Nace un locutor

Mis abuelos tenían una extensa propiedad en Abancay conocida como la Quinta Infantas, tan grande como para perderse entre los árboles frutales, los recovecos y los alfalfares y cultivos de hortalizas.
Allí viví los días más felices de mi infancia y adolescencia. En la propiedad, no obstante de estar ubicada en las afueras de la ciudad, era imposible sentirme sólo porque casi a diario venían mis primos, amigos y compañeros de estudio.
Y claro, con ellos, jamás me podía aburrir, ni siquiera estudiando. Hasta eso nos divertía porque lo hacíamos caminando a orillas del río, acompañados por el rumor de las aguas y, de rato en rato, nos poníamos a cantar aquellos viejos temas que nos obligaban a elevar la voz como “Granada”, “O solo mío” y otros, grabados por el Gran Caruso en sus discos de 78 RPM, que los oíamos en la vieja vitrola RCA Víctor del abuelo. De rato en rato, pasábamos de aquello que los abuelos llamaban “música culta”, como si toda la música no fuera parte de la cultura, a los huapangos y rancheras popularizados por Pedro Infante, Jorge Negrete y Miguel Aceves Mejía, con gallos y falsetes incluidos. Esto nos permitió desarrollar una caja torácica más amplia, pulmones sanos y cuerdas vocales más fuertes.
Los campesinos, siempre madrugadores, que salían de sus chacras con los primeros rayos de luz cargando en sus espaldas los productos de pan llevar que cultivaban para venderlos en el mercado central, ubicado en la Av. Arequipa de Abancay,, al escucharnos cantar a voz en cuello, comentaban en quechua nuestra ocurrencia pensando seguramente que no les entendíamos ni jota, pero estaban equivocados…
–Estos niños cada día están más locos que una cabra– Decían en quechua, mientras se morían de la risa.
Más que hablar fluidamente, yo entendía bien el quechua pero les respondía en español para que no se sigan mofando…
– ¿No les parece que si no hubiera locos, el mundo sería aburrido? – Les decía mientras les hacía un adiós con la la mano.
-Si papito, pero nos gustaría que también canten un huaynito en quechua de vez en cuando.
-Eso lo vamos a cantar con ustedes…cuando quieran.
Todos los días, desde la quinta me iba caminando a la escuela Pre Vocacional 66l que ya había estrenado su nuevo local, donde estudié parte de la primaria luego de salir del jardín de la infancia.
Me resistí a que mi madre me matriculara en el colegio Santa Rosa porque, hasta entonces, era mixto.
Aún recuerdo la pugna de varios días entre mi madre y yo, hasta que mi abuelo Andrés, que me apoyaba en todo, sugirió que estudie en la Escuela Pre Vocacional 66l donde se habían matriculado varios de mis excompañeros del Jardín de la Infancia. Pero mi madre insistía en ponerme en el Santa Rosa porque era amiga de las monjas dominicas con quienes se veía todos los domingos en la Iglesia del Sagrario.
Para mi buena suerte, justo en las vacaciones de ese año, la Madre Ágata o Prisca, no lo recuerdo, anunció que el Santa Rosa dejaría de ser mixto. A partir de ese momento fue solo para niñas, con lo que terminó la discusión en mi casa.
Para el cuarto grado pasé al Colegio Miguel Grau porque a partir de ese grado ya recibía alumnos, donde tuve la suerte de tener dos excelentes profesores Efraín Viladegut y César Miranda.
Para mí, no era ningún problema vivir un tanto alejado de la Escuela. Me gustaba ser uno de los primeros en llegar a la «Prevo», como lo llamábamos a mi centro educativo, para poder conversar con mis compañeros y jugar a los tiros, (canicas, por sí acaso, para evitar confusiones con los chicos de ahora y los mal pensados).
Uno de los pocos días que llegué con retraso fue el Día del Aniversario del plantel porque, coincidentemente, ese mismo día cumplía años mi abuelo y el desayuno se prolongó por unos minutos más.
Para mi sorpresa todavía no habían llamado a formación y mis amigos jugaban en el patio principal donde un grupo de técnicos hacía las pruebas de sonido para la actuación central en homenaje al plantel.
– ¡Que lecheros! Mira, están levantando un proscenio justo frente a nuestro salón. La fija que hoy no habrá clases – Les dije a mis compañeros.
– ¡Que viva el Aniversario! Gritamos al unísono.
Llenos de felicidad nos subimos al estrado y empezamos a zapatear como andaluces sobre un tablao de un barrio madrileño. En ese momento, uno de los técnicos me pidió que dijera algo en el micrófono porque quería probar el nivel del volumen del equipo de amplificación. Yo, ni corto ni perezoso, tomé aire y dije:
–Probando, probando – Señoras y señores, aquí radio hojalata transmitiendo para una calata, desde sus estudios ubicados en el patio de la Escuela Pre Vocacional 66l.
Los técnicos, al escucharme, empezaron a reír a carcajadas y me pidieron que lo haga una vez más, no sé si porque les caí en gracia o porque necesitaban hacer una prueba más..
–Probando, probando. Transmite radio camiseta a través de su manga corta y manga larga. Señoras y señores en breves instantes se presentará el director, seguramente con un tremendo rollo que nos hará dormir a todos.
Los técnicos siguieron riendo a carcajadas y una vez más me pidieron que siga hablando para una prueba final. Esta vez sí que estaba seguro que lo hacían por cachonda porque disfrutaban con mis ocurrencia.
–Nos preocupa (imitando a Juan Ramírez Lazo, un conocido locutor de radio Victoria) que los alumnos sean castigados injustamente y el recreo dure muy poco. Nos preocupa Señor Director que usted no haga nada al respecto ¿Qué espera para tomar cartas en el asunto? Sí amables oyentes, nos preocupa.
El director de la escuela, que llegaba en ese momento para revisar cómo estaba quedando el escenario porque tenía como invitado nada menos que al Inspector Regional de Educación, al escucharme con impecable claridad y fluidez, no sabía si castigarme por mi atrevimiento o celebrar la broma. Optó por hacer cumplir las reglas del plantel ordenándole a mi profesora Abril enviarme al final de la fila y me quite dos puntos en conducta por haberme burlado del director.
–Ah, Señorita, otra cosa, no olvide entregarle también una papeleta disciplinaria para que la firme su mamá.
Eso sí que me dolió porque lo que menos deseaba era causarle problemas a mi madre quien, no hacía mucho, había quedado viuda y se había convertido en la jefe, en el sostén, en padre y madre de mi y de mis hermanos. Y no obstante que sabía que mi madre tenía las faldas bien puestas, estas cosas no las podía manejar tan bien como mi padre.
La señorita Abril, (No sé por qué sus padres le pusieron ese nombre pudiendo llamarla setiembre, el mes de la primavera, porque era joven y muy linda). Bueno,a esa edad todas las profesoras nos parecen lindas. Ella, me enseñó desde el primer grado porque, en ese tiempo, todos los profesores subían con sus alumnos hasta el Quinto de Primaria y no como ahora que cambió todo con el plan CAT, los docentes se quedan y los alumnos pasan de año.
Mientras transcurrían los minutos y los invitados iban acomodándose en sus asientos, los técnicos de sonido ya tenían todo listo. Las autoridades eran recibidas con gran respeto y conducidas al estrado de honor. El director, nervioso como una gelatina en un plato, miraba su reloj una y otra vez y preguntaba…
– ¿Dónde diablos se habrá metido el profesor de lengua y literatura? ¿Acaso habrá olvidado que es el encargado de hacer la presentación?
–Está en el baño, señor Director – le dijo un auxiliar.
Y seguidamente le explicó que por los nervios había sufrido un ataque de colitis aguda. El Director se tiraba de los pelos tratando de buscar una solución. Los padres de familia miraban sus relojes y al mismo tiempo lo miraban a él, como increpándole por el retraso. Y los profesores prácticamente desaparecieron por temor a ser llamados para reemplazar al maestro de ceremonias.
En medio de la incertidumbre, el director abrió los ojos del tamaño de dos naranjas huando. Como si se le hubiera encendido la lámpara de Aladino y se apareció el genio, disimuladamente empezó a batir sus manos para que la profesora Abril se acerque. Ella, al advertir que el director la llamaba, casi cae desmayada pensando que la había elegido para conducir el programa. La señorita Abril se puso más pálida que una cera, no parecía Abril sino octubre el mes de los temblores porque le temblaba todo el cuerpo. Se le vino el mundo encima. Y mientras se acercaba al estrado sentía que hasta las medias nylon se le chorreaban por los nervios. El director, en cambio, se frotaba las manos como un escolar que se sabía la respuesta del examen, y le dijo casi al oído:
– ¡Su alumno!
– ¿Mi alumno? Ya está cumpliendo su castigo en la última fila.
– No me refiero al castigo…¡él es la solución!… llámelo para que lea el programa. Pero recomiéndele que no se salga del libreto ni en una sola coma ¡eh!.
Yo, en esos momentos, me hallaba al final de la fila donde nadie me podía ver. Y desde allí tampoco me enteraba de lo que estaba ocurriendo en el estrado porque los alumnos de Quinto me quitaban la visibilidad. Y como no tenía nada qué hacer, me puse a jugar plic plac con un compañero.
Cuando me ubicó la profesora, no tenía puesta la corbata y mis cabellos estaban deshechos, es decir ¡toda una desgracia! Para colmo tenía la camisa remangada y mis zapatos sin lustrar.
Al verla a la señorita me quedé frío como una raspadilla de cincuenta centavos hecha con el hielo del Ampay, pensando que, después del castigo del director, no le quedaba otra cosa que expulsarme por haberme encontrado jugando en plena formación.
– ¡Gracias a Dios que te encuentro! – Me dijo – Pero, ¡Estás hecho una desgracia!
Sin darme mayores explicaciones me ayudó a arreglarme. Hasta me facilitó una corbata que se la pidió prestada a otro niño y en un santiamén hizo un nudo y me la puso. Como si esto fuera poco, extrajo de su cartera una toalla y me limpió la cara, luego me peinó y me acomodó los pantalones haciéndome recordar a mi madre por lo que hasta me dio ganas de decirle “gracias mamita” y darle un beso. Me acicaló tanto que parecía otro. Finalmente me dijo que vaya al estrado a presentar el programa.
–Pero por favor no te salgas del libreto ni en una sola coma…Recuerda ¡ni en una sola coma!
Recién entendí por qué se esmeró la profesora en arreglarme. Y en lugar de amilanarme le dije…
–Señorita, le prometo que no la defraudaré.
La verdad es que, al momento de subir al estrado me puse nervioso y recién me di cuenta que me había metido en camisa de once varas. Sin embargo, forzando una sonrisa me acerqué al micrófono y saludé a la concurrencia, recordando que rato antes ya lo había probado a pedido de los técnicos. Y tal como me lo recomendó mi profesora entré con toda la buena intención de no salirme del libreto pero, al repasar el texto, me encontré con una serie de correcciones que a puño y letra las había hecho el profesor de lengua y literatura, seguramente antes de entrar al baño donde seguía luchando con su colitis aguda. Eran los peores garabatos que había visto en mi vida. La cosa es que no entendía ni jota.
Pero eso no fue todo. El libreto decía –Nosotros los profesores–. Y, al vuelo, tuve que añadir –Nosotros los alumnos y profesores.
En realidad todo me parecía un entripado. En un momento quise mandar todo al diablo y salir corriendo, sin embargo opté por quedarme para no estropear el programa.
Para darme tiempo de descifrar los jeroglíficos del profesor que luchaba con su enterocolitis en el baño, decidí improvisar un comentario recordando que mis profesores siempre se quejaban de sus bajos sueldos y los alumnos por la falta de carpetas y útiles escolares. ¡Ah!, y también por la falta de una losa deportiva.
–Señor Inspector, con el respeto que usted se merece, quisiera hacerle saber que estamos muy contentos en este nuevo local pero necesitamos más carpetas y una losa deportiva. Le suplico a nombre mío y de todos mis compañeros, tomar en cuenta este pedido. Asimismo aprovecho su presencia para solicitarle, si fuera posible, un aumento de sueldos para nuestros profesores porque lo que ganan es muy poco.. Estoy seguro que usted sabrá transmitir este pedido al presidente Odría porque siempre dice “Hechos y no palabras”
El director no sabía si meter la cabeza bajo la mesa o salir al micrófono a pedir perdón. Sudaba copiosamente y me hacía desesperadas señas para que me ciña al libreto. Y no dejaba de tener razón porque en plena dictadura militar de Manuel A. Odría, eso era un suicidio. Los estudiantes estábamos terminantemente prohibidos de reclamar, protestar, o siquiera hacer una mueca de descontento.
El director estaba desencajado porque ya se sentía un funcionario destituido, un desocupado más, otro jubilado pobre más en la cochina calle.
Sin embargo, la sonrisa del Inspector de Educación y los aplausos del público le hicieron volver el alma al cuerpo. Y yo, alentado también por esos aplausos y recordando las presentaciones de mi paisano, el locutor apurimeño José “Sisi” Gonzáles Menacho en Palacio de Gobierno, empecé diciendo…
– ¡Señoras y señores, con ustedes el señor presidente!….Perdón, el señor Inspector Regional.
El funcionario, sonriente se acercó al micrófono y mirándome la cara inició su discurso.
–En primer lugar quiero felicitar al director por hacer participar a los alumnos en este tipo de actividades. Eso es lo que queremos, una educación multidisciplinaria donde estén presentes autoridades, profesores y alumnos. Tenemos que acabar con esa educación vertical, los alumnos también deben ser parte de esta transformación educativa.
Agradezco al alumno que conduce el programa por haberme hecho recordar que tenemos una tarea pendiente en este plantel recientemente inaugurado. Efectivamente, esta escuela necesita una losa deportiva y mejores carpetas, las actuales provienen todavía del viejo local. Ahora mismo hablaré con el jefe de abastecimiento para ver cómo solucionamos estos problemas. Felizmente que contamos con un pequeño presupuesto que podemos utilizar en estas obras. En cuanto al aumento de sueldos para los docentes, mi querido alumno, me comprometo a elevar esta preocupación al despacho del señor Ministro. Y estoy seguro que, si lo permite el presupuesto general de la República, los docentes tendrán un aumento. Ya ven, como los tiempos han cambiado. Ahora no es necesario de huelgas o marchas callejeras para hacer un reclamo.
El funcionario, mirándome nuevamente, dijo:
–Y gracias por sus buenas intenciones de nombrarme como Presidente, pero mientras pueda servirlos en este cargo prefiero seguir como Inspector de esta floreciente zona educativa.
Luego de concluir su discurso, el inspector se dirigió a su asiento en medio de estruendosos aplausos, donde lo esperaba el director. Ambos se dieron un cordial abrazo. Al concluir la actuación, el director se me acercó y me dijo.
–No lo hiciste como queríamos, pero felizmente que todo salió bien. Con tu actuación has borrado la pésima nota que tenías en conducta. Puedes irte tranquilo. Ah, y no olvides de seguir practicando para las próximas actuaciones.
Del mismo modo mi profesora Abril, sin ocultar su satisfacción, me abrazó, me dio un beso en la mejilla y me dijo:
–Te felicito. Estoy orgullosa de ti, hoy nació un locutor.
Y parece que mi profesora no se equivocó. Cuando estudiaba los primeros años de Secundaria el director Antonio Manzur Barrios organizó un club de teatro donde descubrió que tenía buena voz para hacer una radionovela que previamente se grabó en una grabadora de las hermanas Zoila y Zulma Sotelo, y se difundió por radio Municipal de Abancay. Fue mi primera incursión en la radio, pero lo suficiente para que mis profesores y amigos resaltaran mis cualidades y me recomendaran que siga por ese camino. En efecto, a los pocos años se me abrieron las puertas de ese fascinante mundo de las comunicaciones del que no pude salir nunca más. Fue, sin duda, un largo camino de grandes e insospechadas aventuras en la radio, diarios y televisión, así como en el campo de la publicidad y el marketing.
Al mismo tiempo que ingresé a la Universidad del Cusco, empecé a trabajar en los mejores medios, entre ellos el diario El Sol, en las principales radioemisoras como La Hora, Twantinsuyo, Cusco, desde la segunda mitad de la década de los 60 hasta 1975 en que, por razones políticas en pleno gobierno militar, tuve que verme obligado a viajar a Lima para seguir trabajando en lo único que me fascinaba: el mundo de las comunicaciones.
Yo, ya me había establecido en Cusco. Aquí me casé, nacieron mis dos hijos y nos compramos una casa en la Urbanización Santa Rosa, pero, ante la hostilización de los agentes del gobierno por mis críticas al Sinamos y otros organismos del Estado por una serie de irregularidades, se me hizo la vida imposible. El asedio llegó a su climax cuando se incendió el local de Sinamos. En una conferencia de prensa, el Jefe de la Cuarta Región Militar dijo que habían dos culpables: Los autores directos y quienes desde algunos medios hacían comentarios contra ese organismo del estado. Al final de la conferencia dos miembros de los servicios de inteligencia me interceptaron y me detuvieron. De no haber sido la intervención de mis colegas del diario y de otros medios, seguramente que mi destino hubiera sido otro. Amenazaron con no publicar y quejarse a la Federación de Periodistas si se materializaba mi detención.
Cuando estos hechos llegaron a oídos del presidente de la Federación de Periodistas del Perú Arturo Salazar Larraín, porque en ese entonces aún no existía el Colegio de Periodistas, hablamos por teléfono y me recomendó que salga del Cusco y viaje a Lima..
Mi primer trabajo en la Capital fue de editor y locutor del Diario de Unión, informativo que llegó a ocupar el primer lugar de la preferencia del público, en los tiempos en que Juan Ramírez Lazo ocupaba el primer lugar del rating con el noticiero “Radioperiodico El Mundo”, sobre todo por su espacio “Nos Preocupa”.
Creamos el Departamento de Prensa donde me encargaba de procesar las noticias, redactar los “rapititulares”, la sección “Qué Pasa”. Los locutores éramos Carlos Alberto Sosa, Emerson Vela y yo. En algunas ocasiones se sucedieron en el micrófono Alberto Cuya Rivera, Antonio Boza Flores y el recientemente fallecido Aldo Morzán.
El Diario de Unión tenía corresponsales en todo el Perú y se escuchaba en el exterior con mucho interés hasta donde llegaba nítidamente por la potencia de sus transmisores.
En el mundo de las comunicaciones, no todo es color de rosas, hay hechos que ensombrecen nuestro trabajo sobre todo cuando queremos hacer un periodismo independiente porque los sucesivos gobiernos buscan siempre tener a su servicio a los hombres de prensa, por las buenas o por las malas, tal como ocurrió en la época de la revolución de Velasco, donde la prensa estuvo regimentada, confiscada y bajo su total control. Y quienes nos manteníamos en la zona neutral, libres de toda influencia política, porque así tiene que ser el trabajo de un periodista, teníamos grandes dificultades en el desempeño de nuestras funciones.
Cuando se acabó la revolución pensé que llegaba la primavera para los hombres de prensa. Luego del segundo período del Gobierno de Fernasndo Belaunde Terry, quizás uno de los pocos mandatarios que respetó a cabalidad la libertad de prensa, fue elegido Alan García como presidente del Perú. Yo seguía como editor y locutor del Diario de Unión y decidí sacar un micro espacio en la Frecuencia Modulada al que lo bauticé con el nombre de “Hola Alan”. Se trataba de un espacio que criticaba en solo 5 minutos los actos de corrupción del régimen aprista, entre ellos la compra de los aviones Mirage, el reparto de los dólares MUC a las empresas de su preferencia y las facilidades a los exportadores, quienes para lograr la devolución de beneficios exportaban hasta piedras. A los pocos meses, luego de varias amenazas, el espacio fue suspendido a pedido del Ministerio del Interior.
En la época del gobierno de Alberto Fujimori, el único presidente nacido en Japón que llegó al Perú de niño y se volvió a inscribir como peruano, el control de los medios fue parte de su estrategia gubernamental. Quien no entraban en el aro de la esa mafia estaba destinado a salir de los medios porque, a través de su asesor en la sombra Vladimiro Montesinos, Fujimori tenía bajo control a las principales cadenas de radio y televisión y también de los principales diarios. Montesinos todo lo arreglaba con plata. Los dueños de las medios recibían torres de billetes verdes a cambio de ceder la línea periodísticas de sus medios y colocar a periodistas sumisos que apoyen a Fujimori. Se llegó a extremo que programas basura como el de Laura Bozo lleguen a ser manejados por el SIN.
Quienes nos manteníamos al margen, perdimos el trabajo. Felizmente que yo, no solamente escribía sino que también hacía locución. Esa fue una gran ventaja. No es muy común porque generalmente los periodistas escriben y los locutores leen. Y es cuando Panamericana Televisión me contrató como locutor de planta porque el titular, lamentablemente, había fallecido.
Fue así que me convertí en la voz Panamericana Televisión para anunciar la programación y en la voz comercial de las transmisiones deportivas, trabajando al lado de Humberto Martínez Morosini en todos los eventos deportivos que transmitía Panamericana en nuestro país y en el extranjero. Asimismo, con Pocho Rospigliosi en Gigante Deportivo y en Ovación. Cuando me nombraron jefe de Promociones del Canal, tuve la oportunidad de conocer y trabajar con Mario Vargas Llosa cuando sacaba su programa “La Torre de Babel”.
En la televisión logré todo un cúmulo de experiencias que las valoro inmensamente. Guardo con afecto y reconocimiento los días maravillosos que pasé en Panamericana porque tuve la suerte de trabajar en la época más exitosa y brillante de la televisión peruana con personajes fuera de serie, camarógrafos y productores excepcionales, locutores de primera y talentos que amaban su profesión.
Gracias a mi trabajo en los medios tuve la suerte de conocer varios países de América y Europa, Conozco increíbles ciudades como Nueva York, Tokio, Montreal, Roma, Madrid y París. Estuve en Japón donde tuve la oportunidad de ver los más grandes adelantos de aquella sorprendente nación. Visité Tokio, Kumamoto y Yokohama. Pero quizás uno de los lugares que más me encantó fue Venecia, la ciudad del amor, de los canales, las góndolas y sus puentes. Estar en la plaza San Marcos saboreando un vino caliente, en los carnavales, fecha que coincide con mi cumpleaños es algo que no olvidaré jamás.
Y como dicen “por mi mejoría hasta mi casa dejaría”, no pude resistir a la oferta que me hizo la familia Hiraoka para organizar el departamento de publicidad y marketing de su empresa, donde trabajé casi 25 años.
Y, hoy, no obstante de estar disfrutando de mi jubilación, sigo en lo mío porque el periodista es como el médico, nunca deja de prestar sus servicios hasta que le llega la muerte. Por eso ahora estoy en las redes sociales, principalmente en Facebook, para devolver de alguna manera lo que la sociedad y el destino me dieron. Este es mi agradecimiento por la suerte que tuve de trabajar a lo largo de mi vida en los principales medios de comunicación. Esta es una forma de decirles gracias a quienes me siguieron a lo largo de mi vida profesional y ahora me siguen a través de las redes sociales. Este es mi servicio social que no tiene otro interés que poner en la mesa de discusiones mis opiniones y los temas que merecen ser tratados porque, al fin de cuentas, son ustedes, con sus críticas, aquienes señalan el camino que debe recorrer nuestro país para lograr un destino mejor.

2 respuestas to “Nace un locutor”

  1. JOSE PALOMINO CORTEZ Says:

    …el día en que escuchamos la voz personal y cristalina que decía RADIO UNION. LA RADIO, era aquel alumno que ponía bien en alto a su tierra natal y a su Cuzco querido que lo cobijó.

    José

  2. Rosa Lozano Says:

    Herberth, cómo me he reído con esta nota. He disfrutado cada frase y hasta he imaginado toda la historia.
    Felicitaciones!
    Rosa

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