El Hippie

En la segunda mitad del siglo XX el mundo se hallaba alborotado por los conflictos armados en Vietnam y la llamada guerra fría entre la entonces URSS y EEUU.
Ambas potencias, en su desenfrenado afán de dominar el planeta y hasta el espacio, iniciando una carrera espacial sin precedente, alentaban golpes de estado para establecer dictaduras, de izquierda y derecha.
Es cuando surgen grupos de jóvenes que no tienen ideología política ni religión, pero que se oponen a las ostentosas formas de vida particularmente de la clase media estadounidense. Aman la música, las artes y la naturaleza y están en contra de la guerra de Vietnam. Se les conoce como hippies, denominación que fue utilizada por primera vez por el periodista Michael Fellon en un diario de San Francisco para referirse a los jóvenes bohemios de la época.
Este movimiento, que algunos llamaban de contracultura, en poco tiempo se extendió a toda América y luego a Europa y en general a todo el orbe, alcanzando su mayor celebridad en el festival de Woostock (1969) por la participación de verdaderas celebridades entre las que destacó Jimmi Hendrix interpretando 18 canciones ante 500 mil espectadores cuando los organizadores habían previsto un máximo de sesenta mil y la policía solo seis mil.
Durante tres días ininterrumpidos, del viernes 15 hasta la madrugada del lunes 18 de agosto del 69, desfilaron extraordinarias figuras y sorprendentes bandas musicales como Santana, John Sebastian, Richie Havens, Joe McDonald, String Band, Joan Baez, Quill, Melanie, Mountain, Jefferson Airplane, Paul Butterfield, y otros grupos y cantantes poco conocidos, pero que a partir de este evento se hicieron famosos. Los grandes ausentes fueron The Beatles porque el Presidente Richard Nixon impidió su ingreso a los EEUU, Bob Dylan, The Doors, Led Zeppelin y The Birds.
Los hippies se saludaban haciendo el signo de la paz. Los varones se caracterizaban por tener el pelo largo, la barba crecida y el uso de amuletos. Usaban pantalones campana, camisas brillantes o polos desteñidos. Mientras que las muchachas se vestían con faldas largas y zapatos planos o sandalias y casi siempre tenían los cabellos sueltos. Su símbolo era una flor de margarita y sus ropas eran confeccionadas al estilo del indio americano, del aborigen africano y del campesino peruano.
Les encantaba, además, componer y tocar música contestataria. Eran indiferentes al matrimonio. No creían en las uniones regimentadas por el estado y la iglesia. Practicaban el amor libre y eran tolerantes con la homosexualidad y la bisexualidad. Consumían drogas como la marihuana y el hachís, y alucinógenos como el LCD.
Algunos exageraban de antiestéticos y antihigiénicos porque no tenían mucho apego al jabón, al extremo que el ex presidente Ronald Reagan cuando fue gobernador de California tildó al hippie como “un tío con pelo como Tarzán que camina como Jane y que huele como Chita”.
El auge del movimiento hippie coincidió con el inicio de la era de Acuario, el 4 de febrero de 1962 y continuó con la globalización, etapa en la que actualmente nos encontramos. En ese entonces, se vaticinó que después de la globalización vendría una nueva época llamada del “hermanamiento universal” donde, en base a la razón, se solucionarían los problemas de una manera más justa y equitativa y habría mayores oportunidades para la vida intelectual y espiritual. Se decía que esta era de Acuario, que en la actualidad la estamos viviendo, se caracterizaría por el dominio de la tecnología como único mecanismo para alcanzar el desarrollo de la humanidad y se prolongará hasta el siglo XXVII en que acabará esta etapa de alto grado de materialismo.
El actual ciclo materialista terminará hartando a toda la humanidad y se empezará a disfrutar de un largo período más espiritual en el que se volverá al consumo de lo natural y los medicamentos serán reemplazados por la ingeniería genética y la prevención de la salud.
Para los escépticos, seguramente que estas predicciones fueron solo alucinaciones de los hippies, que ya ni siquiera existen.
¿Habrán desaparecido de la faz de la tierra como creen algunos o han evolucionado y se han afincado en la India como aseveran otros?
Esto mismo lo intentaron los Beatles. Y si no cumplieron con sus planes fue porque los intereses empresariales de quienes manejaban sus vidas les hicieron desistir.
Sin embargo, hoy, al ver todo lo que está ocurriendo en el campo de la tecnología y los esfuerzos que se hacen por la conservación de la naturaleza, los incrédulos tendrán que reformular sus formas de pensar con respecto a estos vaticinios. ¿Acaso cada día que pasa nos quedamos sorprendidos con todo lo que leemos y vemos?
Somos testigos cómo este vertiginoso desarrollo se da en la industria alimentaria, la química, la nanotecnología y la construcción, sobre todo en las comunicaciones, donde el internet, el video, el cine y la radiotelefonía logran deslumbrantes avances. En el cine, es indudable que el cambio empezó con la película Avatar y en las comunicaciones con los celulares y el internet.
Fue precisamente en aquella maravillosa década de los años sesenta cuando llegaron los primeros hippies a Lima y se apostaron en los portales de la plaza San Martín donde la gente no los veía con buenos ojos por sus fachas y sus costumbres liberales. Luego pasaron a la Diagonal de Miraflores.
A los limeños conservadores les molestaba que sean unos melenudos informales, con tatuajes en los brazos y se aglomeraran en las veredas donde vendían todo tipo de chucherías con el fin de recursearse.

En realidad nunca quisieron quedarse en la capital.
Lima solo fue su paradero obligado para reabastecerse de dinero y energías y poder continuar su viaje al Cusco, donde realmente querían estar, por su gran magnetismo.
En el Valle Sagrado de los Incas se solazaban mirando las montañas de Ollantaytambo y Machupicchu mientras fumaban marihuana, que la compraban a su paso por México. Trabajaban haciendo artesanías y solo se movían para asistir a algún festival que se programaba en la ciudad de Cusco .
Los hippies, en poco tiempo lograron identificarse con las costumbres de los campesinos cusqueños, al extremo de convertirse en los mejores promotores de los atuendos incas, haciéndolos conocer universalmente.
Viéndolos en esas fachas, sin problemas de trabajo, ni esclavitud horaria, a algunos jóvenes limeños no les faltaba ganas de botar al tacho la camisa blanca, la corbata y los zapatos de calle ajustados, para convertirse en miembros de esa comunidad. Pero, como estaban acostumbrados a vivir cómodamente y conformes con su situación social y laboral, como oficinistas, obreros o vendedores, no les apetecía mayormente cambiar esa clase de vida, aunque estuvieran mal remunerados.
Eran los tiempos en que el dictador Fulgencio Batista había caído en Cuba como consecuencia de la revolución encabezada por Fidel Castro. El pasaje aéreo Lima-Miami costaba apenas l70 dólares. En las casi vacías calles limeñas circulaban los automóviles Lark. En EEUU era ungido como Presidente John F. Kennedy. Francia atemorizaba al mundo con sus experimentos atómicos en el Atolón de Mururoa y la nueva ola llegaba a los confines más insospechados del planeta.
Y claro, para la sociedad formal el hipismo era una peste. Para los jóvenes, la liberación de todas sus frustraciones.
En Lima, radio Miraflores popularizaba los primeros discos de rock que llegaban de EEUU y, precisamente en una de las residencias miraflorinas, Marita se hallaba escuchando esta emisora, recostada sobre su cama. Aunque, de rato en rato, le gustaba cambiar de estación para chequear lo que estaban transmitiendo las otras emisoras como ll60 y Panamericana y no perderse la guerra a muerte que sostenían los primeros discjockeys, en su afán de presentar primicias.
Los dueños de las radios también libraban su propia batalla y eran capaces de hacer cualquier cosa con tal de ocupar los primeros puestos de sintonía porque de eso dependía la venta de avisos, medición que estaba a cargo de una de las primeras compañías de investigación de mercados de entonces –CPI- fundada por Manuel Saavedra.
Pero, sin embargo que Marita disfrutaba de todas las comodidades en su hogar, sentía un vacío en el alma. No se explicaba el porqué de tanta angustia en su corazón, si lo tenía todo, estudiaba en uno de los mejores colegios de Lima, asistía a una academia de ballet, tenía a la mejor profesora de piano que le daba clases en su propia casa. Y como si esto fuera poco, a menudo su madre le compraba ropa de moda en las tiendas Sears y Oeschle y su enamorado era hijo de un Almirante de la Marina casado con la heredera de una hacienda azucarera del norte. Es decir, tenía todo lo que una chica de su edad podía desear. Los fines de semana tampoco se perdía las fiestas que organizaban sus amigas, a las que asistían los cadetes de la Marina.
Una tarde, a manera de matar el aburrimiento, decidió salir de paseo por una las calles no muy transitadas de Miraflores, en compañía de Svenka, su amiga y confidente. Lamentablemente, ni los escaparates bellamente decorados de la Av. Larco ni los deliciosos churros que saborearon en El Manolo lograron llenarle el vacío que sentía en su alma.
–Te noto triste, ¿Te has peleado con Adalberto? – Le preguntó Svenka.
–Bueno fuera. Tú sabes que estoy con él más por complacer a mis padres.
– ¿Por qué entonces no acabas esa relación?
–Sería una tragedia para mi madre. Ella cree que no hay otro como él. Aunque, a veces cuando estoy sola extraño su compañía. La verdad es que no sé si lo amo de veras. Bueno, mejor no hablemos de eso. ¿Qué te parece si vamos a la Diagonal? Allí tenemos el Haití y al frente la Tiendecita Blanca para pedir unos helados.
-¿Y por qué no a la cuadra donde están los hippies?
–Sí, claro, vamos a curiosear.
Efectivamente, allí estaban ellos, apostados en la acera, libres como el viento, con sus cabellos largos y sus atuendos estrafalarios, sentados sobre mantas como lo hacen los indios en las reservas norteamericanas y, claro, siempre atentos al asedio de la policía municipal.
Marita los observaba, sin atreverse a dirigirles la palabra.
Los hippies tampoco eran de los que fácilmente abrían la boca, lo hacían solo cuando alguien les preguntaba el precio de alguna de sus artesanías. Marita se animó a preguntar por unos pendientes que le llamaron la atención. Recién el hippie levantó su cabeza y sus ojos negros se quedaron un instante en los de ella…
–Cuesta diez soles – Le dijo sin que se lo preguntara.
En ese instante se acercó Svenka, quien se había quedado en el puesto de otro hippie. Y al escucharlo, casi mecánicamente le respondió…
–Me parece muy caro ¿Por qué no le haces una rebaja a mi amiga?
El Hippie sonrió. Y meneando su cabeza, le dio a entender que su respuesta era no. Un tanto avergonzada, Marita sacó un billete de diez soles y se lo dio sin hacer ningún reproche. El hippie le alcanzó los pendientes y además unos wayruros de regalo.
–Para que la suerte nunca te abandone – Le dijo.
En la noche, los papás de Marita como siempre tuvieron que salir a un compromiso y la empleada de la casa, al notar que la joven se hallaba sumida en una profunda depresión, fue a su habitación para hacerle compañía.
–Adalberto es un buen muchacho. El problema es que su madre es muy posesiva. Le dijo más por iniciar una conversación que con el propósito de hablarle de él.
–Tienes razón Lupita, pero no estaba pensando en él. Ya no me importa. Que se vayan todos al diablo. No sé qué hacer, estoy confundida.
Y, a los pocos días, de manera sorpresiva Marita desapareció de la casa, dejando una nota:
“Queridos papás, me voy porque necesito encontrarme a mí misma. Estoy harta de todo. Les pido perdón por la decisión que he tomado. No quiero que se preocupen. Los quiero mucho. Marita”.
Al leer la misiva, todo el andamiaje de la familia se vino abajo y fue cuando recién salió a luz la retahíla de errores que habían cometido sus padres. El marido comenzó a increpar a su mujer…
–Seguramente que se ha enterado de tus cuitas con ese mequetrefe del gimnasio, tal como chismea la gente.
– ¿Y tú? ¿Qué has hecho por Marita? A lo mejor ya sabe de tu viajecito a buenos Aires en compañía de tu secretaria.
–Lo que más me preocupa es que los papás de Adalberto se enteren. El Almirante me llamó el otro día para decirme que le gustaría formalizar esta relación.
–Yo creo que Marita se fue por la jugarreta que hiciste en el Banco Popular. Eso en cualquier parte del mundo es estafa. Agradece a Dios que los dueños son amigos de mi padre, sino te metían entre rejas.
– ¿Y con qué plata crees que solventamos el nivel de vida que llevamos. Tú también estás metida en esto, no solo yo.
Entretanto, Marita se había integrado a un grupo hippie y viajaba al Cusco con la ropa en el cuerpo porque había decidido no llevarse nada que no sea unos cuantos soles en su bolso y el radio portátil National que le habían regalado sus abuelos, en su cumpleaños.
El viaje por tierra le pareció muy pesado a diferencia de la primera vez que fue en compañía de sus padres en un vuelo directo de Faucett. Y mientras avanzaba el bus recordaba que en aquella oportunidad el piloto hasta había salido de la cabina de mando para mostrarles el Salkantay, la cumbre más alta de la cordillera de Vilcabamba.
Cuando llegó al Cusco, tampoco pudo alojarse en el Hotel Savoy como en su primer viaje, sino en un pequeño albergue comunitario de San Blas, el barrio de los artesanos Mérida y Mendívil, pero se resignó a soportar las incomodidades por la hermosa vista que tenía su habitación y la compañía de dos muchachas, una de San Francisco y la otra de Ohio, quienes, como ella, también habían huido de sus casas.
Para cubrir sus gastos los hippies vendían sus artesanías en los portales de la plaza de Armas de la ciudad imperial. En sus reuniones con jóvenes aborígenes aprendieron a tocar y cantar el folklor peruano y a la vez estos, al integrarse a los hippies, aprendieron su idioma y hasta se enamoraron de quienes llamaban “crudas y crudos” (chicas y chicos de piel blanca).
Marita, también tuvo que acostumbrarse a ese tipo de vida. Lo que no podía dejar era su costumbre de escuchar radio.
Una noche, hurgando el dial logró sintonizar el programa que yo conducía a través de radio La Hora, donde me refería al desalojo a un grupo de hippies ubicados en uno los portales de la plaza de Armas y le reclamaba a la policía municipal que les devuelva sus artesanías y sus instrumentos musicales que les habían arrebatado.
Marita no había sido la única que escuchó mis comentarios, sino también el Alcalde Jesús Lámbarri Bracesco quien de inmediato revocó la medida y ordenó a la policía les devuelva todas sus pertenencias a los hippies y, además, les ofreció reubicarlos en los portales de la plaza del Cabildo.
A los pocos días Marita y sus amigas que paseaban por la calle Marqués, por curiosidad decidieron ingresar a la radio.
– ¿Por favor, podría pasarle la voz al locutor?
–Sí, claro, pasen.
–Creyendo que les invitaban a ingresar a las oficinas, de pronto se vieron en la cabina, frente a mí. Yo, fui el primer sorprendido porque nunca las había visto en mi vida y mientras hablaba les hice una seña para que se acercaran.
–No, no, por favor nada de entrevistas solo queríamos…
Ya era tarde, el micrófono estaba abierto y empecé a conversar con ellas. La cita fue tan amena que hasta los oyentes intervinieron por teléfono para darles su apoyo. Al final del programa, nos fuimos a tomar un café en el restaurante Bahía de Mesón de la Estrella. Y cuando ya entramos en confianza, Marita me puso al tanto de las razones de su incorporación a la comunidad hippie. Fue sincera al reconocer que extrañaba su hogar, a su amiga Svenka y también a su enamorado, pero me dijo que se sentía feliz en Cusco porque se había liberado de todas las ataduras de una sociedad superficial y falsa.
A las dos semanas, más o menos, tal como le había ofrecido la última vez que me llamó, la busqué para invitarla a conocer el Muki, la discoteca que estaba de moda.
–Me gustaría ir, pero en las fachas en que me encuentro no creo que me dejen entrar – Se disculpó en un principio.
–No te preocupes, eso no tiene importancia, te divertirás mucho. Conozco a los dueños y el DJ es operador de uno de mis programas de radio.
El Muki era el único local donde se bailaba rock entre paredes incas, lo que le daba un toque de misticismo. Sin embargo, para algunos arqueólogos, esto les parecía un ceremonial de danzas profanas en el Acclla Wasi, por lo que empezaron a levantar su voz de protesta, sobre todo cada vez que se despertaban con los chicotes cruzados.
Los más felices éramos los jóvenes, porque antes de la inauguración de este local teníamos que pasar la noche en bares y cantinas de mala muerte, ubicados en los lugares más ocultos de la ciudad porque no nos gustaban los clubes nocturnos, reservados para gente mayor.
Cuando llegamos al local, ubicado en la calla Santa Catalina, en los alrededores estaban algunos bricheros (gigolós cusqueños) esperando a las turistas sin pareja, que no querían pasar la noche a solas. Allí estaban también las bricheras vestidas con atrevidas minifaldas y medias gruesas para protegerse del frío y de paso aumentar el grosor de sus piernas y así engatusar a los turistas.
–Van a pensar que soy una de ellas – Se le ocurrió comentar a Marita.
–¡Por favor! No lo creo, al contrario, van a pensar que eres un angelito que se cayó del cielo.
En el interior del Muki había poca luz. El DJ Julio Villamil, al vernos entrar, puso la misma música que acostumbraba incluir en mi programa de radio, seguramente para hacerme sentir como en mi propia casa. Me guiñó el ojo como quien dice ¡qué buena chica que trajiste!
Después de bailar unas piezas y tomar unos tragos le dije a Marita que quería presentarle a un amigo que recién había llegado de Lima y estaba un poco perdido en la ciudad.
En un principio no quiso. Prefería estar solo conmigo, seguramente más por temor que por deseo. Incluso cuando me levanté del asiento, luego de la informal presentación, ella se quiso salir, pero al darse cuenta que le estaba haciendo un desaire a mi amigo tuvo que quedarse.
A pesar de la escasa luz y el humo de los cigarrillos, Marita se dio cuenta que el muchacho ocultaba su timidez detrás de su crecida barba y unos lentes oscuros que parecían de ciego. Vestía como hippie, camisa de bayeta, pantalones anchos y un chaleco de cuero.
Los tragos iban y venían. El DJ después de poner varios rocks movidos, pincho el tema “Soy Rebelde” de la cantante española Jeannette, la artista española que estuvo a punto de graduarse de piloto de aviones en la escuela militar de Pamplona, pero felizmente fue atrapada por la música.
El hippie sacó un pitillo y luego de aspirarlo dos veces consecutivas se lo puso en los labios de Marita. Bebieron unos sorbitos de pisco sour y salieron a bailar. El DJ, quien al parecer sabía lo que tenía que hacer, empalmó otro rock lento.
Por efecto del pitillo, los tragos, la música romántica y el calor de la noche, Marita y su acompañante se apachurraban tiernamente mientras bailaban.
– Marita te quiero…Susurró el hippie.
–Pero…¿cómo, si recién me conoces?
–Es como si te hubiera conocido toda mi vida, susurró con una voz distorsionada por la afonía..
Hasta que la madrugada los sorprendió y salieron hacia la plaza de Armas. Y cuando se hallaban sentados en la última grada del atrio de la catedral, debajo de la torre donde está el reloj, Marita se recostó sobre el hombro del hippie y le susurró al oído. –Ni siquiera se tu nombre y estoy sentada aquí contigo.
–Si quieres saberlo, solo cierra los ojos.
Y así lo hizo, después de darle un tierno beso, el joven de la voz afónica por el frío, le dijo…
– Mi nombre es… Adalberto.
– ¡No puede ser!
–Sí, soy el hombre que jamás dejó de amarte y te seguirá amando toda la vida. Al saber que te habías ido de tu casa pedí mi baja de la Marina para buscarte. Durante tres meses viajé de ciudad en ciudad hasta que Svenka me dijo que se había comunicado con tu amigo, el locutor, quien le informó que él sabía dónde estabas. Apenas llegué lo único que hice fue buscarlo a él y aquí me tienes.
Mientras caminaban por las estrechas calles del barrio de San Blas sus besos y caricias les hicieron olvidar que ya había amanecido. Ese mismo día se fueron a vivir a una comunidad hippie en Chinchero, donde ella aprovechó la oportunidad para aprender el arte textil de los antiguos peruanos y él se puso a trabajar ayudando a la comunidad.
Hoy, la pareja vive en Lima. Adalberto es un exitoso Ingeniero Industrial en una importante compañía, mientras que Marita y Svenka son socias en una empresa exportadora de textiles peruanos. La pareja tiene tres hijos y cinco nietos, quienes no se cansan de pedirles una y otra vez que les cuenten su bella historia de amor. Y ellos, igualmente, nunca se cansan de complacerlos.

3 respuestas to “El Hippie”

  1. solis.69 Says:

    Me parecio super fascinante la historia de esta chica hippie y su novio. Me gustaría recibir mas historias de este tipo. Saludos buena vibraaa

    • herberthcastroinfantas Says:

      Hola Solis-69:

      Me alegra que te haya gustado este cuento. Hay otros en la sección PAGINAS de mi blog. Te invito a leerlos para que me des tu opinión. Te recomiendo «La chica de la Tienda» .

  2. karen Says:

    Esta historia me impresiono bastante pues no pensaba en ese final.. me da mucha alegría que hayan encontrado su verdadera paz!!
    Les deseo todo lo mejor..

Deja un comentario