Viaje al ombligo del Mundo

La tarde estaba a punto de morir y la ciudad se disponía a caer en su lecho de piedra, mientras el bus de la empresa Morales que me trajo de Abancay llegaba lentamente, casi a gatas, y se paró en seco en las puertas de la agencia ubicada en la plaza San Francisco, mientras el chofer, que ya pintaba canas, extendía los brazos haciéndo crujir sus huesos. Parecía más cansado que yo.
Yo tenía el cuerpo molido de tanto estar sentado en un asiento sumamente estrecho que me obligó a viajar con las piernas encogidas y lidiando con los bultos de los pasajeros que subían unos tras otros a lo largo de la carretera sin importarles viajar parados, aunque algunos lograron sentarse pero sobre sus atados, estorbando el pasadizo del bus.
Al llegar al paradero, lo primero que me llamó la atención fue ver, a través de las lunas del carro, cómo los transeúntes caminaban apurados por las aceras, cuidando de ir siempre por debajo de los halares de las casas para guarecerse de la lluvia que empezaba a caer. Algunas damas salían del templo San Francisco con sus velos puestos y abriendo apuradas sus paraguas, mientras los caballeros le daban una vuelta más a la chalina alrededor de sus cuellos, al mismo tiempo que levantaban las solapas de sus abrigos o impermeables.
No obstante que mi asiento estaba casi al medio de la fila, fui el primero en salir del vehículo, abriéndome paso entre los bultos del único pasadizo. Me moría de ganas de respirar aire puro y exponer mi rostro al cielo para refrescarme con las primeras gotas de lluvia que caían como un regalo de Dios.
Al sentir aquel duchazo celestial, mi rostro, empolvado y resecado, parecía revivir y es cuando me salió desde lo más profundo del alma un ¡Ahh! de satisfacción.
-¡Qué sensación tan agradable! ¡Qué caricia tan divina!
¡Por fin en Cusco!, me dije emocionado.
Sin embargo, por la expresión de algunas personas que cruzaban apuradas la plaza, frente al Colegio Nacional de Ciencias con dirección de la calle Meloc, me di cuenta que no todos sentían la misma sensación que yo. Seguramente que, por eso, algunos me miraban como si estuviera loco, su sorpresa fue mayor al escucharme cantar en medio de la lluvia aquel tema de moda popularizado por los Iracundos “Es la lluvia que cae”.
El mundo está cambiando
Y cambiará más.
El cielo se está nublando
Hasta ponerse a llorar,
Y la lluvia caerá
Luego vendrá el sereno.
Y la lluvia caerá
Luego vendrá el sereno…
Quizás no les faltaba razón a esos sorprendidos transeúntes porque, mientras ellos escapaban de la lluvia, yo le rendía honores. Claro, si se hubieran enterado de mi sopor luego de aquel pesado viaje de varias horas y metido en aquella caja de sardinas, llamada ómnibus, seguramente que otra hubiera sido su reacción.
Es cuando empezó a arreciar el chaparrón y me acordé del impermeable que me había comprado en Lima para las ocasiones como esta. Pero, como las cosas nunca están en su lugar cuando más las necesitas, mi sobretodo no estaba conmigo, sino en el fondo de la maleta.
– ¿Taxi? Pregunté al primer conductor que sobre paraba su vehículo buscando pasajeros.
– Si, ¿A dónde lo llevo jefecito?
La amabilidad del conductor me hizo sentir un hombre importante, pero su pregunta me puso en apuros porque no recordaba dónde diablos había guardado el papelito con la dirección de la casa de mis amigos, los hermanos Vegacenteno, lugar donde debía alojarme. Hasta que, de tanto buscar , lo hallé en uno de mis bolsillos.
–Disculpe ¿Conoce la calle Hospital?
– ¡Claro jefe! Esto le va a costar solo tres solcitos. ¿Está bien?
-Sí, está bien.
A diferencia de lo que se cobraba en Lima, me pareció una bicoca. Sin embargo, a los pocos días me enteré que la tarifa habitual no era tres, sino ¡dos soles!
Contrariamente a la sugerencia que me hizo mi madre, no quise llegar a la casa de ningún familiar, para no incomodarlos, por eso decidí alojarme en la casa de mis amigos, a quienes los conocí en Abancay y siempre me reiteraban su invitación para alojarme en su casa si algún día decidía viajar al Cusco. Accedí con la seguridad que ellos me ayudarían a buscar una pieza, para alquilarla.
– ¿Siempre llueve así? – Le pregunté al chofer al ver que se caía el cielo.
–Esto no es nada jefecito. Otras veces hasta hay inundaciones. Pero nosotros ya estamos acostumbrados. Apuesto que usted es de Lima.
– ¿Y por qué lo dice?
–Por su manera de hablar, al toque yo me doy cuenta.
–No hombre. Soy de Abancay.
–De abancaycito, como dice Tulio Loza.
–Claro, aunque ese diminutivo no le hace ninguna gracia a mi tierra.
–Jefe, ya llegamos. Esta es la dirección que busca. Mejor yo bajo a tocar la puerta para que usted no se moje. Pero, si insiste, en la maletera tengo un poncho de jebe. Sabe, es de los que usan los soldados alemanes. Me lo encontré en el asiento de atrás, seguramente que algún turista lo olvidó. Si usted quiere se lo vendo.
–No gracias. Tengo el mío dentro del equipaje.
El taxista se bajó y golpeó con fuerza el portón de la casa, pero como tenía la cabeza gacha para protegerse de la lluvia no se percató que había un cartelito que decía “Vuelvo en una hora, firmado: Fernando”
–Ya me cansé de tocar jefe, parece que no hay nadie. Mientras tanto, ¿No quisiera conocer la ciudad? Por cinco solcitos más, le hago dar una vuelta.
–Está bien. Así hacemos tiempo.
–Y para que no se aburra encenderé el radio. Lo tengo oculto debajo del asiento para que no lo vean los choros. Le recomiendo que usted también tenga cuidado, sobre todo con la billetera, porque debe estar bien cargada ¿no?
–No se preocupe. Usted siga manejando, yo lo buscaré. Mire, lo encontré. ¿Quiere que lo encienda?
–Por favor jefe, cuando guste. Espero me aumente alguito más porque, como usted sabe, otra cosa es taxi con radio. En cualquier parte la tarifa es más alta. ¿Y sabe por qué? Porque funciona con pilas Ray O Vac …O, acaso no escuchó la propaganda que dice ¿Cuál es la pila? ¡Ray O Vac es la pila!
-Está bien le daré una propina más.
Al encenderlo, me di cuenta que estaba en la sintonía de Radio Tawantinsuyo porque apenas aumenté el volumen se oyó a la Pastorita Huarasina cantando…
Entregar mi vida quisiera
A los filos de un cuchillo
a ver si de esa manera
se acaba mi existencia…
Y cuando trataba de sintonizar otra emisora con la intención de escuchar música de la Nueva Ola, el taxista saltó como un tigre…
–Ya me fregaste jefe. En este radio no sé dónde quedan las emisoras. Como lo moviste ya no podré escuchar mis huaynitos. Pero no importa, con más tiempo recuperaré esa emisora.
–Eso es fácil. Yo le enseñaré. Mire, en el dial hay unos números… Aquí están ¿Los ve? Estos números indican la frecuencia de las radios. ¿Sabe qué frecuencia tiene Radio Tawantinsuyo?
–El Walaycho siempre dice “En los 1190 kilociclos, transmite… o algo así.
–Bueno vamos a correr el dial al número 1100. Un poquito más, 1190 ¡ahí está! ¿Ve que fácil?
– ¿A ver, ahora mueva al 1200?
Apenas moví la perilla, se escuchó…
–Está usted en la sintonía de Radio Cusco, la voz de la Capital Arqueológica de América. Les habla Charles Aragón. Y antes de continuar con nuestro programa le damos paso al periodista Efraín Paliza Nava, quien ya se encuentra en nuestra cabina de transmisión para darnos a conocer un flash.
A diferencia del locutor Aragón, quien hablaba con una voz pastosa, como si estuviera narrando una novela de misterio, el periodista Paliza comenzó a emitir la noticia “de último minuto” con una voz aguda, inmediatamente después de la cortina musical que identificaba a su informativo Clarín:
– tu tu tu, tu tu tu, tu tu tu
– ¡Flash! Luis de la Puente Uceda, cabecilla de los guerrilleros extremistas, murió en una refriega con una patrulla del Ejército. El enfrentamiento ocurrió cuando los guerrilleros trataban de evadirse de Mesa Pelada huyendo hacia la zona de Madre de Dios. Los rangers les cortaron el paso por Choquillahuanca. Con De la Puente murieron también Rubén Tupayachi, Paulo Escobar y Edmundo Cuzquén, integrantes de una columna de guerrilleros. Mayor información mañana en el informativo de las siete. Asimismo les daremos cuenta de la muerte de siete miembros de la Guardia Civil en una emboscada subversiva en el Centro del País. Entre los muertos figura el Mayor Horacio Patiño Cusati. Habría además siete guardias heridos”
–Tu Tu Tu, Tu tu tu, tu tu tu…Fue un flash del informativo Clarín
Y nuevamente ingresó la voz grave de Charles Aragón leyendo un comercial:
–Inka Motors S.A. anuncia la llegada de un nuevo modelo Ford, el automóvil a su medida. De potente motor y cuatro puertas. Solicite su crédito y condiciones de pago a Inka Motors S.A. Y no olvide que en el cine Teatro Colón se sigue proyectando la película El Padrecito, con Mario Moreno Cantinflas en Eastmancolor y en tres funciones, Matinée, Vermouth y Noche. Apta para menores.
El taxista, al observarme que me había quedado pensativo rompió el silencio…
–Ya ve jefe, con tantas noticias trágicas prefiero escuchar mis huaynitos. Mejor páselo a radio Tawantinsuyo.
–De acuerdo, pero mejor regresamos a la calle Hospital, mis amigos ya deben estar de vuelta.
–Como usted diga jefe.
Mientras nos dirigíamos al lugar, volví a mover la perilla del radio y se escuchó la voz de Julio Jaramillo cantando: “No puedo verte triste, porque me mata…tu carita de pena, mi dulce amor. Me duele tanto el llanto que tú derramas, que se llena de angustia mi corazón…”
Nuevamente moví la perilla y Ana Melba, con su característica voz alta y aguda, gritaba a los cuatro vientos: “Aceptaré…la condena de saber que no me podrás querer, como estoy queriéndote…”
Como si todas las emisoras se hubieran puesto de acuerdo, a esa hora de la noche transmitían solo música romántica, seguramente contagiados por el clima, pensé, porque en toda la ciudad seguía lloviendo a cántaros.
El encuentro con mis amigos fue emocionante, al extremo que nos pasamos gran parte de la noche conversando.
Al día siguiente, ¡increíble!, cuando me levanté, el cielo estaba despejado y un sol radiante iluminaba la ciudad. Desde la parte alta de la calle Hospital, donde se hallaba ubicada la vivienda de mis amigos, las cúpulas de los templos, los techos de las casas y el empedrado de las calles se veían relucientes. Al ver que Hernando se alistaba para salir en compañía de Darwin, otro amigo y paisano mío, ambos ataviados con sendos impermeables, bromeé:
–Con esa ropa se cocinarán. Es como si en Lima quisieran ir a la playa con abrigo en pleno verano.
–Es a ti a quien creerán chiflado si sales en manga corta. Aquí el sol quema, pero cuando te pones a la sombra te congelas y no sabes en qué momento se te viene la lluvia.
Mientras yo me miraba una vez más en el espejo, sonreí y no les hice caso. Sin embargo, por precaución cogí mi impermeable y salí tras ellos por tres motivos: Ir a la universidad para averiguar las fechas de ingreso, conseguir un minidepartamento para alquilarlo y buscar la dirección de una radioemisora para ver la posibilidad de trabajar.
Las oficinas de la radio que me habían recomendado se hallaban en la Cuesta del Almirante, una de las tantas calles del Cusco por donde los vehículos circulaban sólo de bajada, enganchados en segunda y quemando frenos.
Sorpresivamente, tal como me lo habían advertido mis amigos, otra vez empezó a llover. Las cortinas de agua que se descolgaban de los halares de las casas formaban riachuelos obligando a las personas a dar saltos, como lo hacen los canguros, para poder cruzar la calle de una acera a otra.
Mis amigos prefirieron quedarse en los portales de la plaza, mientras yo empecé a subir por aquella empinada arteria, cuidando de no resbalar en las baldosas de piedra que, por el paso del tiempo y las aguas, parecían pulidas. Metí la mano en uno de mis bolsillos para cerciorarme que llevaba la tarjeta de presentación firmada por el Dr. Guillermo Viladegut, uno de los periodistas más respetables de Abancay, director del diario La Patria y concuñado del propietario de la emisora.
–El doctor no está. Y no sé a qué hora vendrá. A veces llega a las diez.
Me respondió una persona, sin abrir la puerta, posiblemente haya sido el operador de turno, cuando le pregunté por el propietario de la radio. Parecía un tanto fastidiado, seguramente porque tenía mil oficios, de portero, operador, encargado de la limpieza, cuidante, portapliegos y telefonista.
No demoró ni el tiempo que dura un suspiro y se fue dejándome con la palabra en la boca y atrapado bajo el dintel de la puerta y la catarata de agua de lluvia que caía del techo.
En ese momento se apareció un hombre de mediana estatura y contextura gruesa, portando un maletín y un paraguas y, con aires de gran señor, se apostó en la puerta. Y, sin mirarme, extrajo de sus bolsillos una sarta de llaves y comenzó a hurgar la cerradura, insistiendo una y otra vez, sin poder achuntarla.
Yo lo miraba de reojo mientras esperaba que amaine el temporal para irme en busca de mis amigos. El hombre empezó a mirarme de soslayo sin abrir la boca. Estaba confundido porque no podía dar con la llave correcta.
– ¿Me permite? – Le pregunté mientras le hacía el favor de levantar la sarta de llaves que se le cayó al piso.
Recién el hombre, siempre con aires de gran señor, cambio de cara y no le quedó otra cosa que permitirme ayudarlo mientras hacía esfuerzos por acomodar las cosas que portaba.
–Gracias. ¿Espera a alguien? – Recién abrió la boca.
–Sí, estoy esperando al señor Ventura.(El nombre fue cambiado a propósito por respeto a su fallecimiento).
–Dirá usted al “doctor” Buenaventura. Yo soy el doctor Buenaventura.
–Que gusto doctor, le traigo esta tarjeta.
Luego de mirarla detenidamente, recién me trató con amabilidad.
–Disculpe, Pase, pase.
Luego de despojarse de su empapado impermeable, se acomodó en su escritorio y empezó a arreglar sus cosas. Yo, entretanto, para darle tiempo, me asomé a la ventana desde donde se veía la Plaza Mayor del Cusco.
– ¡Qué vista tan maravillosa! – Dije sorprendido.
–Me alegra que le guste. ¡Este es nuestro querido Cusco!
Volvió a mirar la tarjeta y empezó a frotarse las manos, no sé si por el frío o por mi llegada, pero se le veía contento.
–Me alegra que usted sea locutor porque, coincidentemente necesito uno. El último trabajó hasta ayer porque lo suspendimos. Era un borrachín irresponsable que frecuentemente llegaba tarde y aquí la disciplina es lo primero. Bueno, me gustaría someterlo a una prueba ¡Vayamos a la cabina!
El examen consistía en la lectura de varios textos de publicidad y plantillas de presentaciones que se repetían dentro de un mismo formato. Mientras terminaba el LP que giraba en el tornamesas tuve tiempo para repasar los textos, lo que me dio más confianza.
Después de la prueba, observé a través de las lunas del gran ventanal de la cabina que el dueño y el operador intercambiaban opiniones. ¿Lo habré hecho bien, o mal? Me pregunté mentalmente. No podía escucharlos, pero noté que se miraban como sorprendidos. Sin embargo, apenas salí, el broadcaster, seguramente por estrategia, forzó una cara de desilusionado y me dijo:
–Bueno, creo que con el tiempo se podrá usted adaptar al trabajo. Ahora pase por favor a mi oficina.
Después de hurgar en una ruma de papeles sacó una hoja redactada de antemano con el membrete de “Contrato de locación de servicios” donde se había dejado espacios para ser llenados con el nombre, apellidos, dirección y documento de identidad del contratado.
El texto ya estaba redactado a máquina, sin descuidar ningún detalle, incluido el monto de la remuneración, los horarios y hasta las sanciones en caso de incumplimiento del empleado, más no de la empresa.
–Bueno jovencito, si quiere trabajar tiene que firmar este contrato. Mire, yo soy abogado, por eso prefiero que todo se haga previo contrato.
– ¿Lo puedo revisar?
–Usted solo tiene que firmar. Todos los contratos son iguales. Ni siquiera tiene que mirarlo. Si le interesa el puesto lo firma y mañana empieza.
–Pero, al menos déjeme leerlo.
–Está bien. Hágalo.
Si algo había aprendido en Lima, era desconfiar de los jefes apresurados y de los contratos pre redactados. Mientras revisaba el texto a vuelo de pájaro me di cuenta que los términos del convenio no me favorecían en nada. Sin embargo, por respeto a quien me había recomendado, preferí guardarme mis opiniones. Aunque, confieso, no me faltaban ganas de arrojar los papeles al tacho y bajar corriendo por la Cuesta del Almirante.
–Dr. quisiera pensarlo hasta mañana porque tengo que averiguar si este horario me permitirá estudiar en la universidad.
–Como usted quiera, pero no está de más recordarle que hay cientos de locutores que quieren venir a trabajar en nuestra radio y hasta gratis, por el prestigio que tenemos.
–Bueno, le quiero ser franco, el monto que figura en el contrato me parece muy bajo. Con tres soles la hora, no podría cubrir ni mis gastos personales. En Lima se paga 15 soles la hora, pensé que aquí por lo menos era la mitad.
– ¡Está loco! Lima es Lima. Allá también se cobra más por la publicidad, en cambio aquí los anunciadores pagan una miseria. Y, por otro lado, el arzobispado me quiere subir los alquileres.
Sin ocultar su fastidio, el propietario de la radio salió de la habitación y se fue a conversar nuevamente con el operador. A la distancia se le veía gesticular y discutir con su hombre de confianza. Esto me dio tiempo para pensar mejor. Por eso, apenas retornó le dije:
–Doctor, le agradezco por haberme recibido. Pensándolo bien creo que es mejor que el contrato quede sin efecto. No quiero que usted se perjudique.
Y casi inmediatamente me levanté de mi asiento y le extendí la mano para despedirme.
– ¡Oiga! No lo tome a mal. Mire, le ofrezco siete soles la hora. Vamos a rehacer el contrato. Total los papeles son sólo papeles, lo importante es que ambos estemos de acuerdo. El documento lo firmamos en su debido momento, no hay apuro, pero usted tiene que empezar mañana mismo.
En esa época, el trabajo en radio se pagaba por horas. Era uno de los pocos empleos con esta modalidad de pago, a diferencia de la televisión que se estableció un bono por actuación o por programa. Muchos no tenían seguro ni gozaban de beneficios laborales. Y, lo peor, algunos lo hacían solo por amor al arte.
La lluvia seguía cayendo sin piedad, alimentando el caudal del riachuelo que bajaba por la Cuesta del Almirante. Yo que nunca había visto semejante chaparrón no sabía si salir o quedarme. Resolví por disfrutar de aquella maravillosa experiencia de caminar bajo la lluvia y contemplar a la gente correr de un lado a otro, algunos con el paraguas abierto y otros cubriéndose la cabeza con sus capuchas. Muy pocos usaban ponchos, la moda en la clase media se puso mucho después en las celebraciones de las fiestas jubilares del Cusco.
Con la seguridad que mis amigos seguían esperándome me dirigí a los portales. – Deben estar felices – Pensé, porque a esa hora salían las chicas del templo de la compañía de Jesús, después de escuchar la misa de las nueve o simplemente luego de haberle dejado una vela a San Antonio para pedirle un enamorado guapo y con plata.
Yo, en cambio, me hallaba pensando en la actitud del dueño de la radio. No me había inspirado mucha confianza. Eso me mortificaba y, para colmo, como no conocía bien la ciudad, confundí de portales y, en lugar de caminar hacia el de Carnes, me fui al de Panes. Y en vista que no los hallé a mis amigos por ningún lado pensé que ya se habían ido a la casa, aburridos de tanto esperar.
Y cuando caminaba por la calle Garcilaso, para cruzar la plaza San Francisco y dirigirme a la calle Hospital, observé a una muchacha que se esforzaba por pasar de una acera a otra por el riachuelo que allí también se había formado por la torrencial lluvia. Y claro, sin pensarlo dos veces, le estiré la mano. Ella, a pesar de su sorpresa, no tuvo otra alternativa que asirse para evitar un resbalón.
–Gracias, gracias.
Cuando la tuve cerca recién noté que se trataba de una muchacha de ojos chinitos. Estaba muy ruborizada, no tanto por los apuros que pasó, sino porque yo estaba muy cerca de ella.
– Que gusto de conocerte ¿Vives por aquí? – Le pregunté.
–No, este es el negocio de una tía. Es una peletería. La ayudo en mis vacaciones.
Y, precisamente en ese instante salió la propietaria. Vestía un abrigo de astracán que le cubría casi todo el cuerpo, desde el cuello hasta por debajo de las pantorrillas. Llevaba también guantes de cuero y un paraguas.
–Hola Lucy, te esperaba para que te quedes en el negocio. Tengo que ir al banco-Le dijo apenas la vio a la muchacha.
Su rostro se enrojeció más porque seguramente yo estaba con ella.
-Tengo que irme – Me dijo presa de los nervios.
–Lucy, ¿Puedo volver a verte?
– ¿Y cómo sabes mi nombre?
–Así te llamó la señora. Quiero que sepas que me alegró conocerte. Eres la primera muchacha que conozco en Cusco.
Y, sin que se le pase el rubor y sin responderme desapareció detrás de una gran vitrina donde se exhibían los abrigos de toda clase de pieles y otros atuendos de fina artesanía.
En ese momento escuché un silbido que rápidamente identifiqué. Eran mis amigos que me estaban buscando preocupados porque no conocía la ciudad. Al encontrarnos, lo primero que hicieron fue preguntarme por el resultado de la conversación con el dueño de la radio, que yo ya había olvidado por mi encuentro con Lucy. Y después de escuchar mi relato…
– ¡Esto merece una celebración! Sabía que los ibas a impresionar. Me dijo Fernando, mientras su hermano Miguel, entre burlón y serio, afirmó:
–Yo también estaba seguro. Aunque te mueras de la risa, te cuento que al pasar por el templo de la Compañía de Jesús, me santigüé y dije “Dios mío, ayúdalo para que tengamos un amigo en la radio”
–Gracias Miguel, les prometo que no los defraudaré. Ahora vamos a celebrarlo. ¿Qué les parece en el Buenos Aires?
–Mozo, cuatro sándwiches y dos cervezas. Pedí.
– ¿Ya tienen libreta electoral? -nos preguntó el mozo, mirándonos a los más jóvenes, y luego continuó-El señor Barriga, dueño del local, me ha prohibido servir bebidas alcohólicas a menores de edad y ustedes tienen cara de niños, seguro que ni han terminado la secundaria.
–Bueno, entonces nos vamos al Azul. Replicó Miguel.
–No, no, es una broma, les traigo las cervezas y también una Coca Cola familiar para disimular por sí acaso vengan los policías municipales. Por favor, las cervezas las ponen bajo la mesa. No queremos que nos claven una multa.
–Esta bien, pero apúrate porque tenemos un buen motivo para celebrar.
–Bueno, hagamos un brindis por tu ingreso a la radio. Y, hablando de ingresos, también hagamos votos por nuestro futuro ingreso a la universidad – Brindó Fernando.
Mi turno en la radio empezaba a las seis y terminaba a las diez de la mañana. Inmediatamente después se transmitían las grabaciones de Radioprogramas, que se enviaban desde Lima, por avión. Algunas veces las cintas se demoraban en llegar por el mal tiempo y el operador tenía que verse obligado a pasar las cintas de la semana anterior para que coincidan con los días de la semana. Lo que más les molestaba a las amas de casa era la repetición de las novelas porque, mientras en Lima ya se habían transmitido todos los capítulos, en Cusco recién estaban por la mitad. Tampoco les gustaba mucho que sus amigas, que retornaban de la capital, les contaran la trama de los últimos capítulos porque les arruinaban la emoción del final.
Después de unos días, le pedí al Gerente el cambio de mi horario para estar de diez a 12 de la noche y poder asistir a mis clases de la universidad en las mañanas.
La primera vez que entré a la cabina de locución, en mi nuevo horario., al operador no le dio la gana de hacerme ninguna indicación. Me di cuenta que estaba en el aire cuando se encendió el foco rojo de la cabina y no sabía qué diablos hacer. Al verme como Adán perdido en el paraíso, recién empezó a hacerme señas, indicándome que debía revisar el cárdex que estaba sobre la mesa y me ponga a leer los avisos de publicidad.
–Bazar Kawamura, el bazar de la familia…le ofrece una gama de productos de las mejores marcas en lencería, telas finas, pasamanería y ropa de vestir…Bazar kawamura, en el corazón del Cusco…
Por supuesto que traté de no cometer ningún error. Al poco rato, lo vi picotear el aire con su dedo índice. Había que adivinar que me estaba indicando que también revise la lista de discos para anunciarlos. Y es cuando recién miré con el rabillo del ojo la relación y dije…
–Hola amigos, a partir de esta noche los acompañaré en este nuevo horario para presentarles los éxitos de moda. Y precisamente aquí están Los Cinco Latinos interpretando una balada que nos llegará al corazón “Balada Triste”…Escuchemos:
“Balada triste de trompeta…Y en la noche de luna llena / que llorando recordaba nuestra pena / Con tanto llanto de trompeta / mi corazón desesperado / va llorando, va llorando el pasado.
Balada triste de trompeta /de un corazón desesperado…”
Luego de varias noches, al escuchar un nuevo programa en radio, Lucy no pudo resistir a la tentación de llamar por teléfono. Las primeras noches, habló solo con el operador para solicitarle una canción, porque él era el encargado de atender las llamadas, hasta que, de casualidad, fui yo quien respondió el teléfono.
-Lo felicito tiene un lindo programa, me gusta, todas las noches lo escucho y quiero que ponga el disco de Raphael “Yo soy aquel”.
-Y quien lo solicita? Pregunté.
-Lucy.
-¿Lucy?
-Sí, Lucy.
Al escucharla, me di cuenta que se trataba de la misma muchacha que había conocido en la peletería de la calle Garcilaso.
-Me gustaría conocerla, por qué no nos vemos en una cafetería o donde usted quiera?
-No puedo por mi trabajo. Quizás el sábado después a las seis de la tarde en la puerta de la Municipalidad.
Como las llamadas llegaban unas tras otras, la conversación fue breve para dar oportunidad a otros oyentes.
La sorpresa fue grande para Lucy porque se dio cuenta que el locutor de la radio era el mismo muchacho que había conocido aquel día de lluvia frente a la peletería de la calle Garcilaso.
No obstante de haberse convertido en mi primera amiga nunca me dijo su apellido y no la volví a ver más, nuestra amistad duró solo el tiempo que dura una burbuja que se sopla al aire.
En la radio ocurrió también algo parecido. Mi programa no duró mucho tiempo porque el propietario seguía anclado en un tiempo que ya había pasado y yo quería vivir el mío. Hasta que un día el operador me comentó un tanto mortificado…
–Están pidiendo más temas de la nueva ola. Lamentablemente al doctor Buenaventura no le gusta ese tipo de música y esos discos los ha guardado en su oficina.
–No te preocupes, mañana traigo los míos.
Y así fue. Al día siguiente llegué con una ruma de discos para satisfacer a los oyentes, que en su mayoría eran jóvenes estudiantes de la universidad y de los colegios secundarios, tanto de varones como de mujeres.
Yo no tenía ni idea de la sintonía que tenía mi programa. Hasta que un domingo, mientras esperábamos con mis amigos la salida de las chicas que acostumbraban ir a misa de 9 en la Compañía de Jesús…
– Dalia, mira a tu derecha, el chico de casaca a cuadros es el nuevo locutor.
–No me digas. Vamos a pedirle que ponga un disco…
–Estás loca, se lo puede creer.
No obstante, superando su orgullo, se acercaron para solicitarme una canción. En ese momento, recién me di cuenta que no estaba solo y no estaba arando en el desierto. Al menos ellas me escuchaban.
Y justo en ese momento, un muchacho vestido con una casaca de cuero color negro, guantes del mismo color y gafas oscuras Ray ban, llegaba a la plaza en su moto Honda 1300, roja, y empezó a saludar a las chicas que salían del templo. Darwin, al verlo le hizo un adiós con la mano y él, ni corto ni perezoso, se acercó al grupo.
–Hola muchachos.
–Qué tal Henry, te quiero presentar a un amigo.
–Hola. Mi nombre es Henry, me dijo muy suelto de huesos.
–Que gusto. Yo soy…
-Te conozco.
Por un instante nos quedamos mirándonos…hasta que empezaron las bromas de los amigos.
Henry y yo sabíamos de nuestra existencia pero nunca nos habíamos visto las caras no obstante que ambos habíamos enamorado a la misma muchacha en Abancay pero, felizmente, en tiempos distintos.
A partir de ese momento nos hicimos amigos y aprovechamos la ocasión para conversar de lo que más nos gustaba, la radio y la Nueva Ola. Y aquella trampa que seguramente nos quiso poner Darwin para enfrentarnos, se desbarató.
–Trabajo en la televisión y también tengo un programa en la radio. Me dijo.
–Sí, claro, lo sabía. Te felicito. Le respondí.
Pasaron los días, y un día que almorzaba en el restaurant Bahía, en la calle Mesón de la Estrella, en la mesa contigua se sentaron dos personas y empezaron a hablar de la posibilidad de alquilar habitaciones en una casa que uno de ellos tenía en la calle Matará, a poca distancia del diario El Sol, donde yo también quería trabajar.
-Habría que poner un aviso en el diario. Sugería uno de ellos.
-Con que se alquile por lo menos una habitación me contentaría porque la casa se queda sola y con tantas noticias de robos, me preocupa.
-Podría ser. Asintió la otra persona.
Sin pensarlo dos veces, me levanté del asiento y luego de saludarlos a ambos, me presenté y les dije que había escuchado que querían alquilar una pieza,
La casa era de propiedad del señor Julio Silva, un hacendado que tenía una hermosa propiedad en la pampa de Anta donde vivía con su familia y solo iba a Cusco los fines de semana y cada vez que necesitaba hacer una gestión en la ciudad.
Tanta fue la confianza que nunca firmamos un contrato, y cada fin de mes yo le dejaba el dinero del alquiler bajo la puerta de una de las habitaciones que lo utilizaba como oficina. La luz y el agua lo pagaba el propietario.
A partir de ese momento cuando mis amigos me preguntaban ¿Dónde vives? Les respondía “Matará 215, tu cuarto cuando gustes”, lugar donde pasábamos horas y horas de tertulia, saboreando un café acompañado de taparacos y otros deliciosos panes abanquinos acompañados de paltas y dulces que mi madre jamás me hacía faltar.
Al cumplirse el primer mes de mi programa en la radio, me propuse presentar algunas novedades haciendo participar a jóvenes de la Nueva Ola. Y como Henry era un chico de la Nueva Ola y tenía un amplio conocimiento del tema, decidí invitarlo.
Para contar con más tiempo, le pedí a la secretaria que me haga el favor de reacomodar las tandas publicitarias en otros horarios. Por supuesto que lo hizo de buena gana, porque también ella se había convertido en mi asidua oyente y en mi mejor aliada. Y ese día, no solamente me dejó el espacio libre de comerciales, si no también los discos adecuados. Y además me dijo…
– Antes, las únicas llamadas telefónicas que recibía eran de clientes regañones o del gerente, preguntando que si había alguna novedad, pero ahora llaman a cada rato para solicitar los temas de moda y hablan de tu programa.
Esa noche, con mi invitado, el espacio resultó siendo muy entretenido. Conversamos de la nueva ola, los bailes modernos, los éxitos del momento. Al final, terminamos hablando de todo lo que se nos vino a la cabeza. Los oyentes estaban encantados. Hicimos diablura y media para que el programa salga entretenido. Y lo fue, porque hasta el operador que en un principio no veía con buenos ojos esos cambios, sonreía y hacía empalmes perfectos con los discos. Parecía que él también recién empezaba a disfrutar de su trabajo. Y el programa, que debía durar una hora, se prolongó hasta la media noche.
Al día siguiente, sin perder el tiempo empecé a buscar a otro invitado, tratando que sea algún personaje vinculado al mundo de la nueva ola. Mis compañeras de la universidad me sugirieron el nombre de Marco Bonino, un cantante aficionado seguidor de Paul Anka, Elvis Presley y Neil Sedaka. A pesar que me advirtieron que no sería fácil convencerlo, yo si estaba seguro que iría a mi programa. Pero cuando ya estaba por concertar una cita con él, la secretaria me llamó para decirme…
–El doctor Buenaventura dice que quiere hablar contigo.
No tenía ni idea de lo que se trataba. Lo encontré sentado en su escritorio con una cara de pocos amigos. Y luego de responder mi saludo, fue al grano…
– ¡Usted me ha cambiado la programación! Aquí tiene que hacerse lo que yo diga. Ya no se puede utilizar ni el teléfono, porque todas las llamadas son para pedir canciones. ¡Y qué canciones! Todas de la nueva ola. Además, sin mi autorización ha entrevistado usted a personas que trabajan en otras radios.
–Un momentito doctor Ventura, no se altere.
– Buenaventura, dirá usted.
– Como usted diga, pero le quiero recordar lo que le dije al momento de firmar el contrato, el día que no esté de acuerdo con mi trabajo, me iría.
–Oiga, Por ley, usted tiene que cumplir por lo menos los tres meses, si quiere que le pague.
–No se preocupe por el pago, ya lo decidí, me voy.
La actitud del broadcaster fue lamentable y, mi respuesta, peor. Pero no podía quedarme callado frente a una persona que creía que la radio era solo un cúmulo de máquinas y muebles, donde no se tomaba en cuenta el trabajo de los locutores, operadores y todos aquellos que poníamos nuestro talento al servicio de los oyentes. No entendía que los transmisores, antenas, consolas, micrófonos, reproductores de sonidos, grabadoras y computadoras, por más que sean de las marcas más famosas y estén dotadas de la más alta tecnología, instaladas en pequeños o en grandes locales, lujosos o modestos, no eran más que aparatos que no valían nada sin el talento de quienes los utilizaban.
Y luego de varios días de mi renuncia, el operador fue a buscarme a la universidad…
–Te traigo algo que seguramente te va a alegrar. Mira, el Dr. te envía este cheque. Y me ha pedido que te haga firmar este papel.
Al leerlo me di cuenta que era la liquidación de mis honorarios.
–Lo he visto muy preocupado. Parece que te vio conversando con el Dr. Chuquimia, el abogado. Me aclaró el operador, que ya se había hecho mi amigo.
–Ahora lo entiendo todo. Lo que no sabe el dueño de la radio es que el Dr. Edgar Chuquimia es mi profesor en la universidad y casi siempre nos quedamos a hablar después de clases en la puerta del Paraninfo.
– ¿No me digas? Ja ja ja ¡Qué tal chasco! – Y se fue.
De ese modo me quedé unos días sin trabajo, hasta que se me abrieron las puertas de otras radios y al mismo tiempo empecé a trabajar en el diario El Sol. Con el paso de los años hice muy buenos amigos a quienes los llevo siempre en el corazón. Quizás vaya olvidando algunos lugares que recorrí, los nombres de algunas calles y hasta fechas, pero lo que jamás olvidaré es a los amigos con quienes compartí los momentos más felices en los diez años que estuve en Cusco, Allí me casé con Marithza, allí nacieron mis dos hijos, allí pasé una parte de mi vida, y todo empezó en la Cuesta del Almirante, en el ombligo del Mundo.

2 respuestas to “Viaje al ombligo del Mundo”

  1. Reneé Says:

    Bonita narración de tu llegada a mi ciudad, yo tuve la suerte de conocerte siendo estudisnte del colegio Santa Rosa, con tu programa en Radio La Hora de la calle Marqués, creo 215, una época preciosa…, fuiste el amor platónico de casi todas las chicas de clase, tu preciosa voz, la música y toda la programación nos hacía disfrutar.
    Los concursos, premios en la noche de los domingos…, encontrarte ha sido y es una alegría infinita para mí, recordar mi feliz niñéz…, y el recuerdo de personas que nombras, amigos y familiares…, gracias por el recuerdo de mi hermoza ciudad, que la recuerdo cada día, y bueno es verdad que cuanto más mayor te haces la añoranza de la tierra se acrecenta día a día. Vivo en Barcelona, pero sigo y seguiré orgullosa de mis raíces y muy enamorada de mi tierra, en mi corazón y mente avivan recuerdos gratos también de Abancay donde por razones de trabajo, vivimos unos años.
    Gracias por estar ahí, y seguir con la radio, muchos éxitos en tu vida personal y profesional, un magnífico 2O11…, un abrazo grande.

    • herberthcastroinfantas Says:

      Reneé:

      Gracias por tus lindas palabras. Te cuento que hace dos años estuve por segunda vez de paso por Barcelona de regreso de París y coincidió con los carnavales, la pasé muy bien. Te felicito por estar en esa linda ciudad. Tienes razón, los recuerdos de nuestra juventud y de nuestra infancia son el mejor alimento de nuestro espíritu para seguir amando a la tierra donde nacimos. Me alegra que seas del Cusco. Hace muchos años que ya no estoy en la radio, sin embargo me alegra que sean muchos quienes recuerden esa parte de mi vida. En España mi blog tiene muchos lectores y casi todo coinciden que vivieron la mejor época de su vida en Cusco. Deseo que todos tus sueños se cumplan en este Año Nuevo. Un fuerte abrazo.

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