El Chisme

 
No existe en el mundo un arma de destrucción masiva más letal que el chisme. Es, además, más antiguo que el arcabuz y no pasa de moda, permanece desde la época en que apareció el hombre en la tierra.
Cuando se basa en una mentira, el chisme se convierte en una calumnia. Y si va más allá y se hace público, se transforma en un escándalo.
A propósito del Día de San Valentín, Día de los Enamorados y la amistad, hoy domingo 14 de febrero, con mis saludos a todos mis lectores, les cuento tres historias de tres mujeres, Matilde, Delia y La Cuca quienes tenían por coincidencia tres cosas en común: Las tres eran muy hermosas, estaban casadas y todas, de la noche a la mañana, se convirtieron en víctimas del chisme, ese terrible misil que se lanza desde un lugar desconocido y es capaz de destruir la honorabilidad de las personas, en un abrir y cerrar de ojos.
Matilde, era una destacada docente que se había ganado el respeto de sus colegas y alumnos de la Universidad por su capacidad, responsabilidad y puntualidad. Pero no solo era respetada por su inteligencia y dedicación al trabajo, sino por su belleza.
Posiblemente que muchos de sus alumnos no faltaban a sus clases más por verla que por puntualidad.
Matilde, como la mayoría de profesores, tenía por costumbre salir al patio principal de la ciudad universitaria, entre clase y clase, para relajarse e intercambiar algunas ideas con sus colegas y, claro, de paso darse un baño de sol para no pelarse de frío metida en las cuatro paredes de su salón.
Eso mismo hacía el profesor de Antropología con quien, a veces, se quedaba un rato más para platicar sobre temas de su especialidad.
Bastó que alguien se percatara de ese detalle para tejer una serie de conjeturas, al extremo de involucrarlos en un romance inexistente.
La comidilla no tardó en difundirse entre los alumnos como un reguero de pólvora, hecho que fue aprovechado por algunos estudiantes para escribir los nombres de ambos profesores en las paredes de los pasadizos, dentro de un corazón atravesado por una flecha.
Con semejante propaganda mural, lo que había empezado como una simple y banal murmuración se convirtió en un chisme más grande que la catedral del Cusco.
La comidilla, no tardó en saltar los muros de la universidad para aterrizar en las instalaciones de un conocido club social ubicado en la Av. Sol.
–Sabías amiga que la Matilde anda coqueteando con el profesor de antropología, me lo contó mi hija – Cuchicheó una de las encopetadas señoras que asistía a la reunión.
–Pobre de su marido. Ay, si supiera que le están sacando los cuernos…no andaría con la frente levantada.
–Hija, con razón la Matilde usa unas minifaldas… para qué te cuento.
En la mesa contigua jugaba a las cartas una de las primas del marido de Matilde quien, al escuchar semejante barbaridad, aguzó el oído para captar mejor el raje y, herida en su amor propio, se levantó de su asiento y disimuladamente se salió de la reunión para llamarlo por teléfono y contarle lo que había escuchado, por supuesto que en una versión aumentada y corregida, como para malograrle el día.
El marido, un conocido médico del hospital Regional, sintió que el mundo se le venía encima. Y a partir de ese momento empezó a dudar de su mujer sin ton ni son.
Enceguecido por los celos, un día se propuso ir personalmente a la universidad para ver con sus propios ojos lo que hacía su esposa. Para pasar desapercibido, decidió camuflarse vistiéndose con un grueso abrigo que sacó del clóset, donde permanecía por mucho tiempo y una bufanda oscura que también la rescató de un baúl de ropas usadas. Para completar su disfraz también se puso un sombrero remedo del que usaba Sherlock Holmes, el famoso detective del Scotland Yard, personaje creado por Sir Arthur Conan Doyle en 1887.
Mientras el aprendiz de agente secreto cateaba los pabellones de la ciudad universitaria, descubrió en una de las paredes el nombre de su esposa escrito junto al del profesor de Antropología, y justo el Día de los Enamorados. Esto fue suficiente para hacerle montar en cólera.
En uno de los cambios de hora, como siempre la profesora Matilde salió al patio para reunirse con sus colegas. Cumplidos los 10 minutos de receso, mientras la mayoría de docentes se retiró, ella se quedó un par de minutos más conversando con el profesor de Antropología.
Al verlos juntos, el marido se quedó lelo como una estatua y sintió que el corazón se le caía en pedazos. Decepcionado se retiró a su casa con el hígado revuelto y muerto de celos. No sabía qué diablos hacer. Por ratos hasta quiso sacar el viejo arcabuz de su abuelo y correr tras de ellos. Pero…
–¡Carajo! Eso ni pensarlo, pertenezco a una familia distinguida y eso lo único que lograría es someterla a la vergüenza pública – Pensó.
En otro momento se le vino la idea de sacar su carro y dirigirse a Sacsayhuamán para lanzarse al precipicio. Prefirió retractarse de tan descabellado plan al darse cuenta que los más favorecidos con su suicidio serían su mujer y el supuesto amante. Y lo que él quería era vengarse de ellos, hacer algo que los ponga en ridículo, sin afectar su honorabilidad.
Una noche se quedó en su oficina y, mientras fumaba un cigarrillo cargado, empezó a rebanarse los sesos.
Ofuscado por los celos y la depresión buscaba una forma disimulada y, a la vez siniestra, para desfogarse. Su cerebro transitaba entre la ira y la decepción. Fue entonces que decidió escribir una carta dirigida al profesor utilizando un papel en blanco con la firma de su esposa que lo tenía guardado desde hacía tiempo, para realizar una gestión municipal.
Luego de escribirla y revisarla varias veces se la envió, a sabiendas que a esa hora no estaría el catedrático en su domicilio, sino su mujer.
En la misiva, escrita a máquina, Matilde le decía que lo amaba y que esperaba que salga pronto su divorcio, como se lo había prometido.
Tal como lo planeó, la esposa del catedrático fue quien personalmente recibió la misiva y, ella, creyendo que se trataba de un recibo o una invitación, la abrió. Al revisarla, no podía creer lo que la supuesta amante de su marido le planteaba. Por eso, apenas retornó del trabajo, se la mostró.
Sin inmutarse, el catedrático le dijo que seguramente se trataba de una patraña gestada por algunos de sus alumnos que habían sido desaprobados en su curso. La mujer, que no dudaba de él, quedó conforme con la explicación.
Al día siguiente, apenas el profesor ingresó al salón de clases empezó a mirar disimuladamente a sus alumnos tratando de descubrir al supuesto mata perros que había osado tramar tan funesto plan. Revisó la lista de todos aquellos que no habían alcanzado nota aprobatoria, pero ninguno le pareció sospechoso. Al terminar su clase, como de costumbre, se fue a estampar su firma en el registro de asistencia y comparó la firma de la carta con la que rato antes Matilde había estampado en el registro. ¡Eran idénticos!
No podía creerlo. Fue cuando quedó más confundido que cuy en un laberinto.
Entretanto, la vida de Matilde se hacía cada vez más difícil. Ya nada era igual en su hogar por el maltrato sicológico del marido. Sin saber que los chismes y los celos de su marido eran la causa de sus problemas, Matilde seguía reuniéndose con sus colegas, ahora más que nunca, porque necesitaba olvidar sus penurias.
–Te noto preocupada, ¿Tienes algún problema? Preguntó el profesor.
–Sí, te los comentaré después.
–Recuerda que no hay nada que no se pueda resolver. Si necesitas mi ayuda, cuenta conmigo. Bueno, me voy a mi clase. Hasta la vista.
Camino a su salón, el profesor miró con más detenimiento los muros del pasadizo principal donde aparecía escrito su nombre junto al de Matilde y se preguntó por qué los alumnos lo vinculaban con ella. ¿Acaso sabrán que está enamorada de mí? – Se preguntó en silencio.
–Si es así, ¡entonces la carta es real! – Pensó.
Fue cuando recién se le despertó la curiosidad por saber la verdad. Y en la primera oportunidad que se le presentó…
–Disculpa Matilde, necesito hablar contigo.
–Qué coincidencia, yo también.
–Tengo la impresión que me estás ocultando algo. Creo que ya es tiempo que me digas la verdad.
–Gracias por tu preocupación. Te lo diré. Estoy a punto de divorciarme de mi esposo y la verdad es que no sé qué hacer.
–Matilde, me pones en un gran aprieto. No sé qué responderte…Por favor, no llores. Mejor hablamos otro día.
Algunos alumnos que merodeaban por ahí, se quedaron estupefactos al ver que su profesora se enjugaba las lágrimas.
Y más demoró ella en llegar al salón, que los chismes en salir a la calle.
–El profesor de Antropología tiene loca de amor a la doctora Matilde.
–Si pues, la cosa es tan fuerte que hasta la hace llorar.
–Ahora sí que no hay duda de sus amores furtivos.
Sentado en su escritorio, el profesor de antropología volvió a leer la carta mientras pensaba en su conversación con Matilde y en las murmuraciones de sus alumnos.
–Si ruido trae el río…
Sin embargo, jamás aparecieron las piedras que provocaban esos ruidos y tampoco el profesor pudo despejar sus dudas porque un buen día, (o mal día), Matilde tomó la decisión de renunciar a todo, a la universidad, a su hogar y hasta a la ciudad que la vio nacer y se fue lejos, muy lejos, donde los chismes no la pudieran alcanzar.
La historia de Delia es parecida. Trata de las penurias de la esposa de un empresario machista, quien creía que las mujeres no debían trabajar porque su única preocupación debía ser la casa. Claro, todavía eran los tiempos en que los varones eran los únicos privilegiados de contar con un trabajo ejecutivo bien remunerado y en una entidad de prestigio. Aunque, la verdad, tampoco era muy fácil conseguirlo.
En años pasados, trabajar en una empresa privada era como sacarse la lotería y acceder a un puesto público, como obtener un título nobiliario, porque solo los allegados de los reyes, en el caso peruano de los políticos, podían disfrutar de ese privilegio de gozar de la teta del estado.
Uno de esos codiciados puestos públicos era el de Prefecto, no solamente por el jugoso sueldo que percibía, sino también por las gollerías de este calienta asientos, entre ellas los gastos de representación, vivienda y otras granjerías. Le seguían los funcionarios encargados de las obras públicas, es decir aquellos que saben cómo hacer ganar las licitaciones a las empresas amigas aunque no las concluyan utilizando miles de argucias como las adendas incumplidas y la variación de los precios de materiales de construcción. La cosa es ganar la licitación no terminar la obra.
Una muestra de este «engaña muchachos» se daba en la construcción de carreteras, donde se hacían trabajos que jamás se terminaban, sobre todo en la sierra y selva. Se empezaban a propósito en la época de lluvias y con las primeras precipitaciones se destruía todo y se firmaba una adenda. Al año siguiente se convocaba a otra licitación y era casi seguro que la buena pro se la daban a la misma empresa, que volvía a hacer los mismos trabajos de trazado y afirmado, con tal parsimonia que otra vez eran barridos por las lluvias.
Claro, los únicos felices eran los contratistas, porque tenían ingresos seguros. Igualmente los funcionarios públicos porque recibían la suya. Los más perjudicados eran los ciudadanos y tampoco la pasaban bien los obreros porque no recibían sus salarios a tiempo. Los contratistas demoraban adrede el pago de los jornales para que los obreros hagan marchas, paros y huelgas de hambre. De esa manera el gobierno, para no afectar su imagen, les cancelaba a las empresas hasta el último centavo del contrato, con tal que los obreros dejen de gritar en las calles.
Otros que la pasaban bien eran los que se beneficiaban con los préstamos del Banco Agrario porque solo una parte del dinero lo utilizaba en las tareas agrícolas y el resto lo gastaba en sus placeres mundanos. Y para que les condonen la deuda solo tenían que rogar a los cielos que llueva torrencialmente y se inunden sus campos y el gobierno declare en emergencia el agro, tras una serie de manifestaciones calleras de “los hermanos campesinos”..
Existían otros afortunados: los amigos y allegados de los ejecutivos de la banca comercial, quienes sacaban jugosos préstamos a sola firma presentando mamarrachos de proyectos. Y como su intención no era montar un negocio, sino embolsicarse el dinero, no le daban mucha importancia a los estudios de factibilidad.
Claro que no todos tenían la misma suerte. Algunos caían en desgracia, sobre todo cuando sus amigos eran removidos de sus cargos y no les quedaba otra cosa que pagar o responder a la justicia. Por esta razón, las esposas tenían que verse obligadas a salir a trabajar rompiendo con equivocado mito que el trabajo era solo para los hombres.
Eso mismo tuvo que hacer Delia, cuyo marido había metido las uñas en su propio negocio hasta hacerlo quebrar. Al ser descubierto fue enjuiciado y confinado en la cárcel de la Almudena.
Para subsistir, Delia tuvo que verse obligada a recurrir a sus amigos para que la ayuden a montar un pequeño negocio. Como no tenía una oficina, sus reuniones las hacía en un café y otras veces en las oficinas de sus amigos. Hasta que empezaron las murmuraciones.
– ¡Qué descaro! Mientras el marido está en la cárcel, Delia feliz tomando café en el Ayllu y muy bien acompañada.
–Ay, hija, tú no sabes. Ayer la vieron con un mequetrefe que trabaja en la municipalidad en un restaurante…
– ¡Qué vergüenza! Y.., ¿Viste sus fachas?
−Claro. Esos lujitos cuestan. Y de dónde saca dinero si el marido está en la chirona.
-Ay Lucrecia, Sacristan que vende cera y no tiene cerería, de dónde pecata mía, si no es de la Sacristía.
Delia, sin darse cuenta que su propia moral estaba siendo socavada, seguía reuniéndose con quienes la estaban ayudando para montar su pequeño negocio y solventar los gastos familiares. Hasta que por fin logró el financiamiento para poner su propia empresa.
El marido, que en un principio veía con buenos ojos los esfuerzos de su mujer, sorpresivamente cambió porque empezó a recibir los primeros chismes y nada menos que de un amigo suyo, que ingresó al penal, acusado también por estafa.
–Dime la verdad.
–Bueno, eso es lo que dicen las malas lenguas. No me consta, pero con el negocio que tiene, seguramente hay muchos que la pretenden.
En su celda, el marido comenzó a ver fantasmas por todos lados. No podía dormir pensando que su mujer la engañaba. La duda lo mataba al extremo que un día rompió la fotografía familiar que la tenía en su cabecera y juró venganza. Lo primero que hizo fue pedirles a sus padres que sus hijos se vayan a vivir con ellos, no sin antes pedirle a Delia que acepte la idea, para “que así pueda dedicarle más tiempo al negocio”. Naturalmente que Delia no aceptó la propuesta, sin embargo, ante la insistencia de sus suegros, no le quedó otra cosa que acceder pero, solo para que los cuiden durante el día porque en las noches, les aclaró, sus hijos debían estar con ella.
En el presidio, el marido enloquecido por los celos, le pidió a uno de los delincuentes encarcelados que sus compinches, que disfrutaban de libertad, le siguieran los pasos a su mujer.
Los malandrines, con la intención de sacarle dinero, le hacían llegar informaciones exageradas y muchas veces tergiversadas. Cuando veían por ejemplo que algún varón ingresaba al local de Delia le decían que les daba la impresión que ella coqueteaba. Al verla con su abogado o algún empresario, con quienes tenía necesariamente que reunirse para ver aspectos vinculados a la marcha del negocio, le decían que la habían visto en actitud sospechosa. Un día le informaron que hasta la habían visto despidiéndose del abogado con un beso muy cariñoso, chisme que terminó por sacarlo de sus casillas.
–Estoy dispuesto a pagarles lo que pidan con tal que le den su merecido al abogadito ese.
Los delincuentes estaban felices porque habían logrado un cliente dispuesto a todo, especialmente a pagar lo que ellos pedían. Una tarde lo golpearon al abogado hasta dejarlo inconsciente. La noticia fue un escándalo en la ciudad, porque la gente chismosa se encargó de tejer una falsa historia, incriminándola a Delia.
Por coincidencia, el amigo que le había ayudado a gestionar un préstamo bancario, una tarde se ofreció llevarla en su carro porque tenía que hacer una gestión en una oficina ubicada en la misma calle donde estaba su negocio, con tan mala suerte que chocó su coche contra otro vehículo. Los curiosos que merodeaban por el lugar al reconocerla a Delia no tardaron en convertirlo en un chisme.
–Seguramente se iban de plancito a Sacsayhuamán. ¡Qué frescos!
–Esta mujer va a terminar muy mal. Esto le pasa por estar más en la calle que en su casa. Felizmente que ya sale su marido de la cárcel para ponerla en su sitio.
Efectivamente, cuando el marido salió en libertad condicional, el reencuentro con Delia fue frío y sus relaciones se tornaron insoportables. Las peleas eran constantes. Y lo peor, ella no tenía ni idea del porqué del resentimiento del esposo. Hasta que todo terminó el día que le prohibió seguir en la conducción del negocio. Delia se rebeló y no aceptó. Prefirió el divorcio antes de perder aquello que con mucho esfuerzo había logrado construir, terminando de esa manera con su calvario.
Finalmente, la historia de La Cuca, trata de su vida tormentosa con un conocido arquitecto.
La Cuca, era una bella muchacha que no había podido seguir sus estudios universitarios porque apenas concluyó la secundaria se convirtió en esposa y madre a la vez.
La llamaban La Cuca por cariño, ya que su verdadero nombre era Georgina. Una hermosa mujer que no tuvo tiempo de vivir a plenitud su juventud porque el matrimonio le había arrebatado esa parte de su vida.
No obstante, según su madre y sus hermanas, que no miraban otra cosa que el beneficio material, creían que debía estar agradecida a la vida porque gracias a esa unión matrimonial había ganado un estatus social elevado, una hermosa casa y una vida económica holgada.
Mientras su marido estaba de viaje, en las tardes de lluvia, a La Cuca le gustaba reunirse con sus ex compañeras de colegio en el restaurante Roma, Bastó que un día la vieran rodeada de amigas para componer una sinfonía de conjeturas, transformando esa simple y sencilla cita de cafetería, en el peor de los chismes.
–Te juro, la miré con mis propios ojos. Estaba acompañada de unas amiguitas coqueteando con todo el mundo, mientras su marido por dónde andará.
–No me digas, cada cosa que se ve. Los hippies son los causantes de tanta perdición. Son un mal ejemplo para nuestra sociedad. Ojala Velasco los expulsara a todos. Felizmente que ya prohibió el rock en las radios.
–Eso no es nada, mi marido, que es oficial del ejército, me cuenta que le han prohibido a ese tal Santana, actuar en Lima.
–Que bien hija, el chino Velasco sí que tiene huevos.
–A propósito ¿Sabían que se ha inaugurado un nuevo club nocturno?
– ¡Claro! Ahora le dicen “discoteca” Y hasta le han puesto un nombrecito extraño, El Muki.
– ¡Qué terrible hija! El Cusco ya parece Sodoma y Gomorra. Ojala Dios hiciera llover azufre y fuego para terminar con toda esta inmoralidad.
Claro que toda esta chismosería no era más que una exageración. La Cuca amaba entrañablemente a su marido, aunque a decir verdad, luego del matrimonio él fue perdiendo el interés por ella porque sus familiares, que pertenecían a una clase media alta y se creían descendientes de apellidos de abolengo, le metían la idea que la Cuca no era del tipo de esposa que se merecía. Que solo era una mujer de cuerpo bonito pero de cabeza vacía. Esto también era totalmente falso, porque la Cuca era más culta que todas ellas juntas, no solo porque leía mucho, sino porque permanentemente viajaba al extranjero acompañando a su marido, donde tenía la oportunidad de conversar con gente preparada.
Un día, para no estar fuera de onda, los amigos de la pareja les propusieron ir a conocer el Muki. En un principio su marido no estaba muy animado pero, tuvo que aceptar para no pasar de anticuado, con la condición que sea después de su viaje.
–Entonces, nos vemos el próximo viernes.
–Claro, todo depende de la llegada de mi marido.
El viernes, a pesar que hubo un atraso en el arribo de la nave de Faucett por causa del mal tiempo, el marido llegó.
Llovía persistentemente. Y apenas pisó tierra se quejó que estaba de amanecida porque sus jefes lo habían tenido trabajando hasta la madrugada y por esa razón no había pegado ni una sola pestañada. Para colmo, tenía las amígdalas muy inflamadas, tan grandes como dos naranjas huando.
Ni el antibiótico que le recetó el Dr. Acurio, su médico de cabecera logró frenar la infección. El hombre volaba en fiebre.
–Hemos debido de recurrir a un otorrinolaringólogo porque hasta donde estoy enterada tu amigo es pediatra.
–Pero es el médico de la familia. No tengo confianza en otro, ya me curaré – Mirando su reloj – Oh, cómo se pasa el tiempo. Te sugiero que vayas a cambiarte porque ya deben estar por llegar nuestros amigos para ir al Muki. Es una buena ocasión para que estrenes el vestido que te traje de Lima. Lo que es yo, como dijo Romulín, solo tengo que guardar cama. Por favor, no quiero malograrles la noche.
Esa fue la razón para que la Cuca sea la única en ingresar al Muki sin pareja, sin embargo se divirtió como nunca porque sus amigos se turnaban para que no se quede sentada. Pero lo que ella no advirtió fue en las miradas de la gente chismosa, que también estaba allí. Y mientras ella se movía con gracia y salero al ritmo de la música, los chismosos la miraban de pies a cabeza.
Esa noche la Cuca estaba realmente preciosa, luciendo el traje que le había traído su marido de Lima. Ahí también estaban algunos de los jóvenes que se derretían de lujuria cada vez que la veían caminando en la calle. Algunos, sin poder resistir a las tentaciones del diablo, se acercaron a su mesa para rogarle les acepte bailar por lo menos una pieza, pero ella no cedía, precisamente para no dar motivo a las murmuraciones.
Sin embargo, al día siguiente, los chismes corrieron como reguero de pólvora. Y como siempre sus cuñadas fueron las primeras en enterarse de su asistencia a la discoteca y, ni cortas ni perezosas, se lo fueron a comentar al hermano.
–No es posible que mientras tú estás tirado en la cama, tu mujer se vaya a bailar a un club nocturno. ¿Dónde está tu dignidad? ¿Acaso has olvidado el apellido que llevas?
–Ya les dije, yo fui quien le sugirió que vaya, porque teníamos un compromiso antelado.
–Está bien que haya ido por compromiso, pero lo que no está bien es que so pretexto del baile, la manosearon como quisieron. Porque seguramente estuvo pasada de tragos.
– ¿Están seguras de lo que dicen?
–Todo el mundo la ha visto.
–Por favor déjenme tranquilo, aún tengo fiebre.
Las hermanas, al no tener acogida se fueron tirando las puertas de la habitación.
Pero a medida que pasaban los días los chismes iban creciendo como bolas de nieve. El marido, ante la retahíla de rumores ya no quería asistir a sus compromisos sociales, ni siquiera a las reuniones con sus amigos y menos acompañado de su mujer, porque cada vez que salían juntos, sentía que era el centro de las miradas. Hasta que un día, atormentado por las murmuraciones de la gente, decidió abandonar a su mujer y mudarse a la capital con sus hijos. Su apellido de alcurnia y las habladurías de la gente pudieron más que el amor.
Desde aquel día, la Cuca camina por las frías calles del Cusco con un paraguas en la mano, no sé si para protegerse de la lluvia o de los chismes, pero ahí está ella, siempre bella, disfrutando de sus años dorados y sin dejar de tararear su canción preferida…
Que murmuren
No me importa que murmuren
Que digan que no me quieres
Que digan que no te quiero
Que tú me estás engañando
Que vienes por mi dinero.
Ríete de pareceres
Y de lo que piense la gente
Que mientras seas como eres
Que murmuren, que murmuren
Que murmuren
Qué me importa que murmuren
Qué me importa lo que digan
Y lo que piense la gente
Si el agua se aclara sola
Al paso de la corriente
Ríete de pareceres
y de lo que piense la gente
Que mientras seas como eres
Que murmuren, que murmuren
Que murmuren, que murmuren

2 respuestas to “El Chisme”

  1. la verga Says:

    Super interesante artículo amigo mío.

  2. Mujeres Says:

    buenas acabo de enterarme de tu blog y la verdad es que me parece super bueno no sabia de mas personas interesadas en estos temas, aqui tienes un nuevo lector que seguira visitandote quincenalmente.

Deja un comentario