El diablo y la escofina

Madrid era una noche, el estadio Santiago Bernabéu parecía el cementerio de la Almudena y los hinchas del Real Madrid muertos vivientes que caminan con sus cabezas gachas por la pérdida de su equipo en su propia cancha y nada menos que ante el Barcelona FC, su tradicional rival.

En medio de aquella masa humana, Manolo salía en silencio con el rostro desencajado, en cambio Javier y Esteban,  caminaban felices por el triunfo del Barza. Pero bien que lo sabían disimular para no afectar el alicaído estado anímico de su compañero y de paso herir el orgullo de los hinchas albos que salían como si lo hicieran de un velorio. Unos se iban a sus casas y otros a la calle de Echegaray, la tradicional vía de los tablaos y el flamenco con un solo propósito: ahogar sus penas en vino y cerveza.

Los tres amigos decidieron entrar a Los Gabrieles, sin importarles hacer tiempo en la barra hasta que los mozos les habiliten una mesa a un costado de la pasarela central que por suerte resultó siendo el mejor lugar para ver de cerca la actuación de Leo Maya, la artista que tenía la misma categoría de Marina Heredia, El Cigala, El Morito, Lolita o Paco de Lucía, es decir la crema y nata de la cartelera española.

Antes de beber sus primeras copas de vino acompañadas de chacinas, se miraron unos a otros como preguntándose quién sería el osado de hacer el primer brindis. Hasta que Manolo levantó su copa y dijo:

–Brindo por la virgen de Zaragoza. El que no bebe…no la goza.

Esteban, que ya tenía la lengua desatada, no tardó en responder…

–Brindo por ella, la más bella…la botella.

Como cogiendo el guante, Manolo nuevamente se paró y dijo:

–Salud y peseta, que linda es la mujer que no se pinta la jeta.

Entusiasmado por el verbo florido de sus amigos, Javier también se puso de pie y con un estilo ceremonioso levantó lentamente su copa, como el sacerdote el cáliz, expresando…:

–El que bebe se emborracha, el que se emborracha duerme, el que duerme no peca y el que no peca se va al cielo. Puesto que al cielo vamos, ¡Bebamos!

Al escucharlos, un borrachito de la mesa vecina se les acercó con disimulo y bajando la voz, y la cabeza, les pidió respetuosamente le permitan hacer un brindis a lo macho, como se hacía en México, su tierra natal. Todos asintieron con la cabeza.

–El peor enemigo del hombre es el trago, pero el que le huye, ¡es un cobarde! ¡Salud por Zapata!..

Los tres le respondieron…

– ¡Salud, dinero y amor…Y tiempo para gastarlo!

En ese momento un turista chileno que los escuchaba, tampoco pudo resistir la tentación de hacer un brindis y levantando su copa y pidió permiso para decir lo suyo…

– Voy a brindar por un gato que corría por las tejas en pos de una gata con la que tenía tratos. Después de correr un rato el pobre ya muy cansado se resbaló del tejado cayendo al suelo de guata.

¿Cómo estay? preguntó la gata, y el gato respondió ¡miao!

Pero este empinar de codos no era ni por el triunfo del Barza, ni por la derrota del Real, los tres amigos bebían por haber ganado un concurso promovido por la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la universidad Complutense de Madrid para realizar un viaje de investigación al Perú, con todos los gastos pagados.

– ¡Esta será la mejor oportunidad para conocer la tierra de mis ancestros! – Decía Javier, un joven madrileño de madre peruana y padre español.

Esteban, tampoco ocultaba su felicidad porque, de paso, podría darse un salto a Buenos Aires para visitar a sus familiares, a quienes no los veía desde hace años.

Manolo era el único español nato. Pertenecía a una familia de abolengo que había perdido su fortuna por causa de la dictadura de Franco, pero estaba ávido por viajar al Perú, país que decía conocerlo al dedillo, por sus lecturas.

Las botellas iban llenas y regresaban vacías y los rostros de los mozos se perdían entre el humo de los cigarrillos. Los tres no paraban de hablar. El local estaba a media luz y una de las grandes estrellas del flamenco estaba a punto de iniciar su actuación. Bastó que apareciera en las tablas para que todo el salón estallara en aplausos.

Después de algunas piezas románticas, la gitana empalmó con un pasodoble y, haciendo gala de su gran dominio de escena, invitó al más valiente a subir a las tablas. Había que ser muy osado para aceptar el reto, por eso nadie se paró.

Fue cuando Esteban, en son de burla, le hizo una seña a la diva para que saque a bailar a Manolo, Ella, entendió perfectamente el mensaje y bajando al llano le extendió la mano al sorprendido Manolo quien, al verse atrapado como un insecto en una botella de vino, no sabía qué hacer. Miró a sus amigos como diciéndoles que la pagarían. Ellos le respondieron poniendo sus caras de inocentes.

– ¡Coño, me cago en la leche! – Gritó Manolo.

Y como no era nada tonto, se le acercó a la bailarina y le dijo al oído que no podía salir porque estaba de duelo por el fallecimiento de su abuelita. Por supuesto que la artista no le creyó. Probó otra treta diciéndole que tenía uñeros y que estaba con zapatos nuevos. Tampoco esto le funcionó.

Fue muy tarde para las excusas porque, con sus aplausos, los parroquianos ya lo habían sentenciado a subir a las tablas. Y mientras caminaba se acordó que por sus venas corría sangre flamenca y que su abuelo siempre le decía que en el ruedo era donde se conocía a los hombres.

Alentado por los aplausos, no le quedó otra cosa que intentar dibujar algunas figuras. A los pocos segundos ya estaba moviéndose y zapateando con tantas ganas como queriendo hundir todos los clavos de sus complejos en los maderos del tablao.

Manolo había cumplido. La artista reconoció sus esfuerzos y pidió un aplauso para él.

El día del viaje, muchos de sus compañeros de la universidad fueron hasta el aeropuerto de Barajas para despedirlos y entre bromas y risas les dijeron que ojala les vaya tan bien como a Pizarro, Almagro y Luque, “Los tres socios de la conquista”.

– ¡Joder! Un momentito sufridos, ellos fueron a someter a todo un imperio, nosotros vamos a estudiar las causas del descontento de ese pueblo.

Y para que el viaje sea más emocionante, lo hicieron por Manaos, Brasil. Allí abordaron un vapor para navegar por el Amazonas hasta llegar a Iquitos.

Estaban felices, sin relojes que les marquen su tiempo y sin nadie que los apure, porque en medio de la jungla, parecía que el tiempo retozaba sobre una hamaca.

Al día siguiente se subieron a un deslizador. Y luego de desembarcar en un punto de la selva central, tomaron un bus que, a las pocas horas paró en seco. Por la frenada brusca, los pasajeros que se hallaban durmiendo despertaron sobresaltados. Al salir de su letargo, se dieron cuenta que dos troncos atravesaban la pista y el bus estaba siendo rodeado por un grupo de encapuchados armados hasta los dientes. Dos de ellos subieron al vehículo y luego de hacer una minuciosa inspección les exigieron a los pasajeros que se identificaran. En vista que los tres amigos habían guardado sus pasaportes en sus mochilas no pudieron entregarles y, solo por ese hecho les ordenaron que bajen con las manos en alto.

Luego, le ordenaron al conductor que continúe su viaje con el resto de pasajeros. El bus no paró hasta llegar al primer control policial, donde el primero en bajar fue un hombre de unos 30 años que hasta ese momento había pasado inadvertido y raudamente se desplazó hacia la dependencia policial llevando las mochilas de los estudiantes. Se presentó ante el comisario y se identificó como un agente del Servicio de Inteligencia Nacional y pidió un teléfono.

-Aló, señora Pinchi Pinchi, le habla el suboficial Villegas, Puedo hablar con el Doctor?

-Un momentito, ya le comunico.

–¿Qué pasa Villegas?

– Los del MRTA asaltaron un bus y se llevaron a tres pasajeros. Son del extranjero. Tengo sus pasaportes con sus fotografías.

-OK, oficial envíeme las fotos. Mañana el Congreso debate las facultades para que los ministerios cedan fondos al SIN y esta noticia caerá a pelo.

Entretanto, los tres jóvenes fueron llevados a un lugar escondido en la selva donde fueron interrogados.

– Ahora nos pueden explicar qué mierda hacen tres estudiantes de una universidad española en territorio peruano? ¿Son espías de la CIA o del SIN?

–Vinimos a realizar un trabajo de investigación para sustentar nuestra tesis.

– Carajo, Ese es un cuento chino. ¡Si quieren vivir digan la verdad!

–Esa es la verdad. Venimos a estudiar las causas de la pobreza en el interior.

Finalmente, luego de tres días, al comprobar que no eran agentes encubiertos los dejaron libres y empezaron a caminar hasta llegar a La Oroya, un pequeño poblado donde ingresaron al primer restaurante que vieron.

A falta de mesas desocupadas se ubicaron en el mostrador y lo primero que hicieron fue solicitar tres sándwiches de jamón y gaseosas.

–No tenemos sándwiches, solo caldo de rana, caballeros.

En ese instante, Manolo le codeó a Javier para que dirija su mirada hacia la luna de la caja donde se exhibía un afiche con sus fotos y un titular que decía: “Buscados”. Rápidamente se dieron cuenta que las fotos eran una ampliación de las que tenían en sus pasaportes por lo que disimuladamente salieron del local.

El mismo afiche se había distribuido en todas las dependencias públicas y controles policiales. Y como ninguno de ellos tenía sus pasaportes, temían que los capturen y los tengan incomunicados.

No fue muy fácil convencer al conductor de un pesado camión para que los transportara por la orden de captura que pendía sobre ellos. Finalmente el camionero aceptó, tentado por la buena paga que le ofrecieron, pero con la condición que se oculten entre la carga.

Valió la pena la incomodidad porque ni bien llegaron al primer control policial…

– Buenas tardes ¡Sus documentos! – Pidió el policía.

–Buenas tardes jefe. Aquí están.

– ¿A dónde se dirigen?

-A Abancay.

–¿Qué llevan?

–Harina, fideos, leche y algunas cajitas de cerveza, jefe.

–Bueno, bueno, la placa del vehículo está borrosa. Como usted sabe, de acuerdo al reglamento esto es una falta grave y…la papeleta…si mal no me acuerdo…asciende a 150 soles.

–Pero…jefecito, es por el polvo. Mire, le doy una limpiadita y ya está. Por favor no me haga esto, usted sabe lo poco que se gana en transporte.

–Bueno, pero tienen que caerse con algo, nosotros también ganamos poco.

– ¿Le parece bien diez luquitas jefe?

–Sí, y unas cuantas chelas más, pero démelas disimuladamente porque aquí hay muchos sapos.

–Está bien jefe

Al llegar a Abancay, los tres muchachos quedaron encantados con el clima y el paisaje.

– ¿A qué se dedica la gente además de la agricultura? – Preguntó Manolo. Y el ayudante le respondió:

–A la artesanía y a la zapatería porque lo que más se gastan aquí son los zapatos.

El ayudante no dejaba de tener razón porque, los zapatos que provenían de las dos únicas fábricas nacionales Bata y Diamante, costaban un ojo de la cara y no duraban mucho. Tenían buena apariencia pero no resistían al uso que se les daba, sobre todo en la época de lluvias. Los estudiantes decían que no servían ni para marchar en los desfiles.

Luego de varios días de búsqueda, lograron ubicar una casa adecuada donde vivir e instalar un pequeño negocio que les permita obtener algunos ingresos para solventar sus gastos y, lo más importante, para relacionarse con los habitantes y recabar la información para hacer su tesis.

Pero, como no tenían sus pasaportes, acordaron mantener su identidad en secreto.

Después de estudiar varias alternativas, decidieron instalar una zapatería porque el abuelo de Manolo les había enseñado los secretos de este oficio, en Madrid. Tuvieron que comprar algunas herramientas como como el diablo, la escofina, alicates, martillos de cabeza plana, correas de cuero para afilar navajas, mandiles de badana y mesas.

Por sus conversaciones con los vecinos, se enteraron que lo que más les molestaba era la impuntualidad de los zapateros. Esta era una característica de todos los “teros”: Carpinteros, gasfiteros, hojalateros y naturalmente de los zapateros. Y por eso se propusieron nocaer en este mismo error.

Una mañana, en momentos que abrían el local, Javier vio un lujoso automóvil estacionado en la calle, era un Cadillac antiguo, color negro, con sus cromos relucientes. El chofer, al notar que abrían las puertas, bajó y se dirigió hacia ellos portando un par de zapatos de charol.

– Buenos días, los estuve esperando. Necesito que le cambien los tacos a estos zapatos.

Y luego de recomendarles que lo tengan listo a más tardar para el día siguiente, se retiró sin preguntar siquiera cuánto le cobrarían por el servicio.

Javier, sorprendido por la actitud del chofer, se quedó mirando el carro que estaba a punto de emprender la marcha. En ese momento, alguien bajó las lunas posteriores del auto y apareció el rostro de una muchacha de ojos negros que se clavaron en los de él.

Manolo, que había notado el detalle, en todo de burla le advirtió…

–Mejor no te metas con los clientes, porque…

–Yo pienso lo contrario – intervino Esteban – Si la conquistas a lo mejor cambia la suerte de todos nosotros.

A pocas cuadras del lugar, en el interior de un salón de belleza conducido por un peinador amanerado, se hallaban dos damas que tenían sus cabezas metidas en las secadoras, platicando en voz alta.

– ¿Sabías que la fiesta del prefecto será con una orquesta de Lima?

–Dicen que también las bebidas las han mandado traer de allá.

–Ay hija, con la plata cualquier cosa se puede hacer.

En ese instante se escuchó el claxon del mismo auto que en la mañana estuvo en la zapatería. Y el estilista, con diploma otorgado por la Academia Sabel de Lima, que lo tenía colgado a propósito en un lugar visible para que todo el mundo lo viera, saltó como impelido por un resorte y paraguas en mano, porque llovía, se dirigió hacia la puerta para recibir a una encopetada dama que entraba acompañada de su hija.

Por los nervios, el peinador parecía una gelatina en un plato. Y mientras las invitaba a pasar, sin importarle que había dejado de atender a las otras damas, puso toda su atención en las recién llegadas. Las señoras que tenían sus cabezas metidas en las secadoras las saludaron batiendo sus manos y con una sonrisa de oreja a oreja. Hasta las clientas que estaban remojando sus pies para hacerse la pedicure, se deshacían en halagos. No era para menos, se trataba de doña Rosita, la esposa del prefecto, y su hija Valeria.

En medio del barullo, doña Rosita se sentó frente a un gran espejo donde estaba colocada la fotografía del peinador al lado del conocido estilista limeño Silvio, “El peinador de las reinas de belleza”.

– ¿Y cómo van los preparativos para la fiesta, Doña Rosita?

-Ay hija, perdón, hijo, felizmente los problemas se van solucionando. Lo único que nos preocupa es la lluvia que no deja de caer y las malas noticias.

-¿Malas?

-Es para no creer, parece que se agrava la violencia.

La hija de doña Rosita, sin darle mucha importancia a la conversación de su madre con el estilista, se fue a sentar cerca de las revistas que, de puro amarillentas, desfallecían por el flagelo del tiempo.

– Y, ¿ya conocen la nueva zapatería? – Preguntó una señora que tenía tantos ruleros en la cabeza, como espinas la piña.

– Ay Hija, dirás renovadora. Parece que es buena.

–Todavía no he solicitado sus servicios. Por lo menos los jóvenes que atienden parecen más respetuosos que los empleados de la zapatería “La ojota”– Intervino otra señora, mientras remojaba los dedos de sus manos en dos pequeños recipientes para ablandar sus uñas y se las puedan recortar con más facilidad.

–Ya hacía falta un local como ese. Y no saben, ¡Qué apuestos que son!– Le respondió la señora que tenía el rostro embadurnado para un tratamiento facial.

-Y cómo andan los preparativos para la fiesta, doña Rosita?

–Lo tenemos todo listo. Lo único que nos preocupa es la lluvia y los terrucos. Mi esposo ha recibido el informe que los han visto merodeando por los alrededores.

Al día siguiente, Javier ya estaba levantado antes de seis de la mañana para hacer como todos los días su acostumbrado footing, mientras sus compañeros seguían entre sábanas.

Luego de trotar unos minutos vio que delante de él iba una deportista a ritmo sostenido y esto lo animó a apurar el paso. Ella, al notar el detalle, aceleró la marcha a propósito.

Javier la siguió. Ella sonrió y aminoró la marcha para que no piense que quería medir fuerzas con él.

–Hola, te felicito, estás en buen estado físico – Le dijo Javier, sin poder ocultar su jadeo porque aún no se había adaptado a la altura.

–Gracias, veo que tú también tienes buen ritmo.

Al ver sus ojos, negros y vivases, Javier la reconoció. Era la misma muchacha que días antes la había visto dentro del Cadillac negro. Ella también lo reconoció pero no hizo ningún comentario. Y cuando Javier quiso continuar la conversación…

– Bueno, yo me quedo aquí. Hasta la vista…

– ¿Esta es tu casa?

– Sí, vivo aquí. Esta es la prefectura.

– ¿Nos volveremos a ver?

Ella no le respondió, pero le regaló una sonrisa antes de trasponer el umbral de la puerta. Casi inmediatamente, los miembros de la policía que custodiaban el lugar, cerraron el portón con fuerza y miraron a Javier como advirtiéndole que no se podía quedar allí por ser zona de seguridad.

En ese momento sus amigos, que llegaban con retraso, se sorprendieron al ver que Javier no estuviera corriendo.

–Qué raro, alcanzamos a Javier.

–A lo mejor ha sufrido un desgarro o una luxación.

No era nada de lo que ellos imaginaban, sino todo lo contrario, Javier estaba mejor que nunca y, apenas llegaron, saltó en un solo pie de puro contento, como si hubiera ganado la Maratón de San Silvestre.

–Y ahora, ¿Qué mosquito te ha picado?

– ¿Saben quién era la muchacha de los ojos negros?

– No

– Es ¡hija del prefecto!

-¿Nooo!

Valeria, estudiaba Economía en una universidad de Lima y había llegado para disfrutar de sus vacaciones en compañía de sus padres y de sus entrañables amigas Carmela, profesora de educación inicial y Teresa, que seguía la carrera de Derecho en la Universidad San Antonio de Cusco. Las tres se divertían saliendo de paseo en sus bicicletas.

 Y, precisamente, esa tarde cuando daban vueltas en la plaza de Armas…

– ¿Qué te parece si vamos a dar unas vueltas por el parque Ocampo? Sugirió Teresa.

–No es mala la idea.

Y, mientras pasaban por la puerta de la renovadora, se zafó la cadena de la bicicleta de la futura abogada y tuvieron que detenerse. Manolo, que siempre tenía un ojo puesto en la calle, al darse cuenta del percance tiró las cosas que tenía entre manos y salió para auxiliarla.

–Déjame ayudarte. Hay que ajustar la catalina para tensar la cadena.

Luego de solucionar el problema, Y se despidió con una venia al estilo taurino, como buen andaluz que era.

Apenas ellas se retiraron, Javier bromeó.

– ¡Qué buena faena Manolo ! Te mereces una oreja.

– ¿Oreja nomás?. Ja ja ja.

Mientras se alejaban, ellas también se pusieron a cuchichear,,,

– ¿Te diste cuenta? Dejó todo para ayudarte. ¡Qué simpáticos que son!

– Valeria, ¿Por qué no los invites a la fiesta – Le pidió Teresa.

–Pero, Cómo, si ni siquiera los conocemos, ¿qué van a pensar?

Sin saber nada, Esteban hacía compras en el centro. Una de las cosas que no podía ocultar era su inconfundible dejo argentino. Formaba parte de su personalidad, no obstante de haber estado varios años en España. Por eso el dueño del establecimiento donde frecuentaba, se había encariñado con él porque le hacía recordar sus años en Mar del Plata, donde conoció a quien fue su esposa. Precisamente de esa unión había nacido Carmela, amiga de Valeria.

Carmela tenía un carácter muy suave que, a veces, ya parecía timidez, seguramente por el trauma de haber sido abandona por su madre cuando apenas tenía seis años.

No obstante hoy se sentía feliz porque era una de las pocas veces que su padre disfrutaba de la compañía de un cliente. Ambos la pasaban bien, riendo y hablando de fútbol, del Boca Junior, de las canciones de la pampa argentina y los famosos asados.

Cuando el dueño de la tienda se retiró para atender a unos clientes, Esteban, se le acercó a Carmela y casi al oído le dijo que le gustaría salir con ella. Fue todo tan inesperado que la muchacha  se ruborizó y no supo qué responder, hasta que fueron interrumpidos por su padre.

–Che Esteban, quedáte a tomar un mate, que yo mismo lo preparo- Le dijo siempre en tono argentino.

–No, don José, por favor no se moleste, los pibes deben estar echando chispas por la demora. Otro día me quedo, se lo prometo.

Las horas pasaban y los preparativos para la fiesta de cumpleaños del prefecto se ultimaban. Valeria no dejaba de pensar en la sugerencia de su amiga de invitar a los muchachos. Ella también lo deseaba para volver a ver a Javier.

En la tarde, el Cadillac negro se apareció nuevamente en las puertas de la zapatería. Y cuando el chofer se aprestaba a bajar, Valeria le dijo que no se preocupara porque ella y su amiga Teresa se encargarían de recoger los zapatos de su padre.

Javier, al ver el carro, se puso a envolver los zapatos del prefecto para no hacerle perder tiempo al chofer. Pero al darse cuenta que quien se acercaba no era él sino la chica de los ojos negros, acompañada de Teresa, casi le da un patatús por sus fachas. Quería que se lo trague la tierra, porque justo en ese momento se hallaba con el mandil de trabajo y sus manos teñidas de betún. Al notar su rubor, Manolo se adelantó al encuentro de las chicas.

–Qué gusto de verlas, señoritas.

–Venimos a recoger los zapatos de mi padre y de paso Teresa quiere dejarles sus zapatos para que les cambien las tapas de los tacos.

– De eso me encargaré yo. Y les aseguro que quedarán como nuevos.

 -¿Qué planes tienen para este sábado? Preguntó.

Manolo, luego de mirar a su amigo, le respondió.

– ¡Nada!

En ese momento, el chofer, que se hallaba impaciente por la demora de Valeria, se acercó hasta la puerta del local y los interrumpió.

–Disculpe señorita Veleria. Su papá me recomendó volver rápido porque tiene que asistir a una inauguración y necesita el carro.

–Tiene razón, se me olvidó por completo. Vamos Teresa. Chao chicos. Aquí les dejo la invitación –Y salieron apuradas.

El sábado, a las 9 de la noche, los primeros invitados en llegar fueron Don José y su hija Carmela. El caballero, elegantemente vestido de terno y corbata, portaba en una mano la invitación y en la otra una botella de vino de Villa Gloria.

En la entrada del gran salón, el prefecto y doña Rosita recibían personalmente a sus invitados. El alcalde, su esposa y su hijo Germán, tuvieron una de las llegadas más ostentosas porque no solamente estaban acompañados por miembros de su propia seguridad, sino por un empleado que portaba los regalos y otro que sostenía el paraguas para protegerlos de la lluvia que empezaban a caer.

En el interior de la residencia, los músicos de la orquesta afinaban sus instrumentos, mientras los mozos pasaban las copas de champán para hacer el primer brindis.

Lo primero que hizo el hijo del alcalde al entrar al salón, fue buscar a Valeria, a quien la pretendía, a pesar que sabía que ella no sentía nada por él. No tardó en ubicarla en el balcón que daba a la calle principal, desde donde se podía ver la llegada de los invitados. La muchacha estaba acompañada de sus inseparables amigas Teresa y Carmela quienes, al notar que Germán se acercaba, se retiraron para no pasar de impertinentes.

A Germán no le importaba un bledo la indiferencia de Valeria porque sabía que los padres de ambos ya se habían puesto de acuerdo para formalizar esa relación.

– Hola Valeria ¿Cómo estás? La fiesta está linda, igual que tú

–Hola Germán, espero que todos se diviertan – Le respondió sin dejar de mirar su reloj y la calle, hecho que le llamó la atención a Germán.

– ¿Esperas a alguien en especial? Te noto impaciente.

– ¿Te parece? Es solo tu imaginación. Bueno, creo que ya es hora que mis padres empiecen el baile – Y se retiró al interior de la sala.

Teresa y Carmela, tampoco dejaban de mirar sus relojes, y la puerta.

De pronto, se escuchó una fanfarria ejecutada por la orquesta y Doña Rosita, entre nerviosa y vanidosa, se paró de su asiento y se dirigió al centro del salón donde pidió a la concurrencia hacer un brindis por la felicidad de su esposo. Y, acercándose a él lo invitó a cruzar sus copas, diciéndole…

–Salud amor y…que seas muy feliz.

–¡¡Salud!! Respondieron todos.

Inmediatamente, la orquesta comenzó a tocar el tradicional Vals de Aniversario para que la pareja inicie el baile. Los invitados los animaban con palmas. A mitad de la pieza, doña Rosita llamó a Valeria para que le tome la posta y se fue a sacar al alcalde. Igualmente, el prefecto invitó a la esposa de este, dejando libre a Valeria, lo que aprovechó Germán para bailar con ella.

– Valeria, ¿Escuchaste las noticias de las ocho?

–No. Estuve muy ocupada con los preparativos de la fiesta.

–Dijeron que una columna del MRTA se dirige al sur.

–No me digas.

Valeria nunca había deseado tanto que la pieza terminara para ir a buscar a sus amigas. Por eso cuando la orquesta dejó de tocar lo primero que hizo fue unirse a Teresa.

–Parece que tus amiguitos no vienen. Deben estar riéndose de nosotras – Le comentó.

En ese momento, se acercó uno de los policías que estaba a cargo de la vigilancia de la puerta…

–Disculpe señorita Valeria, afuera están tres jóvenes que preguntan por usted. No les hice pasar porque solo traían una invitación y sin nombre. Además cuando les pedí sus documentos de identidad, dijeron que no los tenían.

Sin esperar que termine de hablar el policía, Teresa se ofreció salir a la puerta. Efectivamente, ahí estaban los tres amigos, elegantemente vestidos. Al verlos, no pudo ocultar su asombro por el cambio. No parecían los jóvenes sencillos que los había conocido unos días atrás, sino los pajes de una reina.

–Teniente, los jóvenes son invitados de la señorita Valeria – Explicó.

–Disculpe señorita, usted sabe, solo cumplimos con nuestro deber…¡Jóvenes ya pueden pasar! pero sería bueno que en otra oportunidad traigan sus documentos.

–Está bien, tendremos en cuanta su recomendación.

Al ingresar al salón, los tres se convirtieron en el centro de las miradas. Las damas se codeaban unas a otras preguntándose quienes eran los desconocidos. Algunas señoras que ya habían visitado la renovadora, los miraban de pies a cabeza y comentaban:

–Te juro que los he visto en alguna parte.

–A lo mejor. De lo que sí estoy segura, es que estos jovencitos, no son de aquí. Tienen toda la pinta de ser foráneos.

Otra de las sorprendidas fue Carmela porque no sabía nada de la invitación a los tres muchachos. Al verlos, no lo podía creer porque uno de ellos era Esteban, el muchacho del dejo argentino, el cliente del almacén de su padre, el chico que se había atrevido a invitarla a salir.

– ¡Dios mío! – Exclamó.

– ¿Lo conoces?– Le preguntó Valeria.

–No, no, bueno, sí. No estoy muy segura.

En el bar, Germán bebía con un grupo de amigos. Y apenas vio ingresar a los extraños, cambió de cara y preguntó:

– ¿Y quiénes son esos tipos? Que ni se acerquen a Valeria, porque…

La hija del prefecto, luego de saludarlos, los condujo hasta el lugar donde se hallaban sus padres, para presentárselos.

– ¿Y a qué se dedican jóvenes? Preguntó la primera autoridad, más por hacer conversación que por curiosidad.

–A la pequeña empresa. Estamos iniciando un pequeño negocio – Contestó Javier.

Al ver el entusiasmo de Valeria, Germán estaba que echaba chispas. Y como reclamando su lugar aprovechó que la orquesta comenzó a tocar para sacarla a bailar. Ella, tuvo que acceder, aunque de mala gana.

Esteban, que tampoco sabía que Carmela estaría en la reunión, se le acercó y…

– ¿Me permite bailar con la chica más linda de la fiesta?

El rostro de Carmela se puso más rojo que un tomate. Y no le quedó otra cosa que aceptar la invitación. En cambio, Manolo y Teresa, mucho más relajados, se tomaron de las manos y salieron a la pista de baile y no se desprendieron porque tenían mucho de qué hablar.

El único que se quedó solo fue Javier pero sin dejar de mirar a Valeria que en ese momento bailaba con Germán. La vio muy mortificada, tratando de zafarse de la presión que su pareja ejercía en su cintura y sobre todo del rose de sus mejillas.

La fiesta ya estaba en su pico más alto. Los caballeros que se hallaban en el bar eran sacados a la fuerza por sus esposas para evitar que se ahoguen en alcohol, sin haber bailado una sola pieza. Y como para ponerle más gasolina al incendio, el director de la orquesta ordenó a sus músicos que toquen un popurrí. Los tres amigos que se hallaban enfrascados en una amena conversación con Teresa y Carmela, no se daban cuenta de la fiebre que reinaba en la sala.

De pronto, la orquesta hizo un pequeño alto. Y en medio del silencio, el director anunció que iban a tocar el pasodoble “el gato montés”, a pedido del dueño del santo.

Germán, que siempre estaba a la expectativa de cualquier oportunidad para bailar con Valeria, estiró su mano con la seguridad que no se iba a negar porque sabía que le encantaban los pasodobles, ritmo que ella dominaba muy bien por haber seguido un curso en una academia de baile español. Sin embargo, ante la sorpresa de Germán, le dijo que esa pieza ya la tenía comprometida. Y miró a Javier quien, entendiendo perfectamente el mensaje y se puso a su lado. A Germán no le quedó otra cosa que hacerse a un costado, mirando con desdén al desconocido.

La sala vibraba. De rato en rato, se oía un sonoro olé, cuando algún caballero le hacía dar una vuelta a su pareja. Javier, tomando de la cintura a su pareja, la condujo al centro del salón. Ardía de pasión, más aún cuando sus manos se posaron en la cintura de Valeria. Ella también estaba muy emocionada porque era su mejor oportunidad para demostrar todo lo que había aprendido en sus clases de baile.

Con sus manos girando en lo alto, como mariposas jugueteando en el aire, se soltó de Javier y se desplazó al centro del ruedo. Él, intuyendo que aquello estaba destinado a convertirse en un duelo aparte, sonrió, mientras las demás parejas dejaban de bailar para formar un ruedo. Al notar el interés de los invitados por verlos bailar solos, Javier recién se dio cuenta en el gran lío que se había metido. Disimuladamente se puso a un costado para dejar que Valeria se explayara sola pero, ya era tarde, porque los ojos de todos estaban sobre él. Y como clamando ayuda, miró a sus amigos. Manolo se le acercó y al oído le recordó de sus inolvidables noches en los tablaos madrileños.

Valeria bailaba insinuante, mostrando todos sus encantos. Javier la dejó en libertad porque, como decía su abuelo, para hacerlas sucumbir a las damas en el baile había que dejarlas que hagan lo que quieran al principio. Lo demás solo era cuestión de tiempo. Y apenas la tuvo cerca, la tomó de la cintura y se puso a dibujar en el piso las mejores figuras y pasos que aprendió en la tierra de la paella y el carpacho.

Los aplausos de los invitados no se dejaron esperar y también los olés. Hasta los caballeros que se hallaban empinando el codo en el bar, dejaron sus copas para contemplar aquella bella demostración de baile andaluz, excepto Germán, quien no quiso ni moverse de la barra para no morir de cólera. Embriagado de alcohol y celos, miraba cómo las manos de Javier recorrían delicadamente el cuerpo de Valeria. Y cada vez que ambos juntaban sus mejillas, tragaba saliva y apuraba un sorbo de whisky.

El director de la orquesta al notar que la pieza había quedado corta, le guiñó a su saxofonista para que empalme con el tema “España Cañí”, mientras se escuchó a medio salón gritar: ¡que sigan bailando! Porque sabía que entre Javier y Valeria había una mezcla de deseo y rivalidad.

Hasta que se acabó la música y tuvieron que parar.

Germán seguía libando tragos en el bar, sin dejar de mirarlos de reojo. Mientras que el prefecto, orgulloso de la faena de su hija, empezó a recorrer las mesas para brindar con sus invitados.

–Amor no bebas mucho. Ten cuidado con tu gota. Recuerda las recomendaciones del médico – Le advirtió doña Rosita a su marido.

En ese instante, el secretario de la prefectura se acercó para decirle que tenía una llamada urgente de Lima.

– ¡Esa es la llamada que esperaba! seguramente es el Ministro que quiere saludarme – Gritó lo suficientemente fuerte como para que todos lo escuchen, mientras apuraba el paso para dirigirse a la cabina de radio, ubicada al costado del bar, donde Germán bebía con sus amigos.

–Si Doctor Montesinos, le responde el prefecto. ¡A sus órdenes! Cambio.

–Lo estoy llamando para comunicarle que nuestros agentes de inteligencia han detectado una columna del MRTA camino a su jurisdicción. Dicen que hay extranjeros, por tanto le sugiero declare la zona en alerta roja. Cambio. Cuando lo entrevisten, no minimice la situación, esto es algo muy grave.

–Sí, Doctor. Inmediatamente ordenaré el estado de alerta, pierda el cuidado. También dispondré el cierre de todas las entradas y salidas. Cambio.

Y se retiró decepcionado porque no era el Ministro sino el asesor del SIN, quien ni siquiera se había acordado de saludarlo por su cumpleaños.

Germán, al escuchar la conversación sonrío como quien había descubierto algo.

En la sala, Carmela y Esteban bailaban animados. Ella, nunca había estado tan contenta como aquella noche. Del mismo modo lo estaba Don José, su padre, porque al fin alguien había logrado inquietar el corazón de su querida hija.

Manolo, en cambio, en la primera ocasión que tuvo le declaró su amor a Teresa porque, como aprendiz de torero que era, quería terminar con la faena lo más rápido posible, sin importarle que podía irse de narices contra el burladero. Y así fue. Aquella muchacha que parecía rendirse al primer lance, le salió todo lo contrario. Cada vez que Manolo buscaba sus labios, en el baile, Teresa retiraba los suyos por orgullo y por decencia, porque era consciente que no podía ceder al primer intento, a pesar que lo deseaba con ardor.

Hasta que llegó aquel supremo momento, aquel instante divino donde sobran las palabras. Apenas salieron a la terraza, bastó una mirada dulce de Manolo para que Teresa quedara como hipnotizada. Nunca le había pasado eso con ningún otro muchacho. Y apenas cerró los ojos Manolo la besó apasionadamente para sellar lo que sería el inicio de un gran amor.

En la madrugada, cuando la mayoría de invitados se retiraba.

–Gracias por todo, Valeria. La fiesta estuvo linda. Coincidieron en afirmar los tres amigos.

–Espero la hayan pasado muy bien.

Al quedarse solos, Javier se acercó a Valeria y la besó en la mejilla. Y como ambos sintieron que eso no era suficiente, se unieron en un ardoroso beso, hasta que fueron interrumpidos por los gritos de uno de los invitados.

–Están asaltando a los muchachos. Los van a matar a golpes. ¡Auxilio!

Javier, salió a la carrera y vio que efectivamente cinco fornidos hombres golpeaban salvajemente a sus amigos. Al ver aquel cuadro se lanzó como una fiera sobre los atacantes y sacando a relucir todos sus conocimientos de artes marciales, los golpeó hasta dejarlos fuera de combate. A Germán no le quedó otra cosa que huir con sus compinches.

Ya más calmados, los tres amigos se dirigieron a su domicilio para curar sus moretones. Pero en momentos que se disponían a entrar, un vehículo policial con seis efectivos, acompañados por Germán, los interceptaron.

– ¡Esos son Sargento! Son los que nos asaltaron, amenazándonos con sus navajas – Gritó Germán.

Lo primero que hizo la policía fue pedirles sus documentos de identificación y como no los tenían, el Capitán ordenó…

– ¡Al calabozo!

Pasaban los días y nadie sabía nada de ellos. Valeria y sus amigas incluso pensaron que se habían burlado de ellas. Hasta que una amiga les comentó que se hallaba muy preocupada porque no podía sacar sus zapatos de la renovadora ya que las puertas se hallaban cerradas desde último fin de semana.

–Es raro. No creo que los chicos que atendían hayan desaparecido como por arte de magia – Les comentó.

Para salir de dudas, las tres amigas decidieron ir al local y constataron que efectivamente estaba cerrado. Teresa, no conforme con eso, se acercó para ver por la rendija el interior, constatando que todo estaba en orden.

Entretanto, en la comisaría los tres estudiantes fueron recluidos en celdas apartadas para evitar que se comuniquen entre ellos y menos con el exterior.

Esa misma noche, el comisario los interrogó uno por uno.

– ¡Tú eres el cabecilla! Tienes que confesar si quieres salvar tu vida y la de tus secuaces – Gritaba el comisario.

–Somos estudiantes. Aquí no hay ningún cabecilla.

– ¡Carajo!, confiesa a qué han venido. ¿Cuáles son vuestros planes? ¿Dónde está la lista de vuestras víctimas?

A más preguntas, sólo obtenía más silencio. Lo único que logró sacarle fue sangre de las narices, por los golpes.

Luego de varias horas de interrogatorio, los llevaros a sus celdas.

En la siguiente noche se produjo el cambio de guardia. Esta vez el custodio era un policía joven, quien luego de hacer su inspección de rutina se sentó en su escritorio para cumplir con los engorrosos trámites de la oficina. Para mantenerse despierto seguía a viva voz las canciones de la radio.

«…Un muchacho como yo…”

Esteban, al escucharlo cantar con tanto entusiasmo no pudo resistir la tentación y, en la primera oportunidad que tuvo, le siguió desde su celda, haciéndole el dúo…

“Bajo un monte lleno de ambiciones…Siempre debe haber ese algo que no muere…

Al final, los cuatro terminaron cantando en coro…y el policía hasta les confesó que le caían bien. Una noche hasta les contó cómo conoció a su esposa.

–Estudiaba en la universidad cuando la conocí. Quedó embarazada y tuve que dejar mis estudios para ingresar a la policía. El sueldo que nos pagan, no nos alcanza ni para cubrir nuestras necesidades más urgentes. Este fin de semana, por ejemplo, mi hijo tiene un desfile con motivo del Día de los Jardines de Infancias y no tengo dinero ni para comprarle zapatos.

–De los zapatos, no te preocupes. Nosotros podemos solucionar ese problema. Lo único que tienes que hacer es ir a nuestro taller y sacar el material y las herramientas que necesitamos para confeccionarlos. Toma las llaves.

–Gracias. Les debo una.

– No te preocupes. Si quieres ayudarnos, por favor llevar este mensaje a la hija del prefecto, pero, que nadie se entere – Le pidió Javier.

Una de esas tardes, cuando el prefecto tomaba el té en compañía de su familia, se apareció Germán en forma sorpresiva sin darle tiempo a Valeria de irse para no verlo.

–Vengo a advertirles que tengan mucho cuidado con los desconocidos porque los que me asaltaron la noche de la fiesta resultaron ser terrucos. Felizmente que logré reducirlos y llevarlos a la comisaría, donde están siendo interrogados.

Al escucharlo, Valeria, se quedó desconcertada y de manera deliberada se quedó hasta después del té para conversar con Germán.

–Hablemos sin rodeos, ¿Qué es lo que te propones? – Lo increpó.

–No te pongas así, debes saber que solo yo puedo scara a tus amiguitos de la prisión.

– ¡Eres un farsante!

–Piensa lo que quieras, pero recuerda que solo con retirar mi denuncia tus amiguitos estarían libres.

– ¿Y a qué precio?, porque tú no das hilo sin puntada.

–Tienes razón. Con la condición que me des el sí porque ya estoy cansado de esperar. Tienes que decidirte ahora.

Valeria, al darse cuenta del chantaje, optó por actuar con inteligencia más que con el corazón.

–Dame unos días para pensarlo.  

Mientras tanto, el Tuquito, así lo llamaban al joven policía porque le gustaba cantar la canción del mismo nombre, se dirigió a la renovadora donde, por su natural curiosidad policial, se dio tiempo para revisar todo, incluso algunos apuntes y documentos de los muchachos y constató que no eran delincuentes sino estudiantes universitarios que preparaban una tesis sobre los problemas socioeconómicos del país para graduarse en la universidad Complutense de Madrid.

Convencido de su inocencia, salió del local llevando las herramientas y materiales que le habían solicitado y luego se dirigió a su casa para pensar cómo entregar la papeleta que le había dado Javier. Y de tanto darle vueltas al asunto, recordó que su amigo y vecino, un vendedor de frutas, le había comentado que la esposa del prefecto tenía predilección por la chirimoya, Esto le dio una idea…

–Jacinto, quiero confiarte un secreto. Mis jefes me han ordenado hacer una investigación y necesito que me prestes tu carreta. Te aseguro que saldrás ganando porque, además del pago por el alquiler, te entregaré el total de la venta de fruta que haga, pero por favor guarda el secreto.

–Si es así, encantado Tuquito. No te preocupes, de esta boca no saldrá nada.

Esa misma tarde, disfrazado de vendedor, El Tuquito se dirigió a la puerta de la prefectura y empezó a pregonar…

– ¡Chirimoya, ricas chirimoyas! ¡A tres soles el kilo!

Apenas escuchó el pregón, doña Rosita sacó la cabeza por la ventana de su dormitorio y ordenó a los vigilantes que llamen al frutero y lo dejen pasar. Cuando este ya se encontraba en el patio principal de la residencia, se puso a silbar “El Gato montés”, canción que Valeria y Javier habían bailado con tanto ardor en la fiesta del prefecto. Al escuchar el silbido, la hija del prefecto se dirigió a la ventana por curiosidad. Tuquito al verla le hizo señas y le mostró el papel que tenía entre sus manos y luego de asegurarse que nadie lo vigilaba lo arrojó debajo del asiento donde ella acostumbraba leer.

A los pocos minutos, con un libro entre sus manos, bajó al jardín. Y mientras se hacía la que leía, miraba de reojo el piso buscando el papel. Lamentablemente a primera vista no pudo divisarlo. Buscó minuciosamente debajo del asiento, alrededor de las plantas, detrás de las macetas, sin suerte. En ese momento, uno de los guardianes al verla en esos afanes se acercó y le preguntó…

– ¿Se le perdió algo, señorita?

–Ah sí. Ayer tiré un papel con unos apuntes pensando que ya no me servirían, pero ahora que estoy leyendo un nuevo capítulo, los necesito.

Y para no despertar suspicacias se retiró a su dormitorio. El vigilante, en cambio, siguió buscando el papel hasta que lo halló y empezó a leerlo una y otra vez. No podía salir de su asombro por el valioso testimonio que tenía entre sus manos. Sin pensarlo dos veces, le sacó una copia y se dirigió al despacho del prefecto para entregárselo. El mensaje escrito con los seudónimos de “El Diablo y La Escofina” decía:

“Querida Escofina: No pudimos comunicarnos con ustedes porque estamos detenidos en la comisaría,. La denuncia la hizo Germán, el angelito que dice estar enamorado de ti. Todo lo que se dice de nosotros es falso. Solo hay una verdad: No somos delincuentes. Todo esto es una patraña. Te quiero mucho. El Diablo».

Nunca antes el prefecto había dado tantas vueltas alrededor de su escritorio tratando de descifrar los seudónimos, «El diablo y La escofina» hasta que lo vinculó con la actividad de los zapateros.

-Claro, son las dos herramientas más utilizadas por ellos. Pensó.

– ¡No puede ser!

Estrellaba sus puños sobre su escritorio, maldiciendo la hora de haber permitido que los invitaran a su fiesta

– ¡La gente se reirá de mí si se entera que estuvieron en mi fiesta de cumpleaños! Gritaba.

Llamó a su esposa. Doña Rosita, luego de repasar varias veces el mensaje, sugirió que lo mejor sería que Valeria sea quien resuelva su problema.

–Vamos a devolver el papel al jardín. Así nos daremos cuenta qué piensa de todo esto.

Tal como sus padres lo planearon, Valeria volvió una vez más al jardín y, esta vez, no buscó mucho para descubrir el papel. Disimuladamente lo levantó y se dirigió a su dormitorio para leerlo. Al terminar, lo estrechó en su pecho y se echó a llorar.

Al mismo tiempo, el vigilante que había hallado la papeleta y le había sacado una copia decidió entregarla a Germán porque él sí sabía darle buenas propinas cada vez que recibía un chisme.

Valeria, salió en su bicicleta en busca de Teresa cuando se dio cuenta que la camioneta de Germán la seguía. Con su amiga tramaron un plan. Ambas se dirigieron a la casa de Carmela y las res se  dirigieron en sus bicicletas a las afueras de la ciudad. Allí, en medio de un bosque de eucaliptos, comenzaron a hablar en voz alta.

–Carmela, dime ¿cómo andan los preparativos para el desfile de carros alegóricos por el día de los Jardines de la Infancia?

–Tú no sabes lo complicado que es confeccionar los disfraces de mis enanos.

– ¿Qué tal si Teresa y yo te ayudamos? Tú sabes, me alocan esas cosas.

–Gracias, vuestra ayuda será valiosa. Así olvidaremos lo que nos hicieron esos zapateros.

– A propósito ¿A dónde se habrán ido?

–No me interesa averiguarlo. Son unos aventureros como los marineros que un día están acá y al otro desaparecen. Nuestro desprecio será olvidarlos.

Tal como lo planearon, al escucharlas, Germán sonrió de felicidad porque Valeria ya no tenía ningún interés en Javier. Y con su ego al tope se fue a hablar con el comisario.

– Por encargo de mi padre vengo a decirle que habló con el doctor Montesinos y me ha pedido decirle que antes que intervenga el juez, sería recomendable que los detenidos sean enviados de inmediato a Lima.

–De acuerdo, dígale al Doc que no se preocupe, apenas terminemos con el atestado los enviaremos a Lima.

En sus celdas, los tres amigos se dedicaron a confeccionar los zapatos del hijo del policía. Esa misma noche, entre canción y canción, lograron acabarlos. El policía, emocionado les agradeció.

–Quiero que sepan que jamás dudé de vuestra inocencia. Se está cometiendo una gran injusticia con ustedes pero confío que la verdad saldrá a la luz.

El comisario,, fortalecido por la conversación con el hijo del Alcalde, endureció su trato con los detenidos para presionarlos a que firmen las declaraciones falsas que se habían redactado de acuerdo a las órdenes del “Doc”. Esa misma noche ordenó una minuciosa inspección de las celdas. Y al ver las herramientas reaccionó como un energúmeno…

– ¿Cómo han llegado estas herramientas hasta aquí? – Preguntó lleno de rabia.

Ninguno respondió para no comprometer a su amigo policía. Fue cuando se la emprendió con Javier propinándole fuertes golpes en la cara y el estómago. A pesar del inclemente castigo, este no dijo esta boca es mía. El comisario, molesto, ordenó que lo torturaran introduciendo su cabeza en una cubeta con agua. En ese instante Tuquito que presenciaba el castigo gritó:

– ¡Basta, fui yo, mi Capitán! El detenido no tiene la culpa. Las herramientas las traje yo para que me hagan el favor de confeccionar los zapatos que mi hijo necesita para el desfile de los jardines de Infancia.

Al escucharlo, el oficial se enfureció y ordenó que lo confinaran en un calabozo.

Al enterarse Valeria, Carmela y Teresa, pegaron el grito al cielo

–No puede ser ¡Esto es un abuso!

El desfile de carros alegóricos por el día de los jardines de la infancia, había puesto en movimiento a la población. La policía también estaba en las calles para cumplir con su deber de velar por el orden público. El único custodio que se quedó en la comisaría, salía de rato en rato a la puerta para curiosear, atraído por el bullicio de la gente.

Los carros alegóricos marchaban lentamente. Al ver que el calor aumentaba, Carmela le sugirió a la directora que se desplazaran por la calle donde estaba ubicada la comisaría para que los niños pudieran descansar y beber un poco de agua. El único policía que custodiaba la puerta, accedió de buena gana que ingresaran porque el calor era insoportable.

A los pocos minutos, los niños disfrazados de muñecos que habían ingresado a la comisaría para calmar su sed salían haciéndole morisquetas al policía quien, con una sonrisa de oreja a oreja, los despidió. Bromeaba diciéndoles que con tanta agua, algunos hasta habían engordado y crecido. Finalmente los apuró para que vayan a sus desplazamientos, porque ya les tocaba desfilar.

Al concluir el desfile, profesoras y alumnos no cabían de felicidad por el éxito de su participación, más aún al enterarse que el jardín de Carmela había logrado el primer puesto por la belleza del carro alegórico y la gracia de los muñecos.

A lo lejos se vio que cuatro de los muñecos y la profesora Carmela subían a una camioneta que los esperaba con los motores encendidos, mientras los otros niños disfrutaban de las golosinas y refrescos que sus padres les habían comprado.

– ¿Y, ahora, por dónde vamos? Preguntó el chofer.

–Voltee por la callecita angosta de la derecha. Y, luego ingresa a la carretera.

Es cuando recién  los tres amigos y Tuquito, empezaron a despojarse de sus disfraces porque el calor era abrasador.

Al enterarse de la fuga perfecta de los detenidos, disfrazados de muñecos, el comisario no lo podía creer, la noticia le llegó justo cuando conversaba en las tribunas con el Prefecto y el Alcalde, pero no les dijo nada para no caer en ridículo y se dirigió a la comisaría.

En la dependencia policial, no entendió ni jota la versión que le dio el policía de servicio, porque ni él mismo sabía qué es lo que había pasado ya que las cerraduras de las celdas no habían sido forzadas.

– ¿Y dónde estaban las llaves? Preguntó el comisario.

–En el tablero. Ahí siguen aún.

Cuando el prefecto y Doña Rosita retornaron a su vivienda después del desfile, hallaron una carta de Valeria encima de la mesa de noche de su dormitorio donde les confesaba que amaba a Javier y que él no era la persona que imaginaban, sino un estudiante de la universidad Complutense de Madrid a punto de graduarse. Y que toda esa patraña había sido tramada por Germán.

Les pedía perdón y comprensión por la forma cómo había salido de la casa, pero que apenas esto se aclare regresaría.

Dos años después, Valeria y Javier contrajeron matrimonio en Madrid, ceremonia en la que estuvieron presentes el prefecto y su esposa. Esteban convenció a Carmela para ir a Mar del Plata en busca de su madre y así logró la reconciliación con su padre.

Teresa y Manolo, luego de viajar por varios países de Europa, decidieron fijar su residencia en Sevilla, lugar hasta donde los llevaron a sus padres. Y el policía consiguió un empleo de vigilante en el estadio Camp Nou y así cumplió su deseo de estar junto a su familia y al lado de las estrellas del club Barcelona.

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