El sueño

Desde que el hombre tuvo sus primeros sueños no ha dejado de preguntarse por lo que estos significan ¿son mensajes? ¿Tienen alguna relación con nuestro pasado, presente o futuro?
Los seguidores de la onirología (Estudio de los sueños), aseguran que son una interpretación que hace nuestro cerebro tanto de nuestro mundo consciente, es decir la realidad que vivimos y a la que nos enfrentamos día a día, como de nuestro mundo inconsciente, que incluye nuestros deseos, miedos, esperanzas.
Algunos estudiosos explican que los sueños no hablan del futuro, sino de los conflictos del presente y del pasado. Aseguran que lo que soñamos no son más que mensajes de la realidad, es decir de los eventos cotidianos que necesariamente no se refieren a nosotros, simplemente están ahí.
Uno de los descubrimientos más importantes de Sigmund Freud es que las emociones enterradas en el subconsciente suben a la superficie consciente durante los sueños, y que recordar fragmentos de los sueños pueden ayudar a destapar las emociones y los recuerdos.
Sostiene que los sueños son deseos del soñador, incluso las pesadillas. Hay sueños negativos, donde lo que aparece es el incumplimiento de un deseo. No obstante sigue en pie la conclusión general de Freud en el sentido que “los sueños son realizaciones disfrazadas de deseos reprimidos”.
Y bien, dejando tranquilos a los onirólogos, la mayoría ya fallecidos, les cuento que la noche en Cusco estaba serena…serena estaba la noche…como decían las letras de la canción que sonaba en radio La Hora.
Los pensamientos de Matías volaban como mariposas nocturnas alrededor de un poste de alumbrado público en una de esas estrechas calles de piedra y misterio, mientras cabeceaba tratando de leer algunas páginas más del libro que tenía entre manos, porque debía rendir un examen en la Universidad…
Con los codos apoyados sobre el escritorio y su mano izquierda tratando de sostener su mentón que se le caía, su mano derecha hojeaba mecánicamente a duras penas las páginas del libro.
Sus párpados se cerraban lentamente por el sueño.
Le remordía la conciencia por no haber estudiado durante la semana, tal como acostumbraban hacer los más aplicados de la clase, y llegar como ellos más filos que la navaja del barbero Giraldo.
Por su trabajo en el diario y en la radio, Matías tenía poco tiempo para el estudio. Se levantaba a las 5 de la mañana para conducir su programa en radio y se acostaba a la media noche, después de redactar las noticias para el diario El Sol y el informativo de radio Tawantinsuyo. Por eso nunca aspiraba nota 20, como Gladys y Celia, las dos únicas mujeres del salón, y otros chicos chancones de la clase. Le bastaba con salvar el curso con una calificación que no le avergüence ni le haga repetir el semestre.
Y bien, la noche avanzaba al encuentro con la madrugada. Eran las tres de la mañana del día siguiente y Matías apenas había leído 60 de las 260 páginas que tenía el bendito libro. Sus párpados se le caían como las viejas cortinas del teatro Colón al final de la película “James Bond contra Goldfinger” con Sean Connory, el mejor Agente 007 de todos los tiempos, que horas antes la había visto sus amigos.
Pero, ¿a qué catedrático se le puede ocurrir tomar un examen al día siguiente del estreno de la película de 007?, se preguntaba mientras trataba de seguir leyendo, hasta que quedó rendido en los brazos de Morfeo.
Soñó que caminaba por las empedradas calles de la Ciudad, un día de lluvia. Los peatones corrían sorteando los charcos en busca de un halar o un portal que los proteja de la torrencial precipitación pluvial. Parecía que el cielo se caía.
Rato antes, había salido de las oficinas de la emisora y se desanimó a tomar el bus que lo lleve a Mariscal Gamarra. Prefería caminar bajo la lluvia protegido por su impermeable con capucha.
No era el único que gozaba viendo caer aquel chaparrón de los mil demonios, cientos de personas se agolpaban en los postales de la plaza de Armas para guarecerse y de paso contemplar aquel maravilloso paisaje, con la Catedral al frente y la Compañía de Jesús al costado. Con la vendedora de tamales en el Portal Belén que le faltaba manos para atender. El lustrabotas que huía de su lugar habitual, delante de un banco en la plaza, para seguir trabajando debajo de cualquier portal. La señora que salía apurada de la Catedral cubriéndose el peinado bombé con un plástico, porque el sacristán rato antes anunció que iba a cerrar. El hijito de papá que aceleraba el carro haciendo salpicar agua turbia del charco que se había formado en la pista, ganándose las maldiciones de más de uno. El heladero de D’Onofrio que no sabía explicarse qué pasó porque hasta rato antes brillaba el sol y hacía buenas ventas de chupetes y bombones y ahora corría de la lluvia a no sé dónde.
Nadie se podía mover de los postales hasta que cese el aguacero y baje el caudal de los riachuelos que se habían formado. Uno de ellos bajaba por la Cuesta del Almirante para unirse con los que discurrían incesantemente por Saphy y Plateros, y el otro se originaba en la plaza San Francisco y bajaba raudamente por Garcilaso y la calle del medio.
Todos los riachuelos convergían en la Av. Sol para finalmente engrosar las aguas del Huatanay, no sin antes provocar inundaciones en algunas viviendas y atoros en los sumideros.
Pero, no obstante del desmadre, Matías amaba la lluvia, la veneraba, la disfrutaba, le rendía pleitesía como lo hacían los incas. Se deleitaba viendo a las chicas con sus paraguas y sus abrigos multicolores de paño. Y a los caballeros enfundados en sus impermeables, con la chalina al cuello y el sombrero de fieltro mojado. Muy pocos tenían el poncho puesto. Algunos tenían vergüenza. La moda llegó poco a poco con las fiestas del Inti Raymi y se convirtió en un lujo.
Y, oh milagro, tras el diluvio nuevamente brilló el sol. ¡Qué maravilla! Y Matías siguió caminando.
Al medio día, luego de un suculento almuerzo preparado por las maravillosas manos de Lolita Noriega, en su casa de Mariscal Gamarra, Matías se dirigió al segundo piso y desde la ventana se puso a contemplar los chalets de ladrillo y techos de teja, así como el bosque de edificios construidos de concreto armado que mostraban la nueva cara del Cusco moderno.
Este complejo habitacional, al igual que Santiago y Zarumilla fueron construidos como parte de un plan de expansión urbano, concebido por arquitectos que sí tenían idea de lo que hacían porque no afectaron en absoluto la majestad de la ciudad sino todo lo contrario, brindaron a las nuevas generaciones de familias, comodidad, amplios espacio, áreas verdes y todos los servicios esenciales, solucionando así el déficit habitacional sin romper la armonía arquitectónica de la ciudad.
Mirando ese panorama, se preguntó ¿a quién se le habrá ocurrido ponerle el nombre de Mariscal Gamarra a este hermoso lugar, pudiendo llamarlo Villa Jardín, Bella Vista, El Edén, en fin, cualquier otro nombre que guarde armonía con su belleza?, porque realmente era bella, a diferencia de otras urbanizaciones que se formaron posteriormente a la de dios.
Mariscal Gamarra era el edén donde todos se conocían y parecían ser miembros de una sola familia. Hoy, se ha transformado, ha sido rebasado por el desorden y el afán comercial.
Desde la ventana del segundo piso de uno de esos chalets, Matías veía a los vecinos que caminaban apurados por los pasajes. Una pareja de ancianos leía el diario tomando sol en los bancos de cemento. En una de las losas deportivas un grupo de niños jugaba al fulbito, seguramente desde la hora en que salieron del colegio porque los arcos estaban hechos con sus mochilas y rumas de cuadernos. Un grupo de jóvenes ensayaba con guitarras en mano una de las canciones de la nueva ola. Las chicas lucían sus minifaldas a cuadros, medias cubanas y zapatos de taco bajo, listas para bailar rock and roll o un twist.
De pronto, giró la mirada hacia el patio de una casa vecina y observó a una muchacha concentrada en la lectura de un libro, cuyas hojas se batían con la brisa de la tarde, al igual que sus cabellos largos y negros. Se quedó contemplándola por un rato sin que ella se diera cuenta. Hasta que se acordó que tenía una reunión y se fue volando.
Al día siguiente, después del almuerzo, volvió a la ventana, no solo para contemplar el paisaje sino con la intención de volver a verla a la joven. Y, ¡oh sorpresa! allí estaba ella, esta vez escuchando música en un pequeño radio portátil que tenía a su lado.
No imaginan todo lo que Matías tuvo que hacer para llamar su atención, desde silbar una canción de moda, suspirar profundamente, hasta abrir y cerrar la ventana con fuerza. Lo único que le faltó fue zapatear como lo hacen los piel rojas pidiendo que llueva, pero ella no se dio por enterada y se retiró al interior de su casa.
Al cabo de una semana, de manera deliberada una vez más volvió a la misma ventana. Y apenas se dio cuenta de la presencia de la muchacha, decidió dar el gran salto: dirigirle la palabra…
–Hola…Me alegra que estés escuchando la misma música que a mí también me gusta.
– Ah…(ella, visiblemente sorprendida) Sí, es un espacio de la Nueva Ola. Pero a mí particularmente me gusta un programa que se transmite a las 7 de la noche, conducido por un locutor que recién ha llegado, me parece de Lima o del extranjero.
– ¿No me digas? Esta noche trataré de escucharlo. Y, ¿Qué canción te gusta más?
– Y la amo, de los Beatles.
– ¡No puede ser! A mí, también me gusta ese tema. Voy a llamar a la radio para pedirles que lo pasen esta noche.
Y se despidieron.
Eso fue suficiente. Matías se sentía feliz como una lombriz porque había iniciado una relación, no sabemos si de amistad o de buena vecindad, pero una relación al fin. Y, lo más importante, había logrado sacarle el título de la canción que más le gustaba.
Esa misma noche, como no podía ser de otra manera, Matías anunció en su programa el disco de The Beatles, diciendo que se los dedicaba a una chica y a un muchacho, que lo habían solicitado.
Pasaron los días y se habían volteado algunas páginas del almanaque. Hasta que, de manera casual Matías se encontró con la muchacha cuando salía de su casa.
–Hola ¿Vas a algún sitio?
–Sí, voy de compras al centro. Buscaré unos discos
–No me digas, qué coincidencia, yo también voy al centro. ¿Te puedo acompañar?
–Pero…Pensé que recién llegabas.
–No hay problema, yo también quiero comprar discos.
–Bueno, está bien.
A Matías, nunca le pareció el viaje tan corto porque el bus color morado con plomo de los Pilco que por lo general se demoraba una eternidad para llegar al centro histórico, esta vez le pareció más veloz porque el recorrido lo hizo en un santiamén. En un abrir y cerrar de ojos ya estaban en la avenida Sol, sin darle tiempo a Matías para decirle a la muchacha por lo menos que le gustaba.
Después de bajar del vehículo caminaron hasta la plaza. Y cuando estaba a punto de declararle su amor los nervios le traicionaron porque le dio la impresión que la gente tenía puesta sus ojos en ellos.
– ¿Qué te parece si vamos al Paititi? – Le preguntó.
–Pero, y las compras, a qué hora las hago?
-Será solo un momento, por favor.
-Bueno, me parece bien, es un bonito lugar.
En aquella época, El Paititi no solamente era uno de los más bellos restaurantes, sino uno de los más románticos por sus paredes y cimientos incas que le daban un ambiente mágico que armonizaba con la majestuosidad del centro histórico del Cusco. Su decorado era sobrio y elegante. Y lo que más le gustaba a Matías era que, desde allí, se podía ver la plaza de Armas.
–Hemos hablado de todo pero se me olvidó preguntar por tu nombre. Dónde estudias?
–Mi nombre es Marí. Estudio en la Escuela Normal ¿Y, el tuyo?
– Matías. Estudio en la Universidad…
– ¿Matías? No me digas, tienes el mismo nombre del locutor de la radio que siempre escucho. Mis amigas asocian este nombre con algunas de mis compañeras, Incluso lo escriben en la pizarra.
– Debe ser una coincidencia.
Arrepentido de su mentira, Matías estuvo a punto de revelarle su verdadera identidad pero prefirió seguir con el juego, pensando en la lista de chicas que se dejaban influir más por su trabajo en radio que en sus sentimientos.
–Disculpen, ¿Qué desean servirse?– Interrumpió el mozo, como si ambos lo hubiéramos llamado telepáticamente para romper el hielo.
-Mari, te parece bien un milkshake? Aquí lo preparan muy bien.
-No, gracias, prefiero algo sin lactosa. Un jugo de naranja por favor.
–Está bien, que sean dos. Y dos pay de maracuyá.
Después de hablar de todo, especialmente de la Nueva Ola, de sus estudios, sus viajes y sus proyectos, Mari miró su reloj y exclamó:
– ¡Oh Díos! Se hace tarde, hace dos horas que salí de mi casa con el pretexto de comprar discos y sigo aquí…
–Está bien, salgamos… Mozo, la cuenta por favor.
Pero cuando llegaron a la tienda, las puertas estaban cerradas.
– ¿Y, ahora, qué hago?
–No te preocupes, yo me encargo de hacerte llegar los discos que buscas.
Al día siguiente, Con una puntualidad inglesa Matías se presentó en la casa de Marí llevándole los discos. Tocó la puerta y salió una niña.
–Hola, ¿Está Marí?
–No, salió con mi mamá. Soy su hermana.
–Quiero pedirte un favor. Entrégale estos discos. Son para ella.
– ¿Eres de la tienda de discos?
–Sí…Bueno… ¡No!… Solo dile de parte de Matías. Ella ya sabe.
– ¿Matías? Ese nombre me suena. Claro ¿Eres el mismo chico de la radio?
–No, es solo una coincidencia. Es un homónimo.
–Qué pena, pensé que…
–Chao, me voy – Y salió volando.
No obstante que ambos se habían vuelto a ver más de una vez, Matías todavía no quería revelarle su verdadera identidad, sin darse cuenta que ya eran varias las coincidencias que ella había advertido, como el horario de sus visitas a su casa, que jamás coincidían con el horario de su programa de radio, los discos que le gustaban se difundían a menudo en la radio y, sobre todo, su voz parecida a la del locutor.
Hasta que una tarde, después de estar en su casa, se despidió diciéndole al oído:
–Te amo.
Y cuando quiso acercar sus labios a los de ella, sintió pasos. Era su padre que venía para asegurar la puerta, creyendo que Matías ya se había ido.
–Ah, son ustedes.
–Sí, señor, ya me iba. Gracias por el café. Que tengan una buena noche.
Marí presentía que se estaba enamorando de un muchacho que le estaba ocultando muchas cosas, entre ellas su verdadera identidad y lo peor es que creía que se estaba burlando de ella. Es cuando decidió llamar a sus amigas para pedirles que le pongan al tanto de las características físicas del locutor. Todas coincidían con el muchacho que la pretendía y cuando el fin de semana la llamó por teléfono para invitarla a salir.
– En el restaurante Roma sirven los mejores helados – Le dijo. Y ella, en lugar de mandarlo a rodar, prefirió seguir el juego para saber hasta dónde Matías era capaz de llegar.
–Está bien, estaré ahí. Nos vemos. Chao.
Varios minutos antes de la hora convenida Matías ya se encontraba dando vueltas en los alrededores donde estaba ubicado el restaurante Roma. Las manecillas del reloj de la catedral avanzaban lentamente, le pareció que con más lentitud que otras veces, y Marí no llegaba. Después de casi media hora de espera, tenía un buen motivo para pensar que le habían hecho el primer desplante de su vida. Más por vergüenza que por decepción se metió al restaurante y pedió un café cortado.
–Seguramente tiene otra cita – Pensó. O quizás ya tenga enamorado.
Y cuando estuvo por pedir la cuenta, Mari se apareció luciendo un traje juvenil, muy lindo. Al menos así le pareció, porque cuando uno está enamorado todo le parece lindo.
–Disculpa por la demora – Le dijo al momento de saludarlo – No había movilidad, como si todos los taxistas se hubieran puesto de acuerdo para desaparecer de Mariscal Gamarra.
–Tienes razón, olvidé decirte que hoy tienen una asamblea para ver si se van a la huelga por el alza de la gasolina.
– ¿Y cómo lo sabes?
–Bueno…lo escuché en la radio. Total, ya pasó. No te preocupes por la demora. ¿Qué deseas servirte?
–Lo mismo que tú.
–No, por favor, que el mozo se lleve todo esto. Pedí un café solo para matar el tiempo. Te invité a tomar helados y quiero cumplir mi promesa.
–Está bien.
–Mozo, por favor dos banana split
Este era uno de los postres más solicitados por los chicos y chicas, que iban al Roma, sobre todo después de la matinée, llueva o no llueva. Otra delicia era el encanelado, un bizcocho hecho con huevos, maicena, azúcar, harina y abundante canela. Y para acompañar el chocolate caliente la mayoría pedía guargüeros.
Al costado del Roma, estaba el restaurante Cusco, otro de los locales más visitados de la ciudad pero, a diferencia del Roma, este se caracterizaba por sus sándwiches y platos de la exquisita culinaria peruana, entre ellos el lomo saltado.
Antes de terminar de saborear los helados, Matías la miró tiernamente. Y en medio del silencio que él mismo provocó, le dijo…
–Marí, quiero decirte que estoy enamorado de ti.
La muchacha, sin ocultar su sorpresa se quedó más fría que el helado que se derretía en su plato. Y mirándolo a los ojos, como queriendo saber si lo que había escuchado de sus labios era verdad o una burla, le respondió…
–No sé, qué decirte, porque amo a otra persona.
Al escucharla, Matías casi se atraganta con el último bocado de helado que lo tenía en la boca y sintió que el castillo de ilusiones que había construido en su corazón se derrumbaba. Tras unos minutos de un silencio sepulcral…
-Mozo, la cuenta por favor. Pidió.
Ambos salieron del local sin decirse una sola palabra y luego tomaron un taxi para dirigirse a la casa de Mari.
Matías seguía desconcertado. Por ratos quería mandarlo todo al diablo y despedirse para desahogarme de su primer fracaso de amor, no sabía si tirarse de los cabellos, desmoronar a puñetazos el muro de piedra que tenía a su frente o pedir el trago más fuerte en el Bar Azul de la calle Plateros-
Cuando llegaron a la casa de Mari, Matías le pidió al taxista que lo espere porque no iba a tardar mucho.
Antes de despedirse de ella, se le ocurrió preguntarle…
– ¿Lo amas de verdad?
–Sí, desde el primer día que lo escuché. Me gusta su voz, su forma de ser, todo…
–Y, ¿Quién es él?
Mari sin inmutarse, lo miró fijamente a los ojos y le dijo…
–Se llama Matías. El chico de la radio.
Por la emoción, Matías no sabía si ponerse a saltar de felicidad o pedirle perdón por ocultarse su verdadera identidad. No hizo otra cosa que abrazarla tiernamente y besarla ardorosamente. Fue cuando se escuchó el encendido del motor del carro-
-Ah, me olvidé del taxista, exclamó.
-Joven, por mí no se preocupe, lo esperé feliz porque me hizo recordar mis años mozos. Mire, hasta se me saltaron unos lagrimones. Vamos, lo llevo. Esto hay que celebrarlo, Del pago del taxi no se preocupe, mejor nos vamos al Tacuchi y ahí me invita una copa para mitigar el frío..
Después de tres años, un 4 de febrero, hace 49 años, el alcalde Humberto Muñíz los estaba casando civilmente en la Municipalidad del Cusco. Al día siguiente, 5 de febrero, Matías y Mari se unieron religiosamente en la Iglesia de la Compañía de Jesús. Una tarde de lluvia, siempre bella, como todas las tardes de lluvia en Cusco.
Y así se cumplió el sueño de Matías. Como se ve, no siempre los sueños son solo sueños.

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