El Señor de Mollepata

 
Fueron innumerables las veces que pasé por el cálido distrito de Limatambo, lugar donde nació la poetiza y escritora peruana Arely Araoz, un bello lugar poseedor de un clima muy parecido al de Abancay, mi tierra, pero nunca se me ocurrió visitar Mollepata.
A propósito, mi paso por Limatambo siempre fue grato porque es un pequeño edén donde provoca parar y respirar hondo y ver extasiado los gigantescos pisonayes, casi siempre en flor, que se muestran imponentes a ambos lados de la carretera y en cuyas copas no faltan parvadas de loros prendidos de sus ramas, así como uno que otro pichinco que salta de un lado a otro, cuidando de no molestar a sus bulliciosos y ocasionales compañeros de vuelo.
Nunca había escuchado hablar de Mollepata, nombre que responde a la presencia de otro árbol emblemático de la zona, el molle, hasta que mi primo René Ramírez Infantas contrajo nupcias con una bella mollepatina: Ruth Chacón, fallecida tempranamente y recién me interesé en saber algo de su historia.
Mollepata tiene varias celebraciones. Entre ellas aquella en honor del Señor de la Exaltación que se realiza en la comunidad de Inquilpata, el 14 de setiembre. Esta imagen es muy similar a la de las esculturas del Señor de los Temblores del Cusco, del Señor de la Exaltación de la Santa Cruz de Mollepata y del Señor del Lunes Santo de Zurite.
En esta fiesta es tradicional la feria artesanal interregional que congrega a los artesanos de la región Q’ollao – Puno, en la que todavía se practica el comercio del trueque, que data desde la época inca. Actualmente tiene lugar la tradicional feria Agropecuaria, Artesanal, Gastronómica y Turística, que incluye una exhibición del Caballo Peruano de Paso y un encuentro intercultural. El visitante también puede disfrutar de las famosas peleas de gallos y carreras de caballos.
La festividad en honor del Señor de la Exaltación de la Santa Cruz, bella imagen que se venera desde el siglo XVI, en el templo advocado a Santiago de Mollepata es la más importante, la misma que congrega a miles de feligreses. Esta imagen se caracteriza por tener una expresión de dolor que impresiona a los feligreses, es muy similar a la del Señor de los Temblores del Cusco, con la diferencia que el primero tiene un rostro más español y el segundo es más andino.
Las celebraciones empiezan el 15 de setiembre con una fiesta en honor de Santa Rosa de Lima, en la Comunidad Campesina de Huamanpata.
El programa general incluye una serie de actividades como carreras de caballos y peleas de gallos. El 16 es la feria Gastronómica y Artesanal, misa y romería al cementerio del distrito, corrida de toros, doma de potros, despedida a los mayordomos salientes y entrega de banda a los mayordomos entrantes que finaliza con un gran kacharpari en la plaza de Mollepata.
El 17 de setiembre, último día, se celebra la misa de acción de gracias. Incluye una ceremonia cívica con el izamiento del pabellón nacional, actos que concluyen con un gran kacharpari o fiesta popular. En las comunidades de Sumaro y Huerta también se festeja al Señor de Exaltación, con gran fervor religioso.
El distrito de Mollepata se ubica sobre los 2,800 metros de altitud en la provincia de Anta en la región Cusco. Es una ciudad considerada como el inicio del inmenso camino real Inca, desde donde los Chasquis comenzaban sus recorridos para cumplir con los encargos de llegar a diferentes pueblos del imperio. Este camino real nos conduce a la ciudad de Abancay en menos de 6 horas y de allí se amplían las rutas hacia la costa y otras hacia el norte.
Se dice que la hermosa escultura tallada en madera de 1,20 mts de altura fue enviada desde España en siglo XVI, junto a otras 2 imágenes para la ciudad de Cusco. Los portadores de estas imágenes, luego de un largo viaje desde Lima, hicieron un descanso en el pueblo de Mollepata. Pero el cura de Mollepata, decidió que se quede una de las imágenes para su pueblo y recurrió a un ardid: En horas de la noche, abrió una de las cajas y sacó una escultura, y las reemplazó con piedras.
Hay otra versión parecida, que me la contó mi amigo Dany Holguín, que junto a otros relatos que conseguí, me permitieron escribir esta nota:
Después del descubrimiento de América, no todos los navegantes se atrevían a cruzar el océano Atlántico por los peligros que debían afrontar.
No solo temían a las gigantescas olas, a los monstruos marinos y a los islotes rocosos que no estaban en las cartas de navegación, a los que podían chocar sino, sobre todo, a los piratas y corsarios que se habían convertido en una verdadera amenaza en altamar.
Por esa razón los marinos preferían salir en caravanas, de por lo menos tres embarcaciones, siguiendo el ejemplo de Cristóbal Colón, el gran descubridor América.
Precisamente, un grupo de esos intrépidos navegantes discutía el tema mientras bebía abundante vino en una de las tabernas más populares del puerto de Málaga. No se ponían de acuerdo qué ruta tomar para su próximo viaje a América. Unos querían ir por la vía más corta, pero la más peligrosa, a fin de disminuir los elevados costos del viaje y, otros, por la más larga por ser la más segura. Al final, la mayoría optó por la ruta más corta, sin importarles que ponían en riesgo sus vidas.
Cuando aún se hallaban en el puerto, los estibadores se preguntaban qué diablos se ocultaba en tres inmensas cajas de madera que les ordenaban cargar a los barcos, bajo la severa vigilancia de los capitanes. Por el peso, algunos sospechaban que se trataba de armas. Al parecer, no estaban equivocados del todo porque, en esa época, era frecuente el envío de armas al Nuevo Mundo, particularmente al Perú, para sofocar los focos de rebeldía organizados por los indios y mestizos.
Además de la misteriosa mercancía, los fornidos estibadores y algunos grumetes embarcaban otros objetos, como pisos cerámicos, pólvora, ungüentos medicinales y perfumes, que eran toda una novedad para los habitantes de las tierras conquistadas.
Apenas terminaron de llenar las bodegas se echaron a la mar, contra viento y marea, porque muchos de los tripulantes no estaban de acuerdo con la ruta que habían escogido sus superiores por los peligros a los que los estaban exponiendo. En cambio, los dueños de las embarcaciones se frotaban las manos por el ahorro que tendrían en alimentos, agua y dinero. Pero, como ya estaban mar adentro, a los tripulantes no les quedó otra cosa que seguir adelante.
Dicho y hecho, como si hubieran salido con el santo de espaldas, ni bien dejaron el Estrecho de Gibraltar ya afrontaban su primer percance. La embarcación que tomó el liderazgo se estrelló contra la punta de un islote rocoso. Y como consecuencia del accidente la mayoría de marineros pereció y toda la carga se hundió.
Pero como ya nada había que hacer, después de la tempestad vino la calma.
Aprovechando el buen tiempo, la tripulación descansaba plácidamente, sin nada ni nadie que los haga despertar de su letargo. Había tal sosiego en cubierta que hasta los jóvenes grumetes se hallaban tirados de panza sobre la plataforma. Pero, al caer la noche, como si la tortilla de la buena suerte se les hubiera volteado, se desató una feroz tormenta de rayos y truenos provocando un incendio en la segunda embarcación. En contados segundos el fuego alcanzó la pólvora que transportaba en sus bodegas haciéndola volar en mil pedazos y causando la muerte de casi todos los tripulantes. Los pocos que habían logrado lanzarse al mar tampoco pudieron ser auxiliarlos, por la oscuridad reinante. A lo lejos, todavía se oían los gritos de dolor de algunos heridos que pugnaban por alcanzar los maderos que flotaban en las turbulentas aguas, mientras la mercadería se hundía lentamente hasta terminar en el fondo del océano.
Para aligerar la carga del único barco que se mantenía a flote, el capitán ordenó arrojar gran parte de las mayólicas, vajillas españolas y lavatorios de porcelana fina, dejando las cajas que contenían armas y otras tres cuyo contenido era un misterio porque no pudieron ni siquiera moverlas por su excesivo peso.
Para colmo de males, según iban pasando los días, la falta de agua y alimentos ya causaba estragos en la tripulación. Las enfermedades empezaron a cobrar víctimas. De pronto, una de esas soleadas tardes, desde el puesto de vigilancia se oyó un grito:
– ¡Piratas a babor!
Al ver que sus hombres estaban agotados y enfermos, al capitán no le quedó otra cosa que ordenar arriar las banderas en señal de rendición. Los piratas, eufóricos hasta el paroxismo, se acercaron a la embarcación blandiendo sus espadas y, los que habían perdido sus manos en combate, sus garfios, dándose así inicio al abordaje. A pesar de su derrota y su pésimo estado de ánimo, el Capitán se sobrepuso y sacando lo último de la fuerza moral que le quedaba intento hacer una negociación pidiéndole al capitán de los piratas que podían llevarse todo lo que quisieran a cambio de que respeten la vida de sus hombres.
–Y si quieren ver sangre, estoy dispuesto a ofrecerles la mía.
Los piratas soltaron una carcajada.
–Está bien Capitán, pero con una condición: que todos sus hombres nos ayuden con el trasbordo, para hacerlo más rápido.
De esa manera, todas las cajas que contenían armas y otros objetos de valor fueron trasladados al barco pirata utilizando un puente que improvisaron con los tablones del barco que horas antes había zozobrado. Se llevaron hasta las pertenencias y utensilios del capitán y sus tripulantes.
– ¿Y esas cajas? ¡Por qué no las suben! ¿Qué esperan infelices?
–Pesan demasiado, ojos bonitos – Así se hacía llamar el pirata bizco que fungía de capitán.
–Si pesa tanto es porque debe contener un gran tesoro. Aunque lo dudo porque el barco va hacia América. A su retorno, cuando traiga el oro de los incas, lo asaltaremos de nuevo, Jo, Jo, Jo.
–Es imposible moverlas y se hace tarde, mejor nos vamos porque pueden llegar los corsarios.
–Está bien ¡Retirada!…¡Salgamos todos!
Aliviada de la carga y los problemas, la embarcación llegó a duras penas al Nuevo Mundo.
Los navegantes, hambrientos y sedientos, apenas pusieron los pies en el puerto del Callao, tuvieron que ser atendidos por un piquete de emergencia. Sin embargo, las personas que fueron a recibirlos, especialmente los comerciantes, no podían creer la historia que contaban.
–Los piratas se llevaron todo excepto estas pesadas cajas porque no pudieron moverla.
–¡Gracias a Dios! – Se escuchó decir al fondo, detrás de los curiosos que se habían arremolinado para escuchar la historia que contaban los tripulantes. Era un sacerdote franciscano de mediana estatura, vestido con una sotana raída y remendada.
En medio del murmullo, avanzó lentamente. Y abriéndose paso entre los curiosos, llegó hasta donde se encontraban los exaltados comerciantes que reclamaban su mercadería. Uno de ellos, luego de mirarlo de pies a cabeza, le increpó…
–Reverendo, ¿cómo le vamos a agradecer a Dios, si los comerciantes lo hemos perdido todo?
–A Dios nunca hay que dejar de agradecerle, hijo.
– ¿Y quién es usted para esos darnos consejos?
–Solo un humilde servidor del Señor. Debemos agradecerle por los sobrevivientes y elevar nuestras oraciones por aquellos hermanos que perdieron la vida.
El sacerdote, con las sandalias gastadas de tanto trajinar por los caminos de la pobreza, retiró las pesadas cajas con ayuda de dos hombres que cubrían sus cabezas con sombreros de ala ancha, para protegerse del candente sol del mediodía, y la colocaron sobre una carreta tirada por dos asnos. Y mientras se iban con dirección al sur, los comerciantes y curiosos les seguían con la mirada atónita. Más se sorprendieron los marinos sobrevivientes de ver que para ellos las cajas parecía no pesar tanto.
Durante varias horas fueron caminando por el desierto sin alejarse mucho de la playa para refrescar de cuando en cuando sus adoloridos y ampollados pies en las aguas saladas del mar.
Hicieron varias paradas antes de llegar a la Huacachina donde pernoctaron y se reabastecieron de alimentos. Eso mismo hicieron en Nazca, para poder resistir el ascenso a los andes y bajar a los valles de Abancay y luego seguir su viaje al Cusco.
Después de cruzar el río Apurímac, hombres y bestias estaban extenuados por el sofocante calor del cañón más profundo del Perú, que a duras penas habían logrado sortear y por fin llegaron a Mollepata. La gente no podía creer que el cura de su comunidad había logrado llegar de un viaje tan largo-
–Los vemos muy cansados, padre, lo único que les podemos ofrecer es un poco de caña y tunas. No tenemos mucho, por la sequía.
–Son muy amables, que Dios los bendiga.
El sacerdote y sus acompañantes habían llegado en el peor momento porque una terrible sequía que se prolongaba por varias semanas, estaba causando estragos en la agricultura y en la propia vida de sus habitantes. Y, no obstante que los mollepatinos pasaban una difícil situación, no dejaban de ser amables. Luego de haber comido tunas y pacayes y beber sendas tazas de mates de hierbaluisa, los peregrinos se echaron a dormir.
Por coincidencia, esa misma noche llovió torrencialmente, provocando una gran algarabía en el pueblo. No era para menos porque, después de varios meses de sufrir la peor sequía de los últimos treinta años, estaba lloviendo. Decían que era una bendición de Dios porque hasta los tunales y las plantaciones de caña de azúcar que pueden soportar las temperaturas más elevadas, se estaban secando. Y, para colmo de males, la población sufría una terrible invasión de zancudos, transmisores del terrible mal del paludismo, que ya había causado la muerte de varios niños.
Al día siguiente, los pobladores se levantaron felices. En cambio, los visitantes seguían exhaustos, tendidos en sus camas. Hasta que se levantaron.
–Ustedes nos han traído suerte – Les dijeron, al momento de servirles el desayuno a los visitantes– Ha llovido toda la noche, por eso estamos muy complacidos.
Al tercer día, ya repuestos de su quebrantada salud, el cura y sus acompañantes se levantaron muy temprano. Los cargadores debían seguir viaje al Cusco y cuando quisieron subir la tercera caja a la carreta no pudieron ni moverla. Pesaba tanto como si fuera de plomo.
–No se preocupe padre, después del desayuno los comuneros los ayudaremos. Por curiosidad ¿A dónde llevan tan pesadas cajas?
–Al Cusco. Pero solo Dios sabe si llegaremos…
–Ustedes nos han dado buena suerte y nos han traído las lluvias, estamos en deuda. Los ayudaremos.
Fue así que decenas de hombres reunidos en la plaza comenzaron a empujar la caja que pesaba más, logrando colocarla en un altillo para subirla a la carreta. Pero, increíblemente, no pudieron moverla ni un milímetro.
–Padrecito, no podemos más. Lo hemos intentado por todos los medios. Estamos muy cansados, mañana pediremos ayuda a los vecinos de Limatambo.
–Está bien, no se preocupen. Ya dieron suficientes muestras de amor al prójimo. Ahora váyanse a dormir tranquilos.
Al día siguiente los pobladores se levantaron muy temprano como de costumbre y, de pronto, se desató una tormenta y vieron con los ojos desorbitados cómo un rayo destrozó la caja. Asustados, unos corrieron al interior de sus viviendas en busca de refugio y los que no pudieron hacerlo se arrojaron al piso, ocultando sus cabezas bajo sus manos.
Cuando amainó el temporal, quienes aún se hallaban en el piso empezaron a levantar tímidamente sus cabezas y vieron que el cielo estaba despejado y el sol brillaba intensamente y encima de la roca, donde la caja había sido partida en mil pedazos, se erguía la imagen de Cristo.
Se arrodillaron y gritaron…
– ¡Milagro! ¡Es un milagro! Miren, es el taitacha Jesuscristo, nuestro Dios.
–Llamen al franciscano para que nos explique qué pasó, aún debe estar descansando – Sugirió uno de ellos.
– ¡Es un milagro! ¡El Señor de la Exaltación estará siempre con nosotros!
-Padre, ¿Dónde están sus acompañantes? No hay señal de ellos Es una pena, no sabemos ni siquiera sus nombres, ni de dónde han venido y a dónde se han ido.
-Se han ido a Cusco para cumplir con la entrega de las cajas.
Finalmente, las autoridades eclesiásticas del Cusco, al enterarse del hecho, no hicieron nada para reclamar la imagen. Tampoco España, movió un dedo para obligar al cura de Mollepata a devolver la imagen.

Una respuesta to “El Señor de Mollepata”

  1. luis g carpio chacon Says:

    LINDA NARRACION DE MI TIERRA Y DE MIS POSIBLES ANCESTROS….GRACIAS HERBERT TU SIEMPRE TAN ESPECIAL COMO AMIGO…..LUCHO CARPIO CHACON

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