Días de Juventud

A propósito del mes de la Primavera, recuerdo que a principios de la maravillosa década los sesentas, del pasado Siglo XX, Carlos Rojas presentaba su programa “Feliz Amanecer” a través de radio América cuando mi madre me hizo saltar de la cama de un solo grito, recordándome que el tiempo volaba y el cuarto de la ducha me esperaba con las cortinas abiertas.
El chorro de agua que caía estaba más fría que tibia. Felizmente que el clima en Abancay es templado y la temperatura del agua es, digamos, soportable, de lo contrario aquel duchazo no me hubiera parecido la suave caricia de una ninfa.
Cuando salí del baño, el locutor más oído del Perú de entonces, seguía presentando bellísimas canciones interpretadas por las mejores orquestas del mundo y dirigidas por los grandes maestros como Fausto Papetti, Franck Pourcel, Henry Manzini y Glen Miller y, de rato en rato, lanzaba los últimos éxitos de la Nueva Ola que yo los seguía a viva voz mientras me vestía con mi uniforme “comando” color caqui, utilizado religiosamente en mi época de estudiante, con la corbata y cristina del mismo color, para ir al colegio.
Como el mundo da vueltas, años después, en 1978, cuando ya trabajaba en Radio Unión como jefe de informaciones y locutor, Carlos ya no estaba en actividad. No sé si se retiró voluntariamente o lo obligaron a renunciar, la cosa es que se dejó sentir su ausencia en el dial de radio América. Fue cuando me interesé en averiguar qué era de su vida. Nadie me daba razón, hasta que ¡oh, milagro! cuando me hice cargo de la Gerencia de Producción, sin conocerlo personalmente, lo invité a retornar a la radio. Y lo conseguí dándole un espacio en la FM de Unión.
Como los estudios de la frecuencia modulada, estaban ubicados en un edificio de la Av. República de Chile y mis oficinas y estudios de la AM en la en la Av. Abancay, muy pocas veces lo veía a Carlos, pero nunca dejaba de escucharlo.
Al renunciar a la emisora, para irme a trabajar en Panamericana Televisión, Carlos también dijo “hasta aquí nomás” y nunca más se le volvió a escuchar en radio. Una lástima porque era un fuera de serie entre todos los disc jockeys, al menos de mi época. Su programa “Feliz Amanecer” hizo historia en la radio.
Y bien, volviendo a los maravillosos días de mi adolescencia, quizás los mejores de mi vida, otro grito, esta vez de mi abuela Adelina, terminó con mi modorra y el placer de escuchar “Feliz Amanecer”.
-¡El desayuno está servido!, era el grito que más me alterraba porque parecía un ultimátum de guerra.
–Por favor abuela, que terminen de cantar Los Santos y salgo volando.
– ¡Qué! No me vengas con esos cuentos, los santos cantan en el cielo, no en la ducha.
– Abuela, así se llama el nuevo grupo argentino que le hace la competencia a Los Cinco Latinos.
– ¡No me importa que sean argentinos, polacos o chinos. ¿No querrás que tu abuelo te quite el radio? Me preguntó en tono de amenaza bélica.
Pero, ¡Qué carácter por Dios! Mascullé pero, a la vez, sonreí pensando en esos lindos momentos que estaba viviendo.
¡Y qué tiempos, por Dios!
Las abuelas sí que tenían autoridad, a veces más que nuestros propios padres. Pero también hay que reconocer, que eran más engreidoras, de eso no cabe duda. Además, ellas eran nuestro paño de lágrimas y las únicas que podían reemplazar a nuestras madres. Oh, cuántas veces habremos aplacado nuestras penas en su regazo, sobre todo aquellas de nuestros primeros fracasos de amor.
Los abuelos tampoco se quedaban atrás, eran la última instancia a quienes los nietos acudíamos cada vez que teníamos un problema muy serio, sobre todo aquellos que afectaban nuestros bolsillos porque parecían que siempre estaban agujereados. Las propinas que nos daban nuestros padres se iban en un abrir y cerrar de ojos o se evaporaban como el rocío de la mañana con los primeros rayos del sol. Al menos a mí nunca me alcanzaban. Se me escurrían como el agua entre las manos.
A esa edad, quizás más que en otras, es una tragedia griega no contar con dinero, más aun cuando uno está enamorado. pareciera que los bolsillos siempre los tuviéramos con huecos.
Y a esa edad, quien no está metido en los líos del dios Eros y la diosa Venus, salvo que sea un tronco.
En Abancay, el amor nos empezaba a picar a la misma edad en que las avecillas descubrían que tenían alas para volar. No era como en Gran Bretaña que, a principios de los sesenta, la mayoría de las muchachas declaraba preferir el chocolate a tener un fogoso encuentro con el enamorado. Y en los EEUU, cuna del liberalismo, muchos de los jóvenes que terminaban la secundaria, confesaban que por primera vez habían aprendido a atizar sus primeras llamas de amor en la noche de la fiesta de graduación. Antes, por favor, ni en broma.
¡Oh, la fiesta de graduación! Era la tercera vez en nuestra vida que los chicos nos vestíamos de terno y corbata. La prime fue en nuestra primera comunión y la segunda en la Fiesta de 15 años de la chica que nos hacía ojitos. Y, claro, ellas también se ponían sus vestidos más relucientes y sus zapatos de taco alto. Eran las fiestas más bonitas donde el travieso de Cupido disparaba todas sus flechas y nos dejaba con el corazón herido de amor.
Abancay, es la tierra del amor, dotado de un agradable clima que la convierte en la ciudad de la eterna primavera porque nunca falta el sol. Su gente es alegre, sabe celebrar a lo grande sus fiestas, especialmente los Carnavales, Aquí el que no canta es mudo o está muerto.
Y a esa edad, los chicos ya le habíamos dado un mordisco a la manzana y sucumbido como Adán a las tentaciones del diablo. O la serpiente era muy astuta o Adán era muy débil, pero la cosa es que si Dios los hubiera creado en Abancay, Adán no hubiera sido tentado con una manzana sino con una chirimoya. Y Eva no hubiera sido expulsada del paraíso si estaba cubierta con una pollera y un sombrero blanco abanquinos.
No es exageración si les digo que aquí el amor llega temprano, incluso antes que los jóvenes concluyan la Secundaria, no porque quieren adelantar el reloj biológico, sino porque el clima acelera su hormona del crecimiento. igualito que en Hawai o en Quillabamba. ¿Qué culpa pueden tener ellos y ellas ante este efecto climático que altera su temperatura corporal?
No obstante la juventud de mi tiempo era una juventud sana, respetuosa y responsable.
No cabe duda que la adolescencia es la etapa más bella y sublime de las edades, de las grandes definiciones en lo afectivo, sexual, intelectual y social. Y a la vez es la edad de los grandes sueños para afrontar los retos del futuro. Es el punto de quiebre donde el hijo deja de ser niño para convertirse en hombre y en protagonista de su propio destino, dispuesto a romper con los moldes establecidos.
“Juventud, divino tesoro ya te vas para no volver. Cuando quiero llorar, no lloro. Y, a veces, lloro sin querer” – Decía Rubén Darío de manera nostálgica en su poema “Canción de otoño en primavera”.
Por su parte el pensador Demócrates opinaba que “los jóvenes son como las plantas: Por sus primeros frutos se ve lo que podemos esperar de ellos en el porvenir”.
Por algo será que la ONU, en 1983, definió esta edad como la etapa de la juventud con derechos propios, hecho que fue aceptado de manera universal. Sin embargo, los gobiernos siempre se hicieron de la vista gorda y eluden sus obligaciones de cuidar de su formación física, moral e intelectual.
La juventud, hoy en día, afronta problemas que no son tratados correctamente por una sociedad indiferente, desentendida y sin ápice de empatía.
La sociedad, ni muchos padres, no quieren entender que la adolescencia es también la edad del enamoramiento y prohíben a los jóvenes, sobre todo a las mujeres, a relacionarse con otros de su edad, como si los adultos de hoy, no hubieran sido nunca jóvenes, Es verdad que en la adolescencia las emociones quedan fuera de control, pero es peor prohibirles que tengan una relación.
Claro, es verdad que el amor es una sensación difícil de entender y fácil de sentirla, pero ponerle una pared, solo causará traumas y complejos. Su efecto es negativo, sino no habría en el mundo millones de solterones y solteronas.
En la adolescencia es cuando nuestras mochilas se llenan de pesadas cargas porque nuestros padres quieren que seamos como ellos quieren que seamos, es decir a imagen y semejanza de ellos y nosotros solo aspiramos ser como nosotros queremos ser.
Es la edad del descubrimiento de nuevas sensaciones, de luchas interiores con nuestros propios diablos. Es la edad del amor pero también del desamor.
Cuando se es joven se presume ser erudito en todo, sobre todo en sexología, a veces sin siquiera haber conocido a la diosa Venus. Nos vanagloriamos del primer trago sin haber probado un solo sorbo de vino, ni siquiera en la primera comunión porque el cura se engulló hasta la última gota del cáliz.
A esa edad, los adolescentes creemos ser los dueños del mundo. Pensamos que poseemos las llaves con las que podemos abrir todos los corazones de las chicas sin percatarnos que, a veces, por confusión, se puede coger la llave equivocada que solo nos causará problemas. En buena hora que en mi tiempo nunca se nos ocurrió utilizar la ganzúa para forzar las cerraduras de los corazones ajenos. ¡Eso jamás! Porque a la enamorada del amigo se la respetaba. Esa era la ley.
Si los leones eran los reyes de la selva, los jóvenes éramos los reyes de la calle. Nadie se sentía triste porque las penas huían como mariposas nocturnas con el primer rayo de luz. Nuestras nostalgias desaparecían con el solo hecho de juntarnos y las penas se transformaban en alegría con las primeras bromas o cuando empezábamos a tararear las primeras canciones de la nueva ola que se ponían de moda, sin importarnos que la gente nos mire como si estuviéramos locos.
Para juntarnos, bastaba que alguno de nosotros lance un silbido y salíamos volando de nuestras casas para irnos a la plaza y allí “arreglábamos el mundo”. Cada grupo tenía su propio silbido para evitar equivocaciones, algo así como un santo y seña. Y claro, mientras esperaba que salgan mis amigos, yo aprovechaba la ocasión para lanzar un piropo a sus hermanas que, por curiosas, se asomaban al balcón.
Si en la antigüedad todos los caminos conducían a Roma, en Abancay todas las calles conducían a la plaza de Armas. Era el único lugar donde el tiempo no avanzaba porque el reloj de la Iglesia casi siempre estaba malogrado. Las únicas que corrían, seguramente temerosas de sus pecados, eran las viejitas que iban al templo todas las tardes para rezarle a la virgen del Rosario, patrona de la ciudad.
La verdad es que a nadie le preocupaba que el reloj de la catedral estuviera parado, chueco o malogrado, porque todos estábamos distraídos hablando de cualquier cosa menos de tristezas. Discutíamos de las canciones de moda, de fútbol, sexo y de todo aquello que estaba vetado por la iglesia, como el condón, la lectura de la revista Play Boy y los libros de Vargas Vila.
Comentábamos de las películas prohibidas para menores de 21 años, sin siquiera haberlas visto. Nos imaginábamos.
Hablábamos de las chicas, de futbol. Discutíamos del sexto mandamiento de la Ley de Dios más que en el parlamento. Y, por supuesto, de los programas de radio que se transmitían a través de la onda corta, entre ellos los informativos de radio América, nuestra principal fuente de información, donde Oscar Navarro, uno de los más brillantes locutores peruanos impostaba su voz para decir…
–Desde sus estudios en Lima, transmite Radio América, “La voz del nuevo mundo”– Y el operador empalmaba la característica del informativo: “El reporter ESSO…El Reporter ESSO…El Primero con las últimas…
Discutíamos de política, particularmente del APRA, porque la mayoría de los ciudadanos de mi ciudad eran simpatizantes de ese partido, en cambio los jóvenes pensábamos distinto, nos salíamos de la regla, no obstante que muchas de nuestras familias simpatizaban con “un señor llamado Víctor Raúl Haya de la Torre”. Y claro, ya se hablaba de Acción Popular porque su fundador, el Arquitecto Fernando Belaunde Terry, había adoptado el nombre y el símbolo de la lampa para su partido, inspirado en las actividades agrícolas de Uripa-Andahuaylas, hecho que hacía sacar pecho a los apurimeños.
En aquella plaza los chicos y chicas aprendimos a montar bicicleta, a cantar, bailar y hasta a llorar por nuestros primeros fracasos de amor. Y los más niños a pronunciar sus primeras lisuras, al mismo tiempo que eran bautizados con los más originales apodos, como Cachachi, sapo, chato, Chutas, Chanchín, Winco, Q’arasaco, Loccso, Chuto, Chivo, Apasanca, en fin, miles de sobrenombres más.
A algunos no les molestaba que les pongan sobrenombres porque no lo tomaban como un insulto sino como una expresión de afecto. Con el tiempo se acostumbraban tanto, a tal punto que cuando se les llamaba de sus nombres, no respondían.
En la pérgola de la plaza de Armas se llevaban a cabo los más furibundos lances de chapas, trompo y farfancho, mientras otros se iban al estadio El Olivo para jugar al fútbol o al campo de la familia Canaval lugar donde, posteriormente, se construyó el local del Colegio Santa Rosa, para sostener una pichanguita a muerte.
¡Qué tiempos! y pensar que jamás volverán, como las oscuras golondrinas de Becker, “aquellas que aprendieron nuestros nombres…ésas… ¡no volverán!”
En toda época la juventud siempre fue motivo de gran preocupación, no obstante, muy poco se ha hecho por solucionar sus problemas, sus angustias, sus necesidades, su futuro.
Desde sus inicios, las Naciones Unidas han reconocido que la imaginación, los ideales y la energía de los jóvenes son vitales para el desarrollo continuo de las sociedades en las que habitan. En 1965, los Estados Miembros aprobaron la Declaración sobre el fomento entre la juventud de los ideales de paz, respeto mutuo y comprensión entre los pueblos.
Dos décadas más tarde, en 1985, la Asamblea General celebró el Año Internacional de la Juventud. Este evento resaltó el importante papel que desempeñan los jóvenes en el mundo y su contribución al desarrollo.
En 1995, al cumplirse diez años del Año Internacional de la Juventud, las Naciones Unidas fortalecieron su compromiso con los jóvenes al adoptar una estrategia internacional: el Programa de Acción Mundial para los Jóvenes, orientando así la respuesta de la comunidad internacional hacia los desafíos de la juventud en el nuevo milenio.
El Grupo Interagencial de Adolescencia y Juventud de las Naciones Unidas, y la Universidad Peruana Cayetano Heredia, llevaron a cabo en Perú un estudio con el propósito detectar las brechas en el ejercicio de los derechos de los jóvenes en las áreas de salud, educación, protección, empleo, situación de violencia, participación, y ofrecer recomendaciones en beneficio de esta población. No se sabe en qué quedaron de estas recomendaciones. Son solo buenas intenciones que no se cumplen como el Decreto Supremo Nº 013-2019-MINEDU sobre la Política Nacional de Juventud, de cumplimiento obligatorio por todas las entidades de los diferentes Poderes del Estado.
Todos estos dispositivos son letra muerta. Los jóvenes quieren vivir de acuerdo a su tiempo y estas leyes son tan obsoletas, que ya no se adaptan a su forma de pensar.
El papa Francisco reconoce que es “propio del corazón joven disponerse al cambio, ser capaz de volver a levantarse si ha caído y dejarse enseñar por la vida”.
Tras esta afirmación, el papa dijo: “Por eso insisto a los jóvenes que no se dejen robar la esperanza, y a cada uno le repito: ‘que nadie menosprecie tu juventud”.
El Sumo Pontífice, recomienda a los chicos que sean luz en la noche. “¡Alimenten y propaguen el fuego de Cristo que tienen en ustedes!”, les dice.
Y no sólo eso. Les reitera que son “el hoy de Dios, el hoy de la Iglesia!” “No solo el futuro, no, el hoy. O la juegan hoy o perdieron el partido. No es un gesto de diplomacia y buena voluntad: o son protagonistas o no son nada, o van delante del tren o terminarán siendo vagón de cola, arrastrados por la marea», reitera.
La juventud es pues considerada como una de las etapas más enérgicas y creativas del ser humano. Una edad en la que destaca el ánimo como también la inmadurez. La juventud, particularmente la nuestra es el eje central de los dos principales problemas de la región: el elevado costo de la educación y la salud y asimismo el desempleo y la inseguridad ciudadana.
En nuestro país, los temas más relevantes que los jóvenes exponen en las redes sociales son: La falta de oportunidades, el consumo de alcohol, la iniciación en las drogas. Falta de recursos económicos, Embarazos no deseados. Acoso o ‘bullying’ por parte de sus compañeros. Malos tratos y la falta de apoyo del estado.
A esto se agrega que es una etapa difícil de comprender porque los jóvenes creen siempre tener la razón y la mayoría de los adultos olvidan que ellos también fueron adolescentes.
Los adultos tuvimos la suerte de vivir nuestra juventud en tiempos menos difíciles y donde no había tanta competencia, tanta población, corrupción, ni falta de seguridad.
Asimismo, olvidamos que ellos no son más que hechura de nosotros, sus padres. Si de niños no los pudimos corrigir, de adolescentes será más difícil enderezar el árbol.
Es una regla que si no se les enseña a los hijos las buenas formas de conducta en la niñez, se convertirán en unos tiranos en la adolescencia, se nos enfrentarán, no admirarán a los abuelos y le faltarán el respeto a sus maestros. San Juan Bosco decía: “No hay jóvenes malos, sino jóvenes mal orientados».
No obstante, la juventud siempre estuvo y está en la lucha. Gracias a los jóvenes han sido derribadas las oligarquías, gracias a la juventud cayeron las dictaduras como la de Alberto Fujimori cuando quiso perpetuarse en el Poder.
Es natural la conducta revolucionaria de la juventud. Quienes en su juventud siguieron las causas revolucionarias, hoy son grandes defensores de la democracia. Su espíritu es el motor que mueve al mundo. Depende se su orientación para que un país camine por la senda del bien o del mal.
Rockefeller estaba convencido que la presencia de la juventud era vital para el desarrollo de la nación. Fidel Castro decía que “Se pueden adquirir conocimientos y conciencia a lo largo de toda la vida, pero jamás en ninguna otra época de su existencia una persona volverá a tener la pureza y el desinterés con que, siendo joven, se enfrenta a la vida.
Tenía toda la razón, La juventud nos dota de una fortaleza que debemos aprovechar, ya que pasado este tiempo no será igual. Es una de las etapas que siendo corta es la más intensa de nuestras vidas.
Como se ve, hombres de toda condición intelectual, social, económica y política, de izquierda y derecha, considera a la juventud como la mejor etapa en la que con facilidad podemos emprender los más grandes proyectos.
Por esta y muchas razones más tenemos la obligación de cuidar a nuestra juventud porque será la que, a la vuelta de la esquina, se encargue de dirigir los destinos de nuestra nación.
En el mes de la privamera mi saludo a la juventud de nuestro país.