Chepe y Mica : Unidos hasta la muerte

La lluvia empezaba a caer y un aroma a tierra mojaba inundaba el ambiente en las cálidas tierras de Abancay. Desde Condebamba, todavía se veían las luces tenues de los faroles de las haciendas ubicadas en la margen derecha del río Mariño y al costado del principal camino inca (Qhapaq Ñan)de cal y piedra que atravesaba la hermosa campiña de Ccanabamba y Mosoccalle.
El nombre de Condebamba, posiblemente le hayan puesto los moradores del lugar para identificar ese pedazo de suelo reservado para unos condes que llegaron, de paso al Cusco y, de tanto decir “este es el lugar de los condes” en su idioma nativo, con el tiempo y, por abreviación, pasó a ser “Condebamba”.
Después de la conquista española, era muy frecuente ver camino al Cusco a muchos aventureros españoles, tanto de la nobleza como de la clase media en busca de fortuna.
Antes de llegar a su destino, tenían que pasar necesariamente por Abancay y, claro, algunos decidían quedarse por un tiempo para descansar y disfrutar de su agradable clima. El hecho es que Condebamba tenía algo más, estaba a un paso de Aymas, donde podían conseguir buenos pastos para sus caballos, abundante agua y una gran variedad de productos nativos para preparar sus alimentos.
Sin embargo de haber transcurrido muchos años, Condebamba no ha perdido su nombre original, felizmente que a nadie se le ocurrió cambiarlo, como ocurrió con otros lugares, solo por el prurito que tienen algunos Alcaldes de remover los nombres de calles y plazas, sin tener en cuenta que las arterias de una ciudad son como las personas, no se les puede estar cambiando de nombre a cada rato.
Hoy, Condebamba sigue manteniendo su nombre original, con su curva o esquina, como quieran llamarla, de recuerdos mil. Con sus casas y tiendas habitadas y conducidas por los descendientes de los antiguos vecinos y de nuevos propietarios. Esta es la esquina de parada obligada en los entierros, luego que los deudos, con el ataúd del difunto al hombro, suben agotados por una empinada cuesta. Aquí, el cura da el penúltimo responso, antes que el muerto sea enterrado en el camposanto de la Sociedad de Beneficencia Pública de Abancay.
Condebamba, es también el punto de encuentro de los tunantes que pasan a Aymas y Villa Gloria, canturreando huaynos y carnavales o ejecutando en sus quenas melodías tan tristes que desgarran el alma, mientras vacían en sus gargantas “seco y volteado”, el último sorbo de un «patibamba libre».
Aquí vivían Manuel Bastidas y su esposa Josefa Puyucahua, desde que decidieron iniciar el sirvinacuy, es decir el período de prueba prematrimonial, tal como se estilaba en esa época.
Manuel, era un fornido joven de origen africano que trabajaba en una de las haciendas de aquel fértil valle. hijo de Mariano Bastidas de la Guardia, un soldado español que luchó en la batalla del Pachachaca.
El padre del propietario de la hacienda había sido compañero de armas del padre de Manuel y heredero de esas tierras al concluir la guerra civil entre almagristas y pizarristas, cuya batalla final se desarrolló el 12 de julio de 1537 a orillas del río Pachachaca.
Por esa razón el heredero de la hacienda le tenía una deferencia especial a Manuel y, por eso, al enterarse del embarazo de su esposa, no dudó en apoyarlo.
-Manuel, tu hijo o hija, no lo sabemos, necesitará de un cuidado especial y de un mejor lugar dónde vivir. ¿Qué piensas hacer?
Manuel se quedó sin saber qué respuesta darle a su patrón. Y, luego de unos segundos, como cortando el silencio, el hacendado le ofreció un terreno en una zona de clima más saludable.
-La propiedad está ubicada en Tamburco, un lugar donde el inca Tupac Yupanqui, acostumbraba llegar con frecuencia. Le dijo.
Precisamente fue este inca quien decidió instalar en este lugar un tambo, por eso el nombre del lugar (Tampu Orcco: Tambo viril, en español). El inca Pachacutec, también acostumbraba descansar en este valle.
Manuel se quedó en silencio.
-Comprendo tu emoción – Continuó el hacendado al ver que Manuel se limpiaba las lágrimas que le habían brotado de los ojos – Sé lo que es tener un hijo. Lo digo porque yo tengo tres. no hace mucho nació mi primera hija luego de dos varones. Los varones radican en España y nos hemos quedado solo con ella.
De esa manera, la joven pareja Bastidas-Puyucahua se mudó a Tampu Orcco (Tamburco) y tomó posesión de los terrenos obsequiados por su patrón. En un principio, ambos se dedicaron al cultivo de la tierra, y luego resolvieron poner una posada para los arrieros y otros viajeros que llegaban de paso a Cusco o viceversa.
Una noche, después de la última merienda, Josefa y Manuel se hallaban contemplando la plaza, cuando ella sintió los primeros dolores del parto, poniendo en apuros a Manuel.
-Iré a llamar a la comadrona- Sugirió.
-Contigo a mi lado, no creo que sea necesario, pero… si prefieres…
Manuel tomó su caballo y salió presuroso. Al retornar, acompañado de la parturienta, vieron una estrella fugaz haciendo su paso por el límpido cielo abanquino para finalmente perderse detrás del Quisapata.
Casi de inmediato, ocurrió otro hecho: la estrella conocida como “lucero de la mañana” se abría paso entre las nubes y se mostró en todo su esplendor.
-Dios mío, este es un presagio que su hija será famosa. Aseveró la comadrona.
-¿Mi hija? Yo, espero un hijo varón.
-Tendrá que aceptarlo Don Manuel, será una niña. Por algo se apareció la estrella fugaz. Pronto sabremos si este mensaje de los Apus se cumple. Pero le aseguro que será una mujer muy valerosa.
-Dirás, el mensaje de Dios. Tú siempre con tus creencias.
Cuando llegaron a la casa, la criatura ya había nacido, Manuel no salía de su asombro por la valentía de su mujer. La parturienta ya muy poco tuvo que hacer. Emocionado, el flamante padre la apachurró a su bebé y la levantó hasta donde le dieron sus brazos.
En ese instante, Josefa le pidió a su compañero que se acerque y, con la voz entrecortada le dijo:
-Tú querías un varón.
-Eso no importa. Con tal que sea como tú, me da igual. Ahora pensemos en el nombre que le pondremos.
-María, como la hija del hacendado. Propuso la madre.
-No, a lo mejor no le va a gustar al patrón y yo no quiero causarle disgustos porque es muy bueno con nosotros.
-Entonces, escoge tú.
-Déjame pensarlo. Ahora no se me ocurre nada. Ah, ya sé. Qué te parece si le ponemos Micaela, significa “Dios es justo”.
-¡Si!, me gusta.
Con el paso de los años, la niña fue creciendo, al igual que el negocio en Tamburco. Por cariño y abreviación de su nombre, empezaron a llamarla “La Mica”.
Mientras ellos trabajaban en el tambo, Mica se iba a jugar con María, la hija del hacendado. Allí aprendió a leer y escribir correctamente porque ambas recibían clases de un profesor particular.
A los 12 años Mica y su amiga ya se había leído varios libros que llegaban de España.
En la segunda mitad del Siglo XVIII, llamado el siglo de las luces, Europa vivía un gran movimiento intelectual. Es cuando se producen acontecimientos políticos, intelectuales, sociales y económicos de gran magnitud y un gran desarrollo en las artes y la ciencia. Esta etapa, conocida como de la “Ilustración”, se caracterizaba, además, por la reafirmación del poder de la razón, frente a la fe y la superstición imperante.
En Perú la situación es de injusticia y esclavitud. Se subyuga a los descendientes de los incas. Se impone un régimen de abusos, cobrándose impuestos con todo motivo, incluso a quienes no tenían ingresos.
Por coincidencia, en los Estados Unidos de Norte América, igualmente, había mucho descontento. En 1775 se inicia una guerra interna que duró hasta 1783 en que Inglaterra reconoce la independencia de sus colonias americanas.
Todas estas noticias y publicaciones, muchas de ellas prohibidas, son traídas a nuestro país por los criollos, es decir los españoles nacidos en Perú, muchos de ellos descontentos con la forma de gobernar del virrey y las leyes dadas por el rey de España. Estos libros llegan a manos del hacendado que su hija y Micaela, los leen con avidez y les permite conocer los cambios sociales. Micaela empieza a indignarse por la situación de miseria de los peruanos y la compara con la vida opulenta de los conquistadores.
Se molesta por la injusticia en el trato a los descendientes de los incas, por el trabajo en las minas y en el campo, donde eran considerados como esclavos. Los españoles les confiscaban sus tierras y los obligaban a pagar tributos. Y quienes no podían pagar, eran despojados de sus pertenencias y obligados a trabajar en las tierras y minas de los españoles donde eran azotados en busca de mayor rendimiento. Muchos morían deshidratados y enfermos.
La familia Bastidas-Puyucahua, vivía en constante zozobra y atemorizada porque les arrebaten sus propiedades o quiebre su negocio por los elevados impuestos. No lo hicieron porque tenían la protección del hacendado.
Micaela, ya era una adolescente. Atormentada por las quejas de los indios que servían a la corona y los comentarios de los españoles que visitaban la fonda de sus padres, lloraba por la impotencia de no poder hacer nada. Sus noches eran interminables pensando en el futuro de su familia y su comunidad, provocando en ella un espíritu de rebeldía.
Una mañana, despertó con el ruido de los caballos y mulas que llegaban cargados de oro de Potosí y los gritos de los arrieros que celebraban haber llegado al tambo para descansar, alimentarse y retomar fuerzas para seguir viaje a Lima.
Al ingresar al comedor donde desayunaban los viajeros, sus ojos se clavaron en los de un joven de cabellos largos que caían por debajo de un gran sombrero de ala ancha, color negro. Su vestimenta era gruesa y distinguida, confeccionada con finas hebras de vicuña. No parecía un arriero sino un noble indio.
Ella tampoco pasó inadvertida ante los ojos de aquel joven apuesto y distinguido porque era muy difícil que alguien no se diera cuenta de su presencia, por su belleza y esbeltez.
El sonido de sus botines cortos de taco regular que marcaban sus pasos y su garbo llamó la atención del joven.
Él la siguió con la mirada hasta que salió a la plaza para seguir caminando como todas las mañanas a la hacienda de su amiga. Mica, peinaba trenzas y siempre estaba bien vestida y arreglada. Sus faldas, ni cortas ni largas, dejaban ver sus bien torneadas piernas. Por el clima cálido en Abancay, usaba blusa y sombrero blancos que hacían resaltar su tez morena, color que había heredado de sus abuelos africanos. Sus cabellos eran ondulados, por ahí que familiarmente la llamaban zamba.
El joven la siguió con la vista. Y lo que más le llamó la atención fue el hecho que, apenas ella salió, sacó de su bolso un libro y empezó a leerlo, porque en esa época solo los hijos de los españoles eran los únicos que sabían leer y escribir.
Aquel muchacho era José Gabriel Condorcanqui, un arriero adinerado de 22 años de edad, nacido en Surimana-Canas, Cusco, hijo de Miguel Condoccanqui y Rosa Noguera. Desde que salió del colegio se dedicaba al comercio, pero jamás se jactaba de su posición económica ni de sus éxitos comerciales.
A su vuelta de Lima, viaje que duraba semanas, volvió a alojarse en la misma posada de Tamburco, pero esta vez no tuvo la suerte de ver a la muchacha que lo había impresionado porque se había quedado en la hacienda con su amiga.
No obstante que él decidió quedarse un día más en Tamburco con el pretexto de cambiar los herrajes de sus caballos, cuando su verdadera intención era otra. Mica no se apareció.
Antes de dejar el tambo, José Gabriel le pidió a uno de los empleados, que le haga el favor de entregarle a Micaela un presente, no sin antes recomendarle que nadie más se entere.
Al volver de la hacienda, Mica recibió el encargo y apenas deshizo la envoltura se dio con la sorpresa que se trataba de un libro, con una nota que decía: “Con admiración para Mica de parte de JGC”.
En principio, no sabía quién pudo haberle dejado tan valioso regalo. Hasta que el empleado le explicó que se trataba de un joven de ojos y cabellos negros, de sombrero de ala ancha y costumbres educadas.
Esa noche, Micaela leyó el libro hasta que el aceite del mechero que le proporcionaba luz, se consumió. Se trataba de un compendio de las primeras obras de Juan Jacobo Rousseau, traducido al español que había sido traído al Perú por uno de los amigos criollos de José Gabriel. Era un discurso escrito en 1754 sobre los fundamentos de la desigualdad, donde Rousseau se pregunta “¿Cuál es el origen de la desigualdad entre los hombres?”.
Cada concepto, Mica los repensaba tratando de descubrir qué secretos escondían esos pensamientos.
Después de transcurrido varias semanas, José Gabriel se apareció nuevamente en Tamburco. Lo hizo como siempre, montado en su caballo blanco. Al apearse, lo primero que hizo fue buscar con la mirada a Mica. Ella, que había esperado con ansias aquel momento, apenas sintió el ruido de los caballos y el murmullo de los hombres, salió a la puerta de la fonda.
Al ver a José Gabriel. no pudo ocultar su felicidad, pero por recato cambió de expresión. José Gabriel se acercó para saludarla y lo primero que hizo fue preguntarle si le había gustado el regalo. Mica, sin titubeos le respondió:
-Quien escribió ese libro tiene razón, pero no creo que tú creas en sus ideas porque eres un hombre rico y amigo de los españoles.
José Gabriel no sabía qué responder. Estaba sumamente sorprendido.
-¿Acaso los hombres ricos no podemos estar al lado de los necesitados? No es como tú crees. A veces las apariencias engañan. ¿Por qué no hablamos de esto en otra ocasión? ¿Podría verte mañana?
Micaela, esta vez fue la sorprendida por su rapidez para sacarle una cita. Era la primera vez que alguien se la pedía y no supo qué responder.
En ese momento su madre, que la observaba de lejos, la llamó. Fue cuando se dio cuenta que su hija ya no era una niña. Estaba muy preocupada y le envió a su habitación, no sin antes recomendarle que jamás vuelva a hablarle a un desconocido.
Al día siguiente la muchacha, como siempre, se levantó temprano. El desayuno era uno de los pocos momentos en que la familia se reunía, incluso con sus dos tíos por la línea materna, Antonio y Miguel, que influían mucho en su crianza.
En esa época las niñas campesinas no tenían derecho de ir a la escuela. Ese privilegio era propio de los varones descendientes de españoles. Las hijas de los españoles recibían una enseñanza muy limitada en lectura y escritura, dándole más preferencia al canto, las manualidades y el baile.
Micaela aprendió a leer y escribir por su amistad con la hija del hacendado. Por eso estaba al tanto de todo y se atrevía a discutir con sus familiares.
-Todos los hombres nacemos iguales y tenemos los mismos derechos.
-¿Qué? ¡Cállate¡ ¿De dónde diablos sacaste eso? Si te escuchan las autoridades será nuestra perdición. No vuelvas a tocar el tema. Gritó el padre.
-Papá, en Francia, la gente se ha levantado contra el rey. Ahora todos son iguales.
-Por favor Micaela, haz caso a tu padre, cállate por favor. Le pidió la madre, tratando de cortar la conversación.
-Yo no le tengo miedo al Corregidor ni al Virrey. Si no hacemos nada nos exterminarán.
-No hables más por favor. No olvides que hasta las paredes tienen orejas.
-Bueno, me voy a la hacienda para seguir estudiando.
Y cuando pasaba por el comedor donde los arrieros se hallaban esperando el desayuno, José Gabriel hizo un ademán de saludo, su intento se estrelló contra el rostro imperturbable de Micaela porque aún estaba molesta por la discusión que tuvo con sus padres. Y luego de cruzar la plaza, desapareció.
José Gabriel no esperó que le trajeran el desayuno. De un solo salto subió a su caballo y fue tras ella. Luego de trotar unos minutos la alcanzó y la invitó a subir para llevarla a donde ella quisiera. Micaela, entre sorprendida y atemorizada, no le respondió ni una sola palabra. Al contrario, apuró el paso como queriendo huir, hasta que José Gabriel resolvió apearse del caballo.
El tema de la lectura del libro fue lo único que la convenció a Micaela para hablar con José Gabriel, porque ambos pensaban igual. Sus convicciones revolucionarias coincidían plenamente.
A partir de ese momento en cada viaje José Gabriel nunca le dejó de traer un libro y sus conversaciones giraban en torno a sus lecturas y los cambios sociales que estaban ocurriendo en el mundo.
Hasta que llegó el día en que Micaela accedió a la invitación de José Gabriel para dar una vuelta por los alrededores de Tamburco.
-Tú que eres de aquí, te convertirás en mi guía- Le pidió.
-¿Conoces Angasqocha? Preguntó la muchacha.
-No, ¿Dónde está?
-En el Ampay. Muy pocos lo conocen. Es una laguna muy bella en medio de un bosque de intimpas.
-¿Intimpas? Primera vez que escucho esa palabra. Vamos. Total, contigo iría al fin del mundo.
En aquel paradisíaco lugar, en medio de un bosque de intimpas, entre garbancillos, helechos, chilcas y huancarpitas, de orquídeas y huamanchilas, José Gabriel le declaró su amor.
Un silencio gélido se apoderó del ambiente mientras el joven arriero esperaba la respuesta de la única muchacha que había logrado horadar su corazón.
Pero la respuesta no llegaba porque aquella adolescente que parecía decidida, sin temor de decir todo lo que pensaba, esta vez se hallaba atrapada en un mar de dudas. Hasta que el vuelo de un colibrí la hizo despertar de su letargo y, mirándole en los ojos, le dijo:
-Ahora no te puedo responder. Déjame pensarlo. No es fácil darte una respuesta porque cuando una abanquina se enamora, es para toda la vida, salvo que la traicionen.
Una vez más José Gabriel quedó sorprendido con las palabras de Mica. Todo podía imaginar menos escuchar de sus labios aquella respuesta. Sus títulos de noble, sus estudios en el mejor colegio del Cusco, sus lecturas de los mejores libros, su éxito en los negocios, su reputación de líder, todo, absolutamente todo se derrumbaba en ese instante porque jamás mujer alguna le había rechazado una propuesta de amor. Esta era la primera vez que le pedían una espera.
-Es mejor para ambos, eso nos dará tiempo para pensarlo mejor. Afirmó Mica.
José Gabriel, inhaló aire y dio una fuerte palmada como reconociendo que había perdido su primera batalla de amor.
-Está bien, tú tienes la razón.
Con el sonido su palmada, las mariposas se elevaron, las tarucas y vizcachas corrieron cuesta arriba y el oso de anteojos, subido en un árbol, los miraba entre asustado y curioso.
Ambos se sumergieron en un silencio tenso.
Al retornar, ella se quedó en la hacienda y él decidió continuar viaje, ese mismo día.
Con el paso de los días, aquella chispa de amor que se había encendido en sus corazones fue avivándose al punto de convertirse en una verdadera hoguera.
Lo que más le atraía a José Gabriel, además de la belleza de Mica, era su inteligencia y carácter, su alegría, su actitud positiva y seguridad para enfrentar la vida. Estaba convencido que esta muchacha, valiente, de ideas claras, dispuesta a luchar por sus ideales, tenía que ser la compañera de su vida.
Tanto se había enamorado que, ya estando en Tinta, prefirió volver a Tamburco dejando un importante compromiso que tenía en el Alto Perú, decidido a conseguir el sí de aquella muchacha que le quitaba el sueño.
Mica, tampoco estaba tranquila. Sus noches eran largas pensando en el primer hombre que le había declarado su amor. No sabía si él se hallaba en Cusco, Lima o en el Alto Perú. De manera disimulada preguntaba a los arrieros que llegaban a la fonda sobre el paradero de José Gabriel, pero nadie le daba razón.
Prefería estar sola en su habitación leyendo o en la hacienda, en compañía de María, su amiga y confidente. quien, al verla muy apenada le aconsejó que acepte los requerimientos de José Gabriel, no sin antes averiguar si realmente era un hombre soltero y de buenos sentimientos.
-En esto yo te ayudaré. Hablaré con mi padre. Le ofreció.
De esa manera se enteró que aquel joven que le había declarado su amor era un líder revolucionario que preocupaba al virrey. Un mozo que, siendo noble, estaba al lado del pueblo, que luchaba por sus principios revolucionarios y no temía perder su fortuna con tal de conseguir un mejor trato para los indios.
Hasta que una mañana gris, de intensa garúa y olor a tierra mojada, cuando Micaela como de costumbre se dirigía a la hacienda vio a lo lejos un hermoso caballo guiado por un jinete de sombrero de ala ancha. No podía salir de su asombro, era el hombre en quien no dejaba de pensar.
José Gabriel, la alcanzó y de un solo salto se apeó de su cabalgadura y sin decirle una sola palabra se puso frente a ella. Bastó una mirada tierna para que sus labios se unieran a los de ella. Sobraban las palabras porque ambos habían esperado con ansias que llegara ese sublime momento.
Desde entonces, sus citas fueron más frecuentes, pero secretas, por temor a que alguien los viera. Y sus conversaciones giraban casi siempre en torno a los planes revolucionarios de José Gabriel.
No fue fácil persuadir a los padres de Micaela para formalizar su unión porque ella aún era una niña, una adolescente de apenas 15 años de edad, aunque todos reconocían que, por sus lecturas, tenía una madurez admirable. Tuvo que pasar algunos meses para convencerlos y preparar la boda.
Por decisión de ambos la ceremonia sería en Surimana, nada suntuosa sino más bien sobria, con la participación del pueblo y de muy pocas autoridades.
Los padres de Micaela llevaron a Surimana, productos propios de la villa de Amankay, especialmente condimentos para la preparación de los platos que le gustaban a José Gabriel y abundante maíz para la elaboración de chicha. Por parte de Micaela, fueron invitados, además de sus familiares, algunos vecinos de Tamburco, el hacendado y su familia.
El matrimonio se celebró en la Iglesia de Nuestra Señora de la Purificación, en el pueblo de Surimana, lugar del curacazgo de la familia del novio y estuvo a cargo del padre Antonio López de Sosa. Actuaron como padrinos Andrés Noguera y Martina Oquendo.
Se dice que esta unión fue la más celebrada en la historia de la comunidad y alrededores. Para los ojos de los asistentes, la novedad fue el vestido de la novia, a la usanza abanquina, mientras que el traje de José Gabriel combinaba el tejido propio de los nobles incas, hecho con finas lanas de vicuña y alpaca y la camisa y botas de montar adquiridas en sus viajes a Lima. Se bailó y cantó durante dos días. Fue una comunión de alegría, amor y esperanza de un pueblo que amaba a su hijo predilecto.
Los flamantes esposos fijaron su residencia en Tinta. Meses después, José Gabriel fue nombrado cacique de los territorios que le correspondían por herencia, pero por razones administrativas la pareja se traslada a Cusco. De esa unión nacieron sus tres únicos hijos Hipólito (1761), Mariano (1762) y Fernando (1768).
Entretanto, los negocios de José Gabriel empezaron a ser hostilizados por las autoridades españolas por presión de los arrieros de la cuenca del Río de La Plata que querían la exclusividad del transporte del mineral por el Alto Perú (Bolivia).
El virrey tampoco quería reconocer su condición de inca y la corona empieza a cobrarle tributos exorbitantes. El establecimiento de las aduanas y el alza de alcabalas lo afectan a él y a toda la población. Reclama para que los indios sean liberados del trabajo obligatorio en las minas y del pago de tributos, porque no tenían con qué pagar. Siendo rechazado.
Entretanto, se acentúa la crisis económica en España y se aceleran las Reformas borbónicas. Y, como parte de estos cambios, se crea el virreinato del Río de la Plata, ordenándose la transferencia de beneficios económicos hacia Buenos Aires, en perjuicio de Lima.
Molesto y decepcionado, el 4 de noviembre de 1780 ,José Gabriel inicia la rebelión contra la dominación española. Al comienzo, reconoció la autoridad de la corona, aclarando que su intención no era ir en contra del rey sino en contra del abuso y mal gobierno de los corregidores. Pero, al no ser escuchado, la rebelión se radicalizó llegando a convertirse en un movimiento independentista.
Es aquí cuando aparece la figura de Micaela Bastidas, su adorada Mica, como él la llamaba, participando activamente en la toma de decisiones. Con ayuda de sus familiares Micaela se dedica al reclutamiento de hombres y mujeres dispuestos a luchar por la causa revolucionaria y al abastecimiento de alimentos y armas. Convence a algunos mestizos y criollos y hasta a algunos curacas, para que apoyen la causa iniciada por su esposo. En su movimiento empezaron a participar indígenas, criollos, mestizos y libertos negros, para formar un solo frente.
El amor de José Gabriel a Micaela se acrecienta y reconoce su valor y entrega, hecho que se testimonia en una carta que le escribe de puño y letra:
En algún lugar de la Cordillera de los Andes, Enero de 1782.
Mica, amor mío:
Por primera vez me encuentro rodeado de verdaderos hombres, inteligentes, audaces, prudentes. Los hay también fríos, calculadores, desleales. Hay pocos decentes e idealistas, pero esos pocos, con el tiempo van a ser legiones a medida que nuestro ejemplo vaya derrotando al inhumano conquistador.
Contigo por primera vez he sentido el verdadero amor. El hombre sin amor es incompleto. La civilización que nos quieren imponer dista mucho del amor. (…)
Por todo eso, para dar dignidad y amor a este mundo, estamos luchando.
Todos mis hombres son nuevos, silenciosos, pero tremendamente revolucionarios. Nuestro amor también comenzó silenciosamente…¡Qué misterio¡ ¿verdad?
Toda la selva verde y las altas montañas, todo el mar que contemplo y en el cual me baño, la tierra que piso, las estrellas que miro ¿de dónde vienen? Y Tú, ¿de qué mundo vienes? Porque mujeres de tu condición son raras manifestaciones que de tanto en tanto aparecen en la Tierra para purificarla y embellecerla. Tú eres amor. Eres para ser amada.
Desde que te amo, vibro, trato de superarme. Cuando te beso, se agita mi alma, siento la presencia de la vida en plenitud. Juntos somos la vibración profunda que trata de arrancarle el misterio al universo entero. La energía secreta de tus ojos siempre me impulsa hacia nuevos objetivos. ¡A vencer!
Quizás para ello se precise una vida y miles de hombres nuevos. Pero también sé que, si estos hombres son amados por mujeres como tú, harán todo lo posible y los plazos se acortarán. Contigo junto a mí, tengo fe en mi estrella.
Mientras tú me ames formaré parte de la forja de los hombres que pelean por la libertad de todos los hombres. Tú eres el comienzo de mi libertad individual. Juntos somos la expresión telúrica de nuestra raza.
En estos momentos me avisan que los conquistadores nos están cercando….
Pronto me uniré a ti.
José Gabriel.
En esta carta José Gabriel no solo demuestra su gran amor por Micaela sino también reconoce sus méritos. elevándola al sitial que le corresponde.
Micaela es un ejemplo de coraje y determinación en la defensa de los ideales de justicia y libertad. Supo combinar muy bien su rol de esposa, madre y luchadora, jugando un importante papel como consejera de José Gabriel. Su participación en la rebelión fue vital divulgando los pensamientos libertarios de su amado Chepe y moviendo la conciencia del pueblo. Y él fue su maestro ideológico.
José Gabriel se puso en contacto con algunos prelados de la iglesia como Agustín Gorrichátegui y Juan Manuel Moscoso, Obispos del Cusco y el obispo de La Paz Francisco Gregorio de Campos.
Lamentablemente, ante las evasivas de los representantes del poder político y religioso, no le quedó otra cosa que preparar solo el levantamiento contra Antonio Arriaga, corregidor de Canas y Canchis.
Juzgó que había llegado el momento de actuar. Y el 4 de noviembre de 1780 lanza su primer grito de libertad, dando comienzo a la rebelión.
El corregidor Arriaga fue tomado prisionero y sentenciado a morir en el cadalso. Antes, José Gabriel le hizo firmar una carta mediante la cual transfería al pueblo dinero, barras de oro, mosquetes y mulas, con los que preparó su alzamiento. Confiscó además los bienes de otros corregidores y luego de un juicio que duró seis días, hizo ahorcar públicamente al corregidor Arriaga el 10 de noviembre de 1780 en la plaza de Tungasuca y luego lanzó una histórica proclama anunciando la abolición de las mitas y criticando severamente a los malos corregidores. Estimuló a sus tropas para que lo apoyaran hasta lograr la liberación del su pueblo.
Entretanto, Micaela Bastidas moviliza a los suyos para darle todo el apoyo que su esposo necesitaba, vendiendo sus propiedades en Abancay y reclutando gente.
Se solidarizaron con su causa numerosos caciques, proporcionándole hombres y provisionesm pero no se pudo lograr el apoyo de todos. Algunos caciques prefirieron defender sus propios intereses, sus privilegios y propiedades que habían logrado con los españoles.
Para lograr sus objetivos, Túpac Amaru necesitaba del apoyo de los criollos, porque entendía que ellos tenían el manejo de las armas de fuego, conexiones y el don de la cultura y educación. En su movimiento participaron los hermanos Jacinto y Juan de Dios Rodríguez de Herrera, prominentes criollos mineros y hacendados de Oruro, quienes encabezaron a nombre de Túpac Amaru II la rebelión en el Alto Perú.
Según versiones de la propia Micaela Bastidas, su esposo habría estado en contacto con los criollos limeños Mariano Barrera y Miguel Montiel. Igualmente con Lucas Aparicio.
En Cusco, el criollo Felipe Miguel Bermúdez se integró al naciente movimiento revolucionario. Asimismo Francisco Molina, hacendado criollo del Collao, al igual que Esteban Escarcela y Mariano Banda.
Una mayoría de autoridades eclesiásticas no veía con buenos ojos esta rebelión, el mayor apoyo fue de los curas del llamado bajo clero, pertenecientes a las parroquias de las provincias del sur, que hablaban quechua o Aymara, lo que les permitía un mayor acercamiento con los indios.
El 17 de noviembre Túpac Amaru arribó al pueblo de Sangarará, donde las autoridades españolas del Cusco habían colocado 900 hombres. El ejército revolucionario, que superaba los miles, terminó derrotándolos. Al día siguiente se cometió el error de destruir la iglesia donde se habían refugiado algunos jefes del ejército opresor, hecho que causó una fricción con el clero.
Uno de los mayores problemas que enfrentaban los revolucionarios era la falta de armas de fuego porque los indígenas estaban prohibidos de tenerlas. Micaela fue la encargada de su aprovisionamiento, además de reclutar hombres, conseguir y distribuir dinero, alimentos y vestido. Implementó importantes medidas de seguridad y luchó denodadamente contra el espionaje de las autoridades españolas. Asimismo, estableció un eficiente sistema de comunicaciones organizando un servicio de chasquis.
Con Micaela trabajaba una verdadera legión de luchadoras andinas, quechuas y aymaras tanto en el campo de batalla como en la realización de estrategias, apoyando a las tropas.
Para Micaela, no se trataba solo de liberar a su pueblo de la explotación española, sino también de restablecer el rol de la mujer, permitiendo su participación en la vida social y política.
Con ella se hicieron líderes del movimiento Cecilia Túpac Amaru y la luchadora de Acos Tomasa Tito Condemayta.
El 18 de noviembre de 1780, luego del triunfo en la batalla de Sangarará. Túpac Amaru lanzó un mensaje a los pueblos del Perú, convocando a los criollos a unirse a su causa..
Su ejército contaba con siete mil hombres y mujeres dispuestos a pelear hasta morir. Micaela ya se había convertido en su principal activista y consejera, participando en las tareas políticas, militares y administrativas, en las que demostraba convicción, claridad de pensamiento y sobre todo gran intuición.
En respuesta al levantamiento de José Gabriel, el visitador español José Antonio de Areche actuó de inmediato moviendo tropas desde Lima y desde Cartagena de Indias, hoy Colombia, logrando reclutar más de 17.000 hombres.
Los hombres reclutados en Lima fueron directamente a Cusco para repeler a las huestes rebeldes que ya estaban dispuestas a capturar Cusco, operativo programado para el mes de diciembre.
Micaela aconsejaba realizar un ataque de inmediato, antes de la llegada de las huestes de Lima y lograr la rendición de la ciudad imperial. Pero su marido no la escuchó y, en un grave error táctico, se fue a Yauri para pedir que se le unan más efectivos y solicitar más apoyo de los curacas, siendo delatado por un traidor.
Es cuando Micaela le escribe esta carta, cuyo original se encuentra en el archivo de Indias.
Chepe mío:
Tú me has de acabar de pesadumbres, pues andas muy despacio en Yauri, tardando días, pues los soldados tienen razón de aburrirse e irse a sus pueblos.
Yo ya no tengo paciencia para aguantar esto. Yo misma soy capaz de entregarme a los enemigos para que me quiten la vida porque veo el poco anhelo con que ves este asunto tan grave que corre en detrimento de la vida de todos, estamos en medio de los enemigos, no tenemos segura la vida. Y por esta causa peligran nuestros hijos y los demás.
Te he encargado que no te demores en esos pueblos, sin tener consideración que nuestros hombres carecen de manutención. Aunque les dé plata, esta se acabará. Y entonces se reirán todos, dejándonos desamparados para que paguemos con nuestras vidas y más ahora que Vargas y Oré ha esparcido la noticia que los de Lampa, unidos con otras provincias y Arequipa, te van a cercar. (…) Y se perderá toda la gente que tengo prevenida para la bajada al Cusco.
Los (enemigos) de aquí se unirán con los soldados de Lima que ya tienen muchos días en camino. Todo esto te lo prevengo, como que me duele, pero si tú quieres (…).
Me cuentan que tuviste el desahogo de pasearte solo por las calles de Yauri, al extremo de subir a la torre, cuando en ti no cabía pasar por estos excesos (…)
Tú me ofreciste cumplir tu palabra. (…). Y así viniesen los de Paruro, como te insinué en mi anterior carta, estoy pronta a caminar con la gente, dejando a Fernando en un lugar seguro, pues los campesinos no son capaces de moverse en este tiempo de tantas amenazas.
Bastantes advertencias te di para que inmediatamente fueses al Cusco, pero has dado todas a la barata, dándoles tiempo para que se prevengan, como lo han hecho poniendo los cañones en el cerro de Picchu, y otras tramoyas tan peligrosas…ruego a Dios que te guarde muchos años.
Diciembre 6 de 1780.
Es tu esposa, Mica.
Como se ve en esta carta, Micaela aconsejaba realizar un ataque inmediato a los españoles en Cusco, antes que llegaran los refuerzos de Lima, y lograr la rendición de las autoridades cusqueñas. Túpac Amaru pensó que era preferible esperar y recorrer otros pueblos en busca de adhesiones porque su movimiento debería contar con el respaldo popular para hacerse invencible.
Es cuando su ejército empezó a desintegrarse. Los criollos fueron los primeros en abandonarlo para unirse a las fuerzas del virrey.
Finalmente, Micaela, desesperada, le escribe otra carta:
Querido Chepe:
Hallándome prevenida para marchar el lunes once del corriente para Paruro, estoy convocando a todos los pueblos porque son muchos los padecimientos de los hombres de Acos y Acomayo. (…) La mira es llamar más gente para estar rodeando poco a poco al Cusco que se halla bastante fortalecida, según te previne en mi anterior carta. Porque si andamos con pie de plomo todo se llevará la trampa.
Yo no me descuido de estar escribiendo a los caciques de Maras y Paucartambo. Solo tú estás dando tiempo a los enemigos para que se armen. (…).
Al tiempo de estar escribiendo esta, llegó el padre de Ambrocio, quien había ido al Cusco y cuenta que tienen planes de salir por acá. Que en el rodadero hay soldados. En el portal de la Compañía hay 4 cañones, y en la parte de arriba 3. Que están ensayando más de mil y tantos soldados, aunque parece que hay más de 12 mil. En San Borja hay un cuartel. Que los corregidores de Abancay, Paruro, Calca, Cotabambas y el de Chumbivilcas están tomando sus posiciones y que determinaron salir para el martes 5 del corriente,. Para esto has dado lugar con tu tardanza.
Es tu Mica.
Tungasuca, diciembre de 1780.
Y tal como se lo advirtió Micaela, Túpac Amaru fue rodeado y emboscado luego de la batalla de Checacupe y finalmente capturado en Langui. Lo mismo se hizo con Micaela, sus hijos Hipólito de 18 años y Fernando de 10. Asimismo, varios de sus familiares fueron apresados y llevados a Cusco.
Aquí fueron sometidos a interrogatorios y torturas para ubicar al resto de las tropas rebeldes. Les prometían disminuir la pena si delataban a sus amigos, Como no lograron conseguir de ellos ninguna información, el 14 de mayo fueron condenados a la pena capital.
El 6 de abril de 1781, Túpac Amaru fue llevado a Cusco encadenado. Ingresó a la ciudad con el semblante sereno, de acuerdo a la versión de sus mismos custodios, mientras las campanas de la Catedral repicaban celebrando su captura. Fue confinado en el convento de la Compañía de Jesús, interrogado y torturado con la finalidad de arrancarle información.
Las torturas fueron inútiles porque el líder de la revolución no soltó prenda alguna. Más bien trató de enviar mensajes escritos con su propia sangre, pero estos fueron interceptados. Cuando el corregidor Areche le exigió que admita su culpabilidad, Túpac Amaru II le respondió:
– Aquí no hay más culpables que tú y yo. Tú por oprimir a mi pueblo y yo por tratar de liberarlo.
En otra celda, cuando la estaban preparando para la muerte, Micaela les dijo a sus custodios: “Por la libertad de mi pueblo he renunciado a todo. Se que no veré florecer a mis hijos”.
El 18 de mayo de 1781, en evento público en la Plaza de Armas de Cusco, se cumplió la ejecución de Túpac Amaru II, su familia y algunos seguidores.
Los prisioneros fueron sacados de sus calabozos metidos en costales y arrastrados hasta el centro de la plaza. Túpac Amaru fue obligado, tal y como señalaba la sentencia, a presenciar la tortura y asesinato de sus aliados y amigos más cercanos, de su tío, sus dos hijos mayores y finalmente su esposa, en ese orden.
A Micaela le hicieron subir al tabladillo ante la vista de su esposo y de su hijo Fernando. Fue cuando ambos esposos por última vez cruzaron sus miradas. Micaela movió los labios como diciéndoles “los amo” y empezó a luchar con sus verdugos hasta que, finalmente, la sometieron y le cortaron la lengua. Como su cuello era muy delgado no pudieron ahorcarla. Fue entonces que le colocaron lazos y tiraron de uno y otro lado para estrangularla. Terminaron matándola pateándole en el estómago y los pechos.
Así, a los 36 años de edad, culminaba la existencia de esta valerosa mujer abanquina que se entregó a la causa revolucionaria de su marido, por amor y convicción.

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