El torero

Sevilla es una de las ciudades más bellas de España. Tras el descubrimiento de América en 1492, Sevilla se convirtió en el centro económico del Imperio español. Los Reyes Católicos fundaron allí la Casa de Contratación para dirigir y autorizar los viajes a la América, además de controlar las riquezas que entraban y regular las relaciones con el Nuevo Mundo.

Sevilla  llegó a ser un gran centro cultural, lo que ayudó al florecimiento de las artes, y, al mismo tiempo, desempeñó un papel importante en el Siglo de Oro español.

Durante el siglo XX, no obstante de haber sufrido la represión de la Guerra Civil (1936-1939), alcanzó prestigio con la Exposición Iberoamericana de 1929 y posteriormente, ya en democracia, destacaron la Exposición Universal de 1992 y su elección como capital de la autonomía andaluza.

Los jóvenes, afectados por la crisis económica y la represión ansiaban emigrar a otros países, entre ellos a Perú, por las grandes oportunidades que ofrecía esta joven república y la abundancia de recursos naturales aún no explotados.

En un edificio ubicado en una de las antiguas calles sevillanas, sin un ángel de la guarda que lo proteja, ni perro que le ladre, Mariano escuchaba una de las radios de la cadena SER recostado en su cama de la pequeña pieza que había alquilado

En el viejo receptor, que unas veces encendía y otras veces no, se oía la voz de Lola Flores cantando uno de sus viejos éxitos: “Bautizá con Manzanilla”, que lo había grabado cuando todavía la llamaban La niña de Fuego y no La Faraona, apodo con que la bautizaron años después.

Escuchar esa famosa tonadilla, le abrió las ganas de beber una taza de manzanilla y, mientras lo hacía, recordó que esa tarde jugaban el Sevilla con el Barcelona en el Camp Nou, partido que había despertado una gran expectativa porque todo el mundo comentaba por esos días de los amores de Lola con Gustavo Briosca, una de las estrellas del Barza.

Pero, más que el futbol, a Mariano le fascinaban las corridas de toros, eran su pasión, por eso se lamentaba de no poder asistir a la feria de La Maestranza que estaba a punto de empezar con la primera corrida del domingo de resurrección, después del recogimiento de la Semana Santa, porque no tenía ni una sola peseta que alumbre sus bolsillos. Todos sus ahorros los había gastado en el alquiler de la pieza donde vivía.

-No me queda otra cosa que trabajar para ganar algo de dinero y no perderme también la fiesta de San Fermín. Pensó.

Mariano tenía razón porque en esta fiesta que se realizaba en la ciudad de Pamplona, cada 6 de julio, no solo tenía oportunidad de conseguir un trabajo eventual sino que gozaba como Dios manda junto a los cientos de jóvenes de su edad, escapando de los toriles que corrían tras ellos..

La fiesta de San Fermín, empezaba a las 12 del día, con el tradicional lanzamiento del chupinazo desde el balcón del ayuntamiento, los muchachos vestidos de blanco y pañuelos rojos se transformaban y, olvidando todos sus problemas, daban rienda suelta a su valentía con el propósito de sacarle un milagro al santo. Y mariano esta vez, más que nunca, necesitaba de un milagro.

Por eso, apenas se abrieron las puertas del corral de Santo Domingo él, junto a  cientos de jóvenes empezó a correr delante de los toros por las callecitas de la antigua y tradicional ciudad, hasta llegar a la plaza de toros. Culminada su carrera dedicada a San Fermín, sintió un gran alivio y ahora debía retornar al trabajo que había conseguido en una cafetería, esperando que el santo de los jóvenes, escuche sus ruegos.

Tomándose la barbilla sonrió recordando que el año anterior había sido el único entre sus amigos que llegó hasta el coso de toros luego de correr los ochocientos veinticinco metros que tenía el tramo, haciendo los mejores quites a los toriles, en los cuatro minutos que duraba la loca carrera. Una inolvidable aventura que este año también repitió, aunque no con la misma suerte del año pasado porque llegó a la meta un tanto rezagado, Pero, pensó,  no siempre se gana..

Otra de las fiestas que lo alocaba a Mariano, como a todos los jóvenes de su edad, era la Tomatina, que se celebra en las calles de Bruñol, Valencia, el último miércoles del mes de agosto, donde los participantes acostumbran arrojarse tomates maduros. Costumbre que empezó en 1944 cuando jóvenes del lugar, a quienes no se les permitió participar de un desfile, armaron un lío de padre y señor mío y empezaron a lanzarles a los organizadores hortalizas y verduras que las sacaban de los huertos cercanos, o los cogían de los puestos de venta.

Mientras Mariano pensaba en esta fiesta, hurgaba el sintonizador de su radio, que andaba peor que la carabina de Ambrosio porque la cuerda que hacía girar el dial se atracaba. Hasta que a duras penas pudo captar una estación que, para su buena suerte, transmitía la corrida de toros de la real Maestranza de Sevilla donde, de acuerdo a la narración del locutor, en las graderías y palcos ya no cabía ni un alfiler. Y mientras sorbía pausadamente su manzanilla también pensaba en lo cruel que había sido el destino con él.

– ¡Me cago en la leche ! – Requintó, lamentándose de ser solo un aprendiz del arte de la tauromaquia por falta de dinero para matricularse en la academia de la real Maestranza.

No obstante, lo que le faltaba en estudios le sobraba en valor. Mariano, era un muchacho intrépido que no se amilanaba ante el peligro y solo esperaba una oportunidad para demostrarlo. Quería ser torero y nada ni nadie le harían cambiar de opinión.

Al caer la tarde, en vista que San Fermín demoraba en hacerle el milagro,  salió para ir a orar  a la Basílica de María Santísima de la Esperanza Macarena, conocida simplemente como la Basílica de la Macarena, templo ubicado en  la calle Bécquer, en el barrio de San Gil del Casco Antiguo de la ciudad de Sevilla.

 Allí, arrodillado, oró primero por sus padres fallecidos y luego por él. Y como no le gustaba repetir las avemarías y otros rezos de paporreta, le habló a la patrona de los toreros a su manera…

“Virgen de la Macarena, María morena, sé que no soy más que uno de tus costaleros que siempre te trae más penas que flores.

Una vez más te pido que veles por mis padres que ya están a tu lado.

Y, si es mucho pedirte, también cuides de mí, para que nunca te falte un cirio encendido al pie de tu imagen, donde quiera que yo me encuentre”.

Reconfortado por su visita al templo, Mariano regresó a su casa, donde siguió pegado a la radio.

Y, al parecer, la virgen de la Macarena no tardó en dar muestras de su fama de milagrosa o quizás San Fermín porque, al sintonizar la radio en la onda corta, escuchó que el locutor de radio Nacional de Perú entrevistaba al empresario de la Feria del Señor de los Milagros, una de las fiestas taurinas más importantes de Latinoamérica.

El empresario, antes de despedirse, invitó “a todos los aficionados de la tauromaquia para que vayan a Acho”.

El locutor peruano describía a Lima como la Ciudad de los Virreyes, de bellos parques y románticos jardines, de exquisitas comidas, turrones, pisco y marinera.

Esto le hizo recordar que tenía un amigo peruano en Sevilla, a quien también le encantaba las corridas de toros. Nunca pudo volver a su patria porque no tenía visa de residente, sin embargo de ser un honesto y buen trabajador.

–Mariano, me alegra que hayas decidido viajar a mi país. Allá tengo muy buenos amigos. Bastará que les menciones mi nombre para que te reciban con los brazos abiertos. Por coincidencia, mi hermana está casada con un primo del Empresario que administra Acho.

-Gracias, amigo Faustino.

Alentado por su amigo peruano, Mariano decidió emprender el largo viaje a bordo de un barco carguero. Era la única forma de viajar gratis porque le permitían trabajar a bordo. Sabía que los riesgos eran altos, pero también era consciente su situación. Todos sus pesares en el viaje se disipaban recordando las palabras y ejemplo de su amigo Faustino “nadie es profeta en su tierra”.

Entretanto, en Abancay, la ciudad donde nunca se va la primavera, Maura, una bella muchacha que recién había terminado la secundaria, en el colegio Santa Rosa, vivía aburrida de no hacer nada.

Un día, lunes o martes, qué podía importarle el día si para ella todos eran iguales, salió de su casa para matar el tiempo, luego de una acalorada discusión con su madre

Mientras caminaba sin rumbo, llegó al paradero de buses y se quedó un rato con la esperanza de ver a alguien que le traiga alguna buena noticia y la saque de la rutina.

El paradero, ubicado al pie de un hermoso pisonay, el árbol emblemático de Abancay, era el lugar de encuentro de las personas que esperaban a sus familiares, el envío de alguna encomienda o simplemente noticias que traían los pasajeros.

Allí también estaban las vendedoras de panes, maicillos y chicha blanca, dormitando, en espera de la llegada de los carros para vender “alguito”, como solían decir.

Fue cuando Maura se enteró que los buses habían sufrido un retraso por la interrupción de las carreteras como consecuencia de las torrenciales lluvias. Y para no aburrirse más de lo que ya estaba, se dirigió a la plaza de Armas, sin dejar de pensar en todas las desgracias juntas que se le habían venido. No podía explicarse por qué no había podido ingresar a la universidad San Antonio Abad del Cusco si muchas de sus compañeras, menos preparadas que ella, sí lo habían hecho.

Todavía le revoloteaban en la mente las palabras de su madre…

–Seguramente que no te preparaste bien o no te encomendaste a la virgen del Rosario.

–Mamá, te aseguro que la virgen nada tiene que ver con esto.

–Entonces debe ser por culpa del siete suelas de tu enamorado, pero algún día se arrepentirá de haberte engañado. ¡Olvídalo! Hijita.

–Por favor, mamá. No quiero hablar de eso. Mejor salgo a dar una vuelta.

Sin dejar de pensar en la agria discusión con su madre, Maura llegó hasta la plaza. Y como no halló a ninguna de sus amigas, decidió entrar a la iglesia. Allí, rendida a los pies de la patrona de la ciudad, le rezó un avemaría y le dijo…

“Santísima Virgen Del Rosario, aquí estoy postrada a tus pies para pedir tu bendición.

Sé que no soy merecedora de ti, pero te ruego que ilumines mi camino para hallar paz y felicidad”.

A muchos kilómetros de allí,  Mariano, que ya había llegado a Lima, tampoco la pasaba muy bien. La plaza de Acho, al igual que La Maestranza de Sevilla, solo contrataba a diestros con cartel. El empresario que lo recibió le aclaró que cuando escuchó en la radio “Invito a todos los aficionados de la tauromaquia para que vayan a Acho”, se refería a los espectadores y no a los toreros.

–Hummm, pero después de haberte visto torear te diré que me gusta tu estilo, sobre todo tu arrojo, pero antes de pisar Acho debes foguearte en provincias. A propósito, me han pedido toreros para las fiestas de Cajamarca y Huancayo. También tengo otro pedido de Abancay.

– ¿Abancay? Que nombre tan curioso ¿Y, dónde queda?

–Eso no debe preocuparte. Te repito, antes de pisar Acho tienes que adquirir más experiencia en plazas más pequeñas. Además, te conviene ir a provincias porque ahorrarás dinero. Aquí en la Capital la vida es muy cara. Para ayudarte, solo te cobraré cuarenta por ciento de la comisión y no el setenta como lo hago con todos los aprendices que envío a provincias, solo por el hecho que eres recomendado de Faustino.

–Bueno, no me queda otra cosa que aceptar. De algo tengo que vivir, porque no se hacer otra cosa que torear.

Cuando Mariano llegó a Abancay, lo primero que vio fue un gran cartel anunciando: “Gran corrida de toros, con la participación de diestros de Lima y España”. Sonrió por la forma cómo lo presentaban, con una alegoría del Yawar Fiesta, donde destacaba un cóndor sobre el lomo de un toro. En el paradero, no había nadie quien lo reciba por la demora que sufrió el viaje.

-Disculpe señorita, buenas tardes, ¿Podría tener la gentileza de indicarme donde está la posada más próxima? – Preguntó Mariano, ante la sorpresa de Maura, que en esos momentos regresaba de su visita a la Iglesia y pasaba por el lugar.

– ¿La posada?

–Perdón, el alojamiento, el hotel.

–Está a tres cuadras, siga por la avenida Arequipa hasta el cruce con Dos de Mayo. Ahí verá usted un letrero que dice “Gran Hotel Apurímac”.

-Ah, otra cosa, ¿qué quiere decir yawar fiesta?

-Es una frase quechua que en español significa “Fiesta de sangre”. Le recomiendo leer la novela del escritor apurimeño José María Arguedas, lo puede comprar en la librería de la esquina. Relata la realización de una corrida de toros al estilo andino en la celebración denominada yawar punchay.

Bastó aquel gesto de amabilidad de Maura, para que el diestro quedara gratamente impresionado de la jovencita. Después de agradecerle con su peculiar dejo español, le dijo…

–Mi nombre es Mariano. Vengo por primera vez por estos parajes. Son realmente muy hermosos. Ha sido usted muy gentil.

Después de una breve conversación, el forastero le obsequió entradas para la primera corrida de abono, programada para el domingo. Y lo primero que hizo, antes de irse a descansar fue comprar el libro de Arguedas que le había recomendado.

El día del debut, la primera parte de la corrida fue al estilo andino es decir el Yawar Fiesta. Los aficionados colmaban las tribunas del coso. Luego del yawar fiesta, había gran expectativa por ver a los toreros foráneos. Vestido de luces, Mariano ingresó sonriente y con mucho optimismo. Y mientras hacía su paseíllo saludando al respetable, buscó el rostro de la muchacha que había conocido en el paradero de buses. Al reconocerla, sin titubear le arrojó su montera, dedicándole el primer toro. Ella, recién se dio cuenta en ese momento que era el mismo muchacho que había conocido en el paradero. Casi se cae de espaldas por la sorpresa. Su madre y hermanas que la acompañaban tampoco salían de su asombro cuando les contó que eran las invitadas de aquel apuesto torero, al mismo tiempo que se morían de vergüenza porque eran el foco de las miradas.

Mariano se lució en el ruedo como todo un maestro. Y cuando lidiaba al último toro, que en un principio parecía manso, sorprendió a todos por su bravura, como si de pronto el diablo se le hubiera metido en el cuerpo.

Mariano, a diferencia del público, estaba feliz porque con un toro así podía lucirse y demostrar toda su destreza. Los vítores se sucedían. Las tribunas vibraban. Y en medio de la gran algarabía que reinaba, bastó que se descuidara un solo instante, agradeciendo los aplausos, para que el animal, cumpliendo con lo suyo, le clavara uno de sus pitones a la altura del estómago. Sin embargo, el diestro siguió toreando hasta que no pudo más y cayó en la arena.

En medio de los sonoros aplausos Mariano fue sacado del coso para ser llevado de urgencia al hospital.

La operación a la que fue sometido duró cuatro horas y no salió del estado de coma hasta después de varios en cuidados intensivos, donde le tuvieron que hacer varias transfusiones de sangre para compensar los estragos de la hemorragia.

Los médicos temían por su vida porque, a pesar del tiempo transcurrido, seguía en estado crítico. Para ayudarlo a salir del coma, los galenos recomendaron que le hablen al oído o le hagan escuchar música. Maura tuvo que llevar el radio de su casa para seguir la terapia recomendada. En un principio le hacía oír solo música española. Pero un día notó que Mariano sonrió al escuchar en el receptor de un enfermo vecino los famosos carnavales abanquinos. Cuando Maura se lo comentó al médico, este le dijo que era una muestra de su recuperación. Al parecer le gustó la música folklórica de aquella hermosa tierra.

Después de 15 días,  recién pudo abrir los ojos y lo primero que reconoció fue el rostro de Maura y le apretó las manos. Ella, se puso muy nerviosa y a la vez feliz porque eso significaba que Mariano había vuelto a la vida. Y apenas volvió a dormirse, ella salió apurada a la Iglesia para rezarle una vez más a la virgen del Rosario. Le agradeció por lo que ella consideraba un milagro de la Patrona de Abancay.

Cuando el enfermo salió del estado de coma, el médico le contó que se había salvado gracias a Maura, porque fue ella quien había hecho una colecta de sangre entre sus familiares y amigos. Y, lo más importante, siempre estuvo a su lado.

Mariano estaba convencido que había encontrado al amor de su vida y a los pocos meses se unieron en el altar.

Al principio todo era felicidad, pero según iban pasando los días, la depresión fue apoderándose de Mariano. Al notarlo, Maura que sabía que la pasión de Mariano era el toreo, y su inactividad era la causa de su angustia, empezó a animarlo para volver al ruedo.

No fue fácil convencerlo porque había perdido la confianza y no quería causar problemas a su esposa.

Apoyada por un amigo, que se dedicaba a la crianza de ganado en una finca, en las afueras de la ciudad, donde los invitados se distraían tereando toretes mansos, Maura le pide que vuelva a torear para complacer a sus amigos que hablaban de las corridas de toros.

Para animarlo, el dueño de la finca les entregó capas a algunos de los jóvenes invitados. Mariano, No pudo resistir más sus ansias de demostrar lo que sabía y más por enseñarles a los jóvenes, que por volver al ruedo, tomó la capa y comenzó a dibujar las mejores figuras, siendo muy aplaudido.

Fue su primer reencuentro con un toro luego de su accidente. A partir de esa demostración, cada semana el dueño de la granja le preparaba un toro para que Mariano pueda entrenar, hasta que en una de esas reuniones el alcalde, que también había sido invitado, al ver su recuperación, su elegancia y estilo le pidió animar una corrida en beneficio de los niños del orfelinato. Mariano aceptó por tratarse de una obra benéfica. Fue cuando Maura con mucha emoción desempolvó el traje de luces del torero que lo tenía guardado desde que sufrió el accidente, acomodó algunas lentejuelas , limpio la chaqueta y la taleguilla, planchó cuidadosamente el corbatín y escogió las medias color morado (pensando en el Señor delos Milagros) y no el blanco, y limpio el capote de brega que Mariano se había traído de España.

Entusiasmado por aquella tarde de verónicas y chicuelinas inolvidables, el alcalde le pidió que sea la principal figura de la tradicional corrida de Fiestas Patrias, pero Mariano se negó porque no estaba muy seguro de afrontar el reto.

Maura tampoco insistió porque no quería perder al hombre que amaba.

Pasaban los días y la situación económica de la pareja se iba deteriorando. Maura tuvo que solicitar trabajo en el hospital donde había conocido a médicos y enfermeras. Pero esos ingresos no eran suficientes. Y mientras ella se iba a trabajar, Mariano, se rebanaba los sesos pensando qué hacer para salir de ese foso.

Hasta que un día fue él quien le pidió al alcalde lo incluyera en el programa del domingo, con la condición que nadie se entere hasta el día de su presentación para que sea una sorpresa.

Respetando su deseo, se hizo la publicidad anunciando con bombos y platillos la presencia de toreros de Lima y “una sorpresa”.

El día de la corrida, mientras la pareja disfrutaba del desayuno, Mariano le dijo a Maura que el alcalde le había obsequiado entradas para la corrida, pero que él no quería ir para no sentirse mal viendo a torear a otros  y que se quedaría para escuchar por la onda corta un partido del clásico español entre el Barcelona y el real Madrid. Maura se locreyó y se fue a la corrida con su hermana menor.

La tarde era de sol, no había un solo sitio desocupado en las tribunas. Se anunció el inicio de la corrida con el paseíllo y la primera faena a cargo de un diestro de Lima. Maura miraba con angustia las figuras del diestro pensando en su esposo. Abundaban los olés y los aplausos por la brillante actuación del torero. Eso la apenó más.

De pronto se anunció el nombre de Mariano y el coso estalló en aplausos. Con paso seguro el toreo se dirigió a la tribuna donde estaba Maura y, como la primera vez, le arrojó la montera de dos puntas. Entre lágrimas Maura le lanzó un beso volado y mariano empezó su faena.

Nunca antes Mariano había toreado tan bien como lo hizo aquella tarde. Fue aplaudido de pie y todos coincidían que había sido el mejor torero que había visto la ciudad. El empresario de Acho, invitado especial por el alcalde, no podía salir de su asombro. No creía  lo que veían sus ojos. Fue el primero en bajar del palco principal para felicitarlo por su maestría y no tardó en contratarlo para que haga su debut en la Corrida de Feria del Señor de los Milagros en la plaza de toros de Acho, en el mes de octubre.

El día del debut en Acho, Mariano al escuchar el toque del clarín se puso nervioso, pero mientras daba el paseíllo se fue sosegando. Y cuando entró el primer toro fue él quien lo probó con una serie de pases con el capote para estudiar sus embestidas y bravura.

Se lució como los grandes y ganó no solo los aplausos del respetable, sino el escapulario de Oro, máximo galardón de la Feria del Señor de los Milagros.

Y como en octubre siempre hay milagros, enterados de sus éxitos, los empresarios de la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, querían conocer al español que triunfaba en Perú y no tardaron en invitarlo.

Antes de su debut,  Maura y Mariano lo primero que hicieron fue ir a la Iglesia para rezarle a la virgen de la Macarena…

Virgen de la Macarena,

Madre de los humildes, salvación de los enfermos.

Tú que nos juntaste en el camino,

tú que sanaste nuestras heridas

recibe esta humilde oración

para agradecerte con amor

por los dones recibidos.

Tú que eres la madre de la esperanza

ilumina nuestras vidas

y no permitas que la adversidad se interponga

en nuestro camino.

Y mantén siempre tus brazos abiertos

para acoger nuestras almas.

Virgen de la Macarena

bendice a Sevilla y a Abancay

para que nunca les falte el brillo del sol,

a todas las naciones para siempre haya paz

y a los niños del mundo para jamás pasen hambre ni frío.

De esta manera los sueños de Mariano se habían cumplido, torear en la plaza de la Real Maestranza.

A la hora señalada, sonaron los clarines y empezó el paseíllo de los toreros en la arena. Mariano no podía ocultar su felicidad y sonreía saludando a todos. Sabía que solo con el hecho de estar allí ya había alcanzado la gloria. Poco le importaba el triunfo, ya lo tenía desde el primer paso que había dado en la arena de una de las plazas más importantes de España.

Entró el toro, y los los picadores no tardaron en hacer su tarea incrustando las puntas de sus lanzas largas detrás del morrillo del animal para que pierda sangre y embista de una manera menos peligrosa.

Los banderilleros también hicieron lo suyo clavando las filudas puntas para debilitar al astado y a la vez enfurecerlo.

Mariano se lució sujetando firmemente el capote con sus manos y sacó los primeros aplausos con sus verónicas. Luego levantó la capa hasta la altura del pecho para citar al toro en perfectas chicuelinas.

El diestro, giró y deslizó su capa por el lomo del toro haciendo los quites más arriesgados y hasta se dio el lujo de ponerse de rodillas con el capote extendido en el suelo para hacer un pase que levantó estruendosos aplausos.

Sabía que tenía solo 15 minutos para lucirse y terminar su faena. Apúró la faena llevando al astado hasta el centro del ruedo y lo puso en posición. Y de una certera estocada terminó con su existencia.

Un sonoro ¡Olé! hizo retumbar la plaza de toros. Mariano fue aclamado por el público sevillano, quizás el más exigente y conocedor de España. El jurado lo premió como se merecía con dos orejas y los aficionados emocionados lo sacaron en hombros de la Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla

Hoy, a sus setenta y seis años Mariano disfruta de su fortuna y, sobre todo, del calor familiar,  acompañado de Maura, sus hijos y nietos allá, en Sevilla.

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