El prestigioso médico peruano Elmer Huerta, que se ha hecho muy popular por sus acertados comentarios y críticas certeras a través de RPP, una de las más grandes cadenas radiales de nuestro país, ha publicado a través de la web un artículo con relación a la ley que está en contra de la llamada «comida chatarra» que no solamente es de interés nacional, sino global.
En momentos que se discute la promulgación de la ley que regula la publicidad de los alimentos y su venta en los kioskos de los centros educativos, este comentario cae como anillo al dedo. Coincidimos plenamente con sus conceptos. Ya estuvo en mi agenda escribir un artículo sobre este mismo tema, los efectos de la publicidad engañosa y cómo la publicidad crea necesidad y causa adicción, pero quien mejor que el Dr. Huerta, un galeno de prestigio para abrirnos los ojos en un problema que va afectando la salud publica y poniendo en peligro la población mundial. Aquí el comentario…
En el Perú se está desarrollando un nuevo capítulo de la eterna lucha entre la salud pública y los intereses económicos. Por un lado está la ley de Salud y Alimentación de niños que pretende regular (no prohibir) los mensajes publicitarios de alimentos artificiales o procesados que reciben los niños y adolescentes y por otro la airada reacción de tres industrias: Los fabricantes de alimentos artificiales o procesados, los medios de comunicación y las agencias de publicidad.
Esta nota tiene tres intenciones…
Primero, describir brevemente lo que son alimentos artificiales o procesados. Segundo, exponer por qué debe regularse (pero de ninguna manera prohibirse) la publicidad de alimentos artificiales o procesados dirigida a la niñez. Y, tercero, dar algunos ejemplos de otras viejas y nuevas luchas entre la salud pública y los intereses económicos.
Mi intención es que, al terminar de leer este post, usted amable lector se sitúe a uno u otro lado de la controversia y que eso le permita mantener un debate menos bilioso y más cerebral.
1. Alimentos artificiales o procesados
Para entender lo que es un alimento procesado o artificial, amable lector, quiero pedirle, si tiene usted alrededor de 40 o 50 años, que se transporte mentalmente a su infancia y recuerde qué tipo de comida le daban sus padres. Y la razón por la que menciono la edad es porque precisamente durante estos últimos 40 a 50 años que en el Perú y otros países en América Latina (más o menos 60 a 70 años en los Estados Unidos) que el “ritmo de vida moderno” y la publicidad, por supuesto, nos han hecho creer que cualquier alimento que viene en caja, en lata o en botella es “normal” y que puede reemplazar a un alimento natural.
Pues eso, es un alimento procesado, un alimento que ha sido mezclado con sustancias químicas, colorantes, preservantes, emulsionantes, saborizantes, etc. y que se vende en una bolsa, en una caja, en una botella o en una lata. Algunos han sido procesados para mantener frescura (atún en lata, frutas picadas en miel, papillas para bebes. Otros son más procesados porque se mezclan con saborizantes, colorantes emulsionantes, deshidratantes y otras sustancias químicas. En este grupo están la papa en polvo lista para hacer puré, el arroz en caja, las mezclas de harinas para hacer pasteles, la salsa de tomate en lata, las gelatinas y los aliños para ensaladas.
Y por último están los alimentos fuertemente procesados o artificiales y que están “listos para su consumo”. Aquí están los cereales de desayuno, avena saborizada, galletas, mermeladas, helados, yogures saborizados, barras de granola, caramelos, chicles, pollos al horno que pueden venderse por varios días después de su preparación, embutidos, jamonadas, mortadelas y salchichas, quesos para untar, bebidas de frutas en cajitas y botellas y bebidas gaseosas.
La característica común de esos alimentos artificiales o procesados es que, en su elaboración, se usan cantidades insalubres de tres sustancias: sal, azúcar y grasas, además de decenas de sustancias químicas con diversos propósitos.
Y, vale la pena aclarar aquí, para aquellos que dicen que un delicioso plato de ají de gallina también tiene grasa y por tanto “podría calificar como alimento procesado”, que eso no es cierto. A no ser que el ají de gallina haya sido preparado usando esas modernas bolsitas de ají de gallina instantáneo (que sí está combinado con sustancias químicas), este platillo podrá tener grasa, pero fue preparado usando ingredientes naturales y no hay punto de comparación.
Esa es la diferencia entre un alimento natural y un alimento artificial o procesado lleno de sustancias químicas. A pesar que parezca una frase de Perogrullo, lo natural es natural, y el alimento procesado o artificial está industrialmente manipulado.
Estoy seguro que a usted, sus padres lo alimentaron con comida natural, muy probablemente cocinada diariamente.
¿Se ha puesto a pensar en lo que usted le da a sus hijos?, ¿Es usted de aquellos que manda a su hijo al colegio con una cajita llena de alimentos procesados o artificiales?
Un reciente libro titulado “Twinkie, Deconstructed”, desarmando un Twinkie, encontró que esa popular golosina norteamericana tiene nada menos que 37 productos químicos. El fotógrafo Dwight Eschliman tuvo la paciencia de buscar todos esos elementos químicos y fotografiarlos. La exposición fotográfica es impresionante porque esos mismos elementos químicos están en centenares de otros alimentos artificiales o procesados que usted o sus hijos probablemente consumen con frecuencia.
Imagínese, un pequeño dulce tiene 37 ingredientes, muchos de los cuales están en otros inocentes productos que les damos a nuestros hijos.
2. La publicidad de los alimentos artificiales o procesados.
¿Ha visto usted televisión con sus hijos los sábados y domingos en la mañana? ¿Se ha dado cuenta de la gran cantidad de comerciales en los programas infantiles? ¿A quiénes cree usted que están dirigidos esos comerciales, a usted o a sus niños? ¿Cree usted que esas propagandas son solo para “informarle” a sus hijos que esos alimentos artificiales existen o cree usted que lo que realmente se quiere es incentivar el consumo de esos dulces, gaseosas, galletas, cereales y otros alimentos artificiales?
¿Ha analizado usted el contenido de esos comerciales? ¿Se ha dado cuenta que muchos de esos anuncios le dicen a los niños que si consumen sus productos crecerán más, serán más fuertes y que serán diferentes a otros niños? ¿Y se ha dado cuenta que algunos de esos comerciales como que dan la impresión de que quien lo consume ‘es más’ que el que no lo consume? ¿Y se ha dado cuenta cómo algunas propagandas están dirigidas a los padres y juegan con crearles un sentimiento de culpa si no les compran esos productos a sus hijos?
Y ni qué decir de los famosos “regalitos” o “anzuelos” que hacen muchos fabricantes de alimentos procesados o artificiales para incentivar la compra de sus productos por los niños. ¿Recuerdan los juguetitos de las cajitas felices de McDonald’s?
Pues lo que el Proyecto de Ley peruano quiere, precisamente, es evitar todas esas situaciones de manipulación de niños y padres. Lo que se quiere es que siga la publicidad, pero que esta sea más veraz con los productos que se publicitan y menos engañosa a los consumidores.
En otras palabras (y mi posición personal es clara al respecto) no se quiere ni se debe prohibir la publicidad. El hacer publicidad a un producto es legal y es una actividad fundamental en el ejercicio comercial. Nunca debe ser prohibida. Pero la publicidad debe ser veraz, no engañosa y no debe aprovecharse de la vulnerabilidad de los niños y los adolescentes.
Y a los empresarios de los medios de comunicación hay que decirles que no tengan miedo, los comerciantes encontrarán siempre la manera de hacer publicidad a sus productos y siempre estarán dispuestos a pagar por ello. Los comerciantes dependen más de los medios de comunicación que los medios de comunicación de la publicidad de alimentos artificiales o procesados.
Se sabe que gran parte del presupuesto de los medios de comunicación está cubierto por los anuncios de alimentos artificiales o procesados, pero existen muchos otros negocios que verán con buenos ojos el espacio que dejarían los anuncios de esas empresas. Ellos dependen más de ustedes que ustedes de ellos. Esa amistad no les conviene.Ya sucedió lo mismo con la industria del tabaco.
3. La eterna lucha entre la salud pública y los grupos de poder económico.
Corría el año de 1854 y el cólera atacaba violentamente la ciudad de Londres, más de 700 personas murieron en menos de una semana en el barrio del Soho. El Dr. John Snow, un médico de ese barrio que veía cómo sus pacientes morían de la enfermedad, tuvo una iluminación: empezó a poner alfileres rojos por cada víctima en un mapa de la ciudad de Londres. Lo que descubrió hizo que la epidemia desaparezca pero causó la violenta ira de la industria de repartición de agua en la ciudad.
Su estudio descubrió que las victimas del cólera vivían solo en la parte de la ciudad en la que la Southwark and Vauxhall Waterworks Company distribuía el agua. Esa era una de las dos poderosas compañías de distribución de agua en Londres. Lo que pasaba es que esa empresa extraía el agua de lugares contaminados con agua de las alcantarillas y desagües que desembocaban en el Rio Támesis y la distribuía al Barrio del Soho.
Obviamente (y como ocurre en Perú ahora), la industria no podía creer lo que el Dr. Snow había descubierto, lo llamó loco, fanático e ignorante y trató de desprestigiarlo. Felizmente el Dr. Snow logró convencer al alcalde de la ciudad, quien en un acto de valentía increíble, prohibió a la compañía Southwark que distribuya agua, con lo que la epidemia se detuvo.
La salud pública contra la revolución industrial.
La revolución industrial, periodo histórico entre mediados de los 1700 y comienzos de los 1900, se caracterizó por un impacto muy negativo sobre la salud de los trabajadores y sus familias. El reemplazo de la mano de obra individual por el trabajo de las grandes maquinarias y el nacimiento de las enormes fábricas y factorías hizo que se formen las grandes ciudades. Ese desordenado crecimiento, aunado a la ciega ambición de los industrialistas, hizo que la salud de los trabajadores y sus familias desmejore profundamente. Tuberculosis, cólera, tifoidea, desnutrición, etc. fueron los flagelos de esas familias.
Por supuesto que las grandes empresas industriales de ese tiempo pelearon con uñas y dientes cada intento de algún gobierno de regular el modo en que las industrias trataban a sus trabajadores.
Al respecto, una anécdota pinta de cuerpo entero esa época. Es la historia del Dr. Rodolfo Virchow, el padre de la patología. Resulta que a mediados de los 1800, el gobernante alemán de esa época llamó al Dr. Virchow para pedirle que estudie porque tanta gente moría del cólera en Alemania. El Dr. Virchow estudió el problema y presentó su informe al gobernante, quien al recibirlo montó en cólera. El Káiser le dijo al Dr. Virchow que él había pedido un informe médico y no un informe sociológico.
¿Cuál había sido el pecado del Dr. Virchow? Pues que había concluido que para que el cólera desaparezca de Alemania, deberían mejorar las condiciones de vida de los trabajadores en las fábricas alemanas. Que debían trabajar menos, dormir más y comer bien. Que debían estar menos hacinados en habitaciones oscuras y que deberían tener agua limpia y sistemas de alcantarillado. Gracias al Dr. Virchow, nació la Medicina Social.
La salud pública contra la industria del tabaco
Esta confrontación es mucho más reciente y muchos de los lectores son testigos de las múltiples batallas que se están librando durante los últimos 60 años. ¿Recuerdan las batallas para hacer que los centros de trabajo en lugares cerrados, incluyendo bares y restaurantes, sean espacios libres de humo para proteger a la mayoría de la gente que no fuma? ¿Recuerdan las múltiples batallas para aumentar los impuestos al cigarrillo para que los niños no puedan comprarlos? ¿Recuerdan las luchas para regular la publicidad de sus productos dirigida a niños y adolescentes? ¿Recuerdan el estudio hecho entre niños de jardines de infancia quienes reconocieron con mayor facilidad a Joe Camel que al Ratón Mickey? ¿Recuerdan las batallas para que los tabacaleros retiren sus propagandas de cigarrillos en las tiendas, carteles que eran estratégicamente colocados a la altura de los ojos de los niños?
Pues adivinen ¿quién ha peleado con uñas, dientes y cuchillos cada intento de proteger a la población del peligro de los cigarrillos y cada intento de ser regulados? Pues claro que la industria del tabaco, que con su poder ha comprado la voluntad de políticos y medios de comunicación y siempre ha advocado “que se deje convivir” a los fumadores y su venenoso humo con los demás porque estaban siendo “discriminados”. Y que sus productos no son para niños sino para adultos. Increíble cómo se repite la historia en estos días, los fabricantes de alimentos artificiales en el Perú afirman, en estos días, que también están siendo “discriminados”.
Debido a que la industria del tabaco está siendo derrotada (léase regulada) en los países ricos, ahora están haciendo su agosto en los países pobres, incluyendo América Latina.
La salud pública contra la industria de automóviles
Cuando el gobierno norteamericano quiso que los fabricantes de automóviles incluyan los cinturones de seguridad y las bolsas de aire en cada vehículo que fabricaban, ¿adivinen quienes se opusieron? Pues adivinaron, la poderosa industria fabricante de automóviles, la cual peleó con uñas y dientes la regulación, manifestando que eso era muy caro, que iban a subir los precios de los automóviles y que lo único que hacía falta para disminuir las muertes por choques de automóviles era la educación vial de los pilotos. ¿Verdad que suena familiar con lo que se dice ahora en Perú, de que la educación es más que suficiente para evitar que los niños y adolescentes consuman alimentos artificiales o procesados?
La salud pública contra la industria de alimentos artificiales o procesados.
Así no lo crea, esta lucha ya tiene tiempo, empezó por los años 70 cuando la gente se dio cuenta que los alimentos artificiales o procesados tenían cantidades insalubres de sal, grasa y azúcar, además de decenas de sustancias químicas de efecto dudoso sobre la salud del público. Aquí una interesante historia…
Michael Mudd, antiguo ejecutivo de la corporación Kraft y ahora activista contra la industria para la que trabajó, trató en 1999 de convencer a ejecutivos de las 11 empresas fabricantes de alimentos artificiales o procesadas, las más poderosas del mundo, a que hagan algo para hacer sus productos más saludables. Les dijo que la gente se estaba dando cuenta del problema que causaban sus productos y que antes de que la cosa se ponga fea, debían hacer algo para hacer sus productos más saludables.
En masa, los 11 ejecutivos rechazaron su idea, concluyendo que el deber de la industria era darle al consumidor lo que le gustaba y que la salud no debía ser su preocupación.
Entre los participantes de esa reunión del 8 de abril de 1999 estaban Nestlé, Kraft, Nabisco, General Mills, Procter & Gamble, Coca Cola y Mars. Si usted no está familiarizado con esos nombres, le decimos que ellos controlan más del 90% de la producción y venta de los alimentos artificiales o procesados en el mundo.
Lo que es preocupante, tal como ha sido denunciado en un reciente libro llamado “Sal, azúcar y grasa” del autor Michael Moss (ganador de un Pulitzer) es que la industria de alimentos artificiales o procesados es consciente de lo que hace y que es capaz de manipular las cantidades de esos tres elementos para crear adicción de la gente a sus productos.
Es decir, las similitudes entre el comportamiento de la industria del tabaco y la industria de alimentos artificiales o procesados es clara y evidente. Usan los mismos métodos, se defienden de la misma manera y son protegidos por los las mismas personas y organizaciones.