El barrio de San Blas

Aún era un niño cuando visité por primera vez la ciudad del Cusco. Mi padre trabajaba en la oficina departamental del Ministerio de Agricultura de Abancay y con cierta frecuencia tenía que viajar a la ciudad imperial para sostener reuniones con el Director Regional. Recuerdo que lo hacía en una camioneta asignada a su servicio, marca Chevrolet, color verde (color que identificaba al sector), conducida por Pablo Segundo, un disciplinado y responsable chofer de esta oficina. Y fue precisamente en uno de esos viajes que lo acompañé. Conocí la plaza de Armas, la plazoleta Regocijo, Sacsayhuamán y el Cine Teatro Cusco, una sala que también servía como auditorio para las presentaciones artísticas que transmitía radio Cusco.De adolescente, al terminar la primaria en el Colegio Miguel Grau de Abancay, volví a visitar la histórica ciudad del Qosqo, como lo llamaban sus orgullosos habitantes, “Capital del Gran Imperio de los incas y Ombligo del Mundo”, pero tampoco llegué a conocerlo mucho porque, en esta visita, llegué a la casa de mis amigos Jorge y Oscar Benavides ubicada en el moderno complejo habitacional de Zarumilla. Su padre era compañero del mío en la Oficina del Ministerio de Agricultura de Abancay. Después del repentino fallecimiento de mi padre, me invitó a pasar vacaciones en Cusco, seguramente con la intención de aliviar mi dolor.De Zarumilla salíamos muy poco porque aquí teníamos todo: adecuados espacios para jugar fulbito y básquetbol, estábamos cerca al mercado de Huánchac y a una serie de importantes locales ubicados en la Av. De la Cultura, incluido el Chachacomo, Además, allí teníamos la compañía de un grupo de chicos y chicas de nuestra misma edad con quienes salíamos en grupo hacia el antiguo aeropuerto Velasco Astete ubicado en la Av. De la Cultura, para ver la llegada y salida de los aviones de la compañía Faucett, todavía a hélice. Otras veces salíamos a caminar hasta Sacsayhuamán. Y los fines de semana al cine. La tercera vez que llegué a Cusco fue en 1965, en plena fiebre de la Nueva Ola, después de concluir la secundaria en Lima, para postular a la Universidad San Antonio Abad. En esta ocasión me quedé nada menos que 10 inolvidables años. Aquí me casé y nacieron mis dos hijos.Tras mi ingreso a la universidad, recién empecé a conocer a fondo la ciudad. Cada calle, plaza y rincón que visitaba, para mí era extremadamente sorprendente porque jamás había visto una ciudad de piedra como Cusco. No podía creer todo lo captaban mis ojos, siempre ávidos de ver cosas nuevas. Al mismo tiempo, me hice de muy buenos amigos y empecé a trabajar en lo que más me gustaba: la radio, la televisión y la prensa escrita.La primera vez que escuché hablar del barrio de San Blas fue en una conversación con mi profesor de Economía Política, el Dr. Arturo Moscoso, Catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad San Antonio Abad, en el Paraninfo Universitario. Este excelente profesor tenía una propiedad en este hermoso barrio y otra en Santa Catalina Angosta, en pleno centro histórico.Coincidentemente, en esa misma época conocí a Lucy, una bella muchacha que vivía con su madre y su hermano en la misma plaza de San Blas. Fue ella la guía de mis habituales paseos. Sentados en las escalinatas del atrio del templo y, a veces bajo el crucifijo, nos olvidábamos del tiempo hablando de los secretos guardados en este mágico lugar, mientras su madre y hermano se turnaban saliendo de rato en rato a la puerta de la casa para constatar que seguíamos sentados allí y no habíamos caído en la tentación de perdernos en una de esas bellas y estrechas calles impregnadas de romanticismo.“La historia de San Blas, me decía Lucy, se remonta a los tiempos del Imperio Inca. Nuestros antepasados lo llamaban T’oqokachi, (Cueva de sal)”. Con la llegada de los españoles, el barrio cambió de nombre y pasó a llamarse San Blas, según dicen, en honor de un obispo del siglo III que se dedicaba a curar a personas y animales.T’oqokachi siempre fue un lugar con un particular encanto. Y, sin embargo de estar en altura, hasta aquí llegaban las aguas provenientes de bellos manantiales y, además, desde aquí se tenía una vista espectacular de todo el valle de Cusco. Lucy, me hablaba de sus lecturas sobre este tema con tal emoción y orgullo, como si sus palabras salieran del corazón.Tenía razón de sentirse orgullosa de vivir en San Blas, al igual que todos los que aquí nacieron, vivieron y viven todavía. Familias enteras que conservan las ancestrales tradiciones de los antiguos habitantes, algunas de ellas dedicadas a la artesanía como los Mérida, los Mendível, Olave, este último gran imaginero creador de los famosos “niños Manuelitos”. Gracias a la presencia de estos genios del arte, San Blas se convirtió en el centro de la imaginería, de la pintura, de restauradores y el arte en general.San Blas es, asimismo, el lugar donde viven otros privilegiados vecinos, destacados profesionales, familias notables y gente respetable de conocidos apellidos como: Chávez, Aragón, Zavaleta, Chacón Galindo, Pérez Lechuga, León, Valdivia, Moscoso, Jordán, Valdiglesias, Manrique, entre otros.Aquí vivió el Dr. Luis Velasco Aragón, escritor y político peruano, considerado el principal difusor de las ideas de Manuel Gonzales Prada en el Cusco. Fue miembro del Congreso Constituyente de 1931.En el corazón de San Blas también vivió el abogado, docente universitario y político peruano Rodolfo Zamalloa Loayza. Él y su esposa Gloria y sus hijos Gladys, Delmi, Jenny y Dany ocupaban una bonita casa en Tocuyeros, en plena Cuesta de San Blas. Tocuyeros es una entrada sin salida. Adquirió este nombre porque, en la época del coloniaje los vecinos que moraban allí, hilaban tocuyo blanco y de colores vivos en pequeños e ingeniosos telares de madera, con hilos tupidos, muy finos y lo vendían a un precio razonable.Con Gladys, fuimos compañeros de estudio en la Facultad de Derecho. Era la engreída de la clase. Recuerdo que un día se me ocurrió hacerle un regalo. Se trataba de una maceta de piedra finamente tallada que un conocido artesano cusqueño lo ofrecía en el Santuranticuy. Como la maceta era muy pesada, no me animé a comprarla, pero mis amigos Wilbert Pizarro y Henry Aragón insistieron y se comprometieron a cargarla. Ya pueden imaginar cómo llegaron de agotados a Tocuyeros, luego su subir por la Cuesta de San Blas con semejante peso a cuestas.Garcilaso de la Vega menciona que San Blas fue durante el incanato uno de los 14 barrios antiguos que rodeaban la ciudad del Cusco. En este barrio se erigió una parroquia por orden del corregidor Polo de Ondegardo. Hasta el Siglo XVIII, San Blas era un suburbio de la ciudad del Cusco separado por el río Tullumayo. Su conexión con la ciudad, sin embargo, era complicado ya que su único acceso desde la Plaza de Armas era la cuesta empinada, difícil de transitar, luego de pasar por Hatum Rumiyoc, típica calle cusqueña donde está la Piedra de los 12 Ángulos. Se trata de una vía estrecha de muros incaicos y balconcillos coloniales, pero sumamente atractiva por su belleza.Cuando trabajaba en el diario El Sol, conocí a los Mendívil, cuya historia familiar se inicia con Hilario. Su hija Juana cuenta que, de pequeño, su padre veía las llamas que los campesinos las dejaban en las afueras de su casa. Los cuellos largos y erguidos de estos animalitos le sirvieron de inspiración para que sus esculturas tengan el distintivo del cuello alargado. Hilario Mendívil, fue uno de los más importantes artesanos peruanos del siglo XX, reconocido por su arte en la confección de vírgenes, santos y arcabuceros, todos con el cuello alargado. Junto con su esposa, Georgina Dueñas, también famosa artesana, lograron un estilo muy peculiar en sus trabajos. Sus motivos son generalmente religiosos. La pareja alcanzó fama internacional por sus figuras del misterio navideño: María, José, los reyes magos, santos, vírgenes y arcabuceros, siempre de cuellos largos.Tuve la oportunidad de entrevistarlos a ambos hasta en dos oportunidades. Fascinado por su arte les compré un nacimiento completo de los cuellos largos. En realidad, la compra fue para obsequiárselo a Marithza, mi enamorada de entonces, hoy convertida en mi esposa. Pero, como la caja conteniendo las imágenes era grande y pesada y aún no éramos enamorados consentidos por sus padres, ella se sorprendió y me dijo que no podía llevarla a su casa porque no sabía cómo iba a reaccionar su familia y que mejor yo la guardara. Como yo no tenía mucho espacio en mi pieza de estudiante de la calle Matará 215, se la envié de regalo a mi madre, a Abancay.Con el paso de los años, tras el fallecimiento de mi madre, el famoso nacimiento de los cuellos largos de Mendívil volvió a nuestro hogar. Es el mismo que lo armamos en Lima cada vez que llega la navidad. Y siempre que lo desempacamos los primeros días de diciembre, valoramos más el trabajo de este artesano que pasó a la historia por haberse inspirado en los cuellos largos de las llamas.Hilario y Georgina Mendívil ya no están, ambos fallecieron, pero sus obras se exhiben en su casa familiar de la Plazoleta de San Blas 634, que actualmente es conocida como el “Museo Hilario Mendívil”. Sus hijos siguen trabajando y continúan con la ancestral tradición familiar.Diferente es el caso de Edilberto Mérida, nacido en el barrio de San Cristóbal (Cusco), en 1927. Edilberto siempre tuvo su local en la plaza de San Blas. Es un artista que se alejó de los imagineros tradicionales creando personajes grotescos con rasgos exagerados por lo que se le conoce como el escultor del «barro de protesta». Mérida practica el llamado Expresionismo Indio. Sus motivos de inspiración son generalmente religiosos, costumbristas y de reivindicación del hombre andino.Un hecho ocurrido en San Blas, que muy pocos conocen, es la noche en que el encumbrado poeta chileno Pablo Neruda y sus amigos cusqueños Uriel García y Luis Nieto Miranda se amanecieron bebiendo, conversando y recitando al pie del crucifijo, en las puertas del Templo de este tradicional barrio. El mismo “cholo” Nieto, así lo apodaban, se lo contó varios años después a su esposa la Dra. Berta Degregori de Nieto, mi profesora en la Universidad, según ella misma me refirió.Sobre este viaje de Neruda al Cusco, el escritor Rodolfo Sánchez Garrafa, nos cuenta en sus notas que el famoso poeta chileno volvía a Chile dejando su cargo de Cónsul General en México. El itinerario de retorno establecido por el poeta comprendió la ciudad de Lima, a donde arribó a mediados de octubre. Neruda estaba precedido por una enorme aureola de prestigio. Su libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada publicado en 1924 ya le había procurado fama internacional, así como la publicación de su poemario España en el corazón (1937), su posicionamiento contestatario y su militancia en la izquierda, le tenían ubicado en la vitrina política americana. El 20 de octubre, ofreció la conferencia “Viaje alrededor de mi poesía” y un recital poético en el Teatro Municipal de Lima. Su presencia alcanzó ribetes extraordinarios, el presidente peruano de entonces, don Manuel Prado Ugarteche, ofreció un almuerzo en su honor. Entretanto, un grupo de amigos había organizado un homenaje al Senador cusqueño José Uriel García, al que fue invitado el poeta Pablo Neruda, suscitándose una natural simpatía entre ambas personalidades. García le propuso a Neruda un viaje a la ciudad del Cusco, ofrecimiento que fue aceptado con entusiasmo.Cuadernos Kori-Cancha, una publicación dirigida por el poeta cusqueño Luis Nieto Miranda, documenta el extraordinario despliegue de la comunidad intelectual cusqueña al arribo del genial poeta Neruda. En sus páginas nos enteramos, señala Rodolfo Sánchez Garrafa, que la misma noche en que llegó nuestro personaje, el Alcalde de la Ciudad, Dr. Julián Saldívar, abuelo de los hermanos Carmen Julia, Manolín y Carlos Saldívar, lo declaró Huésped Ilustre del Cusco en sesión solemne, encargando al Consejal Dr. Daniel Castillo Manrique el pronunciamiento de la palabra institucional. Dijo el Dr. Castillo, aquella noche, que el mayor de los poetas americanos llegaba después de un triunfal peregrinaje por la mayor parte del continente americano “en procura de la extensión y la afirmación de aquellos principios que pueden ser considerados como los modernos, los actuales Derechos del Hombre”. Como oradores de fondo, hicieron uso de la palabra el Dr. Alberto Delgado Díaz, maestro universitario, filósofo, poeta descollante de la generación del 20, y el reconocido vate Luis Nieto Miranda, todavía joven, quien tras años de trajín en el destierro había vuelto al Cusco y retomado sus estudios de letras en la UNSAAC.(…)Para cerrar aquel acto de magníficos ribetes, se escuchó la voz del propio Pablo Neruda. Una disertación extraordinaria quedó en la memoria de los asistentes a la Conferencia-Recital.Cuatro días después de este evento, el Diario El Sol del Cusco homenajeó a Neruda, dedicándole la integridad de la Página Literaria de su edición del 30 de octubre de 1943. Escribieron Luis Ángel Aragón, Eustaquio Kallata (Román Saavedra), Rubén Sueldo, Alejandro Sorín y Killko Warak’a (Andrés Alencastre).Entretanto, Pablo Neruda y su anfitrión José Uriel García visitaron el conjunto arqueológico de Machu Picchu, en un recorrido de cuatro días por el Camino de los Incas. El poeta quedó conmovido, al punto que años después compuso los versos de su poema “Alturas de Macchu Picchu”, incluido en “Canto general” (1948) que configura una historia de Latinoamérica y constituye un llamado a la recuperación del continente, según refiere Sánchez Garrafa.Jamás me cansaría de visitar el barrio de San Blas, cada vez que lo hago me quedo mirando y admirando cada una de sus edificaciones. Mi amigo, el Arquitecto Roby Garmendia, otro asiduo visitante de San Blas, me decía: “Es una arquitectura espontánea donde las construcciones se han ido acomodando a las características del terreno. Algunos han respetado las piedras. Por eso no es raro ver que dentro de las habitaciones haya inmensas rocas. Claro, fue más fácil conservarlas que destruirlas como en la picantería Qaqachayoc.Las edificaciones se han ido adecuando a esas formas de los distintos terrenos. En algunos casos la estructura antigua se ha ido deteriorando. De otro lado, cada propietario ha ido construyendo de acuerdo a sus propias ideas y adecuándose a las características del terreno”. Señala Roby.Sin duda, es fascinante estar en San Blas, de día y de noche, recorrer sus calles y subir sus escalinatas, poner los pies en esos senderos empinados y empedrados, quedarse un buen rato en el mirador para contemplar el Cusco, con sus techos rojos de teja, siempre limpios porque están permanente lavados por las lluvias. Aquí uno se introduce en la historia, la tradición y las costumbres ancestrales de los incas. Se respira el aire puro de la sierra y se siente el ambiente de lo nuestro. Para mí, siempre fue placentero pasear por Atoqsaycuchi, Alabado, Tandapata, Ushpa, Chihuanpata, Suytucato, Pañaspacana y otras vías peatonales que, si guardaran las huellas de las pisadas de los transeúntes, estarían registradas las innumerables veces que caminé por estos hermosos parajes.Los conquistadores destruyeron los pocos templos incas que aquí habían y construyeron las edificaciones que podemos observar hoy en día cuando recorremos las misteriosas calles de San Blas. La arquitectura colonial con gran influencia andina le da a este barrio un toque mágico que deja prendados a todos los que lo visitan.Sin duda, una de las grandes joyas de la arquitectura colonial de este barrio es el Templo de San Blas. Esta iglesia, que fue construida sobre una huaca inca y, posteriormente, reconstruida en 1650 tras un terremoto, cuenta con un increíble púlpito tallado en cedro, de autor anónimo, pero atribuido a artistas de la zona. Se dice que su tallado se hizo utilizando un solo tronco. Consta de tres cuerpos, en la parte inferior se ha tallado 80 bustos que representan a los herejes de la época. En la segunda parte del púlpito hay rostros de arcángeles finamente tallados. Asimismo, las imágenes de cuatro evangelistas de la época y la imagen de la virgen.En el tercer cuerpo del púlpito se observa la coronación de la virgen y en la parte más alta se puede observar la imagen de Santo Tomás y otros religiosos de la época.En torno a la historia de la Iglesia de San Blas existen dos versiones: la primera señala que fue construida durante la época del Virrey Andrés Hurtado de Mendoza en el antiguo barrio de Toqokachi sobre un terreno denominado Arrayanpata. (Actual plazoleta de San Blas).La segunda versión, cuenta que fue edificada sobre un santuario inca, consagrado al culto del Illapa (Dios del trueno, relámpago y rayo).Lo cierto es que esta iglesia es una de las más antiguas de la ciudad del Cusco. Fue totalmente reconstruida tras el terremoto de 1650, siempre manteniendo su estructura inicial, a base de adobe, con techos a dos aguas y una portada sin ornamentación. En la parte exterior de la iglesia, se aprecia un balcón. El altar de la iglesia es de una sola nave recubierta de madera. Gran parte del material artístico que adorna las paredes representa la vida del Obispo San Blas.San Blas, actualmente se caracteriza por ser el lugar ideal para sumergirse en la historia, el arte, la pintura. Por algo es conocido como “el barrio de los artesanos”. Está lleno de misterios. Cada piedra, cada recoveco, cada esquina, tienen un secreto oculto, una historia propia que se transmite de boca en boca. Y no obstante que se ha escrito mucho sobre este bello y pintoresco lugar, estoy seguro que es poco en relación a todo lo que saben sus orgullosos habitantes.