La operación demolición destinada a doblegar al presidente Ollanta Humala ha empezado a manifestarse con exageradas críticas, y hasta de manera tendenciosa, a sus más cercanos colaboradores porque los estrategas de la oposición saben que esta es una forma olímpica de jaquear al gobierno y obligarlo a coloca a funcionarios no precisamente de confianza del Presidente y sus Ministros, sino de la entera confianza de los grupos de poder que no quieren dejar la mamadera.
¿Qué busca la derecha? ¿Que no haya cambios para seguir manteniendo sus privilegios y seguir gobernando en la sombra para manejar los destinos del país a su antojo?
No hay que ser un adivino para pronosticar que esa prensa que apoyó en los últimos comicios al fujimorismo empezará a criticar al gobierno y a cada uno de los funcionarios públicos recientemente nombrados, salvo que el nuevo gobierno la suavice con una jugosa tajada publicitaria.
No habrá nadie quien se salve. Amparados en un libertinaje y no precisamente en una honesta libertad de prensa, los medios le sacarán los ojos a Humala y a su colaboradores. Eso se vio en la sanción a la congresista Martha Chávez a quien la prensa la convirtió en mártir y lo único que les faltaba era santificarla. En cambio, para quienes estuvieron de acuerdo con la sanción pedían la excomunión el averno. Algunos medios decían que la medida fue exagerada y otros que el castigo no tenía validez porque se había dado en una sesión reservada, a espaldas del periodismo. ¿De ese periodismo que quiere circo y apuesta por el escándalo?
La cosa es que los ataques ya empezaron. No solo critican los vestidos que se pone la esposa del presidente, sino que ahora dicen que nombrar a un lejano familiar en un cargo de altísima confianza, como es la Sunat, está mal. ¿Qué quieren? ¿Qué se nombre a un extraño o a un allegado a la oposición? A propósito, fue oportuna la aclaración del Ministro de Economía indicando que fue él quien la propuso y no la esposa del presidente como insinuó maliciosamente la prensa de oposición. Igual sucede con sus asesores. Ninguno los satisface. Y eso, qué le puede importar a la oposición. El mandatario sabrá a quien nombra como consejero.
Que la prensa critique al funcionario por su actuación en el cargo está bien, lo que está mal es que se le critique porque no es de su simpatía o por interés y, lo que es peor, solo por fregar al gobierno. Se vale hasta de los espacios humorísticos para desprestigiar al oficialismo, al mismo estilo del fujimorismo, sin tener el más mínimo respeto. Para ridiculizarlos les ponen, tal como ocurrió con el presidente del Congreso, a quien le dicen «perro de chacra».
Para la derecha, ninguno de los funcionarios “de confianza” del presidente Humala son buenos. Todos tienen un pasado negro. No miran la viga que tienen en el ojo, sino la paja en el ojo ajeno. Todo les parece mal, recientemente arremetieron contra el Primer Ministro por haber dado una directiva por escrito en el sentido que los ministros de estado se concreten a responder a la prensa sobre temas de su sector y no de políticas de estado con el sano propósito de evitar contradicciones y malas interpretaciones. Me parece que está bien porque los reporteros están más interesados en hacerles pisar el palito que en conseguir una buena noticia. Son especialistas en ver problema donde no hay. No contentos con llenarnos de sangre y basura las pantallas de televisión y las primeras planas de los diarios, ahora quieren que también la sangre de los altos funcionarios de estado, recientemente nombrados, llegue al río.
La consigna es clara, evitar que el gobierno de Humala tenga éxito solo por el hecho que es de izquierda. Al presidente lo critican por lo que habla y no habla y, a sus ministros, por haber sido nombrados sin habérseles consultado. Le exigen que Humala hable para despedazarlo criticando cada frase que pronuncia, cada palabra que dice. Y como no les da gusto, lo atacan. Así no es la cosa.
No hay duda que la oposición está desesperada, reclama su tajada y quiere seguir gobernando. Y no parará hasta conseguirlo, salvo que Humala tenga la valentía de decirle ¡hasta aquí nomás, ahora déjennos trabajar a nosotros! Y no creo que lo haga. Lo más cómodo será dejarse atrapar en la telaraña.