Es verdad, todo está controlado. El flaco tiene metida a su gente en todos los medios.

–Menos en uno – Dijo el General Villalobos – ¡Radio Unión! Conozco al responsable del informativo, desde Cusco.

En ese tiempo yo no tenía teléfono en mi departamento ubicado en la calle Apukontiki de Monterrico, hoy La Encalada. Y la única forma de comunicarse conmigo era a través del teléfono de la radio. Pero, como ellos sabían que esta línea estaba intervenida, optaron por llamar al teléfono de mi tío Jorge Infantas que vivía también en Monterrico, quien me buscó de inmediato para comunicarme que habían llamado de Tacna y que espere una llamada urgente, en una hora. Y así fue.

–Le habla el Gral. Villalobos. Espero que haya olvidado lo que pasó en la conferencia de prensa de Cusco, reconozco que fue un exceso. Nunca hubo intención de hacerle daño. El motivo de mi llamada es para comunicarle que le tenemos una primicia que quisiéramos que se transmita en el informativo. Para esto le pido guardar absoluta reserva.

– ¿Podría decirme de qué se trata?

–Es una medida de interés nacional.

– ¿Se convocará a elecciones? ¿Se devolverán los diarios a sus dueños?

–No quiero adelantarle nada, pero estoy seguro que será algo tan importante como la solución a estos temas que le preocupan.

–General ¿La primicia la tendremos solo nosotros?

–Le aseguro que así será. Le pido una vez más mantener nuestra conversación en reserva. Hasta pronto.

Al día siguiente, como siempre salí de mi casa a las cinco de la mañana, conduciendo mi vieja Opel Caravan. Fue cuando mis pensamientos se centraron en la llamada del General Villalobos.

–Ojala sea algo interesante que rompa la rutina de esta aburrida semana – Pensé.

La Opel echaba humo por la aceleración que le imprimía en el zanjón. Al llegar a la avenida Abancay, la estacioné al costado de la biblioteca Nacional. Ahí también aparcaba su auto Carlos Alberto Sosa.

Apenas llegué a mi oficina hice correr la máquina de escribir para ganarle tiempo al tiempo. A las 6.30 Emerson y Carlos Alberto, ya estaban en la cabina esperando el material. El reloj seguía corriendo, el operador terminaba con la tanda de comerciales y acomodaba los cartuchos con las características de la presentación del informativo. Faltando escasos segundos para el inicio del noticiero, ingresé a la cabina portando una ruma de papeles y el guion. Apenas me vio el operador, automáticamente puso la identificación de la radio y, con una precisión milimétrica, empalmó la presentación. Casi al vuelo, como si fueran naipes, empecé a entregarles el material a mis compañeros de micrófono.

Nos entendíamos a la perfección. Seguramente por eso se pudo hacer el informativo más dinámico, más entretenido y de gran sintonía a nivel nacional. No permitíamos las “mermeladas” (Notas de favor) ni las noticias atentatorias de la moral y las buenas costumbres porque todos éramos conscientes de nuestra misión. En “El diario de Unión” se trabajaba con una firme vocación de servicio y responsabilidad.

Entre las siete y las ocho y 30 de la mañana la sintonía se elevaba hasta la estratosfera porque en ese horario se concentraba lo mejor del material informativo y se transmitía la hora oficial dada por la Marina de Guerra del Perú, “con la aproximación de un milésimo de segundo”, dato muy importante para ajustar los relojes.

De pronto sonó el teléfono y el operador del control maestro, comenzó a hacerme señas para que responda la llamada. Por coincidencia, me tocaba leer la sección “¿Qué Pasa?”, la más sintonizada del informativo, y tuve que hacerle una seña para que me espere. Pero este no aguantó más y se acercó a la cabina para decirme al oído:

–Es el corresponsal de Tacna, dice que ya sabes que la llamada es ¡recontra urgente!

Ante semejante afirmación no me quedó otra cosa que salir volando.

–Aló.

–Soy el corresponsal de Tacna, el General Villalobos quiere hablar contigo…

–Espera. Regreso al micrófono y te doy el pase para que tú lo presentes.

–No, mejor hazlo tú.

–Bueno. Está bien, alcánzale el fono.

En la cabina, mis compañeros estaban sorprendidos por todo el jaleo que armaba. Para estusiasmarlos, bajando la voz les dije…

–Parece que tenemos una bomba ¡Una primicia más grande que la catedral!

Y sin darme tiempo a darles mayores explicaciones el operador abrió el micrófono y me dio la indicación para hablar…

–Señoras y señores, ahora, nos trasladamos a la ciudad de Tacna donde se encuentra el General José Villalobos Vigil, Secretario General del Primer Ministro y Ministro de Guerra para dar lectura a un manifiesto a la nación…

“Buenos días. Manifiesto al País de los Comandantes Generales de las Regiones Militares:

Compatriotas…Los peruanos que deseamos una Patria Libre en la que se realicen tanto los individuos como personas, así como la sociedad peruana en pleno, nos pronunciamos revolucionariamente para eliminar los personalismos y las desviaciones que nuestro proceso viene sufriendo por quines se equivocaron y no valoraron el exacto sentir revolucionario de todos los peruanos. Confiamos en que la dirección que el señor General de División EP Don Francisco Morales Bermúdez Cerrutti, imprima al nuevo Gobierno Peruano concretice las justas aspiraciones del Pueblo, la Fuerza Armada y Fuerza policiales del Perú.

Tacna, 29 de agosto de 1975.

Firmado: Comandantes Generales de la Primera, Segunda, Tercera, Cuarta y Quinta Regiones Militares, con la adhesión de los otros Institutos de la Fuerza Armada y Fuerzas Policiales”.

Mientras el General Villalobos leía el Manifiesto, en la cabina, todos enmudecieron. Carlos Alberto y Emerson me miraban desconcertados sin saber qué hacer. Los empleados que llegaban en ese momento se arremolinaron alrededor del viejo receptor que servía de monitor, mientras el teléfono comenzó a sonar insistentemente. El operador ya no quería responder, prefirió pasarle el fono a la secretaria Dorita Araoz. Y como si el fono quemara se lo pasó a su compañera Mery. Y luego de hablar se puso más pálida que una cera, como si hubiera oído al demonio y gritó…

– ¡Dios mío! El presidente del directorio está que echa fuego. Dice que paren todo, ¡Es una orden! ¿No entienden? ¡Paren!

Como nunca, hasta el Ing. Adolfo Tellería, encargado del mantenimiento técnico de los equipos, quien trataba de comunicarse con el Sr. Aráoz, encargado de vigilar los equipos de la planta de Lurín, al verme me dijo:

–Te jodiste amiguito, llamó el director de la radio. Ha ordenado que pares todo. Dice que esto es sumamente grave y que lo esperes porque quiere hablar contigo.

Solo Carlos Alberto y Emerson se quedaron frente al micrófono para seguir leyendo algunas noticias menos trascendentes. El alboroto más grande estaba en Palacio de Gobierno. Allí, nadie podía creer lo que estaba sucediendo en Tacna. Augusto Zimmerman,  desde su casa, empezó a llamar a cuanto funcionario pudo. Los conductores de vehículos que en ese momento escuchaban la radio en el zanjón  igualmente estaban perplejos. Todos estaban en la sintonía de radio Unión esperando nuevas noticias. Entretanto, la tensión subía al máximo en las instalaciones de la radio. En ese momento ingresó uno de los jefes administrativos, muy cercano a la gerencia, se le notaba totalmente desencajado y con la palidez de un difunto, y clamó;.

–Dicen que el Chino no saldrá de Palacio, porque tiene el apoyo de la tropa y del pueblo. ¿No habrás metido la pata? – Me preguntó.

–Este es un hecho que no podemos ocultar. Yo solo cumplí con la misión de informar.

–Tú no sabes con quienes te estás metiendo. Los hombres fieles a Velasco son capaces de todo.

Había una gran incertidumbre. Unos decían que eso era un golpe de estado, otros dudaban que tan fácilmente haya caído el Chino. Ante la lluvia de llamadas, redacté una pequeña nota dando cuenta de manera objetiva del manifiesto relevando al presidente y un titular para el cierre de las noticias, confirmando la primicia lanzada desde Tacna.

Los minutos pasaban. A las 8 y 30 de la mañana, antes que llegaran los agentes del gobierno, se transmitió el último rapititular, donde se repetía la primicia. Cuando los agentes ingresaron a la radio, ya había terminado el informativo y, yo, alertado por una llamada telefónica, me dirigí a la calle por las escaleras de emergencia. Desde allí observé mi carro estacionado al costado de la biblioteca Nacional rodeado por tres personas vestidas de terno oscuro y corbatas rojas. Era muy fácil darse cuenta que no eran ambulantes, ni emolienteros, sino agentes de seguridad del estado.

Por la calle lateral del edificio había una entrada al convento de las monjas, propietarias del edificio donde funcionaba la radio. Las conocía porque siempre iban a las oficinas para dejar los recibos de alquiler y, de paso, nos pedían la difusión de alguna nota.

–La Madre Inés no está. Ah, es usted, pase, pase por favor, la Superiora no está, pero sí la Madre María.

Antes de las once de la mañana la cosa estaba más clara, los medios controlados por el Gobierno comenzaron a difundir los comunicados oficiales de los Ministerios de Marina, Aviación y de la segunda Región Militar. Este último era muy importante porque era la institución clave para la toma de palacio, en cuya jefatura se hallaba nada menos que el General Leonidas Rodríguez Figueroa, considerado como el militar de izquierda más leal a Velasco.

En el comunicado de los tres ministerios se daba a conocer “el decidido apoyo al General Morales Bermúdez, para que asuma la Jefatura del Gobierno”.

No había nada qué hacer, el golpe se había consumado.

Rodríguez Figueroa, divulgó un segundo comunicado poniendo en conocimiento de la ciudadanía “que las actividades del país se desenvolvían normalmente y el abastecimiento de artículos de primera necesidad estaba garantizado”.

De esta manera, nada pudo evitar la salida de Velasco de palacio, ni siquiera los llamados que hizo el SINAMOS a los habitantes de los pueblos jóvenes, para que se concentren en la plaza de armas.

Jugando su última carta, a las diez de la mañana Velasco convocó a una urgente reunión de su Consejo de Ministros. La cita fue tensa, tratando de buscar una salida, “incluso con el uso de las armas”, con tal de hacer fracasar la rebelión. En algunos momentos uno de los ministros llegó a alzar la voz contra los traidores, a quienes se les trató de “felones”.

A las 4 de la tarde, los ministros abandonaban palacio de gobierno, por la puerta que da a Desamparados. Y a las 18.12 horas Velasco salía en silla de ruedas por la misma puerta, acompañado por su esposa y el jefe de la casa militar Enrique Ibáñez Burga.

Al día siguiente, 30 de agosto de 1975, a las 17.30 horas en el Salón 3 de octubre de palacio de Gobierno el General Francisco Morales Bermúdez juraba como nuevo presidente ante el General Oscar Vargas Prieto, Comandante General del Ejército.

Cuando Velasco salió de Palacio no había nadie para decirle: “Chino, contigo hasta la muerte” como acostumbraban gritarle en cada mitin que organizaba el SINAMOS. Al contrario, muchos salieron a las calles para auparse al nuevo gobierno. Y hasta los mandos militares, que hasta un día antes le prometían fidelidad, no tardaron en reconocer a Morales como nuevo Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas.

Tras comprobar que los agentes de Seguridad del Estado se habían retirado del lugar donde estaba estacionada mi vieja camioneta Opel, la abordé y me fui a mi casa.

Deja un comentario